Capítulo 1

Sabía que estaba dormida, pero los recuerdos acudían a su mente confundiéndose con un dulce sueño.

Había vuelto a tener diecisiete años y caminaba con cierta torpeza por el corredor del colegio. Su marcha continuaba siendo algo lenta, vacilante, cautelosa. Lo peor que podía sucederle era tropezar y caer en público, pues sus compañeros eran implacables. Bastante difícil era ya, obviar las miradas indiscretas que se posaban sobre ella, escudriñando el soporte de metal que asomaba por su saya de color azul. Llevaban un año viéndola así, y aún continuaba siendo un fenómeno.

Amy prosiguió andando hasta la puerta del salón donde tenía clase. Se detuvo al notar la castaña cabeza de un chico que obstaculizaba el camino, atándose las agujetas de sus zapatos. El joven se fijó en su miembro artificial y levantó el rostro confundido. Entonces ella lo vio: tenía la mirada más hermosa que hubiese visto en mucho tiempo. Amy suspiró, avergonzada de su aspecto, pero no dijo nada. El desconocido se aclaró la garganta, mientras se incorporaba.

—Eh… —balbuceaba un poco—. Soy Eric —dijo al fin—. Soy nuevo.

—Hola, soy Amy —respondió la joven—. Bienvenido.

—Gracias —el chico de ojos turquesa asintió y esbozó una tenue sonrisa.

Era bastante alto, de figura delgada y hombros anchos. Amy estaba asombrada de que no hubiese huido enseguida de ella. Tal vez solo le diera pena.

—Amy, ¿podrías moverte? —protestó una voz detrás suyo, de uno de sus compañeros—. ¡Llegaremos tarde!

En ese instante la imagen se desvaneció con el sonido del despertador. Volvía al presente. Ya no tenía diecisiete años, sino treinta. Lo único que no había cambiado en más de una década era su discapacidad.

Amy resopló, intentando deshacerse de los sentimientos que había revivido con su sueño. Estaba empapada en sudor. Retiró el edredón de su cuerpo y dejó al descubierto su pierna derecha y el muñón de la izquierda, al que miró como a un viejo conocido. A pesar de los años transcurridos, no se acostumbraba a él. ¡Qué distinta era de aquella joven atlética que corría en el colegio!

Tras un terrible accidente de auto, Amy fue sometida a una amputación transfemoral, con lo cual había perdido la pierna unos centímetros por encima de la rodilla. Lo peor que perdió en ese accidente, sin embargo, fue a su padre. Y ninguna extremidad del mundo podía compararse con el gran vacío que había dejado él en su vida.

Amy miró al lado de la cama: allí yacía su prótesis, compuesta por un pie de fibra de carbono con sistema neumático integrado al tobillo; una rodilla prostética hidráulica, y un socket también de fibra de carbono a través del cual se unía la misma a su muñón. Era una prótesis mucho mejor que la que usó en su adolescencia, pero ni remotamente se comparaba a las modernas biónicas que comenzaban a circular en el mercado a altos precios y que parecían completamente inalcanzables para ella.
Como cada mañana, Amy se colocó el socket, y luego lo unió al resto de la prótesis de metal. Esto le permitía bajar de la cama con autonomía y calzarse unas zapatillas para iniciar su día. Se puso de pie, y comenzó a andar hacia el baño.

El agua fresca en el rostro no alivió la tensión que sentía luego de aquel sueño. ¿Por qué volvía a pensar en Eric? Negó con la cabeza, apartando aquel nombre de su cabeza. Hacía trece años que no lo veía, y aquella inusitada nostalgia no tenía sentido alguno.

Vivía sola, aunque muy cerca de su madre. Cuando terminó la Universidad solicitó independencia, y aunque Elizabeth se había mostrado reacia a ello, finalmente debió aceptarlo. Amy era una mujer, y como tal necesitaba seguir adelante con su vida. Tenía que reconocer que le iba bastante bien: se graduó con honores de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Winterthur, la ciudad donde vivían, en la carrera de Psicología.

Hacía tres años que había logrado abrir su propia consulta y trabajaba como terapeuta, especializada en la atención a niños, adolescentes y jóvenes con discapacidad motora. Su experiencia le aportaba un nivel de conocimiento más profundo sobre los sentimientos y frustraciones de las personas con esa condición, ayudándolos a adaptarse a su nueva realidad.

Después de tomar el desayuno, Amy se vistió con un vestido largo, y salió a la calle. Su consultorio estaba a unos trescientos metros de allí, en la calle Stadthausstrasse. Era un edificio pequeño, y ella tenía rentado un local en el primer piso, para evitar las escaleras. Entró al recibidor, donde esperaba Helga, su recepcionista y quien se encargaba de gestionar los turnos. También hacía el mejor café.

—¡Buenos días! —saludó la mujer de cuarenta años, algo de sobrepeso y cabellos dorados—. Como siempre llegas antes de la hora. El café ya está listo.

—Gracias, Helga —Amy depositó sobre el escritorio de la secretaria una bolsa con bollos de canela—. Los preparé yo misma, sé cuánto te gustan.

—¡Qué delicia! Me vas a hacer engordar más de lo que ya estoy. Por cierto, ha llamado tu madre. Se quejó de que no pasaras por casa esta mañana. Y también ha dejado un mensaje para ti una profesora del ETH, el Instituto de Tecnología de la Universidad de Zúrich. Ha dejado su número para que le llames.

Amy se encogió de hombros.

—¿Qué podrá ser? —sentía algo de curiosidad—. Le llamaré después, igual a mamá. La cita de las nueve no debe demorar en llegar.

Helga asintió y Amy se dirigió a su oficina. Era un ambiente espartano, moderno y minimalista. Algunos libreros con volúmenes sobre psicología clínica, discapacidad, prótesis, terapia para jóvenes y adolescentes… Un sofá de cuero marrón, una butaca —que era su puesto habitual—, y una mesa con una planta que brindaba el tono de color deseable para hacer del lugar un sitio acogedor.

La cita de las nueve no demoró en llegar. Se trataba de una chica de dieciocho años, que llevaba unos meses con una prótesis transfemoral. Sus padres aguardaban fuera, pero la charla sería solo con ella.

Amy la saludó y la invitó a sentar. Christine era muy bonita, pero su autoestima se había ido al suelo luego de la cirugía. La habían operado de un osteosarcoma. Todo había salido bien y podía sentirse feliz por haberle ganado la batalla al cáncer —por lo general el pronóstico era bueno—, aunque verse privada de una extremidad había sido difícil para ella.

—Hola, Christine, ¿cómo te ha ido en tu semana? —preguntó Amy.

—Hola —suspiró la joven de cabello oscuro—. No muy bien. Decidí no ir a la fiesta el fin de semana.

—¿Por qué? La última vez que hablamos estabas ilusionada… —le recordó la terapeuta.

Christine comenzó a abrir su corazón, diciéndole lo frustrada que se sentía y lo mal que le quedaba toda la ropa.

—Puede parecer frívolo, pero cada vestido que me probaba era peor —le contó con lágrimas en los ojos—. Cualquier cosa que use me queda espantosa.

—Eso no es cierto —le contestó la mujer—. Tu aspecto ha variado un poco, pero eso no significa que sea peor o más feo; simplemente es distinto. Debemos aprender a convivir con lo diferente, te aseguro que no es nada malo. Entiendo que te mires al espejo y no te reconozcas, pero te pido que en lugar de ver la prótesis te mires a los ojos. ¿Qué ves? ¿Acaso no sigues siendo tú misma?

—Sí, es verdad —reconoció la chica.

—La próxima vez que te sientas así, quiero que hagas ese ejercicio: mírate al espejo y detalla cuidadosamente todas las partes de tu cuerpo que no han cambiado. Notarás que la prótesis es solo una parte de ti misma y que no te define.

—Es difícil acostumbrarse —repuso la joven—. A veces pienso que no podré. ¿Usted lo logró?

Amy sonrió con indulgencia.

—No estamos hablando de mí —respondió con tacto—, sino de ti. Tener en la mente el recuerdo del miembro perdido es natural, pero depende de ti tomar la imagen de la prótesis como natural también. Llegará un momento en el que la verás como si fuera tu propio cuerpo.

—Hay algo más —confesó Christine con un hilo de voz—. El chico que me gusta se avergüenza de mí… Cuando estamos a solas se comporta de una manera: es amable, divertido y siento que yo también le gusto, pero en público se apena de estar a mi lado. Fue por eso que tampoco fui a la fiesta. No quise volver a pasar por su desprecio.

Amy asintió, mientras tomaba notas en su cuaderno. Las palabras de Christine le hicieron recordar su sueño y a Eric, y se estremeció. ¿Por qué se sentía así? Era una persona en extremo profesional como para permitir que esas tonterías la dominaran.

—A veces a la familia y a los amigos también les cuesta adaptarse a la nueva realidad —dijo al fin—. Puede que este chico se esté debatiendo entre lo que siente por ti y el bullying que quiere evitar y que lamentablemente también existe. De cualquier forma, su conducta es injustificable, y no puedes aferrarte a alguien que no hace todo lo necesario por merecer tu cariño. No permites que nadie sea la causa de tu infelicidad. Ningún chico tiene el poder suficiente para hacerte desistir de ir a una fiesta, de compartir con amigos o pasar un rato divertido.

—Me siento confundida. Es que en ocasiones es tan lindo… —afirmó.

Eric. Ahí estaba su recuerdo una vez más. Amy negó con la cabeza, intentando alejar sus pensamientos.

—Si es tu amigo, habla con él y dile cómo te hace sentir su actitud. Si recapacita, es alguien que merece la pena, pero si no lo hace, no debes entristecerte por eso. Christine, eres una chica linda, inteligente y muy valiosa. Muchas personas notarán eso a lo largo de tu vida, estoy segura.

La joven asintió, tenía lágrimas en sus ojos.

—No te aferres a ese joven como si fuese tu única oportunidad de ser feliz. La felicidad no se constriñe a tener una pareja, hay muchas maneras de ser felices y eres muy joven aún. Además, estoy convencida de que la persona indicada sabrá apreciarte tal y como eres.

—Gracias —susurró Christine, emocionada con sus palabras.

Estuvieron hablando un poco más hasta que terminó la hora. El día de trabajo a Amy se le fue volando con todos sus pacientes, tanto que olvidó llamó a su madre o devolver la llamada de la profesora del ETH. No fue hasta que terminó la jornada de trabajo que Helga le recordó el asunto.

—Ha venido alguien a verte —le informó la secretaria una vez que entró a la oficina.

—¿A mí? No recuerdo haber citado a nadie más.

—Es la investigadora del ETH. Ha venido desde Zúrich para hablar contigo. Me ha pedido que la recibas.

Amy frunció el ceño, sumamente intrigada. La distancia entre ambas ciudades no era mucha, de apenas unos veinte minutos en coche, y pertenecían al mismo cantón, pero no podía entender por qué aquella mujer se tomaba tanto trabajo por hablar con ella. Debía salir de dudas.

—Por favor, hazla pasar —le indicó Amy.
Unos instantes después, una joven de pelo castaño ondulado, hacía entrada y le tendió la mano.

—Hola, disculpe no haber devuelto su llamada antes —comentó Amy indicándole que se sentara—, pero recién he terminado con mi último paciente. ¿En qué puedo ayudarla?

—Gracias por recibirme —respondió la chica—. Soy Mayla Shmid.

—Amy Keller —saludó de vuelta.

—Es un placer. Estoy haciendo mi doctorado en el Departamento de Ciencias de la Salud y Tecnología y colaborando en un ensayo clínico del ETH que tendrá lugar dentro de poco, y es por ello que he venido a hablar con usted.

—Discúlpeme, pero no la comprendo…

—Estamos buscando a personas que hayan tenido una amputación transfemoral para participar en el ensayo clínico.

—Si está buscando algún dato personal de mis pacientes —la interrumpió Amy—, lamento decirle que no puedo darle ningún nombre sin el consentimiento previo de ellos. 

—No es eso, la estamos considerando a usted para el ensayo clínico —le respondió Mayla.

—¿A mí? —Amy no salía de su asombro—. ¿Por qué? ¿Cómo dieron conmigo?

—Trabajamos de conjunto con médicos del hospital de Zúrich donde se le realizó la cirugía a usted hace catorce años. Hemos buscado a tres candidatos de distintas edades para realizar el ensayo clínico que durará tres meses, y el hospital nos aportó su ficha. Sería muy bueno para nosotros si accediera a participar —añadió.

Amy estaba muy desconcertada.

—No sé qué decir… Me ha tomado por sorpresa —confesó nerviosa.

—Lo comprendo, pero le aseguro que es algo muy novedoso —continuó la joven investigadora—. Se trata del ensayo clínico de una pierna biónica que se siente como propia gracias al uso de sensores que envían señales al sistema nervioso en un proceso de retroalimentación. Sería la primera pierna biónica en el mundo que lograría hacer esto.

—La tecnología biónica es muy costosa —afirmó Amy—; yo misma no he accedido a una prótesis así. ¿De cuánto dinero estaríamos hablando? Porque no estoy segura que pueda afrontar un gasto como ese…

—La prótesis sería gratuita, por participar en el ensayo clínico y estaría hecha especialmente para usted. Piénselo, es una gran oportunidad. En el mercado algo así costaría poco más de 60000 euros y usted la recibiría libre de costo. Los resultados de esta investigación ayudarán a sus pacientes a que tengan una mejor calidad de vida.

—Pero yo estaría obteniendo algo que muchos de ellos ahora mismo no tienen —reflexionó Amy—, y que en el mercado será costoso.

—Es cierto, pero también estaría contribuyendo a una investigación esencial para el futuro de ellos. Le garantizo que el objetivo de este estudio no es solo crear una pieza avanzada para el paciente amputado, sino hacer cada vez más accesible este tipo de tecnología para todo el mundo. Usted estaría siendo parte de este histórico momento y ayudaría a otros.

Amy asintió. Las palabras de la joven habían calado hondo en su corazón.

—¿Ha dicho que son tres meses? —preguntó.

—Así es, pero con una adecuada planificación no tiene por qué abandonar su consulta —le explicó—. Inicialmente le insertaremos en el muñón por vía quirúrgica los sensores, y tomaremos los datos del movimiento del muñón para crear una prótesis personalizada; luego se realizarán otras pruebas para ver el resultado de su uso y se le brindará la rehabilitación necesaria para que aprenda a utilizarla. Esto llevará semanas, pero le aseguro que valdrá la pena.

Amy se quedó unos instantes en silencio considerando el asunto, y comprendió que no tenía motivos de peso para negarse a una oportunidad como esta. ¡Una prótesis biónica era su sueño y llevaba unos años ahorrando para ello! ¿Por qué no participar en el ensayo clínico y ayudar a la comunidad científica en la mejora de las condiciones de vida de personas con discapacidad?

—Acepto, muchas gracias por pensar en mí —dijo al fin con una sonrisa.

—¡Excelente! —exclamó la joven investigadora—. Agradecemos su disposición. Le dejaré la tarjeta con la dirección del instituto, la esperaremos la próxima semana. También tiene mi número por si tiene alguna duda.

—Gracias —repitió la joven tomando la tarjeta.

Cuando Mayla se marchó, Amy continuaba desconcertada con la tarjeta en las manos. “Prótesis nueva, vida nueva” —pensó. Sin embargo, jamás creyó que con aquel ensayo clínico su vida cambiaría mucho más de lo que imaginaba.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top