I. Calumnias

Capítulo #1.- "Inseguridades"

Solo miro como su hija corrió fuera de la casa, con sus orbes verdes envueltos en decepción, fue tras ella, sin embargo sintió una mano en su hombro y una caricia en su pálida mejilla, limpiando las lágrimas que no había notado que salían de sus ojos.

— Iré yo — beso al ángel caído frente a el. — Descuida Fica, saldremos adelante.

El azabache sujeto las manos de su pareja, para juntar sus frentes. Un simple contacto, pero que podía darles la estabilidad que necesitaban en ese momento, un soporte mutuo, demostrando el lazo que alguna vez fue quebrado para renacer de las cenizas, mas fuerte que nunca.

Sin mas el de largas y sedosas hebras rubias observo como su pareja soltó sus manos para ir tras una de sus pequeños.

Sollozo una, dos y tres veces antes de que a sus oídos llegara una ligera melodía del piso de arriba. Una que lo distrajo del dolor que lo aquejaba; sin embargo también le provoco una gran tristeza.

Subió las escaleras para después seguir el dulce canto de sus gemelos, directo al cuarto que el compartía con su marido. Y logro distinguir los llantos de tres de sus pequeños, rompiendo su corazón; la pálida mano que sostenía la manija comenzó a temblar.

Sabia que comenzarían a cuestionarlo. Ya podía imaginarse las expresiones decepcionadas en el rostro de sus hijos, "¿también a nosotros nos mintieron?" era conciente de que tarde o temprano debían decirle la verdad a Helena, pero si le hubiesen dicho hacia unos años. . .

No quería pensar en lo que su pequeña rosa habría estado expuesta. Así que inhaló para después abrir la puerta del cuarto; sintió una opresión en su pecho al ver como uno de los gemelos protegía entre sus brazos a los mellizos, mientras que su igual acunaba al bebe y abrazaba a la pequeña castaña.

Ambos adolescentes se encontraban cantando, calmando así los llantos de sus pequeños hermanos. Sin embargo, está se detuvo cuando el hombre de nívea piel entró a la habitación; que al cruzar el humblar cerrando la puerta tras de sí, captó la atención de los seis niños.

— Papito. . .

Susurraron los mellizos, que se aferraban a uno de los pelirrojos, estuvieron a punto de estirar sus manos, sin embargo fue el hermoso hombre quien se acercó a la cama. Dando la espalda a su legado; se concentró en desabrochar la cinta de sus botines, para después gatear en la cama al espacio que le dejaron sus pequeños.

Se sentó, mirando a la puerta, esperando internamente a que su cónyuge regresará. Cerró sus orbes celestes, era como si el pasado los encadenara de alguna manera, pues a pesar de haber iniciado desde cero otra vez, aquella pelea le hizo recordar su partida.

Entonces, sintió un peso en ambos hombros y una sonrisa triste se dibujo en sus labios. Abrió sus ojos, mirando las hebras rojas de los gemelos, para después sentir las pequeñas manitas de los mellizos en su brazo derecho junto con el apretón de manos de la pequeña de siete años.

Pronto un niño más aclamó por la atención del mayor entre balbuceos, proclamándose ganador al sentir como su papá lo sujeto en brazos, dejando que escuchará el latido de su corazón. Los mellizos inflaron sus cachetes en un tierno puchero, abrazándose a uno de los gemelos al contrario de la castaña quién se recostó en el regazo del rubio.

Los adolescentes por otro lado soltaron una pequeña risa, no podían evitar enternecerse con las acciones de sus hermanos. Que si bien no eran sanguíneos, si lo eran del alma unas que ellos se encargarían de proteger y aconsejar como los mayores.

Se quedaron en silencio por unos momentos, disfrutando de la tranquilidad de este en compañía de los otros, sin embargo. . . Las inseguridades estaban presentes, al menos en tres de los niños, que entendían la situación.

Los gemelos sabían que lo mejor sería esperar por el momento, con la incertidumbre en sus cabezas no pensarían con claridad, sabían de sobra que podrían ocasionar otra pelea y no era conveniente cuando una de sus hermanas había abandonado la casa y con los más pequeños confundidos sin saber que ocurrió.

Cómo los mayores, debían dar ejemplo a sus hermanitos. ¿Pero quién podría culpar la inocencia de una niña? La pequeña jamás lo diría con esa intención, pero no pudo soportar.

— Papá. . . ¿A qué se refería Helena?

Ambos pelirrojos se vieron aterrados, mientras que la presión de Albafica descendió brutalmente. Su respiración comenzó a acelerarse un poco, mientras que su vista se tornaba borrosa.

El rubio se apoyó contra el respaldo de la cama, sujetando un poco más fuerte al bebé en sus brazos, sin lastimarlo. Mientras que su mente era un completo caos, a su memoria acudieron múltiples recuerdos inolvidables, buenos, malos y tambien aquellos que fueron inevitables.

Y sin poder evitarlo las lágrimas que antes había estado reteniendo, comenzaron a correr libres por sus orbes.

— ¡Perdón papa! Yo no quería. . .

— No te preocupes Agasha. . . — aun con sus lágrimas corriendo, abrazo al pequeño azabache que se aferro al cuello de su padre tratando de reconfortar lo. — Pero. . . no se exactamente cuando comenzó todo. . .

Y era verdad. . . Habían ocurrido tantas cosas en un tiempo relativamente corto, al menos para aquél joven que en ese tiempo apenas contaba con 23 años. Uno que había mantenido sus ideales y aspiraciones firmes al igual que su convicción, que casi se vio al borde cuando la vida se encargo de derribarlo de la peor manera.

Incluso comenzaba a cuestionarse el por que lo perdono. . . Pero sus motivos vivían bajo el mismo techo que el, aun con sus índigo oscurecidos por la tristeza dio una sonrisa.

A pesar de todo. . . no cambiaría nunca lo que paso, ni mejoraría nada ya que gracias a eso tenia a su lado a sus siete poderosos motivos para seguir adelante de la mano del que una vez lo había soltado.

— Creo. . . todo esto empezó aquella mañana. . .

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