Capítulo 3

Eric vestía un impecable traje azul que combinaba a la perfección con sus ojos. Se había dejado la barba, había engordado un poco, pero en suma seguía siendo aquel adolescente que alguna vez amó.

Si cerraba los ojos podía escucharle hablar sobre el colegio, el entrenamiento del equipo de fútbol, o cuánto amaba a su perro. En cambio, quien tenía delante era un doctor en Ciencias. Un biomédico, un líder en el área de la investigación científica, de la Neurociencia, y ella se sentía insignificante a su lado.

El doctor comenzó a hablar con voz pausada, aunque en ningún momento hizo contacto visual con ella.

—Agradezco a todos por haber aceptado participar en este ensayo clínico, que supone un paso más en la neuroingeniería puesta en función de la vida humana y de las personas con discapacidad motora. La ciencia que no ayuda a la humanidad, no tiene razón de ser —afirmó.

Luego de estas palabras iniciales, presentó a su equipo, a los cuales Amy ya conocía.

—Llevamos años trabajando en un avanzado prototipo de prótesis transfemoral, pero ha llegado el momento de probar sus beneficios —continuó—. Lo que probaremos con ustedes será una pierna biónica que se sentirá como propia, gracias al uso de sensores —Eric proyectó el prototipo, así como la imagen de los sensores en la planta del pie prostética—. Se trata de la primera prótesis de su tipo, y un gran salto para la industria biomédica. La pierna biónica imita las señales eléctricas que las extremidades envían al cerebro de manera natural, que es lo que se conoce como neuro retroalimentación, y esto permite que el paciente sienta la pierna como si fuese la suya. La pierna biónica está equipada con siete sensores a lo largo de la planta del pie y un codificador en la rodilla que detecta el ángulo de flexión. Estos sensores generan información sobre el tacto y el movimiento de la prótesis que, gracias a un algoritmo inteligente, se transforman en señales biológicas que se envían al cerebro a través de electrodos intraneuronales implantados quirúrgicamente.

Eric se detuvo unos instantes para mostrar en su presentación una diapositiva que mostraba los sensores en la planta del pie y el mecanismo a través del cual funcionaban.

—Para que comprendan mejor —prosiguió, volteándose hacia el auditorio—, lo que haremos será engañar al cerebro, haciéndole creer que la pierna normal sigue ahí. ¿Cómo? Pues como les he dicho: el impulso nervioso viaja hacia el muñón; una vez allí, en vez de morir, es interpretado por el codificador, que a su vez devuelve la información que llegó a los sensores por la misma vía, de vuelta al cerebro. Esta es la retroalimentación, que les permitirá aliviar la carga mental de llevar una prótesis, reduce el dolor y la fatiga del miembro fantasma, y podrán caminar con mayor agilidad y seguridad. En lugar de pensar en la prótesis, la prótesis pensará por ustedes y se plegará a sus intereses gracias a la utilización de la inteligencia artificial y del procesamiento de millones de datos que permiten que esta prótesis aprenda secuencias de movimientos mediante el reconocimiento de patrones. Serán capaces de sentir la pierna, el suelo, y evitar mejor las posibles caídas. La conexión que tendrán con su prótesis será tal que podrán controlarla con la mente como si se tratase de una extremidad biológica, y no una artificial.

Al finalizar su discurso, todos los participantes en el ensayo clínico estaban muy impresionados, incluyendo Amy. Tenía tantos sentimientos encontrados, que no se sentía capaz de entablar una conversación con él. Por fortuna, Eric no tenía intenciones de hablar con ella.

Cuando él terminó, fue la doctora Angela quien explicó lo que harían al día siguiente:

—Mañana los esperamos en el Hospital Universitario. Luego de realizar algunos exámenes, proseguiremos a realizar la intervención quirúrgica para colocar los electrodos en el muñón. Los electrodos intraneurales, como ya les explicó el doctor Schweizer, son claves para entregar la información biocompatible al sistema nervioso. No deben preocuparse porque es una intervención quirúrgica sencilla, con anestésico local y ambulatoria.

Luego de que la doctora Angela terminara, correspondió el turno al segundo del equipo, Julio Hofer, un hombre alto de pelo rojizo, que entró en detalles de índole práctico.

—Si están de acuerdo, les pediré entonces que firmen el consentimiento informado que los hará parte oficialmente de este ensayo clínico —explicó—. Si tienen alguna duda puede preguntar, aunque en el plegable que se les entregará a continuación encontrarán algunas respuestas que pueden ser de su interés. Si todo está en orden y firman, se les tomarán hoy mismo las muestras del muñón para elaborar el socket personalizado. Louis y Mayla se encargarán de entregarles el consentimiento informado para firmar. ¡Gracias por su atención!

Amy vio por el rabillo del ojo cómo Eric salía del salón, escoltado por Hofer. Tan solo se quedaron con ellos la doctora Angela, Louis y Mayla. La primera respondía algunas dudas sobre la cirugía y la rehabilitación posterior, una vez realizada la próstesis. Los doctorantes, por su parte, entregaban los plegables y los papeles del consentimiento informado.

Después de leer todo muy bien, cada uno de los sujetos del ensayo firmó, incluyendo Amy. Hubiese querido negarse, pues la actitud de Eric le parecía muy sospechosa y no sabía qué pensar. Sin embargo, una vez allí, rehusarse hubiese sido inadecuado además de que se estaría perjudicando a sí misma. Si algo le quedaba claro, era que cualquier persona en su condición estaría feliz de tener una oportunidad como aquella y que de retirarse no demorarían en sustituirla.

Angela y los jóvenes los condujeron a la oficina donde, por separado, les harían pruebas en el muñón. Amy siempre se sentía incómoda cuando debía despojarse de su prótesis y mostrar lo que quedaba de su pierna amputada. Sin embargo, respiró hondo y permitió que la doctora Ángela hiciera su trabajo.

—Te colocaré un brazalete con ocho pares de electrodos que registrarán la tensión muscular, las posiciones y todo lo relacionado con tu muñón. Una aplicación, conectada por bluetooth al brazalete, hará visible esta información y lo asimilará como patrones de movimientos —explicó, mostrando la Tablet a dónde iría a parar toda la información.

Amy asintió y comenzó a realizar con su pierna derecha y con el muñón, los movimientos que Ángela le indicaba: subir o bajar la pierna, girar hacia un lado o hacia el otro, o contraer el músculo.

—Esto hará que la aplicación registre patrones diferenciados para cada acción de tu cuerpo y es importante que tu cerebro recuerde cómo proceder, como si aún tuvieses tu pierna. Esto permitirá que el impulso nervioso viaje hasta el muñón. Una vez que tengas la prótesis, esas señales serán interpretadas y la prótesis podrá responder.

—Comprendo —asintió Amy mientras realizaba los movimientos.

—Cuando tengas los electrodos intraneurales en el muñón, continuaremos registrando información y practicándote durante semanas hasta que esté lista la prótesis —continuó la doctora Angela, que era muy amable.

—Le agradezco por todo —respondió Amy con una sonrisa—. Ha sido muy amable.

—Por nada, cariño. Ya nosotros terminamos, pero llamaré al técnico para que tome las medidas del socket de tu pierna. Una vez hecho, podrás marcharte y nos veremos mañana en el Hospital Universitario.

—Gracias de nuevo. ¡Hasta mañana entonces!

Amy permaneció un tiempo más en el cubículo, mientras tomaba la impresión y las medidas de su muñón, para la elaboración personalizada del socket de la prótesis.

Un rato después, salía del edificio con la cabeza hecha un hervidero. No podía dejar de pensar en Eric. ¿Por qué dirigía el proyecto? ¿Por qué ella era parte del ensayo clínico? Ni siquiera la había mirado, no le había dirigido la palabra, pero su sola presencia bastaba para inquietarla y dejarla con miles de dudas.
Cerca de allí, en un café, se topó con Mayla, que estaba de pie con una taza de capuchino. La joven le sonrió y se acercó a ella.

—¿Ya terminaste? —le preguntó.

—Por hoy sí.

—Me alegra mucho —respondió la chica—. La doctora Angela es muy buena.

—¿Y el doctor Schweizer? —se atrevió a indagar.

—Es el mejor en su campo a pesar de su juventud —repuso Mayla orgullosa de él.

—Me gustaría hablar con él —soltó Amy, decidida a saber la verdad de cuanto sucedía y a enfrentar su pasado.

—¿Sucede algo? —Mayla estaba desconcertada—. Cualquier duda o problema puedes consultarlo conmigo.

—No es eso, debe ser con él —insistió—. ¿Sabes si podrá recibirme?

—Ahora mismo no creo que sea posible pues salió de la institución —respondió Mayla, mirándola con curiosidad—, pero le daré tu recado.

—Te lo agradecería. ¡Hasta luego!

Amy anduvo despacio hasta la parada del metro. Sentía mucha ansiedad luego de lo que había hecho, pero necesitaba aclarar las cosas. Precisaba hablar con él… Cierto que las cosas entre los dos no habían quedado nada bien trece años antes, pero ya no eran dos adolescentes y podrían hablar con tranquilidad cuando llegara el momento.

En el trayecto al centro, los recuerdos del pasado llegaron a su mente. Eric siempre había querido hacer una ingeniería, y al parecer había optado por Biomedecina. ¿Acaso no había reparado su prótesis años atrás cuando tuvo un accidente en el colegio?

Amy caminaba por el patio del instituto, buscando una banca donde sentarse y terminar la tarea. Los chicos estaban jugando fútbol a cierta distancia, y le pareció advertir la castaña cabeza de Eric entre ellos. Ya había llegado el otoño y hacía algo de frío, pero no demasiado como para no poder estar al aire libre.

Eric y ella se habían vuelto amigos en las últimas semanas. Estudiaban juntos casi todos los días en su casa, y el lazo se había vuelto cada vez más estrecho. Mike, su cachorro, le había tomado mucho cariño al nuevo visitante, y su madre siempre hacía algo especial de merienda cuando él estaba.

Hablaban mucho, de disímiles temas. Sabía que Eric tenía una hermana mayor; que sus padres llevaban veinticinco años casados, y que en casa no tenía mascotas porque Simone, su hermana, era alérgica, así que disfrutaba mucho de jugar con Mike.

Aunque Eric había entrado al equipo de fútbol de la escuela, lo cierto es que no dejaba de visitarla y Amy pronto se acostumbró a que él estuviera en su vida. Ya no lo veía con sorpresa ni consideraba que lo hiciera por pena, ahora creía que eran buenos amigos. Y sí, él le gustaba. Mucho. Jamás había tenido esa sensación antes.

Cuando entró al instituto salió con un chico, pero apenas fueron dos veces al cine. Luego del accidente se había vuelto invisible para el sexo opuesto, al punto de que creyó que en su condición sería prácticamente imposible tener una pareja. Eric, en cambio, le había hecho sentir sentimientos que pensó que jamás podría experimentar. Escribía su nombre en un cuaderno, y en ocasiones se quedaba pensando en él como una boba.

Sin embargo, ella intentaba no alentar su sentir. Era demasiado pronto y valoraba mucho la amistad que tenían. También creía que él no podría amarla, así que se conformaba con el cariño que le tenía, que era mucho más de lo que hubiese esperado unas semanas atrás.

Amy estaba perdida en sus pensamientos, cuando sintió que la golpeaban por la espalda. Cayó al suelo, con un estudiante sobre ella que apenas le permitía respirar.

—¡Ay! —chilló del dolor.

El chico fue quien se incorporó primero, y tenía la mirada asustada.

—¡Lo siento! ¡No te vi! —se excusó. A su lado estaba un balón de fútbol, al parecer salió corriendo tras él y, sin darse cuenta, se precipitó encima de Amy.

La joven no respondió, le dolía todo el cuerpo. Sin embargo, cuando miró al suelo, quedó consternada al ver con su prótesis estaba rota en la parte de la rodilla. Una pieza, el cuadrilátero articulado, parecía separada de las barras de metal y por tanto no funcionaría.

—¡Dios mío! —murmuró. Miles de ideas pasaron por su mente. ¿Qué haría ahora para andar? ¿Cómo salir de allí? Lágrimas de dolor y frustración se asomaron a sus ojos, pero la llegada de Eric la tranquilizó un poco.

—¿Estás bien? —le preguntó él poniéndose en cuclillas frente a ella. Tenía el rostro enrojecido y la respiración agitada, pues había corrido unos cuantos metros cuando divisó desde la distancia lo que le había sucedido.

—No me he roto nada, creo —balbució ella—, salvo la prótesis.

Eric le echó una ojeada y vio que tenía las palmas de las manos magulladas, así como un brazo. Miró la prótesis y se hizo una idea de la situación y de lo que aquello significaba para Amy.

—Hey, Nick, ten mas cuidado por donde vas —sermoneó al chico que continuaba allí—. ¡Mira lo que sucedió! ¡Se lastimó!

—Lo lamento, ya me disculpé con ella —repitió el joven.

—Ve a la enfermería y diles que vengan con una silla de ruedas. ¡Es urgente! —le agitó.

El chico se alejó corriendo y Eric se quedó junto a Amy. Ya no tenía tanto dolor, sino vergüenza. Decenas de pares de ojos se centraban en ellos, como si estuvieran dando una especie de espectáculo.

—¿Puedes quitarte la prótesis? —le pidió Eric en voz baja.

—¿Para qué?

—Tengo una idea —contestó él, aunque no estaba muy seguro de qué haría.

—¿Puedes voltearte? —Amy tenía las mejillas rojas.

Eric asintió y giró la cabeza hacia otro sitio. Amy hizo todo lo posible por burlar las miradas indiscretas y liberar su muñón del socket sin que él lo viera.

—Gracias —le dijo Eric cuando tomó el artefacto en sus manos.

—¿Qué piensas hacer?

—Algo se me ocurrirá, no te preocupes —Eric le sonrió para transmitirle tranquilidad.

Unos pocos minutos después, Eric ayudó a colocar a Amy encima de la silla de ruedas, y la enfermera se la llevó para revisarla.

Estuvo en la enfermería cerca de una hora. La enfermera determinó que no tenía nada serio. Curó sus rozaduras y la dejó acostada en la camilla, en espera de su madre, que estaba fuera de la ciudad ese día e iría a recogerla un poco más tarde. Pese a que el accidente no había sido de gravedad, el hecho de no tener la prótesis le complejizaba su vida diaria, así que pidió irse ese día antes de la escuela. Además, luego de lo sucedido, se sentía humillada frente a todo el colegio.

Un toque a la puerta de la enfermería la despertó de sus pensamientos. Creía que se trataría de su madre o de la enfermera que había salido a almorzar, pero se trataba de Eric. Ver su amplia sonrisa y sus ojos luminosos la tranquilizó en el acto.

—¡Arreglada! —exclamó el joven con una sensación de triunfo y alegría indescriptibles.

—¿Lo dices en serio? —Amy se incorporó en la camilla con algo de dificultad, pero logró recostarse a la pared. También sonreía al verlo.

Eric se acercó a ella y le mostró la prótesis, que estaba íntegra.

—¿Cómo lo hiciste? —Amy la tomó en sus manos asombrada.

—Fue sencillo, solo sustituí los tornillos de la pieza que se habían dañado. Fui al laboratorio de mecánica y hallé los tornillos de cabeza cilíndrica con hueco hexagonal que llevaba y la tuerca compatible con el tornillo. Luego corté la rosca sobrante para que no sobresaliera y listo.

Amy se llevó las manos a la cabeza, riendo.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó anonadada.

—¿Te olvidas que seré un futuro ingeniero y que comparto mi tiempo entre el fútbol y el laboratorio? Fue sencillo, de verdad. Demoré un poco más en cortar la rosca, pero pienso que ha quedado bien —los ojos turquesa de Eric brillaban, se notaba que estaba feliz por poder ayudarla, y aquella expresión conmovió a Amy.

—No sé qué decirte… —susurró ella emocionada—, ¡gracias! No imaginas lo que esto significa para mí.

—Siento mucho lo que sucedió —comentó Eric esta vez más serio—, ¿te sientes bien? ¿Te duele algo?

—No, estoy bien, puedes estar tranquilo —le aseguró ella.

—Eres una chica fuerte. ¿Qué dices? ¿Probamos la prótesis?

—Sí.

Eric se quedó mirándola, hasta que percibió que Amy no se movía. Continuaba avergonzada de mostrarle su muñón.

—No pasa nada —susurró él con voz dulce, mientras pasaba un mechón por detrás de su oreja—. Todo estará bien, no me voy a asustar. Te lo prometo.

Amy asintió, cerró los ojos y levantó su saya, dejando al descubierto el muñón que tanto le apenaba mostrar. Eric puso la palma de su mano encima de él y la acarició brevemente.

—Esto solo me demuestra lo hermosa y valiente que eres —murmuró.

Amy abrió los ojos, temblaba con sus palabras y por la caricia que sentía sobre su muslo mutilado. Lo que leía en sus ojos la dejaba sin aliento, pero intentó que las manos le respondieran al momento de colocar la prótesis en su sitio. Eric la ayudó a bajar de la camilla, y la joven dio dos pasos hacia él, perfectamente.

—Gracias, eres un maravilloso ingeniero —le dijo con una sonrisa todavía nerviosa.

Eric la rodeó con sus brazos, y acarició de nuevo su sonrojada mejilla. Amy volvió a estremecerse, sin saber qué pensar… Levantó la mirada y sus ojos se cruzaron con los de él. Eric no lo pensó más y bajó la cabeza para darle un tierno beso en los labios mientras la abrazaba aún más fuerte contra su corazón.

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