Capítulo 8
Llegaron a casa de Eric en un taxi, luego de pasar unas deliciosas horas en el jardín. Amy miró con curiosidad el interior de la casa que tan bien conocía, por si hubiese habido algún cambio, pero en realidad eran pocos. La atmósfera familiar le transmitía esa sensación de reconocimiento y de placer que se experimenta en un lugar querido. Allí había sido muy feliz: los padres de Eric y su hermana la habían recibido con cariño; recordó las veces que hicieron la tarea, mientras se robaban besos, o aquella vez en la que estuvieron próximos a hacer el amor…
Amy agitó su cabeza, como quien quiere desvanecer el recuerdo. Fue una tarde tan hermosa sobre la alfombra… Lamentablemente no volvieron a estar así de cerca otra vez, y luego la relación se rompió. Por mucho tiempo Amy pensó que fue su negativa de aquella tarde, lo que lanzó a Eric a brazos de otra persona.
Ella intentó relajarse. Había pasado mucho tiempo, y ambos eran adultos. Le estaba dando una oportunidad así que no era correcto que lo recriminara por asuntos que ella misma había pedido dejar atrás. Ahora que Eric se dedicaba a trabajar en función de la discapacidad, tal vez fuera más maduro y no necesitara refugiarse en otra mujer que fuera más “normal” de lo que era ella. Eric le estaba demostrando que la quería, y ella continuaba enamorada. Muy enamorada.
Fue al baño en la planta baja mientras Eric revisaba la despensa con vistas a la cena que le prepararía. Amy no demoró en procurarlo cuando terminó, recordando que le tenía una sorpresa.
—¿Cuál es? —le preguntó mientras lo abrazaba por la espalda.
—Tendrás que descubrirlo, está en mi habitación.
—¡Eric! —exclamó ella riendo—. Es una trampa, estoy segura.
—Para nada —él se volteó hacia la joven con una sonrisa—. ¿Te llevo en brazos?
—No, puedo sola —le aseguró ella, rehuyendo de sus labios y movida por la curiosidad.
Eric se quedó en la cocina adelantando la cena, mientras Amy se dirigía a la escalera. Era alta, de muchos peldaños, pero estaba sobria y con paciencia y lentitud llegaría arriba.
Finalmente lo logró sin percances, y tomó por el corredor que conducía a las habitaciones. Recordaba muy bien cuál era la puerta de la habitación de Eric, aunque no había puesto un pie allí desde aquella primera ocasión.
Entró despacio y apreció todo con cuidado. Estaba tal cual la recordaba, incluso aquel olor a perfume que tanto le gustaba. Se encaminó al escritorio y encontró la foto de ambos, de aquella primera cita. El corazón se le encogió, era una especie de déjà vu. Tomó el retrato en sus manos y miró el rostro de ambos, tan jóvenes e ilusionados. Se estremeció al recordar lo feliz que era ese día, tan feliz como ahora que estaba con él nuevamente. Retornó la foto a su sitio y se preguntó cuál sería la sorpresa de Eric. Un presentimiento la hizo encaminarse hacia de la cama.
Se dejó caer sobre la mullida alfombra con cuidado, y tomó la caja de zapatos que conocía bien. En ese instante, la presencia de Eric en el umbral la sobresaltó.
—Eres una chica lista —rio él.
—Dime que estos chocolates no tienen trece años de antigüedad, por favor…
—Abre la caja —le pidió Eric sentándose frente a ella—. Es más que chocolate.
Amy lo obedeció y la abrió. Había varias barras de chocolate, pero se veían en perfecto estado.
—Esto lo preparé anoche para ti —reconoció—. Después de tu beso, corrí a un supermercado todavía abierto y compré trece barras de chocolate. Una por cada año que estuvimos separados.
Aquello la conmovió mucho. Sin duda su chico era un romántico.
—Gracias, —respondió Amy con el corazón apretado—, pero dijiste que había algo más que chocolate y solo veo las tabletas.
—Cada una de ellas tiene algo dentro.
Amy lo miró sorprendida y desconcertada.
—Si te fijas, cada tableta tiene escrito por fuera el número de un año —le explicó mejor.
Amy tomó una, que rezaba: 2007. Fue el año de su separación y el año que tomaron rumbos diferentes en la Universidad; él en Zúrich y ella en Winterthur, muy cerca el uno del otro, pero a la vez, separados irremediablemente. Amy abrió la barra de chocolate: Eric había introducido una foto de él de esa época, que contenía una inscripción detrás.
2007:
Comencé mis estudios en la Universidad. La foto es del primer día de clases. Me hice la promesa de que sería el mejor de mi promoción y que pondría todo mi empeño en recuperarte.
Amy sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos, se inclinó y le dio un breve beso en los labios, y abrió la siguiente, en la que se apreciaba a Eric recibiendo un premio.
2008:
Gané un premio de investigación ese día. Sentí que estaba en el camino correcto, y que estarías orgullosa de mí.
—Siempre estaré orgullosa de ti, Eric —le confesó ella antes de abrir la siguiente tableta.
2009:
Aquí tengo en las manos la revista donde publiqué mi primer artículo de investigación científica en la sección estudiantil. Tal vez no lo distingas, pero en la primera hoja está una dedicatoria. Decía: “Para AK por mostrarme el camino”. Sé que no se estila en estos casos poner eso en las publicaciones, pero cuando el editor me preguntó la razón, le hablé de ti y lo permitió.
Las lágrimas de Amy bajaron por sus ojos y esta vez se acercó más a él, para darle otro beso. No podía hablar, tenía el corazón en un puño.
—No llores —le pidió él, preocupado—. Quiero verte sonreír, nunca llorar, Amy.
Ella asintió, y continuó en su labor.
2010:
Viajé a los Estados Unidos en mi último año, al Instituto Tecnológico de Massachusetts, para un intercambio. Me traje de allí una camiseta para ti, es talla S. La lavé, se mantiene bien a pesar de los años transcurridos, y espero que con ella duermas esta noche.
Amy levantó la cabeza, sumamente emocionada, aunque se imaginó usando la prenda y no pudo evitar sonreír.
—Eres increíble —murmuró ella, todavía con lágrimas en los ojos.
—Siempre he estado muy enamorado de ti —respondió él, también conmovido por el momento.
2011:
Aquí estoy con mi título de graduado. Como lo prometí, fui el mejor de mi promoción y di el discurso ese año. Hablé del valor del amor para alcanzar los sueños más impensados y los mayores triunfos en la vida.
—Has logrado mucho, Eric. La primera vez que te vi quedé asombrada de advertir en quién te habías convertido. Un doctor, un gran investigador.
Él negó con la cabeza.
—Sigo siendo yo, —respondió—, con mayor calificación, pero yo. Todo lo que haga de aquí en lo adelante lo quiero hacer contigo, juntos, y no estoy hablando de la profesión, hablo de la vida.
Amy volvió a darle un beso. A veces le asombraba la firmeza con la que Eric hablaba del futuro. Un futuro de los dos.
Todavía quedaban varias tabletas, así que continuó.
2012:
Comencé el doctorado y a trabajar en lo que hoy se probará en el ensayo clínico. Era solo una idea, pero tomó mucho tiempo desarrollarla.
2013:
Participé en un evento donde aprendí mucho sobre neurociencia. Como puedes apreciar, fue a partir de ese momento que me dejé la barba, y me preguntaba si te gustaría…
—Me gustas de cualquier manera —le dijo ella, acariciando de nuevo su mejilla rasurada—, pero me emocionó verte como en el pasado. De cualquier forma, puedo acostumbrarme a la barba.
Eric le sonrió, pero la instó a que prosiguiera.
2014:
Esta foto me la tomó mi compañero de estudios. Estábamos trabajando arduamente en nuestra investigación. Apenas había dormido. Si te fijas, llevo el reloj que me regalaste por mi cumpleaños.
Amy sonrió, era cierto. Un Swatch de manilla de cuero se veía a la perfección en la instantánea. A Eric le encantó, y al parecer lo usó mucho tiempo después.
—Todavía lo tengo —le contó él—. Es probable que no te percataras, pero el día de nuestro reencuentro en la Universidad, lo llevaba puesto.
Aquellos detalles derretían su corazón, Amy estaba cada vez más conmovida por el hombre que tenía delante.
2015:
Defendí mi doctorado. Estaba más cerca de lograr mi sueño.
2016:
La Universidad financió mi proyecto de una prótesis de pierna biónica. No podía creerlo. Me tomaron una foto con dos copas para celebrar. La primera era mía; la segunda la serví pensando en ti.
—Espero que, en tus próximos logros, sí pueda celebrar a tu lado —comentó Amy, antes de seguir.
2017:
Los resultados de la investigación eran alentadores; el prototipo era realmente prometedor. Aquí me ves con él, en mi laboratorio.
2018:
Logré el apoyo financiero de otras instituciones para poder dar el siguiente paso: el ensayo clínico. Me tomé esta foto con las personas que financiaron el proyecto. Les debo mucho.
—Yo también les debo mucho —afirmó Amy—, y me refiero no solo a la prótesis, sino a nosotros.
Eric asintió, no podía estar más de acuerdo. Tal vez, sin esta oportunidad, no hubiese recuperado a Amy.
2019:
Me aprobaron la realización del ensayo clínico. Aquí nuevamente celebrando con mi equipo, que ya conoces. Ese día supe que te volvería a ver. Muy pronto.
Amy dejó las barras de chocolate y se abrazó a él, todavía llorando por la emoción que sentía. Él siempre había pensado en ella, en cada año de su vida.
—Siempre te he amado —le aseguró él, enjugándole las lágrimas con las yemas de sus dedos—. Siempre has sido tú. Solo tú…
Amy le besó apasionadamente, y los brazos de Eric se cerraron sobre su cuerpo, atrayéndola más aún. Sus manos viajaron por su espalda, y mientras la besaba, soltaba los botones de su veraniego vestido, con mucho menos contención que la que tuvo trece años antes. Amy le sacó su camiseta por la cabeza y, como en el pasado, exploró cada palmo de su tronco con sus manos. Luego tomó un trozo de chocolate de una de las tabletas, y lo colocó en su boca. Eric comprendió lo que pretendía y le dio un beso, compartiendo en sus labios el delicioso sabor mezclado con su esencia.
Eric le quitó el vestido, también por los hombros, y dejó al descubierto todo su cuerpo, cubierto únicamente por la ropa interior. Amy no había estado en el pasado tan expuesta como se hallaba ahora, y aunque el rubor teñía sus mejillas, necesitaba continuar.
Esta vez fue Eric quien tomó otro pedazo de chocolate, que estaba algo blando. Con él, dibujó siluetas sobre la piel de Amy, como si se tratase de una hoja en blanco y el chocolate fuese su pincel. Los cuadritos se iban derritiendo cada vez más con el calor de su cuerpo, formando líneas pegajosas y deliciosas alrededor de sus pechos, su cintura, sus brazos, huellas que a Eric se le antojaban demasiado exquisitas.
—Tendré que probar eso —le dijo riendo, aunque en sus ojos había una pasión inmensa.
—Solo si yo hago lo mismo —replicó Amy tomando otro pedazo de chocolate y pintando el cuerpo de él, con semejante sensualidad.
Se dejaron caer sobre la alfombra, y Eric lamió parte del cuerpo de ella, mientras Amy se concentraba en su pecho.
—Eres deliciosa —murmuró en su oído.
—Tú lo eres más —contestó ella, seducida por el sabor de su piel mezclado con chocolate.
Eric besó cada centímetro de ella; se saborearon el uno al otro, se despojaron de las prendas que les quedaban y se amaron, por primera vez, lentamente sobre la alfombra.
Cuando terminaron, Eric estaba empapado sobre ella, y Amy tenía una sonrisa de felicidad, a pesar de su agotamiento. Permanecieron abrazados como trece años atrás, pletóricos de dicha tras haberse entregado en cuerpo y alma. Esta vez, sí habían hecho el amor.
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