El desagrado

Joshua

Horas antes…

—¿Seguro de la veracidad de lo que dice, Bush?

—Absolutamente, señor Hall. He realizado la investigación en suma discreción, tal como lo ha
pedido. La fuente de la evidencia ha sido previamente comprobada: no hay margen de error en el hallazgo.

Di un vistazo de escrutinio al dosier que manejaba frente a mí, una vez más. Aquello aún me
resultaba insólito, pese a que el investigador que tenía al teléfono era de confianza y, como había
dicho, no había errores: El documento hablaba por sí mismo. 

Pasé una mano sobre mi rostro contrariado, soltando un bufido. A pesar de que no necesitaba más pruebas de ello, no podía acabar de creer lo que descubría. Mis sospechas no habían sido del todo infundadas después de todo: había algo sucio tras los movimientos extraños en la empresa de mi padre. Llevaba tiempo con la mosca detrás de la oreja, siendo tentado la mayoría de las veces a comprobarlo, a ver si lo que intuía no se trataba de simples insensateces de
un becario insolente.

Sin embargo, la respuesta estaba allí, en aquellos papeles, disipando cualquier duda que pude tener.

—Señor, ¿se encuentra bien?

Cerré los ojos, deseando que nada de lo que leí fuese real. Debía mantener el tacto en la
situación, o por lo menos, aparentarlo.

—Tu trabajo ha sido suficiente, Bush. Puedes darlo por terminado.

Colgué sin darme tiempo de escuchar su respuesta. Me comportaba como un imbécil
imperturbable al no agradecer su labor, pero prometí hacerlo, por supuesto. En cuanto
aumentaran los sueldos de los empleados.

Sujeté nuevamente el dosier que había soltado sobre el escritorio y aparté la silla para ponerme de pie. La pieza no era el mejor sitio para llevar a cabo el trabajo que me correspondía en casa. No era nada comparado con mi oficina en la sede. En realidad, era un dolor en el culo hacer todo fuera de él, e insultaba constantemente al malnacido que se creía arquitecto y diseñó esta casa sin más oficinas… ni habitaciones.

Aunque, en realidad, no era tan malo dormir en el mismo lugar que Alyssa... En absoluto.

Revisé mi aspecto frente al espejo del tocador. Habían quedado rastros de las ojeras como
consecuencia de esa investigación y del trabajo. Mi padre destinaba más deberes y acciones administrativas para mí, pese a mi puesto en el sector. Ni siquiera me creía dispuesto de
desempeñar tantas tareas en un mismo día: con el papeleo semanal era suficiente. Pero no, el director ejecutivo y, en este caso, mi jefe, me creía capaz de procesar el mundo bajo mi mando.

«Maldito cobarde. Lo tenso que te vas a ver dentro de unos minutos es lo único que me
contiene de caerte a hostias, con sinceridad.»

Siempre había creído que mi padre estaba de mi bando. Que, de cierto modo, conformábamos
un equipo sólido y sensato, con la capacidad de sobrellevar cualquier inconveniente. Al fin y al cabo, él se había encargado de sacarme del hoyo que yo mismo
había cavado en Houston. Me perdonó la vida de mi madre, y fue posiblemente allí cuando creí
cualquier falsedad que salía de su boca al prometer que enderezaríamos mi futuro. Nuestro futuro.

—Cobarde, maldito cobarde… —espeté por lo bajo cuando me dirigía a su oficina.

El pasillo de la casa también era una mierda, o quizás lo era todo lo que se me cruzaba delante de mí en ese momento. Había que avanzar decenas de metros para llegar a un sitio determinado. Era
similar en ese aspecto a mi antigua vivienda, con la excepción de que lo extenso de los pisos se compensaba en la cantidad de ellos. Cuatro, para ser exactos.

En el camino, recordé todo lo que mi padre tuvo que pasar para corregir mis metidas de pata,
las cuales eran muchas en cantidad y diversidad. Lidiar con el estrés de una mudanza, con
eliminar cualquier mancha en mi expediente al ingresar en Baylor, además el asesinato de su
cónyuge, era algo que ni yo mismo deseaba experimentar en un futuro lejano.

Los inicios de mi padre en la empresa no fueron los mejores pero con el tiempo consiguió atribuir credibilidad a sus crecientes expectativas, y pronto hacerse un hueco entre grandes, generando satisfacción en los clientes y asemejándose al tamaño de Honda —nuestro mejor afiliado hasta el momento—, Mercedes Benz e incluso Volkswagen Motors.

Cruzamos fronteras, definimos logros, hicimos de Hall Motors, tal como dijo su fundador en
Año Nuevo, un proyecto hecho por trabajo duro y perseverancia. La automotriz que alcanzó mayor popularidad en pocos años.

Una automotriz que, gracias a su jefe, había quedado de lleno en la estancada: algo que jamás
le perdonaría.

Me planté justo frente a la puerta a la que me dirigía. Para continuar desfavoreciendo la
labor del arquitecto, aquella puerta había tenido un desbarajuste en el seguro que la instaba a quedarse ajustada si no se le cerraba con fuerza. Era la única pieza sin paredes insonorizadas por vete tú a saber y para finalizar, la mirilla….

«Ya. Apenas recibas el primer sueldo, demueles y reedificas esta casa por ti mismo.»

—No quiero oír protestas de ninguna clase en mi orden, ¿quedó lo suficientemente claro?

La voz empedernida de mi progenitor se escuchaba desde mi posición. Generalmente, era normal encontrarlo en medio de alguna llamada cuando se acude a él, y la cual se ve obligado a finalizar cuando se trata de mi presencia. Acostumbraba a discutir decisiones, pedir datos, contactar proveedores… Era por ello que me llamaba especialmente la atención que se expresase con tanta molestia por el móvil, siendo éste
calificado por sus empleados como un jefe sereno.

Me contuve de llamar a la puerta.

—La compañía no es un juego sencillo para mí. Mucho se espera de mí, todos los días. ¿Tienes idea de las expectativas que traigo en los hombros, de la migraña que he sufrido…? —Se
hizo un breve silencio en que escuchó a su interlocutor. Dio un fuerte golpe al escritorio—. ¡¿Qué
no entiendes?! ¡Es una escueta orden! ¡No trabajamos las veinticuatro horas para no distribuir ese cargamento!: ¡De él depende tu jodido sueldo! —Hice las manos puños al escucharle. No puede ocultar muchas de sus emociones por tanto tiempo—. Escucha: vas a convencer a los distribuidores de entregar los modelos tal y como pidieron. No quiero que ni un registro o trámite lo impida: debe llegar a ese concesionario, ¿entendido? Nadie, además de ellos, se enterará de los fines de sus clientes ni de que recibimos dinero por ello. Agradecería tu
obediencia.

Hecho aquello, finalizó la llamada y se dispuso a acomodar unos papeles.

La sangre hervía al ser enviada por mis venas. No podía soportar que estuviese en lo cierto: era lo más bajo que mi padre había caído. Si dependiese de mí, nunca hubiese esperado algo
como aquello saliendo de él, de su dirección.

Es precisamente por ello que no me reprimí por más tiempo y entré a la oficina hecho una
furia.  Mi padre me miró perplejo. No pude evitar mirarle de forma descendiente y
decepcionante: aquel era el mismo hombre que había prometido integridad para nosotros. El que se negaba al dinero fácil.

—¿Qué sucede, hijo? —Dijo fingiendo condescendencia—. ¿Has acabado con el papeleo que
te he encargado el miércoles…?

—Hijo de puta.

Tanto sus ojos como los míos se asombraron de mis palabras. Agradecí las influencias de Jade para expresar mi ira.

Su alargada columna se enderezó con rigidez. Su expresión pasó a denotar que no le agradaba
mi actitud. Antes de siquiera permitirle hablar, lancé el dosier hacia su escritorio en una puntería perfecta. Le echó una mirada al documento enteramente anonadado.

En esos momentos, odiaba todo lo que tuviera referencia a él o sus acciones en la empresa.

—¿De qué se trata esto, Niall? —inquirió notoriamente molesto—. ¿Tus amiguitos de la universidad te han tocado en algún lado?

Ansiaba expresar mi respuesta en voz alta, pero debía comenzar a graduar mis malas palabras
lo que restaba de conversación.

—No puedo creer que alguien tan fecundo como tú pudo tocar tan bajo —Me crucé de brazos
tomando la postura de él—. ¿Creías que tu secreto estaría bien oculto durante mucho tiempo?

El rostro de mi padre era disgusto puro al echarme un vistazo para asir el documento. Su contenido era suficiente para que comprendiese lo que me sucedía, por lo que venía siendo momento de que temblase en mi presencia.

—¿De dónde has sacado esto?

—De donde tu absurdo intelecto creía mantener bien resguardado —Me paseé frente a su respetado centro de trabajo—. Me sorprende que estando rodeado de administradores y contadores públicos ninguno haya sospechado lo que has estado haciendo durante este
tiempo.

Sus ojos atestados de oscuridad sufrieron un cambio repentino al descubrir lo que se hallaban
en aquellas hojas que Bush me había facilitado. Se había lucido con eso, ciertamente.

Ewan alzó la mirada hacia mí con otro contraste. Nadie mejor que yo predecía o conocía lo
bien que los Hall podíamos disimular nuestras emociones, ello nos daba una valiosa ventaja que la gente común no podía dominar para diversas situaciones… O mejor dicho, acciones.

—¿Qué tenías previsto, padre?: ¿echar a andar el ambicioso proyecto a espaldas de todos?
Había funcionado, no cabe duda, hasta que comencé a ver depósitos en ventas muy sobrevaluadas de las cifras predeterminadas —Avanzo hacia su lugar, plantándome delante de
su figura empresarial—. Sé sobre gestión, Ewan. Hall Motors estaba recibiendo ingresos
demasiado grandes para el promedio que las contadurías fijaban, y los cuales provenían de
agencias realmente inusuales, ¿me equivoco?

—En efecto —Cerró el dosier con suficiencia—. Lo que has sacado son conclusiones sin base.
La empresa recibe un porcentaje mayor o menor del promedio: siempre sucede. ¿No has
comprobado si tal vez, el que saca mal las cuentas eres tú…?

—Tengo un alto promedio académico y un título asegurado en una universidad de excelencia. No soy una persona que deberías cuestionar en cuanto a números en estos momentos.

Nos hallábamos muy cerca del otro en cuanto se atrevió a cuestionarme. La extorsión y
manipulación mental era algo que se le daba bien en el arte en que se estaba introduciendo.
Y por eso me encontraba ahí, resuelto a sacarle las razones necesarias.

—Deja tu terquedad en sacar conclusiones si valoras lo que hago por ti, hijo.

Su voz se tornaba amenazante, lo cual me provocaba gracia.

—¡Le hablas al mismo hombre que acaba de encontrar razones para levantar una demanda contra ti!

—¡Hablas al mismo que ha salvado tu pellejo de ser enviado a la cárcel por asesinar a su
propia madre!

—Eres un imbécil integral si crees que acusándome de lo que le ocurrió a mi madre voy a
dejarte el camino libre. ¡Una persona como tú no debería dirigir una empresa de élite!

Golpeó el escritorio con el dosier.

—¡No es una acusación: es lo que sucedió!: ¡Tu madre ha muerto porque su hijo ocioso y
convicto se había ido a asaltar casas un rato!

Joder que había intentado tragar sus palabras sin que generasen cualquier sentimiento en mí. No me iba a dejar rebajar por sus intenciones.

—¡Admite que has sido atrapado, Hall!: ¡el imperio, la sensación! ¡Han descubierto que la
automotriz que diriges se dedica a la distribución de estupefacientes ocultos en los autos que vendes!

Escucharme le hizo perder los papeles. Delante de mí se mostraba aquel Ewan que, por miedo a quebrar por falta de ingresos, se había introducido al sucio mundo que tanto conocí bien.

—Y no es todo: Las cifras confirmaban que tu amado proyecto automotriz estaba
destinado a la quiebra. El único medio que te pareció conveniente acudir fue la extorsión. ¡Y todo declinó, pues las deudas que posees con las agencias que te surtían de la droga aumentaban en intereses!, ¡y fue por ello que pensabas prepararme para dejarme al mando de tu desastre para huir y excluirte de toda culpa, posteriormente!

Se notaba que perdía el control sobre sí mismo. Ewan se vislumbraba agitado, enjaulado. Por supuesto: si su pésima manera de abordar los conflictos le había llevado a estropear la imagen de su empresa.

La incursión en los movimientos ilegales le habían asegurado la catástrofe, y como buen
dirigente planificó entregarme la empresa en mi nombre en cuanto obtuviese el título en gerencia, tal y como decían aquellos correos y grabaciones de cámaras de seguridad. Bush había descubierto en los historiales de las computadoras de contaduría el contacto que establecía mi padre con los narcotraficantes, bien disfrazados de proveedores extranjeros, los cuales sugirieron
el diseño de algunos modelos para ocultar mejor los compuestos.

En resumidas cuentas, mi padre actuaba de puente en la adquisición y distribución de
sustancias ilícitas en diversas partes en el territorio nacional. Mientras más clientes, más
regalías. Y mientras mayores regalías, mayores ingresos.

Negué con la cabeza hacia mi padre. ¿Aquel era el futuro que nos había prometido? ¿En aquello es que había colocado tanto esfuerzo, tanta dedicación en mis prácticas e índice académico?

Alyssa había puesto distancias entre nosotros para permitir que cumpliese mis metas, para que
trabajase en lo que más me agradaba: dirigir una gran empresa. Aquello era
posiblemente lo que más me jodía del asunto, pues se trataba de un futuro infructuoso.

—¡Resuelve todo el desastre que has hecho de tu vida y asume las consecuencias como un puto hombre sensato, Ewan! ¡Hazlo antes de que lo haga por mí mismo y decida mostrar toda esa
evidencia a la justicia!, ¡puesto que yo sí deseo actuar correctamente! ¡No huiría como un cobarde, pues, al fin y al cabo, lo que fui Houston lo aprendí de…!

Mi alegato no pudo continuar, pues la puerta había cerrado de un sonoro portazo. Ni mi padre ni yo añadimos palabra a la discusión luego. Asumí por cuenta propia que el causante de eso había sido el viento, aunque poca lógica pude agregarle a eso visto que el pasillo no tenía ni una ventana.

Como mandato de Dios, mi padre, muy alterado por lo que acababa de pasar, destinó una
mirada asesina a la puerta, soltó un murmullo inentendible y corrió fuera. Era oficial que estaba en un estado capaz de dejarse llevar y actuar de forma desbandada.

Puesto que no había nadie más que nosotros dos en el piso, Amanda era la única persona que
podría haber cerrado la puerta. Supe enseguida que mi padre arremetería contra ella por la
información que corrió por aquí, y si había sido ella la que de algún modo escuchó la discusión se convertía en un testigo clave para mi descubrimiento.

Pero a juzgar por mi padre, intentaría hacer todo por detenerla y quitarme esa ventaja.
Yo no lo permitiría.

Lamenté el haberme tardado tanto en deducir la situación y fui tras él. El pasillo del demonio
continuaba siendo largo a pesar de que corría y lo cruzaba como poseso. No dejaría que mi padre
convenciera a su mujer de no involucrarse en mi investigación. Oh, claro que no.

Maldije al no seguir los talones de mi padre tan cerca como quería. En el umbral de la
escalerilla no lo veía, y por el jaleo que se oía bajo mis pies descubrí que había llegado tarde para detenerlo. Aun así, no desistiría.

Sin embargo, abajo había un embrollo mucho mayor del que creí. Mi padre aprisionaba a Amanda contra un muro de la sala. Su rostro estaba rojo, y era a causa de las manos de él que le enganchaban el cuello. La escena me había dejado patidifuso, aunque no por mucho.

Mi pecho se hinchó y había empezado a ver todo rojo en cuanto me introduje en el lío y aparté bruscamente a mi padre de ella. Amanda había caído al suelo al instante, aunque el dolor que le había provocado sin querer no se asemejaría al de su marido siendo atacado por mí.

Mi padre yacía en el suelo, aturdido por mi movimiento. Sus ojos, inyectados en sangre, no
tardaron en localizarme. Un sabor amargo y aborrecible se había adueñado de mi paladar, y me impulsó a propinarle hostias sin parar. Mis puños descargaban en su cutre rostro el odio que me generaba aquel hombre, su imagen y
todos los bienes que poseía, y que había transformado en un trabajo derrochado y detestable. Eso remplazaba con creces el respeto que había sentido por él.

Sorprendentemente, unos gritos agudos hicieron frenar mi movilidad. Mi padre, Amanda y
yo dirigimos la vista hacia Aly, totalmente alterada por lo que estaba presenciando. Joder, ella no debería estar allí.

Eché la culpa al hombre bajo de mí por haber provocado aquel desastre y quise seguir mi
mandato, pero el rostro acongojado de aquella rubia me detenía del todo.

Verla salir de allí había sido un perfecto golpe en la espinilla, solo que esa vez no lo sentí allí.
La tos de Amanda era lo único que hizo ruido en el espacio, y si no fuera por mi respiración
agitada, el silencio habría sido insoportable.

Haciendo provecho del momento, mi padre luchó para ponerse de pie y salir por el mismo sitio que mi… que Aly. Mis golpes no habían sido tan invasivos para detenerle, y agradecí no mirar más de su sucia cara durante un tiempo.

No obstante, lamentaba no haber hecho nada por cambiar la de ella, la chica que amenazaba
con iluminar mi aura, cruzar mis límites y hacerme cuestionarme a mí mismo del todo.

La chica que, sin quererlo, era la que verdaderamente me había jodido del todo.

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