Un pasado oscuro:

Al oír a su tío acusarla de asesina, la duda había infestado su mente. ¿Lo había sido?... ¡No, no era posible! Este fue su primer pensamiento, sin embargo un recuerdo lo descartó. Cubierta de pánico y horror, corrió escaleras arriba y se encerró en su habitación sin decirle una sola palabra más al matrimonio Parker. Necesitaba estar sola. Los escuchaba aun discutiendo a los gritos en el piso inferior, pero ella ya no les prestaba atención; se había sumergido en lo profundo de su alma.

Intentó recordar y recordó.

Sus pensamientos viajaron por su pasado a una velocidad increíble. Las lagunas que los mantenían en lo profundo habían desaparecido, dejando sus sentimientos a merced del horror. Lo primero que recordó fue el día en que Erika Ferro había aparecido en su casa. Meses antes de la tragedia. Venía a conocer a su bebé que ya tenía más de un año, casi dos, con la excusa de no haber aparecido antes por haber perdido la dirección. Estaba radiante de felicidad por verlos a todos, estaba más delgada y se había cortado el cabello.

—Discúlpame, Paula, por no haber venido antes. Todo el día de la mudanza fue un completo desastre, no sé si lo recuerdas. ¡Estaba tan cansada!... Encima perdí una de mis valijas en el tren, la olvidé por completo. ¿Puedes creerlo? Y estaba furiosa con ustedes por no ayudarme... pero ahora los comprendo, tú estabas embarazada y Franco tenía trabajo. Andaban algo peleados también... o algo así recuerdo. En esa valija debió traspapelarse el papel con tu nueva dirección.

Erika parecía empeñada en dar explicaciones, no obstante su amiga sabía que no eran ciertas. Cuando la joven mujer se mudó de su anterior departamento lo hizo a raíz de una pelea que tuvieron. Pelea que parecía no recordar. De todos modos, Paula la dejó hablar hasta que calló.

—Está bien, Eri, ¿cómo la conseguiste?

—Terminé yendo la semana pasada al trabajo de Franco. Pero no pude venir antes, ya sabes, el trabajo me tiene algo ocupada —dijo la mujer pecando de insinceridad otra vez, mientras ingresaba a la casa. En la sala vio al niño en su sillita alta:

— ¡Oh, que hermoso y grande está!

Corrió hacia él y lo tomó en sus brazos, mientras que Paula se preguntaba por qué su futuro esposo, ya que se casarían en unos meses o a lo sumo un año, no le había mencionado aquello. Y por qué Erika no había ido a "su" trabajo a preguntar por ella. De todos modos, aquellas dudas quedaron apartadas en su pensamiento y pronto las amigas volvieron a retomar su antigua confianza.

Paula se enteró de que Erika había estado en pareja con un nuevo novio llamado Gastón, poco después de dejarlos a ellos, no obstantes se había peleado hacía ya dos meses. Se quejó de incomprensión masculina y le contó que la relación se había tornado algo violenta por lo que decidió separarse de él. Como el departamento donde vivían era de él y sin amigos en la ciudad, ya que los que poseía eran amigos de él y había hecho pocas amistades en su otro trabajo de camarera, había buscado de nuevo a sus antiguos amigos.

— ¿Y tienes trabajo ahora? —dijo Paula preocupada. Imaginó que venía a quedarse de nuevo.

—Sí, algo hay. Atiendo el teléfono en una casa de comida rápida. No está mal, me pagan menos que antes, pero no tengo que trabajar de noche... No está muy lejos de aquí —dijo con una sonrisa que a su amiga se le antojó forzada y esperó que no mintiera.

A la mujer no le agradó mucho aquello, pensó en que su amiga sólo se interesaba por ella cuando la necesitaba. Seguramente andaría corta de dinero. Sin embargo, Erika era así, iba de trabajo en trabajo y de relación en relación. Nada le duraba mucho. A ella había dejado de sorprenderle aquello.

Sin embargo se equivocaba, esta vez su amiga no se quedó a vivir con ellos, aparentemente el trabajo que tenía (que era real) le daba lo suficiente para alquilar una pieza junto a una compañera de cuarto. De todas maneras, sí andaba corta de dinero y no pasó mucho tiempo antes que le pidiera un poco de ayuda. Se le había ocurrido que Paula necesitaría que la ayudara con su bebé.

Después de pensarlo un poco, reconoció ante su amiga que estaba planeando volver a su trabajo de oficina, pero no podía pagarle a una niñera que solían ser muy costosas. Entonces, luego de consultarlo con Franco, decidieron que Erika se quedaría con él por el pago de algún dinero, mucho menos de lo que les saldría una niñera. Con el tiempo le prometieron aumentarle la paga y todos quedaron contentos.

Paula en ese entonces se sentía segura, nada vio entre ellos que la alarmara y el primer mes fue un alivio para la joven madre que por primera vez tenía algo de tiempo y dinero para ella. Y el tiempo había pasado feliz.

Lo primero que comenzó a molestarle fue el niño...

Cada vez que ella llegaba de trabajar y lo tomaba en sus brazos, el pequeño en vez de reír lloraba. Sabía que era el momento en que Erika se iba y cada vez que ella lo dejaba armaba un bonito alboroto. Erika era una de esas mujeres que habían nacido para criar niños. Se llevaba muy bien con el pequeño y, al estar todo el día con él, se estaba transformando en algo muy importante en su corta vida. A mamá sólo la veía muy pocas horas al día, en donde en la mayoría dormía.

—No me gusta que llore cuando llego —le dijo una noche Paula a Franco.

Estaban cenando, el pequeño niño dormía en su cuna del piso superior. El hombre parecía distraído.

— ¿Qué? —preguntó.

—Que me molesta que después de matarme todo el día trabajando mi propio hijo me reciba con un berrinche, porque no quiere que "ella" se vaya —dijo Paula pronunciando aquella palabra con desprecio.

—Por Dios, cariño, es un bebé. Santiago es un pequeño con mucho carácter y pasa todo el día con Erika que se cansa de mimarlo. Es razonable que en su cabecita prefiera sus mimos y no la disciplina de sus padres —replicó Franco.

Paula no había querido seguir discutiendo. Ella no lo entendía así, sólo veía que a su pequeño no le gustaba verla.

Aquella pequeña molestia con el tiempo fue creciendo y se fue transformando en un problema real para ella. El rechazo de su bebé había producido en ella una grieta enorme que cada vez se abría más, no en su corazón, no lo quería menos por ello, sino en su mente.

Y las cosas en su casa habían ido de mal en peor. Poco después de aquella conversación, había sido el cumpleaños número dos de Santiago y sus padres le habían armado una pequeña fiestita con dos parejas de amigos que también tenían niños pequeños.

La fiesta había transcurrido bastante bien, todos parecían estar disfrutando, tanto adultos como niños, hasta que Paula había tenido problemas con Erika y había perdido el control de sí misma. La mujer había abierto la puerta de la casa donde se realizaba la fiesta y, con su habitual sonrisa, había abierto los brazos exclamando:

— ¡¿Dónde está el rey del cumpleaños?!

Santiago, sentado en el piso con sus nuevos juguetes, la había visto y había comenzado a chillar de felicidad, alzando sus brazos hacia ella. Erika corrió a abrazarlo, lo levantó del suelo y le dio una vuelta en sus brazos, mientras era observada por todos los demás con una sonrisa. Paula entonces había experimentado una punzada de dolor y, verde de envidia, se había levantado del sillón desde donde contemplaba la escena. Con una furia ciega se lo quitó de los brazos a su amiga, armando un escándalo.

— ¡Es mi pequeño, no el tuyo! —le gritó furiosa. Dio media vuelta y subió por las escaleras, alejándose de los demás, mientras el niño asustado lloraba.

Erika se quedó perpleja y sin saber cómo reaccionar, mientras que todos los demás presentes se habían quedado con la boca abierta por la escena y Franco había enrojecido de vergüenza e ira.

Paula no volvió a bajar, ignorando a sus visitas, y pronto la celebración se terminó. Desconcertados por la conducta de la mujer, los amigos habían decidido marcharse y no volvieron a aceptar una invitación de ambos. Paula, encerrada en su habitación, no había querido salir a despedirse de sus invitados, algo que hizo que Franco se molestara aún más con su mujer.

— ¿Qué mierda te pasó? ¡No puedo creer que hayas armado semejante escándalo delante de todos! —le gritó, cuando sus amistades se fueron.

Paula estaba con su bebé en brazo que ya se había calmado.

— ¡Es mi hijo! ¡No la quiero junto a él! ¡Quiero que se vaya de mi casa! —gritó furiosa y fuera de sí.

—Pero... ¡¿Pero qué te pasa?! —dijo perplejo el hombre.

—No puedo soportarlo más, Franco. No puedo soportar que la quiera a ella y a mí no —dijo, con angustia tremenda, mientras las lágrimas aparecían en su rostro y descendían sobre sus mejillas.

—Entonces esto es por... ¡una tontería de celos! ¡Es un bebé, Paula, ya lo hemos hablado mil veces! ¡No es que la quiera a ella y a ti no, ella juega con él todo el día y por eso está muy feliz de verla y llora cuando se va! Pero eso no... eso no quiere decir, cariño, que no te quiera a ti. Tú eres su madre —intentó razonar con ella el hombre. No podía creerlo, no podía creer que estuvieran teniendo semejante discusión. No la comprendía, su mujer parecía una criatura peleando por un juguete.

Hubo un breve silencio.

—La detesto... Quiere quitarme a mi niño —dijo con rencor.

— ¿De qué hablas? ¡No quiere quitarte al niño, es su niñera! —gritó exasperado el hombre.

— ¡No quiero verla más!

— ¿Y qué quieres que hagamos? ¡Necesitamos trabajar los dos! Las cosas ya son difíciles de esta manera. ¡Hay que pagar cuentas, Paula! —enfureció Franco.

—La odio —susurró la joven... No comprendía, sólo quería que su "amiga" se largara de su vida.

—Estás loca... ¡Loca! —la acusó el hombre y salió del lugar con un portazo.

Esa había sido la primera discusión grave de una cadena interminable de problemas que cayeron desde el cielo luego de aquello. Franco logró convencerla de que aceptara que Erika se quedara un tiempo más con ellos hasta conseguir una niñera que les conviniera a ambos y se ajustara a su ya apretado presupuesto mensual.

No había sido fácil para nadie...

Erika no entendía qué le pasaba a su amiga que había dejado de hablarle. No comprendía por qué Paula intentaba por todos los medios posibles que no tocara al niño, que no lo acariciara ni lo abrazara. Estaba tan perpleja que un día la esperó más tiempo a que llegara de trabajar y la encaró, pidiéndole explicaciones.

No fue una buena idea, Paula no sólo le gritó todo lo que pensaba de ello (acusándola hasta de que había intentado robarse a su bebé), sino que se había vuelto violenta, lanzándole un vaso por la cabeza que no la golpeó por unos centímetros. Las amigas entonces, se separaron para siempre.

Erika había querido irse de inmediato, sin embargo Franco intervino y logró que se quedara por un corto tiempo más.

—Paula está muy estresada y nerviosa... Sabes que trabaja todo el día y no soporta estar tanto tiempo lejos de Santiago. Pero ya se le pasará. Me he presentado para un ascenso en el trabajo, que creo que puede cumplirse, y ella ya no tendrá que trabajar tantas horas al día. Quizás la convenza de tomarnos unas pequeñas vacaciones —le había dicho un día a Erika.

—Yo... comprendo todo eso, que esté nerviosa y eso pero... ¡No puedo creer que piense que intenté robarme a su hijo! ¡Es increíble! Ella nunca fue así conmigo —se lamentó Érika con tristeza y agregó—: Ahora apenas me habla. ¡Y me odia! ¡Lo sé!

—No te odia sólo que... hay que darle algo de tiempo —suspiró Franco que tampoco comprendía mucho las razones de su esposa. Estaba convencido que todo era pasajero, sólo el estrés de la vida. No obstante, se equivocaba.

Erika y Franco siempre se habían llevado bastante bien. Tenían muchas cosas en común y desde que se vieron por primera vez se habían entendido muy bien. Al pelearse con su mejor amiga la mujer había quedado muy sola y algo desamparada, a la deriva. Sabía que tenía que irse de aquella casa, pero no quería perder el trabajo, al menos hasta que tuviera uno nuevo. Estaba bastante triste y deprimida.

Franco la comprendía y se había sentido muy mal por ella. Estaba avergonzado por el trato que le daba su futura esposa después de todo lo que había hecho por el hijo de ambos, Paula era muy egoísta y desconsiderada. Sin embargo, no pasó mucho hasta que se le ocurriera una solución que traería la alegría de vuelta a su hogar sin causarle ningún perjuicio a Erika.

Habló con un amigo conocido del trabajo que estaba en una buena situación económica y había andado buscando a alguien que pudiera cuidar a sus dos pequeños gemelos todo el día, ofreciendo incluso alojamiento. Su esposa había fallecido hacía poco y se había quedado solo con sus niños. Él trabajaba todo el día y necesitaba mucha ayuda. Al hombre la propuesta de su amigo le había parecido perfecta y el padre de los gemelos se alegró mucho. Entonces la situación de Erika había mejorado bastante económicamente y la mujer no sabía ya qué hacer para agradecerle a Franco aquella inmensa bondad.

Cuando Paula se enteró del asunto, en vez de tomarlo muy bien como había creído su marido, lo tomó muy mal. No veía el hecho de que su esposo hubiera resuelto "su" problema, ya que no vería más a la mujer que tanto detestaba, sino que la había ayudado a "ella". En su pecho el odio y los celos habían aumentado al punto de que no podía ver nada más allá de eso. Franco había ayudado a Erika... Franco había sido muy bueno con ella... A Franco siempre le molestaba que hablara mal de Erika... Siempre tenía la sensación de que ella estaba primero en los pensamientos de su esposo. Paula entonces sacó la conclusión de que ya no la amaba, de que amaba a otra.

Aquel cambio y sin que nadie lo advirtiera, trajo a Paula un odio intenso hacia aquella mujer y, decidida a descubrir la verdad de toda aquella amabilidad de su esposo, el asunto del niño pronto fue dejado en segundo plano en sus pensamientos.

Comenzó a vigilar a su esposo de manera obsesiva. Cada vez que el celular de Franco sonaba se ponía alerta, escuchaba tras las puertas o lo interrumpía preguntando quién era. Se aprendió de memoria el horario de su trabajo y hasta llegó al punto de ir a verlo con el sólo fin de saber si iba a trabajar o no. Siempre se iba decepcionada, amontonando excusas, porque lo único que pudo comprobar fue que no se veía con "la otra mujer" en ese horario. Sin embargo, no tardó mucho en descubrir que hablaba más que de corriente con Erika por celular. Eso la alarmó y el rencor y el odio que ya tenía contra su antigua amiga subió como la espuma.

Otro cambio se produjo en ella, comenzó a resentirse con Franco y con su pequeño niño. Sentía rechazo hacia ellos, sentía que le ocultaban cosas, que era desplazada en sus sentimientos por la otra mujer. No obstante, en vez de hablar de sus problemas con alguien, se alejó del mundo y comenzó a acumular todos esos destructivos sentimientos en su interior. Obsesionándose cada vez más con la idea de ser desplazada, engañada, desdeñada... No hablaba en casa, siempre estaba de mal humor y dirigía a Franco miradas de odio y rencor.

Su esposo se dio cuenta muy pronto de que algo no andaba bien en la tranquilidad de su hogar y comenzó a alarmarse ante la extraña conducta de su mujer. No comprendía por qué lo trataba de tan mala manera o, por el contrario, por qué había periodos en que lo ignoraba como si no existiera más en su vida. Sin saber la causa, sin siquiera imaginarla, no pudo encontrar una razón. Y todo empeoró cuando comenzó a notar con horror que la joven madre se desentendía de su propio hijo también. No le hablaba ni lo acariciaba. El excesivo cariño que le daba normalmente y el sentimiento de pertenencia que siempre había expresado para con él, desaparecieron por completo. Se volvió fría y ni siquiera cuando lloraba le prestaba atención. Franco se alarmó... realmente se alarmó.

Al pasar el tiempo, los celos de Paula y su desconfianza habían aumentado tanto que, al llegar a la semana anterior a la tragedia, las cosas en su hogar eran tan tensas que estaban a punto de estallar. Así fue, el odio acumulado durante tanto tiempo explotó como la pólvora.

Esa semana Franco cometió un error, las cosas en casa estaban tan tirantes con su mujer que, tarde de noche, en vez de quedarse en casa con Paula salió para juntarse con Erika en un bar cercano al trabajo. Le dijo a Paula que iba a verse con Alejandro, un compañero del trabajo, sin embargo su esposa supo que le mentía. Franco había olvidado algo que ella no, justamente ese día era el cumpleaños de la esposa de Alejandro y ella sabía que estaban fuera de la ciudad en la casa de los padres de la mujer.

El hombre lo había olvidado por completo y, muy confiado, fue a hablar con Erika. Sin embargo iba con intenciones muy diferentes a las que creyó su esposa. Iba a hablar de ella.

—Vaya, creí que ya no venías —le dijo Erika, al verlo llegar.

Estaba esperándolo frente a la puerta del lugar, juntos entraron y se sentaron en una mesa algo apartada del resto. El bar estaba algo oscuro, pero concurrido.

—Estuve a punto de no hacerlo. Tuve que mentirle a Paula, ya estoy harto de sus peleas —dijo Franco.

El hombre que atendía se acercó a ellos y pidieron dos tragos bastante fuertes.

—No tendrías que haberle mentido —dijo la mujer con el ceño fruncido.

—Hubiera armado un escándalo —dijo Franco encogiéndose de hombros.

Erika rió.

—Capaz, pero es mejor que lo sepa a que piense que le eres infiel conmigo —dijo Erika con desparpajo y en broma.

Franco, que no había tenido ni por un momento semejante idea, se sorprendió bastante.

—Ella jamás pensaría eso. Sabe muy bien cuanto la amo —dijo el hombre, algo escandalizado, como si la idea fuera absurda.

Erika no estaba de acuerdo y pensó que era ingenuo, no obstante no quiso discutir y lo dejó pasar. Aunque estuvo a punto de mencionarle que sus celos fueron la causa de su última pelea. Cuando todos vivían juntos.

Hubo un breve silencio.

— ¿Entonces, de qué querías que habláramos? —dijo la mujer.

Franco lanzó un largo suspiro.

—Estoy muy preocupado por ella, Eri. Ha estado comportándose muy extraño desde hace unas semanas. Estoy realmente alarmado.

— ¿Extraño cómo? —dijo Erika sin entender.

Había dejado el trabajo en casa de Franco no hacía mucho, pero desde entonces no había tenido noticias de su amiga. Si bien solía hablar de vez en cuando con Franco, por lo general se limitaba a preguntarle por el niño. Erika estaba un poco ofendida con Paula por todo lo que había pasado con el pequeño y por sus falsas acusaciones.

—Bueno... apenas me habla. Sólo responde mis preguntas con monosílabos. Hay días en que me ignora tanto que me siento como un mueble más de la casa... Y tiene esa forma de verme de reojo, enojada... Su mirada me desconcierta. No sé qué le pasa ¡No lo comprendo! Le he preguntado si estaba molesta conmigo por algo, sin embargo me dijo que no quiere hablar de ello.

—Debe seguir molesta por lo que me ayudaste consiguiéndome trabajo —apuntó Erika, mientras comía un maní. Intentó que su voz no dejara entrever el rencor que por eso sentía.

—No lo creo. Eso fue hace mucho. Es otra cosa, sabes incluso creo que me vigila, como si yo fuera a hacer algo malo o a robarle los ahorros. Los otros días la encontré debajo de la ventana de la sala. ¡En plena calle! ¡Espiando como una intrusa cuando se supone que debería estar en el trabajo! No sé qué pretende, no la comprendo. Se ha vuelto muy distinta a la mujer que conocí. A veces creo que estoy viviendo con una extraña —dijo Franco con el ceño fruncido.

— ¿Qué hacía espiando? No creo eso del robo... hubiera mencionado algo —se sorprendió Erika.

—No tengo idea. No me dio ninguna explicación. Cuando se dio cuenta que la había descubierto se metió a la casa y me miró con esa mirada tan extraña... Te juro que parecía de odio, Eri... Creo que me odia por algo.

—No te odia, ¡si siempre te quiso! ¡Siempre fueron muy unidos!

—No sé... No sé, algo le ocurre. Algo malo —dijo Franco, estaba muy alterado y alarmado.

Erika se dio cuenta e intentó calmarlo.

—Quizás sea el estrés por el trabajo. Recuerda que ya no tiene ayuda con el niño.

Franco rió... Erika lo miró perpleja.

— ¡No la necesita!... Ni siquiera se ocupa de él. Yo hago todo el trabajo en casa, hasta le doy de comer —dijo el hombre. Tomó un largo trago de su bebida y agregó—: ese es otro tema que me tiene mal. Parece no darse cuenta que Santi la necesita.

Aquello a Erika le pareció muy extraño.

—Pero... ¡pero si siempre lo tenía en brazos! No dejaba que nadie lo tocara. Parecía obsesionada con él.

—Bueno... ahora parece haberse olvidado por completo de que existe —dijo con amargura el hombre—. Él llora y llora y ella ni siquiera lo mira. Y no te imaginas lo doloroso que es para mí verla de esa manera. ¡No sé qué hacer, Eri!

Hubo un breve silencio.

—Y... hay algo más —dijo Franco. Sus dedos temblaron un poco.

— ¿Sí?

—Ella... Bueno... Anoche me desperté a media noche, escuché un ruido extraño en la casa. Me di cuenta que Paula no estaba en la cama y me preocupé. No sé por qué... pero había algo que me decía que la buscara —dijo el hombre, su preocupación había aumentado—. La encontré al fin en la habitación de Santi. Estaba parada frente a la cuna mirando al niño con una almohada entre sus brazos. Sus ojos tenían esa mirada tan extraña, ¡se veía tan rara! Temí por el niño, Eri. Creo que... creo que iba a hacerle daño. ¡Por Dios, pensé que quería asfixiarlo con la almohada!

Se detuvo... y no pudo continuar. Algo se había atorado en su garganta. Erika por otro lado, estaba horrorizada.

— ¡Dios santo! —Sólo pudo exclamar.

—Lo tomé entre mis brazos y lo saqué de allí... Ella no reaccionó, sólo se limitó a mirarme. ¡Tuve tanto miedo por él! —dijo Franco, acabándose la bebida de un solo trago—. Y desde entonces me he preguntado si no me equivocaba, si no era un maldito idiota por pensar eso. Hoy Paula parece completamente normal y... ¡Sé que jamás le haría algo así a Santi! ¡Jamás! Sin embargo, la mayoría del tiempo no parece ella... Ha cambiado. ¡Y ya no sé qué pensar!

Erika estaba aterrorizada. Había sacado las mismas conclusiones que su amigo pero su cabeza no podía concebir la idea de que Paula pudiera hacerle daño a su propio hijo. No sabía que pensar del asunto.

Hubo un prolongado silencio, mientras ambos pensaban. Hasta que la mujer decidió romperlo.

—Sabes, conocí a una chica en mi otro trabajo, el de camarera. ¿Recuerdas?

Franco asintió con la cabeza.

—Bueno, ella tuvo suerte... Estudiaba, pero no recuerdo qué, de todos modos con el tiempo supe que se casó con un médico. Uno de esos doctores... ¿Cómo se llaman?... Psiquiatras. Trabajaba en una clínica muy importante.

—No voy a meter a Paula en un loquero, Eri —protestó Franco.

— ¡No seas prejuicioso! Son como los psicólogos, pero medican. Quizás él pueda ayudarla.

—No lo sé —titubeó Franco.

—Puedo conseguir su número. Pero me voy a tardar un poco en rastrearla —dijo la mujer.

El hombre no parecía convencido. No le gustaban esos médicos y le parecía horroroso internar a su joven esposa en uno de esos lugares.

—Va a ayudarla, Franco. ¡No hace falta que la internes allí! —dijo la mujer como adivinando sus pensamientos—. Sólo tienes que convencerla de que vaya a verlo, dile que la ayudará. Quizás esté deprimida o algo así y nosotros andamos pensando en estos horrores... Paula jamás le haría daño a alguien. ¡Y menos al niño! ¡La conozco de toda la vida! Todo ha sido un mal entendido. Quizás agarró la almohada para poner más cómodo al pequeño.

A pesar de todas estas explicaciones Franco no quedó muy convencido, sin embargo quedaron en que Erika le conseguiría el número del doctor y él intentaría hablar con Paula del asunto de una vez por todas.

Cuando Franco volvió a su hogar era muy tarde y su esposa ya dormía en la habitación conyugal. Aparentemente sin notar que él había llegado. El hombre se cambió sin hacer ruido y, antes de acostarse, fue a mirar a Santi. Estaba preocupado, no obstante el niño parecía feliz durmiendo en su cuna, que pronto tendrían que cambiar por una cama. Lo miró con profundo cariño, sabiendo que haría cualquier cosa por él. Sin embargo, esa noche no pudo dormir.

Como a eso de las cuatro de la mañana sintió movimiento a su lado, su mujer se levantó de la cama y salió de la habitación, como sonámbula. No pudo evitar preocuparse y él la siguió, sin hacer ruido. Sintió, si bien no vio, que Paula bajaba al piso inferior. Luego escuchó como prendió la luz de la cocina y abrió un cajón. Por el ruido creyó que había sido el de los cubiertos. Entonces se le ocurrió que su esposa había bajado por un cuchillo. Aterrado por lo que había vivido la noche anterior, corrió hacia la habitación de su niño y se encerró con él dentro. Poco después la perilla de la puerta intentó abrirse... Paula quería entrar y luchaba con la cerradura. Como luego de intentarlo por un buen rato no pudo hacerlo, entonces se fue.

Franco, muerto de miedo y con el niño en brazos, acabó por quedarse dormido en la alfombra del suelo. Abrazado a su pequeño. Había decidido que si Paula no quería ir a ver a ese doctor, él la obligaría. Algo estaba trastornando el juicio de su mujer y él no podía seguir viviendo así. 



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