Capítulo 13

Luego de llamar a Eric varias veces y de no obtener contestación, Amy comprendió que él necesitaba de tiempo. ¿Qué otra reacción podía esperar? Era lógico que continuara ofendido por su falta de confianza. Eric siempre había pensado en ella; su amor condicionó su elección profesional y el éxito posterior. Si tenía tan cerca la oportunidad de obtener una prótesis tan avanzada, era gracias a él. Y, a pesar de todas esas cosas, ella le había herido profundamente… ¡Cuánto se arrepentía de ello! ¡Hasta que punto permitía que el pasado dominara su presente! ¿Por qué dejaba que su inseguridad ganara espacio en su corazón?

Como profesional sabía reconocer sus miedos, pero era vencida por ellos. Poco podía hacer. Siempre pensaba que era esa chica de diecisiete años, con el corazón roto, saliendo del colegio bajo la lluvia, siendo traicionada por el joven que amaba. Ahora, en cambio, pensaba incluso que Eric jamás había hecho tal cosa y que todo se debía a un terrible engaño.

Aunque la ansiedad la consumía, Amy pensó que lo mejor era centrarse en ayudar a otras personas, ya que poco podía hacer para ayudarse a sí misma. Esa mañana de lunes se dirigió al trabajo; llovía un poco, así que anduvo con cuidado hasta el edificio que tan bien conocía. Helga, como de costumbre, la estaba esperando con una taza de café que ella agradeció con una sonrisa y un “buenos días”.

—¿Algún recado? —preguntó, con la remota esperanza de que Eric la hubiese llamado al trabajo.

—No —respondió Helga, entretenida en el crucigrama que tenía delante.

—No recuerdo qué casos tenemos citados para hoy. ¿Podrías refrescarme la memoria?

Helga asintió mientras consultaba la agenda.

—Leonard Weber, un niño de diez años —contestó—. Es la primera vez que viene.

Amy asintió, pues no recordaba a ningún paciente con ese nombre.

—Gracias, Helga. Estaré en mi oficina, cuando llegue con sus padres, por favor, hazlos pasar.

—Por supuesto —Helga continuó con el crucigrama.

Amy se distrajo leyendo el diario hasta que Helga anunció a su pequeño paciente y a su madre. Amy se puso de pie para recibirlos, pero quedó anonadada cuando reconoció a la madre del pequeño, una mujer de cabello rubio y ojos grises que no olvidaría en la vida.

—Hola —saludó la mujer algo cohibida.

Amy bajó la mirada y se topó con un pequeño hermoso, de pecas y ojos grises como los de su madre. Se percató de que uno de sus zapatos era más alto que el otro y que eran ortopédicos. Era una diferencia de unos pocos centímetros, pero aquello indicaba que tenía una extremidad más larga.

—Buenos días —los saludó Amy acercándose—. Es un gusto conocerte —le dijo al niño—. Eres Leonard, ¿verdad?

El niño asintió.

—Me dijeron que eras la mejor en tu área en la ciudad —habló la mujer—, así que no dudé en concertar una cita. Espero que no haya problema alguno…

—Ninguno —contestó Amy.

—¿Podemos hablar un segundo? —pidió su interlocutora.

—Por supuesto. Leonard, ¿ves ese cajón de la izquierda? —le indicó al niño un mueble—. En él hallarás varios juguetes. Escoge el que más te guste para que te acompañe esta mañana mientras charlas conmigo. ¿De acuerdo?

El pequeño sonrió e hizo lo que se le indicaba. Amy estaba preparada para atender a menores de todas las edades y sabía que los juguetes podían ser una útil herramienta para liberar tensiones en los infantes mientras eran atendidos.

—Muy bien, ¿qué querías decirme? —Amy miró a lo mujer con cierta gravedad.

A pesar de vivir en la misma ciudad, hacía muchos años que no se encontraba con Astrid frente a frente. Los recuerdos de la foto, el camping y la reyerta en los casilleros le pasaron por la mente como si de una película se tratase.

—William es mi hijo —le contó—. Estoy desesperada, porque le hacen bullying en la escuela y quiero hacer todo lo posible porque él se sienta mejor. Me recomendaron que viniera a verte, dicen que eres una experta en estos casos…

Amy se encogió de hombros.

—Además de mis estudios en psicología, tengo experiencia con el bullying.

Astrid bajó la cabeza, apenada.

—Lo siento. Espero que lo que sucedió entre nosotros no afecte a mi hijo —dijo mirando al niño que ya estaba muy entretenido jugando con un oso de peluche.

—Soy muy profesional y sería incapaz de hacerle daño a nadie, mucho menos a una criatura inocente —respondió Amy.

—Gracias, tú siempre fuiste mejor que yo —afirmó la mujer—. Poco después que terminamos la preparatoria me embaracé de William Weber. No fue una buena decisión involucrarme con él, y aunque reconoció a Leonard como su hijo, apenas se ocupa de él, pues lo rechaza por su condición.

Amy se estremeció al escuchar hablar de ese chico y de su actitud como padre. En el pasado era el capitán del equipo de fútbol que se burlaba de ella, y que le hizo a Eric la vida un infierno en el instituto.

—El destino quiso que Leonard sea diferente, pero eso es algo que William no comprende ni perdona.

—Al menos el niño te tiene a ti…

—Me esfuerzo por ser buena madre. ¡Lo adoro! He aprendido de mis errores, Amy. Te aseguro que ahora soy menos egoísta.

—Me alegro.

—Por cierto, te ves estupenda —Astrid quiso ser amable, y le sonrió.

—Gracias —Amy no pensaba hablar de su vida personal ni abrirse con ella, lo mejor era dejar las cosas en un plano profesional—. Respecto a la sesión de hoy, conversaré primero con el niño y luego te mandaré a llamar para darte mis impresiones —le explicó la terapeuta.

—Está bien, esperaré afuera —Astrid ya se marchaba cuando se acercó a Amy para hacerle una última confesión—. Sé que es demasiado tarde, pero si te sirve de consuelo, jamás tuve una relación con Eric. Él siempre estuvo enamorado de ti. Yo… —le tembló la voz—, yo solo me aproveché de la situación en el camping para que lo abandonaras. Sin embargo, nunca tuve chance con él y caí en los brazos de Weber después. Si no fuera por mi hijo, diría que fue el peor error de mi vida. Estaba muy perdida, y solo ahora me percato de las consecuencias de mis actos.

Amy se estremeció con aquellas palabras. ¡Todo fue un vil engaño!

—Gracias —respondió—, aunque tu sinceridad llega retrasada.

—Lo lamento —bajó la cabeza de nuevo—. ¿Has vuelto a ver a Eric?

—No hasta hace muy poco —confirmó.

—Pues deseo de corazón que la verdad les haga bien y no sea demasiado tarde para ustedes.

Amy asintió, incapaz de hablar al respecto. Si daño les había hecho Astrid en el pasado, más daño les había hecho ella misma con su desconfianza.

—Puedes estar tranquila respecto al niño, —dijo Amy volviendo a la razón principal de aquel encuentro—. Pondré todo mi empeño para que las cosas mejoren para él. Tal vez podamos convencer a Weber de venir a terapia en un futuro.

Astrid concordó.

—¡Ojalá! —exclamó antes de retirarse.

Amy tomó un par de segundos para colocarse en el papel de terapeuta y volver a donde estaba el niño. Aunque había vuelto a restaurar su confianza hacia Eric luego del malentendido con Mayla, aquellas inesperadas palabras de Astrid la dejaron profundamente desesperada. Había juzgado mal a Eric en el pasado; ahora tenía la total confirmación. Los había llevado a trece años de separación por su obstinación, y en el presente había hecho justamente lo mismo. ¡Esperaba que aún pudieran tener otra oportunidad!

Amy pasó toda la tarde en su oficina redactando una carta para Eric. No había tenido más que un solo caso citado después del almuerzo, lo que le permitió lograr su cometido de abrirle su corazón a través de letras. Mientras lo hacía, algunas lágrimas bajaban de sus ojos, manchando el papel, pero lo dejó así.

A las cinco de la tarde, llegó a casa de Simone, para ver a Mayla. La investigadora partía al día siguiente temprano para Zúrich, y era su mejor oportunidad para contactar con él.

—¡Hola! —Simone la recibió con una sonrisa—. Por favor, pasa adelante.

Amy así lo hizo. Se acomodó en el mullido sofá que tantos recuerdos le traía.

—Eric no contesta mis llamadas —le confesó a su hermana, un tanto abatida.

—Lo imagino. Pienso que deben hablar, pero ahora será Eric quien determine cuándo. Mi hermano es así, desde pequeño. Es normal en él, no te preocupes —Simone se sentó a su lado—. Yo le conté que ya sabías la verdad sobre Mayla y yo.

—¿Y qué dijo?

—No mucho. No se sorprendió de que te lo hubiese dicho, pues me conoce y sabe que tarde o temprano lo hubiese hecho.

—Gracias, Simone.

La aludida negó con la cabeza.

—Mis padres quieren verte —le informó la chica—. Están haciendo planes para su aniversario de bodas y quieren que asistas a casa.

—Les agradezco, pero no se si… —Amy tenía miedo de la reacción de Eric—. Tal vez no sea prudente.

—¡Tonterías! —exclamó Simone—. ¡Todo estará bien! Nos mantendremos en contacto y ya te informaré sobre la fiesta. Iré a llamar a Mayla, se ha pasado todo el día frente al ordenador, trabajando.

—No hace falta, ya estoy aquí —sonrió la aludida, quien bajaba por la escalera con su acostumbrada sonrisa—. Hola, Amy.

—Hola —la joven estaba muy nerviosa—, gracias por ayudarme.

—¡Es un placer para mí! —repuso la investigadora—. Eric es mejor tutor cuando está feliz, así que esto me conviene a mí también.

Todas rieron con el comentario, pero Mayla se concentró en lo que Amy le tendía.

—¿Una tableta de chocolate? —preguntó desconcertada.

—Y una carta —afirmó Amy dándole un sobre también—. Sobre la tableta, Eric comprenderá.

La pareja se miró un tanto sorprendida, sobre todo el chocolate, pero Mayla tomó la encomienda sin cuestionar nada.

Amy se retiró de la casa, pensando en lo que había entregado y en las palabras dichas. En la tableta de chocolate, no había escrito ningún año, tan solo dibujó el símbolo del infinito. Eso bastaría para hacerle saber que su amor por él sería eterno, sin importar si estaban o no juntos. En el interior de la tableta, había puesto la primera foto de la antigua polaroid, cuando hicieron la tarea juntos, y en el papel por dentro había redactado una pequeña inscripción.

“Eric, tú que inventas aditamentos para mejorar la vida, crea una máquina del tiempo para volver al pasado, a este instante, en el que fui tan feliz. Te aseguro que lo haría todo mejor de tener la oportunidad. ¡Lo siento tanto!”.

Sobre la carta, la recordaba toda, palabra tras palabra, y la reprodujo en su mente, preguntándose si aquellas simples líneas bastarían para disculparse con él. Las lágrimas bajaban por sus mejillas y, al igual que trece años atrás en el colegio, volvía a llover con intensidad.

Querido Eric:

Esta es la carta que no hubiese querido escribir jamás, porque si alguien no merece ser decepcionado, eres tú. Te he herido doblemente: en el pasado, y en el presente, y a veces me pregunto si seré digna de soñar con ese futuro a tu lado que alguna vez me prometiste, y que hoy veo tan distante.

No tengo manera de disculparme por lo que hice; podría darte miles de justificaciones o incluso la secuencia errónea que me llevó a tal conclusión, pero ya la conoces. De cualquier forma, no tengo perdón; traicioné la confianza del hombre que me amaba, y la confianza es uno de los pilares más importantes en cualquier relación. 

Aprendí desde muy joven que la sociedad no está preparada del todo para los seres diferentes, y que la pena era el sentir al que podía inspirar. Esta creencia de no saberme suficiente, condicionó mi vida y los temores que, irracionalmente, aún albergo respecto al amor. ¿Cómo pensar si quiera que alguien tan perfecto como tú —sí, perfecto eres ante mis ojos—, pudiese fijarse en mí? ¿Cómo aspirar a tu amor? Siempre te miré en el colegio como alguien inalcanzable, y me preguntaba cómo era posible que quisieras pasar tiempo conmigo.

Y no solo quisiste estar a mi lado, sino que me amaste. Me regalaste los meses más increíbles y maravillosos que tuve en mi vida, y a tu lado me sentí completa, íntegra, entera… Sin embargo, yo misma nos di el golpe de gracia al no confiar en ti. ¿Por qué dejarme guiar por comentarios malintencionados? ¿Por qué caer en el juego de la maldad ajena a nosotros? Quizás, porque en el fondo de mi corazón, seguía creyendo que eras demasiado bueno para mí…

Fue en ese momento que tuve una dolorosa sensación de pérdida; no hablo de mi miembro trunco, hablo de tu ausencia. Sabes que cuando un paciente es amputado de una pierna, por semanas tiene la sensación de que esta sigue ahí. La siente, aunque sea un fantasma, un espectro que incluso causa dolor. Esta experiencia con el tiempo se va esfumando, hasta que te acostumbras a vivir sin tu extremidad.

Cuando me alejé de ti, Eric, fue una sensación semejante, aunque más dura. Yo seguía pensando que estabas a mi lado. Te buscaba en mi casa sin hallarte; te veía en el colegio sin poder superar la inexistente traición, y me seguías doliendo, como ese miembro que ya no existía. La diferencia es que nunca me acostumbré a vivir sin ti y que todavía me dueles, Eric… Me dueles porque me haces falta; me dueles porque te he perdido.

Siempre has estado en mi pensamiento, como si el tiempo no hubiese transcurrido, como si nuestro amor continuara de diecisiete años. Volverte a encontrar me estremeció más de lo que hubiese esperado. Allí estaba yo en ese teatro, admirada al comprender en quién te habías convertido, y sintiéndome cada vez más insignificante para alguien tan increíble como tú. Y volviste a sorprenderme, amor mío: me hiciste comprender que siempre había estado en tu pensamiento, del mismo modo que jamás has abandonado los míos.

Pasaste trece años planeando cómo cambiarme la vida, pero mi vida ya había cambiado desde que te conocí. Pasé ese mismo tiempo esperando por tu regreso, incluso sin saberlo, y jamás hubo nadie más…

Con los años, aunque no hubiese querido admitirlo, sentía que habías sido incapaz de traicionarme. Si así no lo hubiese creído, jamás te hubiera dado una oportunidad como la que luego tuvimos; jamás me hubiese entregado a ti.

Te pedí no hablar del pasado porque temía que volvieran los miedos, las inseguridades, el no creerme suficiente. Silencié lo que sucedió para no herirnos, pero te amé esa tarde con las mismas ansias de aquella única vez que estuvimos próximos a pertenecernos. Tal vez más, porque te añoraba no como niña, sino como mujer.

Hoy, por juegos del destino, tuve la certeza de que lo que sucedido en el pasado fue una manipulación horrible. También supe que me equivoqué terriblemente cuando te creí, una vez más, capaz de engañarme.

Perdóname, amor mío. No sé si lo merezca, pero perdóname. Es probable que yo no pueda hacerlo nunca. Luego de haber tenido esa felicidad a tu lado, no hay peor sensación que saberme responsable de nuestra separación; tal vez, definitiva.

Aunque no estemos juntos, quería que supieras cuánto te amo. Te agradezco por enseñarme a transitar por ese sendero, a veces espinoso y torcido, pero tan maravilloso como el camino del amor. Gracias por la prótesis que has creado para mí. Ojalá que estos nuevos pasos me lleven de vuelta a tu lado, porque es contigo con quien quiero caminar por el resto de mi vida.

Te amará por siempre,

Amy”

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