El desaprecio

Gina nos había enseñado las habitaciones que nos tocarían durante nuestra estadía en su
vivienda. Había suficientes para cada persona, por lo que pude reservar el estrés de compartir
techo o cama con Joshua o todos los miembros de mi familia juntos.

Familia… ellos eran todo menos mi familia, sacando a mi madre de por medio.

Mi habitación era atractiva y contaba con amplitud decente. Los suelos eran de madera de
roble original que a su vez funcionan como soporte a las cuatro paredes color marino. A juego con la coloración de fondo, se acertaba un ancho armario, tocador níveo, un suntuoso baño
privado más una cama matrimonial donde me desplomé sin darme la molestia en apagar las luces: con un aplauso era asunto arreglado.

Al día siguiente, no ansiaba levantarme del colchón. No porque lo encontrase cómodo, sino que afuera me esperaba un día latoso en una ciudad desconocida y con gente que no me apetecía conocer en absoluto. Sin sumar los dos días en que me hallaría en el mismo contratiempo. Pese a ello, una única cosa me ordenaba a desempeñar el deber de salida: la cena de Navidad, la que se llevaría a cabo esa noche y en la cual debía intervenir con esa familia repudiada más la mía.

Debido a que no tenía ni idea de qué colocarme encima, no le di más rollo al asunto y dejé la
ropa tal cual con la que llegué. Me cepillé, calcé los zapatos y salí de la alcoba con un nudo en la
garganta. 

A mi redonda no había más que aislación, acompañada de un pasillo prolongado. Las puertas
de cada habitación estaban diseminadas en un par de muros de modo que ambas crean una
desarrollada vía. Mi puerta se localiza al fondo, por lo que me era obligatorio circular por el
extenso trecho para llegar a los escalones y llegar a la planta baja. 

«Espléndido.»

Sin mucho deseo de osarme, emprendí la caminata.  Los laterales eran de yeso pintado a tonos albar, y el pasaje es alumbrado por una lámpara de
candelabro colgante del cielo raso. Cada detalle de la morada gritaba ostento, y quería ignorarlo de cualquier manera. 

Fijé la vista en los marcos fotográficos que cuelgan de los muros. Se entiende que están
situados en orden cronológico.
Aprecio a Gina en edad más joven. Su rostro está lleno de vigor. En la fotografía, rodea su
abultado vientre en compañía de un apuesto hombre. Más adelante, surge el fin de aquel
embarazo: una tierna bebé de ojos resplandecientes. Salteo diversas fotografías que inmortalizan su infancia hasta que aparece la familia en reunión, recibiendo a un nuevo miembro. Es un bebé con los párpados revistiendo sus diminutos ojos. 

Continúo marchando hasta quedar frente a un gran enmarcado. Los niños han crecido notoriamente. Se halla el rostro de una chica en pre adolescencia y un refinado chiquillo en esmoquin. Escrutaba los rasgos del uno y el otro al tiempo que un portazo me sobresaltó.

Joshua salía como cañón de una de las puertas. Sus piernas se encontraban ceñidas en
pantalones de pijama. Todo el bíceps tintado quedaba a la vista bajo una manga de camiseta de
algodón. Recién despertado, y ya tenía expresión iracunda. Me soslayó e internó dentro de la
puerta del frente. Cerró de otro portazo.

Pestañeé, hundida en desconcierto.

Tengo unas ganas colosales de imitarle y pasar el resto del día en la alcoba —a lo que no
tengo ningún inconveniente—. Los deseos de Joshua por irse de aquí alcanzan el mismo nivel de
los míos. Pero no me atrae la idea de exponer a todos mis molestias cada vez que se me presente
la ocasión. Nuestros padres quieren un poco de apoyo, y no soy tan alcahueta para desafiar sus planes bien fundados y ser maleducada con personas tan importantes en sus vidas.

Tal parece que el método mantra me favorece, pues siento que bajo las escaleras con energías
renovadas.

La casa dice pomposidad por donde quiera que se mire: las barandas, el techado, los diversos
espejos y pinturas enmarcados a la pared. Los muebles de la sala están estratégicamente puestos
alrededor de una cálida chimenea que a su vez, luce una pequeña mesa de cristal al frente.
Disfrutaba del efecto espejo que hay en los pisos mientras una mucama desempolvaba una
lámpara a mi costado. Seguí mi camino hasta donde había más actividad.

Mi madre y su suegra departían en la mesa del comedor compartiendo una taza de, lo que
asumo, es café. Una asistenta limpiaba la estufa detrás de ellas, en una cocina de
electrodomésticos empotrados. Me quedé a un solo pie de entrar al comedor.

—En realidad, soy la mayor —cuenta mi madre—. El resto de mis hermanas se mudaron
siendo jóvenes y tuvieron su familia en otros estados.

—Eso es entendible, teniendo en cuenta que tus padres murieron temprano y querían dejarte la
casa.

—Sí, aunque no por mucho porque me vi obligada a venderla por… necesidades —da una sacudida a su cabeza. Sé exactamente que se refiere a  su embarazo precoz—. Dígame, ¿Ewan quería quedarse con esta casa?

Gina se ve sorprendida.

—Pues sí… Pero al ver que a ella le gustaba la vida en Houston, no lo pensó dos veces… —gira hacia mí y me asustó un tanto—. ¡Aly, qué bueno verte! Una noche pesada por el viaje, ¿no?

El cambio en sus palabras me desconcierta un poco. Seguía teniendo curiosidad por el tema de conversación inicial, pero ahora que ambas me veían esperando una respuesta, no habría manera de retomarla.

Carraspeo.

—Un tanto.

La sonrisa de Gina compensa lo entrecortado en mis palabras. De esa manera, le pide a una
empleada que me sirva una taza de chocolate caliente y me invita a tomar asiento en su mesa. 
Pensé que me harían algunas preguntas sobre el viaje, mi estado de ánimo o hallarían el tema oportuno para meterme en su plática.

Acontece que la asistenta me concede la bebida y, al cabo de un rato, dichas damas vuelven a su conversación, sin mostrar ningún interés en incluirme.
Imaginé que me dirigirían nuevamente la palabra en el momento adecuado y que cada una tendría su tiempo de darse a conocer. No obstante, entre sorbo y sorbo, la taza que poseía se me vaciaba y ellas hacían de cuenta que yo no existía.

El dulce se transformaba en sabor agrio en los surcos de mis dientes, por lo que no pude
acabarme el chocolate por más calidad que tuviera. Me sentía a kilómetros de Gina y mi madre,
cuando realmente eran pocos los centímetros que hacían distancia entre nosotras.

No pude sentirme más que sobrante en esa mesa de alto valor, y que todo lo que se encontraba en el panorama mostraba algo de lo que nunca podría formar parte. No es que estuviese invalidada para unirme a su conversación. Lo que sentía iba más allá de las razones por las que había venido o mi función en el comedor.

Verdaderamente deseaba estar allí y demostrarle a mi madre que me importan sus intereses y
decisiones. Pero parecía que a nadie le entraban ganas de ayudarme. Y cada vez se me hacía más difícil la tarea de aceptar la vida que ha elegido, que de todos modos y formas influye en la mía.

O ver a Ewan y a todos los integrantes de su familia como ella desea que lo haga.

Hastiada, clavé los ojos en la bebida. Estaba esforzándome mucho, demonios. No trataba de
aceptar el noviazgo de mi madre, sus planes o su decisión de sacar a Richard de mi vida porque sí.
¿Para qué continuar con esa fachosa actitud esperanzada si nadie se percataba de ello? La amaba, y le guardaba respetos como madre y mujer.

Pero de veras no quería seguir poniéndome a mí misma en ridículo o seguir trabajando por algo que, al final, nunca rendiría frutos.

Alcé la coronilla y fruncí el ceño sin la preocupación de que alguna de las dos lo percibiese. Si
de veras mi madre me quería dentro de su vida, de ahora en adelante, tendría que acoplarse a mis reacciones o conducta. Y si no estaba dispuesta a hacerlo o por lo menos mostrar agradecimiento por mis esfuerzos, qué sentido tenía seguir en ese estado perdiendo el tiempo.

Con dolor, tragué el gordo nudo que se apretujaba en mi garganta. Posé la taza de chocolate a medias sobre mi parte de la mesa y eché la silla hacia atrás. En mí perpetuaba la esperanza de que alguna voltease a ver por el chirrido que ésta causó, pero la vista se me nublaba entretanto seguían conversando animadamente.

Aquí no quedaba ni voz ni sitio para mí, tal como había dicho Joshua en la celebración de Acción de Gracias. Esta familia estaba perfectamente igual sin mi presencia. 

Mi corazón se partía en pedazos y yo los reintegraba a golpes a su lugar.

Hecha la aclaración, di unos cuantos pasos hacia atrás. Esperé unos segundos, di media vuelta
y a paso muerto regresé a las escaleras que llevan a la alcoba. 

Los adornos navideños que recién instalaban las mucamas y la pulcritud que había en el
recinto, amplificaban mis náuseas y prontitud a la que marchaba. 

Me sentía como en la fiesta, en la que ese chico pelirrojo apareció y me toqueteó. Me faltaban el aire y la ilusión con las que en un principio aparecí en esa casa.

***

—Prepárense: una chica oriental-americana está por pisar Seúl muy pronto. —Se echó el
cabello coquetamente a un lado, situando la focalización en sus ojos estirados. Podía observar el
constante balanceo de sus caderas al caminar.

No imaginé una respuesta a su comentario. Difícilmente pude mover la cabeza en asentimiento
y forzar una sonrisa. 

Sun se albergaba en las instalaciones del Aeropuerto Internacional Austin – Bergstrom a la espera del próximo vuelo a su país natal. Mi compañera de piso se hallaba muy emocionada con el retorno luego de pasar tantos meses lejos de su familia. Me entusiasmaba muchísimo por su situación, y efectivamente ansiaba que el viaje resultase de lo mejor. 

A pesar de concebir ese gusto, muy en mi interior sabía que no podría disfrutar del hecho tanto
como ella. El asunto en el comedor seguía revoloteando en mi cabeza. 

Ella necesitaba de este viaje. Y de ninguna manera echaría a perder su momento dejando que
viese mi perturbación mañanera.

—Cuéntame: ¿cómo te ha ido en Tennessee? ¡Aún no me envías una foto de la nieve!

Me reprendo mentalmente. La tensión ha sido tan gruesa que se ha llevado mucha de mi fuerza y resistencia mental, como ha hecho con mi memoria. 

—Aly, ¿me has oído? —su voz es cubierta por el bullicio y la voz que anuncia los vuelos. Acerca
sus labios a los parlantes del móvil—. Estoy buscando un lugar más silencioso.

Ladeé la cabeza.

—Te he oído. No será buena idea pues el bullicio viene de todo el plantel.

—Tienes razón. Lo siento.

—A mí no me sientas nada. Te convendría centralizarte en tu familia y en el viaje que te
espera.

—¡Es que ya estoy muy centrada en ello! —brinca sobre sí y me observa. Oh, no. Sé lo que
viene a continuación—. Aly, te sucede algo.

—Para nada. ¿Qué te hace pensarlo?

—Que tienes ojeras.

Froto mi cara como si con ello pudiera desaparecerlas.

—Sun, no tiene gracia.

—En serio: tienes cara cansada —eleva una ceja en sospecha—. ¿No me estarás escondiendo
algo, verdad?

—¿El qué? Si mi aspecto es tan evidente, se debe al trajín de ayer.

Asiente con lentitud. Su rostro se ilumina repentinamente.

—¡Es mi vuelo! Sale en unos minutos —la cámara rebota y corre enfocándola en su perfil—.
Te llamo cuando aterrice. ¡Muero de los nervios…!

Su mueca horrorizada me saca una sonrisa leve.

—No te inquietes: te enviaré la fotografía cuando me mandes el texto.

—Te veo el año siguiente —se detiene a inspeccionar fugazmente mi semblante—. Cuéntame lo que quieras. No estoy en otro planeta.

—Corta.

—¡Lo siento, lo siento!

La cámara apunta brevemente hacia el techo y la videollamada finaliza. Rio sin remedio.

Tras el fin de mis risas, la habitación parece haber quedado en silencio absoluto. Mi cerebro se acostumbra a no recibir la voz de Sun Hee. Secuelas de escalofríos son avistados en mi cuerpo, y
me parece indebido apagar el celular siendo envuelta de un ardor nunca antes experimentado. Puede ser producto de que el tema de mi desconcierto psicológico ha sido por primera vez tocado
indirectamente, de forma verbal.
Sin embargo, no existe forma de que le haga saber a Sun los hechos más recientes de mi vida.

A muy pocas personas las consideré confidentes. Mi revuelo familiar y el evento en la fiesta son demasiado peso para acarrear. Pero mi cuerpo no halla a Sun ni a nadie como indicados para saberlo.

Me siento un tanto extraviada sobre lo que debo realizar ahora. 

Y hasta que mi cuerpo no me demostrase en quién fiarme, me mantendría cerrada como una
ostra.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top