El aturdimiento
Deposité sobre el escritorio un libro titulado Nociones Fotográficas. Hube murmurado lo repasado y volvía a revisarlo si hacía falta.
Eché una mirada fugaz al reloj que se encuentra colgado a un lado de la entrada. Los quince
minutos de estudio hubieron volado más de lo que habría deseado. Realmente, si tuviera esa disposición, podría haber congelado el tiempo, y que de esa hora no transcurra nada.
Es jueves. No me correspondía regresar a casa de mi madre hasta el sábado. No obstante, esta
vez me vi en la obligación de cancelar todos mis planes pautados para esta noche puesto que debía pasarla allá. Mejor dicho, era de vital importancia que fuera, si no quería dejar mi muerte en manos de mi madre.
No me apetecía. Desde aquel incidente en la fiesta no he querido dar cara con la luz solar —excepto los viernes pues no puedo faltar al trabajo—. A partir de esa noche, mi ánimo se ha visto por los suelos y no he querido contar nada a nadie al respecto. No ahora. Las cicatrices han vuelto a abrir, en conjunto con el dolor. Resulta demasiado punzante sobrellevar la situación por mí misma, más aun tener que ocultarla a un nivel difícil para mi alcance.
Nada de eso me ocurría desde hace tanto…
Mordí el extremo superior del portaminas y lo dejé descansar en el neceser. El tic tac del reloj
era preocupante. Ello me recuerda constantemente que se acerca la hora de ir a casa, tarea que me encargo de evadir hasta bien entrado el momento.
Cavilé en lo que implica regresar, o mejor dicho, en lo que me aguarda: Ewan y Joshua estarán
allí, montón extra que se agrega a mi dolor de cabeza. El trato que llevo con los dos es mucho
menos de lo demandado, ello aumenta mis ganas de no asistir.
Pero a pesar de los inconvenientes en los que me suele involucrar, o del peor error que ha cometido, mi madre está allí, y es mi familia. Razón por la cual no me voy de su casa o corto
cualquier relación con ella. No renunció a mí cuando mi padre nos abandonó o nos tocó enfrentar momentos difíciles. Me ama… a su manera. Y en cierto modo, admito que yo igual.
Ella es la única razón por la que haré acto de presencia en el lugar que, viva a donde viva, continúa siendo mi hogar. Si bien, hay personas en él que no considero como tal.
Tuve la sensación de estar sometida a una cantidad exorbitante de estudio. En mi cuerpo no quedaban fuerzas para realizar nada en particular. Sumida en pereza, extendí la mano al tablero de la impresora donde yacen figuras pequeñas de dioses Buda puestos en fila y mi teléfono. Ni siquiera tenía ganas de encenderlo pues ya sabía lo que iba a encontrar.
La mayoría de las notificaciones son mensajes y llamadas de Jade. He cortado toda comunicación con ella desde el martes. Me tomé muy a pecho sus palabras, y duele recordar que no las cumplió. No es que me lave las manos y le eche la culpa para sentirme mejor. Si ella hubiera cumplido, me habría echado una mano al ocurrir el ataque, mas no fue así. Ello me descorazona intensamente y rompió muchas expectativas que tuve con ella.
Y cuando pierdo la confianza, es imposible que la dé nuevamente.
Mi madre me enseñó a no
ser de segundas oportunidades. Ello me ayudó a reflexionar y madurar de manera más rápida.
El resto son recordatorios de mi madre para que ni se me ocurra faltar a su cena. Ignoro cada
aviso de ellas hasta encontrar un texto diferente, de Nessa. Estos días he ansiado su compañía
como no se haya idea. Necesito desahogármele del todo, hacerle saber mi estado de ánimo,
confiarle cada mínimo aspecto de mi vida actual. Asimismo, muero por saber de ella, sobre todo cómo demonios hizo su hermano para localizarla desde otro país.
Me pregunta cómo he estado y si consideraría ir a una reunión con ella. Mi estómago revienta de pequeños hilitos de emoción mientras me dedico a responder.
Necesito estar con Nessa.
Necesito su amistad de nuevo.
Y a Richard.
En el nombre de Santa María Hwa Sa, amén.
—¿Y a qué gala se debe ese vestido?
Acabé de rizarme las pestañas del todo y le eché un vistazo a Sun. Se había ondeado el cabello
con rizadora de medios a puntas, añadiéndole a su melena un semiacabado profesional. Parece
que lo dejó en manos de un peluquero estrella.
—Ya estás al corriente de ello. No disimules.
—¿Se nota mucho que quiero que se me vea como a ti?
—Todo se te ve mejor a ti.
Pone los ojos en blanco. Para una noche de entorno familiar, ella se quedará en el piso mientras todos pasan la festividad en casa. Le he ofrecido que me acompañe, así no me sentiría
tan sofocada y ella tan sola. Mi madre no iba a estar enterada, pero estaba cien por ciento segura de que no tendría inconveniente. No obstante, la respuesta fue negativa. Además, Sun ya me dijo que se entretendrá mirando una programación exclusiva de feng shui.
Guardé el rímel en el estuche. Me había preparado más de la cuenta puesto que, para Ewan, es
una fiesta sustancial y todos deben ir de punta en blanco —lo que me parece verdaderamente
irracional—. Quiere que todos los miembros de la familia estemos allí porque dará una gran
noticia que por sí, ya me huele mal.
Ponerme de pie con tacones me hacía sentir empoderada, y creo que será lo único bueno que
podré sentir hoy. Mis ganas de no asistir seguían presentes, y ya hasta me había creado unas
cuantas excusas ingeniosas para explicar mi ansiada falta.
Sin embargo, también tenía presente que iba por mi madre. Y era una coartada decente por si a
nadie le agradaba mi presencia tanto como a mí.
—Que no se te olvide llamarme si te aburres como una ostra aquí.
Sun hizo un mohín cansado.
—¡Ve ya!
Me aseguré de que mi vestido color marino se encuentre bien alisado y salí del piso.
El Jester se presentaba radicalmente vaciado. El olor a espárragos y calabaza salía como humo de las puertas entretanto bajaba a pie las plantas antecesoras a la salida y, posteriormente, al parking. Ese era otro dolor de cabeza: hoy me tocaba viajar a casa en nada más ni nada menos que el selecto auto de Joshua.
Avisté los pocos vehículos estacionados a mi redonda a la espera del Honda que venía por mí. Las estrellas y luna menguante son el alumbrado celestial. La UT Tower sobresalía de la lejanía en forma achicada.
Sentí mi sombra alargarse mucho más de lo que es. Las luces de mi medio de transporte me iluminan entre la soledad.
Al bajar la ventanilla quedé perpleja. Joshua trae una camiseta color champán de mangas largas. El primer botón está desabrochado, dejando ver más pecho que de costumbre. El aroma del Red Polo es mucho más intenso y apreciable, incluso desde aquí.
Y lo revivo.
Nuestros encuentros diarios.
Nuestras miles de pláticas.
La confianza que le tenía y sus labios besándome…
El equilibrio me fallaba conforme me dedicaba una de sus reconocidas miradas importunas. Incómoda, bajé la vista. ¿Era necesario saludarle, o abrir la puerta y ya?
—No te comas la cabeza y entra —escupió de tal manera que estropeó toda una buena imagen.
Claro: se me olvidaba el odio que me tiene.
No quise exasperarlo más y me apresuré lo más rápido posible a los asientos traseros. Sentí su
mirada confusa en mí cuando no tomé el asiento de copiloto, pero mientras más distancia hubiera
entre él y yo, mejor. Y cuanto menos habla tuviéramos, mucho más.
Seguí con la cabeza gacha hasta apreciar punzadas en la nuca. En el trascurso del desplazamiento, no habíamos vuelto a dirigirnos una mirada o letra, lo que era extraordinario. Si lo escuchaba dedicarme otra de sus frases desagradables, juraba que renunciaba.
Y pensar que nos queda una larga noche por compartir.
Ni siquiera me atreví a mirar las cúspides de los edificios en la ventanilla. Mi vista se resumió
a mis rodillas sudorosas y en la fachada interior del lujoso Honda en todo el trascurso.
Desde los asientos hasta el salpicadero, todo en cuanto al interior era de un reluciente color vrema. Sabía lo mucho que él deseaba poseer un auto de la marca de su padre: eran de los
mejores. Sin embargo, no le correspondía tener uno hasta obtener el título y recibir uno como presente por su desempeño.
Continuaba tanteando el posavasos y la mirada de Joshua por el retrovisor hasta aparcar frente a una lujosa casa de rejas negras. Poseía una impecable fachada: mi madre había conseguido una casa al nivel de sus altos gustos.
Joshua abrió la puerta y salió del Honda. Esperé unos instantes a que me abriera la puerta. Lo
cierto es que ni ese gesto se ofreció a realizar puesto que, al salir, se dirigió directamente a la
entrada, sin tomarse un segundo a mirar atrás. Así de lejos me quería.
El Jardín era amplio, con luces incandescentes y una variada gama de plantas. Con un suspiro
de agotamiento, tuve que arreglármelas para abrir la puerta y apresurarme a alcanzar su sitio, a unos veinte metros, atravesando suelo de gravilla con tacones.
—¡Josh, qué guapo andas! —oí entrecortadamente la voz de mi madre. Por consiguiente, entreví sus brazos rodear la espalda de mi hermanastro.
Jadeante, alcé una mano para no desmoronarme y hacer el ridículo frente a la fuente. Era absolutamente exhaustivo.
Suerte que esos dos permanecieron un tiempo considerable vompartiendo palabras incoherentes, ello me dio tiempo para llegar y, por fin, logré acabar mi larga caminata por el jardín.
Mis pies se tambalearon como un par de fideos al hincarse en los peldaños de asfalto. Agradecí por montones no haberme caído y me disponía a caminar detrás de mi hermanastro cuando su cuerpo desapareció y, repentinamente, me cerró la puerta en el rostro.
Quedé boquiabierta, sin poder creerlo. Maravilloso. Era un malcriado sin pretextos. Lo hizo a sabiendas de que yo le pisaba los talones y, aun así, decidió pasar de mi existencia.
Opte por no darle más rollo al asunto y comencé a golpear la madera y tocar el timbre para
que destrabasen la puerta y me dejasen entrar, si es que me llegaban a escuchar.
Por mí aguardaba una majestuosa velada.
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