El miedo
Reconocía que había pasado demasiado tiempo recluida dentro del campus cuando restaba una semana para comenzar el semestre. La mayoría del tiempo tanteé libretas y libros para reubicar
el sitio donde se habían quedado mis conocimientos. Sobre todo, para no pensar en la celebración
de Año Nuevo, pues tenía suficiente con los pensamientos que, sin falta, me atezaban la
mente cada noche.
El último par de semanas había eludido cualquier trecho que destinase a casa de mi madre. Era mi obligación como hija menor de edad regresar cada fin, si bien me sentaba mejor permanecer en el campus. No es que me apeteciera demasiado la soledad, pero era la única forma de quedar lo más apartada posible de los Hall-Lauper.
Debía transcurrir bastante tiempo para que regresara.
Como método para no ahondar en el cansancio que me había generado el desgraciado insomnio, mantuve la cabeza en el primer curso que tocaba en pocos días. Alumnos que aleteaban por el corredor me echaban vistazos indiscretos provocando que la culpa me abordase incontinenti. Había demasiadas probabilidades de que hubiesen presenciado el porrazo que le había asestado a Shane. Cielos, pedirle disculpas sería una burla rotunda. Probablemente ni le sobren ganas de defenderme nuevamente.
Apresurando mis movimientos, inserto la llave en la cerradura. La puerta abrió en consecuencia. Un silencio vago hacía lugar en las piezas del recinto. Sun
no se hallaría en territorio americano hasta la noche del siguiente día, y durante, me acostumbraba a no ver su linda figura retocándose en el lavabo u oler el aroma que desprendían los platillos tradicionales que preparaba para cenar.
Lancé el juego de llaves a los muebles. Sin meditar, di
puntapiés con fines de deshacerme de los botines Louboutin. Zarandeé vigorosamente mi cabello
entretanto cruzaba el umbral que desembocaba a las habitaciones del piso.
Al ingresar a la pieza, aprecié unas cuantas bolsas que no recordaba haber depositado en la esquina. Las mismas eran acumuladas entre ellas. Las cortinas que ofrecían una vista abierta hacia el campus esraban corridas, por lo que la intensa luminosidad de la mañana se colaba a través de ellas.
Seguí la dirección de la luz que se atenuaba a la cama de Sun Hee, con ella sobre él.El revuelo académico que encontré en mi mente había dado un freno.
Sun se hallaba sentada a una punta del colchón, y desde aquella distancia intuí que no todo marchaba como debía. Tenía la mirada perdida, tan inmersa en su cabeza que no pareció advertir mi irrupción en
la habitación, o eso asumí.
Debido a su falta de reacción avancé sutilmente hacia ella. En la cabeza no se me ocurrían
razones que expusiesen su regreso repentino de Seúl. ¿No se suponía, pues, que permanecería unas cuantas horas más dentro del avión? Debió de haber adelantado el vuelo de retorno por lo menos una noche anterior sin aviso previo. Anhelaba
conocer el causante de ello.
Sondeé el aspecto de su tersa fisionomía al aproximarme al sitio en que reposaba. Su
expresión perturbada gruñía cansancio, e indudablemente mucho más que ello. Me preocupaba no recibir respuesta alguna de su parte, mucho más el no saber el porqué de ello.
Suprimí los impulsos de extender los dedos y rozarle la piel del hombro, por lo que aplasté las palmas bajo la pesadez de mis muslos. El ritmo de su respiración se agravaba conforme pasaba el tiempo. Mis niveles de preocupación hacia su estado ascendieron desesperadamente.
—¿Sun?
Y súbitamente, echó a llorar. Las lágrimas le contorneaban sus jugosos mofletes mientras que el pecho le traqueteaba. Me aterraba siquiera espirar sobre su frágil aspecto. Su inesperada reacción para nada encajaba en la que esperaba, aunque bien, no tuve una que esperar.
Más que nunca ansié acoplar mi cuerpo al suyo y sobar su espalda en fines de consolación. Sin embargo, permanecí mansamente a su costado, sin el atrevimiento de mover una articulación o hacer un movimiento para calmarle.
Era injusto: sufría porque el miedo refrenaba mis impulsos de bien obrar y consolar a la
compañera de piso que más apreciaba, sollozando junto a mí.
—Aly —advertí el diminutivo de mi nombre sobre sus labios. Se contoneaba para posicionar su cuerpo delante del mío. Durante unos segundos que transcurrían tal milenios se afianzó en parecer firme, pero no persistió cuando pareció notar mi deseo por escucharla y por fin se doblegó—: Visité a Adley apenas aterricé en el estado y lo descubrí acostándose con una chica.
No pude mirarle sin apreciar leves mareos. ¿Adley, su novio? Era sumamente increíble. Por unos momentos pensaba que lo que decía no poseía sentido alguno, o que se inventaba la situación. No obstante, el llanto que manifestaba y el dolor en sus palabras repuntaban una contundente afirmación sobre los hechos: sin dudas, Sun poseía el corazón roto, y había una persona que tenía capacidad para ello.
Aquello fue señal verde a mis deseos. Envolví ambos hombros de mi roommate con ayuda de un brazo. Luego, como aceptación del consuelo, ella se tendía sobre mi pecho, apoyando una sien en mi clavícula y permitiéndose llorar en mi presencia. Apreté co total suavidad su cuerpo que
parecía poder quebrarse con cualquier movimiento brusco y que enseguida inundó mis prendas en un aroma a flores orientales.
—Me engañó, Aly. Lo hizo durante meses —confesaba en una voz que estremecía—. Ni siquiera tuve que pedirle cuentas: él lo confesó sin problemas, como si no le importase en absoluto….
Tomo su suave rostro entre mis dedos. En mis yemas aprecié la acuosidad de sus lágrimas. ¿Cómo una persona de buen juicio podía hacerle tal gravedad sin remordimiento alguno? ¿Cómo podía no preferir aquel delicado rostro por encima de cualquier otro?
—Sun… —La acuosidad en su iris era demoledora—. En estos momentos no hallo palabra para dirigirte. La situación difiere mucho de mi conocimiento... —en aquel preciso momento, ladeó la cabeza a un costado. Su celular con follaje de pétalos descansaba junto a un extremo del patchwork. Desvié la mirada hacia sus ojos—. Sin embargo, pienso tener la medida conveniente para ello.
Dejándola en vilo, desplegué mis dedos hacia aquel móvil, al cual introduje su huella y luego lancé la aplicación de búsqueda. Sun continuaba con expresión
expectante a mi lado, mirándome apagar el dispositivo, colocándolo boca bajo en el sitio en que lo había
encontrado.
Ella inspecciona la expresión que mi rostro refleja. Poco después, una suave melodía atestó los muros de aquella pieza entretanto estrechaba el cuerpo
de Sun al mío y le acariciaba la espalda baja, ambas con la mente sumida en la penetrante letra
que ella escuchaba y yo conocía de memoria.
Jamás había atendido aquella música con tanta concentración.
Jamás habría pensado presentársela de aquel modo a Sun, y que ella se desahogase en mis brazos.
La potencia que poseía la letra de Bad Bye jamás —y jamás— había pensado que podría asemejarla a la situación que actualmente experimento con a Josh, o que, en consecuencia, acabaría acompañando a mi compañera de piso en sus lágrimas.
***
Llegado el día siguiente, no había manera de que Sun saliese del piso. Ella requería de mucho
tiempo para consumar el cansancio que le había generado el vuelo, y por ende le insté a dormir la buena. Poco después vendría el momento de asumir su dolorosa ruptura amorosa, y bien sabía lo difícil que eso resultaría. No obstante, ella contaba con una persona plenamente capacitada —yo— para apoyarle en la medida de lo posible. Y, sin embargo, al mismo tiempo pensaba que era la persona menos indicada para hacerlo.
Debí escribir a mi madre que en esos momentos, padecía de un grave malestar desde la fiesta de Fin de Año y que por consiguiente, no podría ir a visitarla. Me molestaba falsearle de aquella manera pero no había
mejor excusa: Sun deseaba discreción sobre su situación, y restaba solo una semana para dar inicio al nuevo semestre
—tenía un hijastro para corroborarlo—. No estuve muy segura de si lo había creído pues, de cuanto en cuanto, me daba impresión que sí y las demás veces parecía actuar. La
generalidad de las ocasiones me seguía la corriente.
Tampoco me agradaría dar presencia en la casa donde muy posiblemente, se encontrará Joshua. Era necesario concientizar su situación libertina actual para realizar tal paso. A ciencia cierta, su presencia habría perjudicado mucho el entorno, aunque a él le habría dado escuetamente igual.
Menos mal que cursábamos en universidades distintas. Así podía evitar encontrármelo mejor.
Somnolientamente, alcancé el cepillo que acostumbraba a dejar sobre el tocador y regresé una mirada al espejo. La faena de cada día era dedicarme a
desenredar mi cabello. No había inaugurado el año con buen pie
gracias al cúmulo de asuntos que impulsaron hacia atrás mis planes de cederme una segunda oportunidad. Y ahora mismo, no predecía un buen futuro en cuanto a ello.
Horas posteriores, me hallé sobre el sofá fundida en un polo Prada y pantaloncillos. Sun dormitaba desde las 19:00 horas, sabía que dspertaría mucho más tarde.
Fueron horas que no ocupé en nada especialmente. Había rondado la idea de si optar en ir al gimnasio, pero no le ofrecí demasiados ánimos. No tenía ánimos a nada en particular; no siquiera en rondar la cocina cada cierto tiempo por algún tentempié.
Zarandeé el celular solo por movilizar mis dedos. En las mañanas había tomado el
hábito de escribir a Richard para conocer sobre los comportamientos de su empresa. Sin embargo, él ha mostrado una aguda desconexión a las redes, lo cual atribuí a su ocupación. Un varón de dinero como él no ha recibido tanto dinero porque sí.
Fruncí el ceño y procedí a encender el móvil. Arqueé las cejas ante el nombre que reflejaba el táctil.
¡Hola! Soy yo otra vez. ¿Te gustaría salir ahora, hoy mismo, en este preciso momento?
Jade había enviado un texto: un gesto verdaderamente inusual. Pasé de nuevo las pupilas sobre la serie de caracteres. ¿Deseaba yo salir de aquella jaula? Si la respuesta era afirmativa,
¿adónde iría? ¿Corría riesgos en el paraje? ¿Por cuánto tiempo permanecería fuera del campus?
Anheé realizar esas preguntas, pero recaí en las circunstancias. La propuesta fue inmediata por lo que ella no tendría tiempo para dar respuestas a nada.
Sacudí la cabeza. Debía apresurarme en contestar.
Por supuesto. ¿Adónde debo ir?
Bah. De eso nada. Ahorita vuelo a recogerte al piso, ¿ok?
De acuerdo. Estaré aguardando.
No hallé más razones para esperar y me dirigí hacia el frente del armario. Procedí a vestirme unos vaqueros de lo más ceñidos a mi piel, y me apresuro a enfundar mis piernas dentro de él, además de calzar mi par preferido de Reeboks.
Jade aún no había llamado, por lo que me restaba tiempo para definir el contorno de los ojos —
que desde la velada de máscaras, no había tocado un cosmético del neceser— y como todavía no advertí presencia en el corredor, alcancé el lápiz para rellenar mis labios en un rosa pálido.
Me encontré dándome retoques frente al espejo cuando precisé un grito ahogado, sin precedentes. En la vida había escuchado mi nombre ser enunciado con tal prepotencia.
Con la yema de un dedo di un leve golpe a la tapa del labial Kylie y le devolví dentro de la cosmetiquera. Di leves saltos
sobre la moqueta y pronto cruzaba el umbral en dirección a la entrada.
Desplegué los dedos hacia la perilla sin siquiera haberme detenido sobre el tapete de bienvenida. Una simpática castaña de raíces sureñas hacía presencia en redes de seda y un blazer de piel sintética, alusiva al pelaje de un leopardo. Su vestimenta, por más extravagante que fuese, siempre resultaría extrañamente desenfadada. Se inclina a ceñir sus brazos alrededor de mi
cuello, y enseguida aprecio un hormigueo inusual en la zona inferior de mi espalda.
—¡Mujer!, estás para asarte y servirte —exclamó ella con aquella voz a la que comenzaba a guardar aprecio. No la tergiversaba para hacerse sonar menos eufórica. Aquel día, Jade se recogía las mechas en un par de trenzas—. Después de usted, madame.
Presenciando minúsculas partículas de inquietud en mi interior, Jade promulgó la marcha hacia las afueras del campus universitario. Mi corazón experimentaba brincos
de gran magnitud a medida que se desarrollaba el recorrido.
La melena de mi guía iba brincando tras sus espaldas. Desde aquel ángulo, podía advertí sus puntas menos pronunciadas hasta deducir que se había cortado unos cuantos centímetros. Llevase la
longitud que llevase, su cabello continuaría tal como la dueña se exteriorizaba: osada y atestada
de energía.
Finalmente, pareció que nos aproximábamos a nuestro destino. Jade se había detenido, acabando con los constantes meneos que realizaban sus caderas al caminar. Delante a la carretera se encontraba el Franklin Barbecue: sitio que había visitado en reiteradas
ocasiones junto a mis antiguos padrastros y que, personalmente, era digno de admiración perpetua.
Ya dentro de las instalaciones, un aroma intenso a barbacoa hizo festejo en el interior de mis fosas nasales. Y a merced del olor, por poco me había olvidado de la joven que continuaba dirigiendo las direcciones que debía alcanzar. Vaya que iba con prisa.
Reducimos el paso conforme nos acercábamos a las mesas del restaurante. Mis ojos recibían deleite sobre las numerosas piezas de carne y pescado recién servidas: perfección a la dieta y al paladar.
Casi chocaba contra la espalda de mi acompañante. Ella no parecía colocarle demasiada atención a su alrededor, dirigiendo unos saludos hacia las mesas delanteras. El recuerdo de que no había engullido desayuno despertó mi apetito, el que no había poseído hasta los
momentos… y el cual cerró en banda al prestar atención a las amistades de Jade.
La sangre cesaba de dirigirse a mi cabeza. A continuación, escudriñé las tonalidades
oscuras y claras de los cabellos del chico al que Joshua había propinado hostias en el pasillo de mi piso. Su expresión se descolocó al posar sus ojos color esmeralda sobre mí. Junto a éste, se hallaba la inescrutable figura de Joshua, quien antes departía con su compañero y cambiaba a una mirada fría al notar mi presencia.
Mi corazón comenzaba a presentar fallas. No estaba emocionalmente preparada para tenerle cerca. Al admirar sus pupilas oscuras, no podía evitar que surgiese el efecto que poseían sobre mí, la indiferencia que me dedicaba en esos momentos.
Regresaron a mi mente fragmentos de la celebración de máscaras, de él junto la castaña que le hizo una agradable compañía durante la noche.
Mi sistema respiratorio se vio gravemente debilitado. No obstante, existía la increíble
posibilidad de haber más. Pronto, que Joshua hiciese acto de presencia en aquella mesa se volvió relativamente irrelevante, una minúscula e insípida pequeñez.
A derecha del Glaciar, se encontraba el morboso integral que protagonizaba demasiadas
miserias en mi vida actual, el chico que hizo que todo pasase a un plano inservible al visualizar sus rizos pelirrojos.
Percibí mi corazón cesar de todo. La gravedad propinó un duro golpe en mi costado al reconocerlo.
A diferencia de sus otros acompañantes, me admiraba con una sonrisa descomunal, como si en ninguna ocasión hubiese atentado contra mi dignidad, como si sus manos no hubiesen explorado mi piel en mi contra. ¿Cómo podía ser posible que estuviese allí?
El efecto fue tal que estaba al borde de hiperventilar. Iconscientemente, dirigí la mirada hacia Jade. ¿Acaso ella olvidaba lo que aquel sujeto me había hecho, en su presencia? Era sumamente imposible que me hubiese llevado totalmente consciente de ello... o quizás no.
—Gracias por venir, chicos. Me alegra verles aquí. Es un sitio de muerte, ¿no? —la melodiosa voz de Jade me mareaba—. Aly, ellos nos acompañarán en esta visita. Éste es mi novio Shane —coloca sus minúsculos dedos sobre mi columna y me acercaba al de reflejos rubios. En un gesto mecánico, extendí un brazo trémulo hacia él. Su expresión atolondrada fue patente al momento, encogiéndose al echar un vistazo fugaz al pelirrojo. Por supuesto que él también estaba al tanto del papel que había mediado entre ambos aquella noche—. Él es Joshua, amigo de Shane —éste siquiera me niraba. Estaba abismalmente disgustado con mi presencia, aspecto que me lastimaba—. Y por último, él es
Reese: mi compañero de curso. Es un magnate en las artesanías, ¿no?
Antes de poder retirarla siquiera, los huesudos dedos de Reese atraparon mi mano afianzándose de la piel que me
recubría mi palma. Anhelé apartar mi vista de él, pero sus pupilas oscuras me tenían enganchada, desnudándome con la mirada.
—Un magnate en lo que te plazca, preciosa —jadea para dejar un beso mojado en mis dedos que hizo que se me fueran los tiempos.
Preciosa.
Su voz energúmena hizo que desease salir pitando. Comencé a advertir la falta de oxígeno, aun cuando había de sobra.
El suelo pareció retumbar bajo mi calzado. Reese no apartaba los ojos de mi cuerpo y no había nada que me afectase de peor manera. Comencé a preguntarme si alguno de los que estaba cerca notaba el estado que poseo. Jade estrechaba su brazo sobre mi espalda entretanto tomaba asiento, no demasiado ajeno a mí.
—En fin: muero de hambre. ¿Ya han ordenado algo? Me gustaría un poco pescado, o carne, esa de término perfecto que dicen en los programas gastronómicos de televisión. Aunque, claro: imagino que todas las carnes de aquí tendrán ese punto, lucen increíbles. ¿Qué tal si dejamos que Aly elija? Muy bien, Aly, tú dinos: ¿por cuál…?
—Jade, Dios, cállate de una vez —el tono severo de Shane parecía tomar a todos por sorpresa. Su perfil y los cubiertos vibraban sobre la mesa, al menos, tenía esa impresión.
El chico de ojos esmeralda dirigió una mirada consternada en mi dirección. Estaba incapacitada para hilar un comentario. En lo único que podía centralizar mi mente era en los imperiosos deseos de salir cuanto antes del comensal.
Y aquello fue justamente lo que hice: me hallé dando largas zancadas hacia la salida del restaurante. El aroma nauseabundo a carne me seguía hasta dirigirme hacia la salida del restaurante, donde el aire se tornaba un poco más respirable. En esas condiciones, era impresionante el equilibrio que mantuve entretanto transitaba la amplitud de la vía, sin un destino en concreto. Mi cabeza no cesaba de dar vueltas, aun cuando no lograba comprender cómo había sido capaz aquella castaña de dirigirme nuevamente a aquel pelirrojo. Joshua y Shane estaban allí, lo que daba a comprender que, de cierto modo, formaban parte de un mismo bando. ¿Y si Reese había logrado excusarse y, finalmente, su amistad había sido mayor para olvidar el suceso en la fiesta? ¿Apoyarían más su opinión que cualquier otra?
Una punzada de frustración me apuñaleaba el pecho. Fatal era una denominación rotundamente corta para
aquella reunión. Aún podía escuchar su asquerosa voz realizando eco en mis oídos. Resultaba demasiado perturbador para siquiera meditar en superarlo en algún momento.
Aunque cualquier acto semejante no podría superar el de años anteriores, aquel acontecimiento que había grabado las garras y voz lóbrega en mis memorias permanentemente.
Cuando supe que el único sitio en el cual refugiarme sería el campus, sentí unos gruesos dedos afianzarse a la dermis de mi antebrazo. Fue tal la impresión —sumada a la fuerza — que me detuve precipitadamente. Mi organismo ya reconocía aquel roce inhóspito, razón por la que mi aliento se resumía a la gran nada.
—¿Qué es lo que se supone que haces?
La voz que surgió tras mi oreja, muy cerca de mi cuello, sacudió los órganos dentro de mi caja torácica
Estaba atónita. A pesar de que no le visualizaba por estar a mis espaldas, podía percibir la oscuridad que emanaban sus ojos establecidos sobre mí. Lo borde en su voz y la severidad que brotaba de él eran características que pusieron en evidencia que no había modo de que él permitiese que huyera sin recibir respuestas.
Con la poca fuerza con la que contaba, me volví hacia atrás. Permanecí con los ojos entrecerrados como mecanismo para eludir su mirada. Sin embargo, bien sabía que eso no funcionaría en nada.
—Regresar al trecho que me llevará al Jester, ¿te resulta interesante? —pronuncié con falsa determinación. Batallaba para no caer contra la cuneta.
La expresión vacía en su rostro permanecía indemne. No sabía que sus ojos podrían llegar a manifestarse mucho más recónditos hacia mí, pero al parecer podía suceder.
—¿La razón?
La situación se iba hacia otras fronteras. Libera mi antebrazo haciendo que mi piel se aliviase un poco y se sintiera necesitada nuevamente a su proximidad. Luché contra las
desenfrenadas palpitaciones que me impulsaban a abalanzarme sobre él y probar aquellos labios que, muy a diferencia de su rostro, se atestaban de las emociones que no mostraba exteriormente.
Imité sus gesticulaciones colocando los brazos sobre mi regazo y cerrando los
ojos. A un hombre con su silencio y gran capacidad analizadora-deductiva no se le podía mentir con mucha facilidad.
—Me sentía de sobra en la mesa en que departían. ¿No debería agradarte que hubiese decidido
irme? ¿Continúa siendo interesante para ti?
—Llevas varias semanas sin dar cara en casa ya que, aparentemente, te encuentras resfriada. Hoy apareces en un restaurante y, repentinamente, te dispones a desaparecer tal testigo de crimen... ¿Qué ocurre?
Estaba totalmente segura que el centelleo en su iris era causado por preocupación, lo que dudaba mucho podría salir de aquel chico.
La situación era demasiado bizarra. En estos momentos, debería estar gozando de mi ausencia en el sitio de
barbacoa. Las razones por las cuales me había pisado los talones y el absurdo cuestionario que realizaba no tenía pies ni cabeza para mí.
—No te debo ninguna explicación sobre ello —me asombró lo borde que podía adoptar mi tono de voz—. ¿Alguna otra pregunta que quieras plantear?
—¿Crees que me agrada perseguirte por la vía? Tu madre y mi padre han dicho que si llegaba a saber de ti les informase cuanto antes. Están más que preocupados por tu estado de salud, y lo cierto es que yo igual.
Estuve a la espera de que culminase la parte que le correspondía del diálogo
cuando quedé boquiabierta. Inconscientemente, mi corazón dejó de enviar sangre hacia el
resto del cuerpo. Pensaba que había mal atendido sus palabras, se refería en doble sentido, una infame elección de palabras... Luchaba para descubrir la razón de lo que acababa de escuchar.
No me restó más tiempo para continuar enumerando las causas posibles. Uno de sus pies avanzó en dirección hacia mí. En su rostro era apreciable una distorsión extraña. El aire entre nuestros cuerpos había disminuido, tanto que su aliento frío recaía sobre mi nariz.
Mi vista no estaba en otro sitio. Joshua miraba hacia mí a través de aquellas pestañas pobladas que forjaban el deseo de acariciar cada una con la yema de un dedo. Su voz se reducía a
inquietante gravedad.
—Aly, ¿estás mintiendo sobre tu resfrío?
A causa de la proximidad, mi corazón se aceleraba. Mis células estaban a punto de estallido
por debajo de mi piel. No fue posible darle una respuesta coherente mientras y tanto
permaneciese atrapada en el aura congelante que emanaban sus labios.
Había perdido la cuenta de las veces que había cerrado los ojos. No veía correcto confiarle las verdaderas razones por las que me había apartado de mi hogar. Merecía tiempo, un largo período de tiempo para que pudiese regresar allí. En casa se hallaban personas con las que requería distancias. Y precisamente él se
encontraba dentro del listado.
Debía mantenerlo lejos, aprender a vivir sin él, aniquilar las falsas ilusiones que me había creado y comprender de una vez por todas que ambos no podríamos
juntarnos en cualquier sentido. Él así lo deseaba. Y eran detalles como la preocupación aparentemente que tiene por mi ausencia que dificultan que llegase a ese fin.
Con los ojos aun cerrados, y disimulando de muy mala manera el afecto que me generaba, repuse:
—No.
Sabía que eso no iba a conformarlo.
—Aly.
—Lo has dicho: no deseas saber de mí en ningún sentido.
Entreabrió sus ojos un resquicio para revelar el aspecto cansado que posee. Suelta un bufido. Nuevamente, cerraba los órganos responsables de su visión cuando éste volvía a enclaustrarme con su mirada.
—Pues bien —refunfuña de un modo incomprensible—, te doy toda la razón. Realmente,
no tengo nada que hacer aquí.
Luego, se dispuso a dar por terminada la conversación. Despliego las pestañas con mayor seguridad. Es cuando le vi apartando violentamente su cuerpo, que por poco alcanzaba a rozar el mío y, como acostumbraba a hacer, apretaba su mandíbula para avanzar en dirección opuesta.
—¿Por qué no puedes aceptar mis disculpas?
Se paraliza en seco. La mirada que a continuación me dirige era atestada de gran desconcierto. Mía palabras carecían de consciencia, por lo que me había llevado una sorpresa tanto para mi persona como para la de él.
Mis piernas oscilaban sin control alguno.
—Desde que habíamos cortado, no acabas de portarte de tan despectiva manera hacia mí. La
situación en la que nos introducíamos acarreaba desgracias de cualquier modo: pese a que ya no éramos hermanastros, teníamos carreras e imágenes sociales que cuidar. No quería obligarte a desertar del futuro por el que tanto habías trabajado. Yo… te quería. Y deseaba la felicidad equitativa de ambos. Así que no me parece correcto que continúes resentido y echándome el saco cuando, a decir verdad, ninguno tenía la culpa de nada.
Expulsé el aire de sopetón. No me hallaba en peor situación que aquella.
De pronto, aprecié el roce de sus dedos sobre la depresión de u a de mis caderas. Enmudecida, contemplé aquel acercamiento repentino durante unos momentos hasta alzar la vistas.
El rostro exento de emoción de Joshua me escrutaba a fondo, como si aún no creyese que aquellas palabras habían
salido de mis labios.
—¿Esa es la razón por las que me habías echado de lado?
Asentí. Los centímetros que separaban nuestros pechos aún eran demasiados. Ansiaba acabar con ellos, fundir mis labios en los suyos, apretujar su cuerpo al mío como frecuentaba a hacer hace poco más de un año. Desesperada por que sucediese, incliné mi rostro hacia el de él.
—Quiero que comprendas las razones por las que tomé esa decisión y me permitas reincidir
nuevamente en tu vida —farfullé—. De veras lo deseo.
En un imperceptible momento, su otra mano se había colado hacia la cadera que restaba.
Mi pulso no se habría descontrolado de mayor forma.
—Gracias… por darme las explicaciones que no pudiste antes —susurra en aquella ronquera hipnótica. Su mirada se desvía brevemente a mis labios y noto su nuez tensarse—. Ahora que he podido escucharte… creo que es momento de
replantearme tus disculpas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top