Capítulo 15

Transcurrieron unos días en los que supo poco de Eric. No podía culparlo, el ensayo clínico estaba en la fase de recolección de datos, tabulación y elaboración de artículos científicos para ser publicados en revistas de impacto. Él, además, le había pedido tiempo.

Amy intentó llenar su rutina con lo que le gustaba: continuó con la rehabilitación en el Hospital Universitario de Zúrich, y en Winterthur con su consulta.

Había progresado mucho con su prótesis, al punto que le entregarían la definitiva. Esto la tenía muy contenta, pero también se preguntaba si Eric reaparecería de nuevo en su vida, si volverían a verse, si tendrían de nuevo una oportunidad.

—Estoy segura de que todo se arreglará —le dijo Elizabeth una tarde, dándole un beso en la cabeza.

Estaban en su casa, y el viejo Mike reposaba sobre la alfombra. Amy percibió que el boyero levantaba su cabeza y movía la cola con alegría súbita. Un instante después, el timbre de la puerta sonó.

Amy tuvo una corazonada, pero no se atrevió a abrir la puerta. Fue su madre quien atendió, y supo por sus palabras que se trataba de Eric. Vio su rostro desde el umbral de puerta, un tanto dubitativo, pero finalmente pasó para saludar.

—Buenas tardes —le dio un beso en la frente y se sentó a su lado en el sofá.

Mike colocó sus patas en las piernas de él y le ladró efusivamente. Amy sonrió, el perro era más expresivo que ella, pero estaba tan nerviosa por su cercanía, que apenas podía hablar.

—Amigo mío, tú sí que te alegras de verme —se quejó con Mike.

—Yo también me alegro de verte, Eric —Amy tenía el corazón en un puño.

—Es bueno saberlo. ¿Cómo has estado? —le preguntó, mirándola de esa manera que tanto la inquietaba.

—Muy bien. Mañana me entregan la prótesis definitiva.

—Lo sé, y estoy feliz por eso. Sin embargo, venía para invitarlas mañana a casa de mis padres. Darán una pequeña celebración por su aniversario de bodas, y como estarán en Zúrich, me encantaría que asistieran.

Las mejillas de Amy se encendieron al escucharle. Simone le había dicho varias veces en los últimos días sobre la celebración, pero no se había atrevido a aceptar, no muy segura de los sentimientos de Eric por ella. Finalmente, él se había decidido a expresar su deseo de que asistiera.

—¡Gracias por la invitación! —fue Elizabeth quien respondió primero—. Con gusto iremos a la fiesta de tus padres.

Eric volvió a mirarla, intentando hallar la seguridad que buscaba respecto a su presencia.

—Nos veremos mañana, —dijo ella al fin—, y gracias por venir a invitarnos personalmente.

—Eric, cariño, ¿no quieres quedarte a cenar?

—Lo siento mucho, señora Keller, tal vez en otra ocasión —contestó él en verdad apenado—. Debo volver pronto a Zúrich, y de paso me llevo a Mayla también de regreso. Hemos estado muy atareados con los resultados de los ensayos clínicos, y Simone no me perdona que le deje poco tiempo libre a su novia.

—Lo imagino —sonrió Elizabeth—, son tiempos arduos para ustedes y difíciles para el amor.

—Siempre se busca la manera —y cuando lo dijo, estaba mirando a Amy.

El joven no demoró mucho más tiempo y se despidió de ellas. Amy lo acompañó hasta la puerta, y fue en ese momento que él extrajo del bolsillo interno de su saco, una tableta de chocolate.

—Hasta mañana —fue lo único de expresó.

Amy lo vio bajar corriendo los tres escalones del porche y desaparecer por el jardín como si se tratara de un adolescente enamorado.

Ella permaneció unos instantes allí, a solas, con la tableta en las manos. Abrió el envoltorio y advirtió que Eric le había devuelto la vieja foto polaroid. Por dentro, en el papel, había escrito una pequeña frase, en respuesta a la que recibió de ella:

“No hace falta volver al pasado, cuando tenemos todo el futuro por delante”.

Amy sujetó la tableta contra su pecho y sonrió. Eric… ¡Eric había alegrado su corazón luego de días de separación y silencio! Al fin veía una luz al final del camino, y pensaba que todo tendría una solución.

—Te veo más contenta —le comentó su madre, quien se asomó al porche con una sonrisa suspicaz—. ¿Es por el chocolate?

—Es el mejor chocolate del mundo, mamá —repuso Amy animada, como no había estado en mucho tiempo.

—Espero entonces que me regales un trocito —Elizabeth le guiñó un ojo antes de entrar.

—Todos los que quieras, mamá.

Amy pasó esa noche entre la felicidad que la visita de Eric le causaba y la ansiedad por el próximo encuentro. ¿Por qué sentía esas mariposas en el estómago? ¿Era solo por recibir su pierna biónica? Ella sabía que no, que era por él… Siempre había sido Eric el causante de sus desvelos, de sus sobresaltos y alegrías. Estaba enamorada, y no veía el momento de volver a retomar su relación.

Había aprendido mucho en los últimos días, incluso leído libros de autoayuda para aprender más sobre las inseguridades en las relaciones de pareja. Un psicólogo jamás dejaba de aprender, aunque también era más difícil seguir sus propios consejos. La verdad era que estaba más tranquila y veía las cosas con mayor claridad.

Al día siguiente, Elizabeth condujo hasta el hospital y la esperó en el salón de recepción. Eva les había dado las llaves de su casa para que pasaran la noche en Zúrich, ya que ella se estaba quedando en casa de Dirk.

Amy fue recibida en el hospital por una de las chicas del área de rehabilitación, que trabajaba con la doctora Ángela. La especialista la hizo pasar con una sonrisa, y la saludó como era costumbre. La prótesis definitiva reposaba sobre una mesa, y a partir de ese momento Amy tendría la posibilidad de andar todo el tiempo con ella.

Durante la rehabilitación, fue cada vez más en aumento el tiempo que pasaba con su nueva prótesis, adaptándose a ella. Sin embargo, debía esperar por la prótesis definitiva, para comenzar su nueva vida.

—Aquí está ella —le dijo la doctora Ángela con una sonrisa amplia—. Tu prótesis biónica con socket de fibra de carbono. También fabricamos la funda cosmética de la prótesis que es el recubrimiento externo para darle la apariencia más parecida a la extremidad. Te entregaré este documento de recomendaciones de uso y mantenimiento y una declaración de conformidad para que la firmes, que es para la Universidad. Mayla vendrá dentro de poco a buscarla.

Amy asintió.

—Muchas gracias, doctora. Ha sido usted un verdadero ángel en estos días, y no imagina lo importante que es para mí este momento —al hablar, no pudo evitar pensar en Eric. También a él debía agradecer.

—Para mí es un placer. Es muy gratificante verlos marchar felices.

Amy se sentó con cuidado en la camilla, se despojó de su otra prótesis y le permitió a la doctora que le colocara la nueva. Fue en ese momento que percibió que en el socket había algo.

—¿Qué es? —preguntó Amy casi con lágrimas en los ojos.

Se trataba de un corazón grabado a láser, que en su interior contenía las letras: “A+E”.

—¡Oh! —Angela le sonrió—. Fue idea del doctor Schweizer mandar a personalizar las prótesis de cada uno de ustedes. La del joven Daniel tiene el emblema de su equipo de fútbol favorito; la de Juliette tiene grabada la cabeza de un gato en honor a su mascota, y la tuya… Bueno, es evidente que el corazón y las letras simbolizan algo —dijo la mujer ruborizándose—, supongo que tú entiendas lo que significa.

Amy se ruborizó también.

—Elizabeth es el nombre de mi madre —contestó—, quizás sea la razón de la E.

Angela la miró y sonrió.

—Creo que ambas sabemos que se trata de alguien más, ¿no es cierto?

Amy asintió, pero no pudo contestar, estaba conmovida por el detalle de Eric, y el corazón quería salírsele del pecho una vez más. Tenía grabadas sus iniciales en la fibra de carbono, en una muestra de compromiso, entrega y fidelidad infinitas.

Una vez con la prótesis, pudo comprobar que esta funcionaba sin problemas y que podía trasladarse con facilidad. Ángela le dio a firmar los documentos, y justo en ese instante apareció Mayla para recogerlos.

—¡Buenos días! —saludó la joven investigadora—. ¡Qué bien te sienta la nueva prótesis!

—Estoy maravillada con ella —contestó Amy, con lágrimas en los ojos—, y con la personalización…

Mayla le sonrió, cómplice, pues sabía bien a lo que se refería.

—Por cierto, me han pedido que te entregue esto —informó, mientras sacaba de su bolso una tableta de chocolate—. Reconozco que me tienen intrigada con tanta azúcar que se envían, pero no preguntaré nada —rio Mayla.

—En algún momento te lo contaremos, amiga, muchas gracias —Amy tomó el chocolate en sus manos y se despidió de ambas, agradeciendo nuevamente por todo lo que habían hecho por ella.

No se alejó demasiado, pues necesitaba abrir la tableta para descubrir qué contenía en su interior. Se trataba de una foto del muslo de Eric, que tenía tatuado recientemente un corazón con las letras A+E dentro, en la misma posición que ella en su prótesis.

En el envoltorio rezaba una simple frase que la hizo estremecer: “Para que siempre caminemos juntos, por el resto de nuestras vidas”.

Elizabeth, quien la vio llorar en la distancia, se preocupó al instante, pensando que algo habría salido mal. Fue solo al acercarse que comprendió que aquellas eran lágrimas de felicidad. Las tabletas de chocolate eran mágicas, casi tanto como su amor.

En la tarde, Simone fue a recogerlas a casa de Eva, pues insistió en llevarlas personalmente a la nueva casa de sus padres, la cual no conocían. Amy estaba algo nerviosa, pero no pudo evitar decepcionarse cuando escuchó que Eric no estaba.

—Tardará un poco en llegar pues lo han invitado a un programa de noticias en vivo esta tarde para hablar del ensayo clínico —le explicó Simone, mientras conducía—. Él no quería ir, pues detesta la publicidad, pero es importante para darle visibilidad al proyecto y la Universidad insistió.

—Comprendo —asintió Amy.

La casa de los Schweizer se hallaba en el distrito de Enge. Era una impresionante vivienda de tres pisos y fachada en tonos grises, precedida de un cuidado jardín. Amy quedó impresionada, pero no dijo nada.

Al bajar del auto se encontró con Wolfgang y Gretha, así como con Mayla. Los tres las esperaban con una cálida sonrisa y Amy se sintió feliz con el recibimiento, aunque un tanto cohibida.

—¡Hola, Amy! —Gretha fue quien primero habló, dándole un fuerte abrazo—. ¡Qué hermosa estás!

El cumplido la hizo enrojecer, y se lo agradeció. Llevaba un vestido veraniego de color rosa que le sentaba muy bien, y dejaba expuesta su prótesis, aunque no lo suficientemente corto para mostrar el corazón.

—Es un gusto verte, hija —saludó Wolfgang—. Por favor, pasen.

Se dividieron en grupos. Amy se quedó algo rezagada junto a las chicas, mientras los padres de Eric se ponían al día con Elizabeth, con quien siempre se habían llevado muy bien.

—Los invitados llegarán un poco más tarde —les contó Gretha, una vez dentro—, lo suficiente para que nos de tiempo a ver el programa donde hablará Eric. ¡Estoy tan nerviosa!

Amy también lo estaba, aunque intentó relajarse. El interior de la vivienda era cómodo y confortable, y ya la tele estaba encendida, sirviendo como fondo a la amena conversación. Amy se esperaba un buen trato de parte de sus suegros, pero esa tarde fueron más que maravillosos con ella. Nada se habló de las dos separaciones, ni de ningún tema escabroso. Miraron su prótesis con orgullo, sabiendo que la había creado su hijo, y la charla se desenvolvió de la mejor de las maneras.

A las cinco de la tarde, comenzó el programa que tenía varias secciones, una de ellas dedicada a ciencia y tecnología. Lo conducía una popular periodista, Valerie Müller, una mujer de unos cuarenta años con mucha experiencia en los medios.

Todos interrumpieron la charla y subieron el volumen. En la pantalla apareció en primer plano la imagen de Eric, con un traje oscuro. La voz de la conductora lo presentó:

—Amigos, tengo el placer de recibir en el estudio al doctor en Biomedicina Eric Schweizer, Jefe del Departamento de Ciencias de la Salud y Tecnología y líder de un proyecto muy relevante en la ETH. ¡Bienvenido!

—Muchas gracias —respondió Eric un tanto nervioso—, en nombre de mi equipo de investigadores de la Universidad, agradezco la oportunidad de estar aquí en este espacio.

El placer es todo mío. Se dice que el grupo que usted lidera ha desarrollado una prótesis biónica de pierna sensitiva, ¿es eso cierto?

—Sí, es verdad —reconoció un tanto ruborizado—. Aún estamos tabulando los resultados del ensayo clínico, pero son muy buenos.

—¿Y cómo funciona esta prótesis? —preguntó la periodista—. ¿Qué tiene de innovadora?

—Es la primera prótesis de su tipo en la industria biomédica —explicó—. Es una pierna biónica que se sentirá como propia, gracias al uso de sensores. Está equipada con siete de estos a lo largo de la planta del pie y un codificador en la rodilla. Estos sensores generan información sobre el tacto y el movimiento de la prótesis que, gracias a un algoritmo inteligente, se transforman en señales biológicas que se envían al cerebro a través de electrodos intraneuronales implantados quirúrgicamente, produciéndose un proceso de retroalimentación. Esto es lo que permite sentir la pierna como propia, lo que trae muchos beneficios: mejora la marcha, evita caídas, el paciente no tiene que pensar para caminar si no que la prótesis es la que se adapta a sus necesidades…

—¡Todo lo que nos está diciendo es maravilloso, doctor! —exclamó la periodista—. ¿Y qué tal los ensayos clínicos?

—Los tres sujetos que participaron ya tienen sus prótesis ya y los efectos son los esperados. Estamos todos muy contentos —dijo con una sonrisa—, y dentro de poco estos resultados serán publicados.

—¡Le deseo muchos éxitos! Dígame algo, ¿qué le inspiró al campo de la biomedicina?

Eric se quedó sorprendido, no dejaba de ser una pregunta un tanto personal.

—Siempre amé la ciencia, sobre todo si se tiene el objetivo de ayudar a las personas que más lo necesitan. El camino en la neurociencia y las prótesis lo hallé gracias a mi amor de adolescencia.

El rostro de Valerie se iluminó.

—¿Y sabe ese amor de adolescencia lo que ha hecho en el campo profesional?

—Por supuesto —repuso él por un instante mirando a la cámara—. Es mi novia, y si me acepta, mi futura esposa.

La algarabía en el hogar de los Schweizer  no se hizo esperar. Ni siquiera escucharon el final de la entrevista, que casi concluía. Amy estaba muy emocionada, y Simone y Mayla la abrazaron, seguidas de Elizabeth y Gretha. Wolfgang, por su parte, fue a descorchar una botella para celebrar, adelantándose un poco a la fiesta que vendría después.

—¡Su novia y futura esposa! —exclamó Elizabeth llena de dicha—. ¡Qué bonito!

—Dios mío, lo ha dicho en televisión nacional —Amy sonreía con lágrimas en los ojos y continuaba muy nerviosa.

—¡Así es el amor! —exclamó Gretha feliz.

Una hora después, el auto de Eric aparcaba en la entrada de la casa, y Amy se encaminó a recibirlo, temblando como una hoja. La familia permaneció dentro, aunque espiaban desde las ventanas, por mucho que Simone hubiese pedido que les dieran privacidad.

A la pareja no le importaba, de hecho, ni siquiera se dieron cuenta de que los miraban.

Amy se adelantó a abrazarlo y Eric la acogió en sus brazos, soltando un suspiro. Fue dura la separación, pero ahora la tenía consigo, a su lado.

Amy levantó la cabeza y enmarcó su rostro, que esbozaba una sonrisa. Se miró en sus ojos azules, y acarició su mejilla, rasurada, como ese rostro imberbe que en el pasado generó su idolatría.

—Te amo, Eric —susurró con la misma adoración de entonces.

—Yo más a ti, mi futura esposa —respondió él todavía con la sonrisa en los labios.

Se unieron en un franco y dulce beso, que luego se tornó febril, y estremecedor. Eric la estrechó más contra su cuerpo con la certeza de que esta vez, no se separarían nunca más.

FIN

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