El bloqueo

—Bonito desastre el que me han dejado en el piso.

—¿No habías dicho que era asunto olvidado?

—Bueno, verás, las paredes que parecen sacadas de un campo de pintball no me ayudan con el
borrón y cuenta nueva, precisamente.

No puedo evitar reír plácidamente ante la imagen de Nessa sola y lanzando improperios al intentar retocar la sala de estar para disimular su aspecto, si bien, dudo que lo hubiese logrado. Aquella catástrofe fue mayúscula.

—Debo puntualizar que poco después te uniste a nosotros, ¿no? Por lo que un porcentaje de la culpa no es nuestra.

—¿Por qué llamabas, quisiera saber?

Sonreí al notar su creciente exasperación y ansias de finiquitar el tema. Es muy transparente en cuanto a eso.

—No he sido yo la que lo ha hecho: vi la notificación y te devolví la llamada.

—Demonios. Periodista tenías que ser.

De veras, no bromeaba al decir que me causaba dolor mantener la sonrisa por tanto tiempo
continuo. Un siseo firme, que se asemejó al de un globo al desinflarse, inundó la línea un breve momento.

—He contactado con Adler.

Confirmado: el momento de vigor y entretenimiento había finalizado. Mis comisuras aún
adoloridas se tomaron su tiempo en reducirse.

—Vaya. Pues, me has enmudecido —agregué intentando alivianar la carga de tensión que
había tomado la conversación.

Su silencio fue la respuesta condicionada. Resultaba inesperadamente sorpresivo, y me dejaba sin otro sentimiento que tener. Se refería al mismo chico que había concertado con mi persona en Año Nuevo, y la cual, hasta aquel instante, mi mejor amiga había dejado entre renglones en una forma de olvidar lo que fueron. Sinceramente, no se me ocurría una razón para que lo contactase.

—Hace poco le envié un correo. Le pedí que quedara conmigo pronto y en cuanto pudiera —
Suspiró pues sabía que me omitía información—. Creo que es hora de perdonarlo, Aly. No como piensas, sé dónde estoy parada y lo que me ha hecha. Le di muchas vueltas, y no podré continuar mi vida como quiero si no aclaramos nuestras posturas y aceptamos avanzar individualmente... Creo que
ambos lo necesitamos.

Asentí, dándole toda la razón. Abandonar un sitio del que estabas acostumbrado a
hallarte siempre será un proceso sumamente difícil. Para Nessa, en particular, le costaba mirar luz
al final de sus esfuerzos. Y aunque poseía muchos progresos de los que enorgullecerse, estaba
aquel cabo suelto que, quizás, significaría un paso trascendental para ella. Una acción que podría definir el nuevo rumbo que había en su vida.

Es por ello que la apoyé incondicionalmente, a pesar de las inseguridades, a pesar de las
expectativas. Debía encontrarse en ella misma, y si concertar con su exnovio funcionaba con eso,
le daba visto bueno.

—Estoy de acuerdo con ello.

Podía visualizar su silueta desde su piso, asintiendo con vehemencia y revolviendo sus
mechones oscuros.

—Ahora resta cortarte el cabello frente al lavabo.

—Con que vuelvas a decir otra gilipollez como esa lo haré contigo. Marilyn Monroe va a estar feliz de ver su nueva reencarnación.

Proferí una nueva risotada al aire. Contar con Richard y Nessa en mi vida era tan plácido
como aquello.

Un nuevo silencio de su parte me avisó que pensaba profusamente en algo.

—Me alegra verte con Joshua —Mi cuerpo se tensó ante la mención y se apresuró a
expresarse—. Digo, te he visto varias veces antes de reconciliarte con él, y cuando los vi juntos te noté un poco mejor. Vale, mucho mejor. No quiero decir que tu felicidad ahora dependa de él o algo así, pero me relaja saber que te está ayudando a recuperar algo de tu luz propia… Es lindo.

Estaba absorta en ella y lo que oía a través del móvil. Las cuencas de mis ojos pasaban a
llenarse de un líquido más abundante que el habitual. En realidad, no me había dado cuenta de ello hasta que la acuosidad empezó a nublar mi vista. Tuve que parpadear deliberadamente.

—Mierda, ¿he dicho algo malo?

Solté una clase de risa fusionada con un sollozo accidental. Luego de sus palabras, que habían
sido una gran carga sentimental para mí, no dudaba en que hubiese dicho algo importuno. Era precisamente la opinión de ella, una persona tan esencial, la que tomaba gran importancia en mi situación con Joshua puesto que, inicialmente, había sido ella la promulgadora y principal
espectadora de mi historia con él.

Que conste que siempre me ha apoyado, sin exceptuar cuando decidí erigir muros contra lo
que fuera que sentía por el Glaciar, o el mismísimo momento en que asumía la culpa de su actitud reticente.

Recibir su aprobación era, no por menos, la mejor notificación que alguna amistad podría haberme dado.

—En absoluto —fue lo que mis labios pudieron pronunciar como respuesta.

***

Me encontraba entrando a la estancia sin hallar nada ni nadie en el entorno. Emití algún
ruidillo por los labios debido al cansancio que me habían dejado las clases y el trasladado en bus del campus hasta allí. Abandoné la bolsa en el perchero y proseguí con la tarea de inspección de la
zona.

Los suelos resonaban con el estruendo de mis pasos. Mis botas de cuero habían sido las
encargadas de acondicionar mis pies de comodidad, y aun así, apreciaba leves punzadas en la
planta. No estaba ni cerca de rozar la mitad de semestre y a inicios de marzo solo había reflejado mucho impacto en mí y en cualquier aspecto semejante.

No me detuve hasta descubrir que mi calzado no era el único que producía ruido en la casa,
aparentemente sola.

Me veía atravesar el vestíbulo a toda pastilla tras comprender muy bien los gritos que, por un
momento, marearon mis tímpanos. Las voces masculinas tenían procedencia en la segunda planta de la casa, específicamente, en lo que parecía el fondo del pasillo principal.

El suceso en cuestión no me permitía entender con claridad. Y mi capacidad deductiva se vio
afectada al avistar a mi madre sentada sobre uno de los muebles de la sala, patentemente perturbada. Al notar mi presencia con tanta prontitud, sopesé la posibilidad de que habría estado esperando por mí, lo que me sorprendía pues se suponía que ella no debía estar allí.

—He intentado todo lo que estaba a mi alcance, Aly —El alivio y consternación que noté en sus ojos celestes me estaba inquietando. Se apresuró a ponerse de pie y sostener mi rostro en sus palmas—. Ese par no ha dejado de darse calabazas desde que llegamos del acto benéfico. Ni idea del porqué.

Su cuerpo curvilíneo no cesaba de temblar bajo el mío, era una clara señal de que algo no andaba en sus cauces. Sus dedos, realmente fríos, generaban una respuesta clara de mi cuerpo. Por lo que no tardó en apartarlos de mí escondiéndolos bajo su sweater de lana blanco.

No había deseado alejarla de
aquel modo, pero algo estaba ocurriendo sobre nuestras cabezas, y ante la mención de aquel par, fue cuestión de tiempo para que mi mente espabilase y me impulsara a las escaleras.

—¡Sé precavida, por favor! ¡Lo menos que desearía es verte involucrada de mal manera en lo
que sea que estén mediando!

Las palabras de mi madre pasaban entre renglones. Su expresión había revelado mucho, y podía asegurar que aquello no era ninguna mediación concienzuda entre Ewan y Joshua.

A medida que avancé, sus voces se tornaban menos difusas. Subí los peldaños entre pares hasta destinar al inicio del pasillo, sitio donde me sobresaltó notar lo fuerte que discutían los recién
mencionados. Aquello debía ser muy grave para llegar a esos extremos.

Continué la búsqueda con cautela. La causa de su riña seguía siendo desconocida para mí madre y para mí, por lo que debía abordar el asunto con tacto.

Agradecía inmensamente a María Hwa Sa por imponer mi vestimenta y haber adquirido
aquellas botas, tan vanguardistas como silenciosas. La desventaja la tenía al no poder comprender
lo que entre rabia y sudoración, se dedicaban los integrantes faltantes de aquella familia tan
disfuncional… que era mía.

Me acoplo hacia las puertas de las habitaciones, descartando ambas por no ser el lugar que
buscaba. Los alaridos se hacían más intensos conforme me adentraba al fondo, y mi corazón
descompensaba en ello. Temí por infiltrarme de la forma inadecuada y, por ende, acabar empeorando la situación.

Mi sentido visual había sacado ventaja en ello, ya que no pasó por alto la abertura inusual de
una puerta. Una que reflejaba constante movimiento.

Un cosquilleo infame me invadió al confirmar que era lo que buscaba. En suprema discreción, me coloqué frente a la encajadura de la puerta; la misma que, en esos momentos, correspondía a la oficina de Ewan. La vista hacia el interior mejoraba desde aquel ángulo, aunque en el momento que me había puesto de cuclillas, las voces de los dialogantes
habían concluido. Fruncí el ceño brevemente pues poco después descubrí que un movimiento involuntario de mi hombro había afectado mi equilibrio, y en producto de eso, el ruido metálico del marco anunció mi presencia.

Mi respiración había dado un freno homérico. No hubo más ruido proveniente de la pieza. Fue cuestión de tiempo para que el llamado sexto sentido me diese un pitazo, y saliese del sitio
desbandada.

El umbral pareció alargarse al tiempo que me dispuse cruzarlo, aterrada de que los pasos que me siguieron luego no me alcanzasen.

El agotamiento con el que había llegado desapareció. Ni los peldaños significaron un obstáculo para mí. Mis pulsaciones frenéticas hacían eco contra mis oídos, y el sigilo había sido reemplazado por terror puro.

Mi padrastro y Ewan asumían que yo les había oído. O eso es lo que creía.

Ya en la primera planta, tropecé con la figura de mi madre. El cabello se me adhería al cuello
debido al sudor. Sus ojos demandaban explicación, pero mi voz se había resumido a un resuello interrumpido incontinenti.

—¡Lauper! —Gruñó Ewan fuera de sí desde el piso superior—. ¡Te he dicho que por ninguna
circunstancia subieras a la oficina!

La entonación que utilizaba me provocó escalofríos. Ese sin dudas no era el Ewan racional que alegaba vivir junto a nosotras, el que ansiaba que le diese una oportunidad. Aquel hombre encolerizado era el Ewan que había conocido inicialmente, y del que no me fiaba ni un pelo.

—Aly, sal de aquí —declaró mi madre hecha un manojo de nervios. Sus manos se alejaron de
mí—. Ahora.

Estuve a un resquicio de protestar, pero no me dio tiempo. Mi garganta continuaba seca, y ella me había impulsado lo suficientemente lejos para recibir lo que se avecinaba.

Mis ojos se cristalizaron en shock. Bien podía decirse que Ewan estaba a poco de flamear todo a cinco kilómetros a la redonda. Su cuerpo sufría un cambio sin antecedentes que, sin perder un segundo, se abalanzó sobre el físico indefenso de ella. Chillé al contemplar sus manos
enganchadas en el cuello de su esposa.

—¡Te lo he prohibido, Amanda! ¡He sido claro y contundente! ¿Puedes obedecer una simple
orden? —Su rostro se tornaba rojo en ascuas—. ¡¿Puedes oírme, joder…?!

Anhelé con todo ímpetu soltar un alarido, un grito, pero mi cuerpo se destinaba al mero fracaso. Solo mis ojos parecían obedecer, admirando con terror y sin mediar, la escena que tenía
lugar frente a mí.

Los dedos de Ewan se hincaron contra la piel de mi madre, donde seguro dejarían moretones. Las lágrimas saltaban cual cascadas de sus ojos, sin poder hacer nada, sin dejar de ver cómo la vida escapaba como vapor del rostro de mi madre.

Sin demora, alguien más se había infiltrado en el acto. Alguien con semblante imponente y bíceps tintados que no reparó en hacer mediación y propinar golpes de hostilidad a su padre.

Mi madre advirtió el instante al propinar contra el muro de la sala, esforzándose en recuperar el aire perdido. El cuerpo de Ewan yacía sobre el suelo, en el cual Joshua se había montado para continuar deformando sus facciones faciales.

Entonces, mis labios profirieron un aullido agudo. La mirada de ambos recayó sobre mí,
especialmente la de unos orbes oscuros que, en aquel instante, no acertaba a reconocer.

El miedo volvía a adueñarse de mí y, así, salí despavorida de la vivienda.

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