Capítulo 7

Amy salió de la cama cuando percibió que tocaban a la puerta; eran apenas las nueve de la mañana de un sábado, y no tenía idea de quién podría ser. Tal vez su madre, pero era raro porque tenía planes de ir de paseo con su vecina, doña Esther.

Se colocó la prótesis y una bata de seda por encima del conjunto negro que era algo corto. Cuando abrió la puerta se quedó de piedra cuando vio a un guapo doctor de ojos turquesa que le sonreía:

—¡Buenos días! ¿Te saqué de la cama?

Amy seguía sin poder creerlo. La noche anterior intentó no pensar demasiado en el beso, pero había soñado con él. Y ahí estaba, poniendo a prueba de nuevo su cordura y autocontrol.

—¿Qué haces aquí?

—¿Esa es forma de darme los buenos días? —se rio—. No pretenderás dejarme aquí de pie en el descansillo, ¿cierto? He traído bollos de canela —añadió mostrándole una bolsa de papel que desprendía un olor delicioso—. Siguen siendo tus favoritos, ¿verdad?

Amy no pudo evitar sonreír, Eric se veía de lo más tierno; fue en ese instante que se percató de que algo había variado en él: llevaba ropa casual, no aquellos trajes elegantes que le hacían parecer distante y, además, se había rasurado.

—¿Te afeitaste? —aquel era un cambio sorprendente.

—Tengo la corazonada de que te gusto más así…

—Eres un presumido —se burló ella apartándose finalmente de la puerta—. Por favor, pasa. Me convenciste por los dulces y el rasurado, debo admitirlo.

Eric se acomodó en el interior del salón, que era muy bonito, decorado en tonos claros donde predominaba el blanco. Amy tenía muy buen gusto y le agradaba estar allí.

—Entonces, ¿te gustó el cambio? —insistió mientras subía una ceja de manera seductora.

Amy se acercó a él y se sentó sobre uno de sus muslos; un gesto que lo descolocó por completo pero que le hizo feliz. Ella acarició su mejilla, y apreció mejor el rostro que le recordaba al adolescente que amó.

—No está nada mal —respondió al fin—. ¿Puedo saber por qué has aparecido tan temprano?

—Siento si te desperté —Eric acarició su cabeza con detenimiento, enredando sus dedos en el cabello rubio sin peinar—. No quería darte tiempo a que te arrepintieras de lo que sucedió anoche.

—Había tomado más de lo recomendable.

—Sabes muy bien que lo que sucedió anoche no tiene nada que ver con el alcohol, Amy. Sigo sintiendo lo mismo por ti con o sin vino, y espero que a ti te suceda igual.

Aquellas declaraciones la ponían algo nerviosa, ya que no había restaurado del todo su confianza en él.

—¿Desayunamos? —le preguntó ella levantándose de su regazo.

—Está bien.

Amy lo condujo hasta su cocina, que era luminosa y organizada. Destacaban los distintos tonos en madera de las estanterías y muebles. Eric se sentó a la mesa, mientras Amy preparaba té para los dos y colocaba par de platos para los bollos de canela.

—Me hacía ilusión desayunar contigo.

—¿Y Simone? ¿No te echará de menos? —
Eric negó con la cabeza.

—Se ha marchado temprano en la mañana con su pareja a Zúrich.

—Qué bueno que sea feliz, luego del término de su matrimonio. Entonces las cosas marchan bien.

—Parece que sí —asintió Eric, aunque no quiso darle más detalles, pues no le correspondía hablar demasiado sobre eso—. Me preguntaba si podríamos pasar el día juntos. ¿Qué dices?

—¿Qué te traes, Eric? —Amy sonrió, antes de darle un mordisco al dulce. No era tan fácil de convencer como él creía.

—No estoy jugando contigo, Amy —le aseguró mientras le tomaba la mano por encima de la mesa—. Nunca me creíste, pero yo jamás te engañé…

El rostro de ella se tensó por completo cuando los recuerdos la invadieron de golpe.

—No quiero hablar sobre eso —contestó cortante—. Ayer te lo pedí.

—Está bien, no hablemos del pasado, pero permíteme al menos vivir el presente y construir el futuro contigo —las palabras de Eric fueron dichas con mucha emoción y sentimiento, y turbaron mucho a Amy, que se debatía entre el resentimiento y el amor que aún sentía por él.

—Un día a la vez —susurró ella en respuesta.

—Muy bien —Eric sujetó su mano con más fuerza—; entonces pasemos este día junto. ¿Quieres?

Ella asintió, convencida, aunque moría de miedo por sufrir otra vez. Llevaba trece años construyendo una barrera para proteger su corazón, y bastaba la sola presencia de Eric para hacer temblar su cuidada muralla, dejando abiertos los caminos para llegar aún más profundo en su alma.

Amy no demoró en vestirse; se colocó un vestido veraniego muy bonito de color azul, con estampado de mariposas, y un ligero abrigo, por si bajaba la temperatura en algún momento.

Eric le susurró al oído lo preciosa que estaba, pero ella rehuyó sus labios, no convencida de caer aún en la tentación.

Salieron a media mañana, tomados de las manos hasta el casco histórico de la ciudad, que dejaba apreciar su pasado medieval en sus construcciones. Preciosas casas de entramado de madera del siglo XVII y tonos pasteles, les dieron la bienvenida.

El Marktgasse cobijaba el centro comercial del núcleo histórico, una calle repleta de tiendas, bares y terrazas muy animadas, que hacían las delicias en aquel mes de junio.

Pasaron por el número 20 de la calle, que albergaba otro de los clásicos edificios de la ciudad: el Ayuntamiento, y luego de dar un bonito paseo por las tiendas, se toparon con la casa más pequeña de Suiza, una diminuta construcción de tan solo 33 metros cuadrados de superficie, construida en 1810. Ya la conocían, pero a Amy le encantaba verla: sus paredes blancas, contrastaban con el verde del techo a dos aguas y las contraventanas de madera. ¡Era una preciosidad! El dato curioso era que estaba habitada por una familia, así que funcionaba como un verdadero hogar.

—¿Estás cansada? —le preguntó Eric, pues habían andado mucho.

—No tanto —repuso ella, con una mirada tan luminosa que le hizo comprender a Eric que estaba pasando un buen rato a su lado.

—¿Qué te parece si compramos provisiones y hacemos un picnic? —sugirió.

Amy accedió enseguida, pero no imaginaba donde. En un mercado Eric se llevó una bolsa con frutas, dulces, pan, queso y una botella de vino para compartir.

—¿Más vino? —rio ella—. ¿Qué tramas?

—Quiero ganarme un beso. Hoy no me ha correspondido ninguno, y tal parece que solo el vino logra ese efecto en ti… —se burló.

Amy no pudo evitar soltar una carcajada. Se acercó a él, colocó la bolsa con las provisiones encima de un banco y le dio un beso, largo y estremecedor, sin más preámbulo. Eric terminó jadeando, pero cuando Amy pensó apartarse de él, la retuvo un poco más en sus brazos y le dio otro.

—Ya no necesitas embriagarme.

—El vino es para la cena —le explicó él—. Cocinaré hoy para ti.

—¿Dónde?

—¡En mi casa! —a Eric la respuesta se le hacía muy natural, pero Amy se ruborizó. Recordó que Simone no estaba.

—Eric…

—¿No quieres cenar conmigo? —le dijo extrañado.

—Estar cerca de ti es demasiado peligroso —le confesó—, pero acepto.

—Me alegra mucho, porque te tengo una sorpresa en casa.

—¿Cuál? —no podía controlar su curiosidad.

—Tendrás que esperar —Eric le dio un beso en la frente—. Hagamos el picnic primero y luego nos vamos para la casa. Tengo un hermoso día planeado para los dos.

—¿Eso incluye la noche? —Amy lo miró de soslayo.

—En mis sueños y planes, sí —admitió él—, si me lo permites. Te dejo escoger una buena peli, y la veremos abrazados en el diván mientras nos terminamos la botella de vino.

Amy le sonrió.

—Tendré cuidado de no perderme en tus brazos…

—Eso será inevitable —respondió él, seductor, robándole otro beso en mitad de la calle.

Se dirigieron al Rosengarten, uno de los hermosos parques de la ciudad, con una impresionante colección de rosas. El cielo estaba azul sin nubes, el césped verde tras las lluvias de la primavera, y las distintas variedades de flores aportaban un hermoso toque de color.

Se sentaron en un banco a disfrutar de su merienda, bajo la sombra de un seto alto, y luego conversaron de disímiles temas, siempre intentando obviar el escabroso asunto de su separación.

Hablaron del pasado, de los momentos lindos que vivieron juntos, y lentamente Amy se sintió mejor consigo misma, como si el paréntesis de trece años de separación jamás hubiese sucedido, como si cerrara los ojos y volvieran a hacer los adolescentes enamorados que en el pasado fueron.

Continuaban sobre la alfombra, mirándose en silencio. Las risas dieron paso a algo más, y ni siquiera los chocolates eran suficiente distracción. Eric volvió a besarla, lentamente, como quien desea que el momento dure para siempre.

Amy se dejó llevar; cerró los ojos, pero podía sentir a Eric encima de ella, besándola con gran ternura. No se había atrevido a nada más, pero la sensación de su cuerpo contra el suyo, la privaba del aliento. Ella lo deseaba tanto como él a ella, por eso reciprocó su beso, y marcó el ritmo, que se fue acelerando al igual que sus respiraciones. Eric le pidió que lo mirara a los ojos, y Amy los abrió: la luz que brillaba en sus cuentas turquesas la hizo estremecer aún más. No era solo pasión, era amor lo que leía en su mirada azul.

Eric bajó hasta su cuello, y depositó miles de besos que la hicieron enrojecer aún más. Amy se animó a abrir varios botones de su camisa, dejando al descubierto parte de su pecho. La visión que tenía de él la privó del aliento y sus manos, antes decididas y osadas, se volvieron algo torpes con el resto de los botones.

Él se libró de la prenda finalmente, que cayó junto a la caja con golosinas. Amy tocó su abdomen y exploró cada centímetro de su piel, con curiosidad y algo vacilante. Eric volvió a abrazarla, el contacto tan íntimo abría las puertas a una cascada de nuevos besos, más apasionados, más estremecedores. No sabía si continuar, pero finalmente se decidió a introducir las manos en la espalda de ella. Amy colaboró incorporándose un poco, cayendo ambos en la posición de sentados en el suelo.

El vestido de paño de color burdeos tenía par de botones y luego una cremallera hasta la altura de la cintura. Después de abrir los botones, Eric bajó con destreza, en un solo movimiento, la cremallera hasta el final. Amy se sobresaltó un poco al advertir que su espalda estaba al descubierto, pero las caricias de las manos de él calmaron su natural pudor.

Luego Eric la separó un poco y la miró a los ojos; no dejó de hacerlo mientras bajaba, esta vez con mayor lentitud, la parte superior del vestido. Amy cerró los ojos nuevamente.

—Te amo  —susurró él—, y eres hermosa.

—Son tus ojos —respondió ella.

—Mis ojos y mi corazón —Eric llevó una mano de Amy hasta su pecho, y ella percibió el desbocado latido, así como su excitación.

—Yo también te amo, Eric —contestó con voz temblorosa.

Él volvió a besarla, mientras sus manos vagaban por su espalda hasta su cuello, recorriendo después la línea que llevaba a sus pechos. La fina caricia la hizo estremecer, pero él sabía que estaban en un punto en el que podían detenerse o continuar.

Los besos menguaron de intensidad, pues no quería presionarla. Algo en él le decía que todavía no era tiempo. Era el primer encuentro íntimo que tenían, y las prisas no siempre eran lo mejor.

—¿Quieres que nos detengamos? —le preguntó él, mirándola a los ojos, a horcajadas sobre ella.

—Quisiera esperar un poco más —confesó nerviosa—, pero no pienses que… Si continuamos sé que no podré detenerme, pero tampoco creo que… —Amy no quería herirlo, pero su sonrisa la tranquilizó en el acto.

—Todo está bien, Amy —le dijo besando ligeramente su nariz—. Tenemos todo el tiempo del mundo…

—¿Y no te cansarás de mí si no…? —no pudo terminar la frase.

—Un hombre enamorado jamás se cansaría —respondió—. Por mucho que te ame y te desee, yo también sueño con el mejor momento, cuando no halla ni un atisbo de duda en tu mirada.

Amy no podía estar más emocionada, luego de haberle escuchado decir eso. Le dio otro beso y él la abrazó, dejándose caer ambos sobre la mullida alfombra. Permanecieron uno encima del otro por bastante tiempo, abrazados, a medio desvestir, comprendiendo que hay momentos que son incluso más sublimes que hacer el amor.

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