Capítulo 4

Llevaba toda la tarde en casa de Eva y no dejaba de revisar el teléfono, con la esperanza de que Eric la llamara. Sin embargo, de él no había recibido ni una línea. ¿Le habría dado Mayla el mensaje? Ella no tenía manera de contactarlo, y en ocasiones creía que él hacía bien en no hacerlo. ¿Qué ganaría hablándole luego de tanto tiempo? Aún así, no podía negar que estaba ansiosa y que con el paso de las horas, se sentía peor.

—¿Estás bien? —le preguntó Eva por décima vez mientras ponía la mesa para cenar.

—Sí, estoy bien.

—¿Estás nerviosa por la cirugía?

—No, es muy sencilla —repitió Amy, mirando todavía la pantalla de su teléfono.

—Amy, estás muy rara —Eva dejó lo que estaba haciendo y se acercó a ella.

—En serio, no me pasa nada…

—Desde que llegué no dejas de mirar el teléfono. Te conozco, algo te está sucediendo —insistió la chica mientras tomaba asiento frente a ella—. Dime ya de una vez.

Amy respiró hondo y no pudo evitar esbozar una tenue sonrisa: en ocasiones Eva se olvidaba de que era psicóloga y no podía controlar su curiosidad, cuando de amigas o familia se trataba.

—¿Recuerdas que te hablé en una ocasión de Eric? —dijo al fin.

—Sí, el chico que te rompió el corazón en el colegio —asintió Eva, quien conocía muy bien esa historia.

—Sí, él. Pues lo vi hoy, luego de trece años sin encontrarnos.

—¡Dios mío! —chilló su amiga—. Necesito contexto. ¿En dónde te lo encontraste? ¿Qué sucedió?

—Es el líder del ensayo clínico en el que estoy participando —le contó—. Ahora es un doctor en biomedicina muy prestigioso.

Eva se llevó la mano a los labios, intentando contener su sorpresa.

—¿Qué dices? —exclamó aturdida—. ¿Es él quien te dará una pierna biónica?

—Sí.

—¿Es él quien dirige el proyecto más ambicioso en protésica de miembros inferiores de los últimos años?

—Sí —respondió Amy nerviosa—. No me estás ayudando, Eva.

—Lo lamento, es que esto es muy fuerte, incluso para mí que estoy habituada a escuchar muchas cosas —reconoció con las manos en la cabeza e intentando pensar bien en el asunto—. ¿Crees que es una casualidad que estés en el ensayo clínico o ha hecho esto por ti?

Amy suspiró.

—No lo sé —admitió—, le doy muchas vueltas en la cabeza y no sé qué pensar. Lo único cierto es que no intercambiamos palabras y que ni siquiera me saludó. Le pedí a la joven que me contactó que por favor le dijera que me llamara, pero no lo ha hecho.

—Y por eso miras tu teléfono a cada minuto como una lunática.

—Gracias por describirlo así —sonrió Amy avergonzada—, pero sí. No sé si hice bien, pero su silencio solo me reitera que yo no lo intereso para nada, salvo para su investigación científica. Que se haya o no dedicado al mundo de las prótesis puede ser casualidad. Ese campo de la biomedicina es muy lucrativo.

—Amy, no pienso que sea así. Tú misma no lo crees —le reprochó—. Soy muy práctica y no soy amante de las novelas románticas, pero esta situación es como para perder la cabeza.

—No es una novela romántica, solo es una coincidencia.

—Tienes que hablar con él —le aconsejó.

—No, es mejor que no —repuso—. Fue un error pedirle que llamara, si no lo ha hecho es porque no tiene nada que decirme, lo cual ya demostró con su comportamiento esta mañana. Actuaremos como dos profesionales: el jefe del proyecto, y el sujeto del ensayo clínico.

—Él es para ti más que eso y lo sabes —apuntó su amiga frunciendo el ceño.

—Ya no. No tengo diecisiete años. Ha pasado mucho tiempo y ya no somos los mismos.

—¿En serio lo dices? —Eva continuaba perpleja—. ¿Saber a lo que se dedica y lo que hace en la vida no despierta tu interés, tu admiración, tu respeto? Piénsalo bien, Amy, esto no se trata de ganar dinero, es una profesión muy humana. Si así no lo sintiera no estaría ofertando los prototipos del ensayo clínico de manera gratuita. Ambas sabemos que la tecnología es muy cara.

—Reconozco que me he quedado muy asombrada cuando descubrí en quién se ha convertido, pero Eric y yo hemos seguido caminos distintos, y hoy me probó que el pasado es algo que debe quedar atrás.

Eva no discutió más con ella, pues Amy no entraba en razones y tampoco podía defender a quien no conocía y se mantenía distante de ella. ¿Por qué no haberla saludado con naturalidad? ¿Por qué no acceder a llamarla? Lo cierto es que la situación que vivían era muy extraña, pero a la vez inquietante, pues para Amy el pasado era demasiado importante, aunque quisiera negarlo.

Amy durmió mal, y despertó temprano. Eva la llevó hasta el Hospital Universitario, y le dio un beso.

—Llámame cuando termines para saber que todo está bien —le pidió.

—Mamá vendrá a buscarme y regresaremos a Winterthur esta tarde. No volveré hasta la semana próxima —le recordó Amy.

—Algo que sentiré mucho, pues he disfrutado de tu compañía, amiga. Ya sabes que puedes contar con mi casa siempre que la necesites y te esperaré la semana próxima con ansias para que conozcas a Dirk. Sacaré entradas para el teatro para que vayamos una noche, ¿qué dices?

—Me encantaría —le sonrió Amy y luego se despidió.

Amy entró al hospital, en recepción la estaba esperando la doctora Angela con un especialista en cirugía y algunos residentes para recibir a los participantes del ensayo. Esta vez, Amy fue la primera en llegar.

Un residente del hospital la llevó a realizarse unos análisis de sangre, tomó su tensión arterial y realizaron otros análisis complementarios. Luego se reunió con Juliette y Daniel, quienes habían pasado por el mismo proceso un poco después. Ella, sobre todo, estaba un poco nerviosa, pero Angela les tranquilizó explicándoles de nuevo el procedimiento de colocación de los electrodos intraneuronales.

—Es una cirugía sencilla, poco invasiva y con anestésico local. No tienen por qué temer —les aseguró.

Mayla también apareció para verlos antes de la cirugía, pero estaba sola. Amy se vio tentada de preguntarle si le había dado el recado a Eric, pero se mordió la lengua, no quería evidenciar el interés que sentía por él y que a su juicio era una completa equivocación.

La cirugía fue rápida e indolora gracias al analgésico. Amy no se sintió amedrentada en lo más mínimo, y al cabo de unos minutos descansaba en una habitación en el área de recuperaciones. Al cabo de un par de horas la dejarían irse, sin ningún tropiezo, pues la cirugía era ambulatoria.

Angela les había advertido que debían prescindir de su prótesis habitual por algunos días, para que el muñón sanara adecuadamente. Por esta razón, Amy se tomaría unos días de descanso en casa de su madre, antes de volver a Zúrich para el entrenamiento previo a la obtención de la prótesis biónica.

Pasó mensajes a Eva y a su madre para decirles que todo había salido bien, y esta última le contestó que dentro de poco llegaría al hospital para recogerla. Amy suspiró, intentando pensar en algo distinto a Eric, pero a veces le resultaba imposible y su mente viajaba al pasado, de vuelta a la enfermería; de regreso a sus labios…

—Eric… —susurró cuando el beso concluyó.

Los brazos del chico continuaban rodeándola, y sus narices se topaban. Eric esbozó una sonrisa, aunque al instante se preocupó de haber hecho algo indebido.

—¿Te molestó?

Amy sonrió: se veía tan guapo cuando se mostraba inseguro… Aquella pregunta le llegó al alma, haciéndole notar que no era la única que albergaba temores: él también los tenía.

—Me supo a sueño —respondió ella con voz queda—, pero tengo miedo de que termine.

—No terminará —le aseguró él—. Hacía tiempo que yo también soñaba con darte un beso, pero no quería arruinar nuestra amistad si no sentías lo mismo por mí.

—¡Eric! —Amy no salía de su asombro—. ¿Lo dices en serio? ¿Cómo es posible que tú…? —no concluyó la frase, pero Eric sabía a qué se refería.

No digas eso —le recriminó, antes de darle un beso en la frente—. Eres perfecta.

Ella negó con la cabeza y se apartó un poco de él.

Estoy incompleta, rota… Mereces a alguien mejor.

Eric caminó tras ella y la volteó hacia él con delicadeza, tomándola por los hombros.

No digas eso nunca más, Amy. No permitas que tu inseguridad hable más alto que tu valor, que tu fuerza. Lo que sentimos es real, y tú no puedes decidir por mí, mucho menos luego de descubrir que me correspondes.

—¿Estás seguro? —le preguntó—. Sí a mí me es difícil acostumbrarme a vivir así, imagínate a ti...

—Lo difícil sería que me pidieras que me apartara de ti —respondió—. Eso sí me sería imposible. No me importa nada más.

Amy esta vez confió y volvió a abrazarse a él para darle un beso, tan cautivamente como el primero, pero con la certeza de que el sueño se había vuelto realidad.

Un toque a la puerta la apartó de su ensoñación, y al girarse hacia ella advirtió que se trataba de Eric.

—Hola… —le saludó él desde el umbral de la puerta—. ¿Puedo pasar?

Amy asintió, con el corazón en la garganta. Luego de pensar en su beso en la enfermería, aquel encuentro en el hospital, justamente en una camilla, avivaba demasiados recuerdos y sensaciones.

Eric cerró la puerta tras de sí y se acercó a verla.

—Quería saber si estabas bien —continuó él, mirándola por primera vez de manera directa, con aquellos ojos que siempre la habían cautivado.

—Todo salió bien —respondió cautelosa.

—La doctora Angela me ha dicho que dentro de poco podrán irse. ¿Te han dado las indicaciones para estos días?

—Sí —contestó, nuevamente lacónica.

Eric asintió, no sabía qué decirle. Amy, por instinto, se cubrió el muñón con la sábana ante su cercanía, avergonzada de su aspecto que, luego de la intervención quirúrgica, no era el mejor. Eric le tomó la mano y la detuvo.

—Esto solo me demuestra lo hermosa y valiente que eres —murmuró.

Amy lo miró sorprendida, eran las mismas palabras que le había dicho trece años antes en la enfermería, cuando vio el muñón por primera vez. Sus miradas volvieron a cruzarse, Eric soltó su mano, pero no dijo nada más. Las palabras “hermosa” y “valiente” continuaban flotando en el aire, junto al recuerdo de aquel primer beso.

Un toque a la puerta lo sobresaltó y se alejó de ella, casi al mismo tiempo que se asomaba la encanecida cabeza de Elizabeth.

—¿Cariño? —dijo la señora entrando al local—. Me dijeron que pasara y… —Elizabeth se interrumpió abruptamente cuando se encontró al investigador—. ¿Eric?

—Buenas tardes, señora Keller, es un placer saludarla luego de tanto tiempo —Elizabeth rehusó la mano que él le tendía y en su lugar le dio un par de besos.

Amy los miró conmovida. Su madre siempre lo había querido, a pesar incluso de la separación.

—¡Cielos! —exclamó—. ¿Qué haces aquí? ¡Te has dejado la barba!

Eric no pudo evitar sonreír. Era la primera sonrisa que Amy le veía después del reencuentro.

—Eric es el jefe del proyecto —fue Amy quien habló al fin.

Elizabeth se acercó a la cama y le dio un beso en la frente, sin salir de su asombro.

—¿Eres el jefe del proyecto? —su mirada volvió a centrarse en él.

—Sí —confirmó él.

—¿Cómo es eso posible? —Elizabeth seguía atónita—. Amy, ¿tú lo sabías?

—No, mamá —se sentía un tanto incómoda con el interrogatorio—. Lo supe el primer día del ensayo clínico.

—¡No me dijiste nada! —protestó.

—Estaba tan sorprendida como tú… —cuando lo dijo, Amy volvió a mirar a Eric, en busca de respuestas, pero él la rehuyó.

—Debo marcharme —se excusó él—. Me alegra verla tan bien, señora Keller.

—A mí también —afirmó la mujer—. Gracias por lo que estás haciendo por mi hija.

Él asintió, no le gustaba que le dieran las gracias por su trabajo, y menos si se trataba de Amy, que era tan importante para él.

—Cuídate —le dijo a ella—. Hasta pronto.

Eric cerró la puerta y Amy se llevó las manos a la cabeza, exhalando un largo suspiro. Aquel encuentro había sido demasiado intenso para ella, y ya no sabía qué creer.

—¿Estás bien? —le preguntó su madre.

—Está siendo difícil para mí, mamá. Ha pasado mucho tiempo, pero…

—Él te sigue mirando de la misma manera —la interrumpió Elizabeth con una tierna sonrisa en sus labios.

—Estás delirando, mamá —ella no podía creerlo.

—En lo absoluto, cariño. Eric sigue siendo el mismo.

—El mismo que me rompió el corazón —le recordó ella.

—Todos tenemos derecho a rectificar, hija. Estoy sorprendida con que Eric haya dedicado su vida profesional a diseñar prótesis biónicas en favor de personas con discapacidad. Eso dice mucho de la persona en la que se ha convertido y de la huella que dejaste tú en su corazón. Sin ti, tal vez el camino de Eric hubiese diferente.

—¿Crees que yo haya influido de alguna manera?

—Por lo que vi, estoy convencida de que influyes en él todos los días, incluso sin que él mismo sea consciente de ello.

—¡Eres muy fantasiosa, mamá! —exclamó Amy, aunque las palabras habían calado muy hondo en su corazón.

—Tengo más edad y más experiencia, lo que me permite apreciar lo que otros no ven, mucho menos los que están involucrados. Sin embargo, dejemos ese asunto ya, al menos por el momento. He pasado por casa de Eva a recoger tus cosas y he venido a llevarte a casa.

Amy asintió, deseosa de volver a Winterthur. Necesitaba poner distancia respecto a Eric, aunque sentía que adonde quiera que fuera, él estaría presente en sus pensamientos, avivando emociones que creía ya desterradas para siempre.

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