Terrores nocturnos:

En el bosquecito tía y sobrina tuvieron una larga discusión. La señora Parker se había asustado de su conducta hasta el punto de llamar al doctor Rush, pidiéndole que la viniera a ver. Quería tocar el tema con Paula para explicar sus motivos pero tropezó con su mal humor. Al principio estuvieron muy silenciosas, sin embargo al llegar a la casa discutían casi a los gritos. Paula le reprochaba haber alarmado al médico por nada...

—No me pasa nada. Sólo que he tenido una muy mala semana —dijo entre dientes.

—Pero tienes que reconocerlo, Paula. No estás bien. Estás muy alterada. —No quiso mencionar que su verdadera preocupación estaba en el hecho de que veía cosas, se lastimaba y oía voces.

—Le repito que no me pasa nada —dijo con firmeza, acompañada de un tono de voz agresivo.

Paula estaba dispuesta a negar todo lo que estaba pasando con tal de no volver a ser internada en aquel psiquiátrico. Por nada del mundo volvería allí. Haría cualquier cosa por quedarse, así fuera negar todo lo que estaba viviendo. Sabía que aquellas cosas no estaban en su cabeza, eran reales, la monja se lo confirmaba. Su niño había venido a buscarla para que ella recordara... y "algo" había venido con él. Tenía que recordar, ahora lo sabía y así resolvería el misterio.

— ¿Por qué saliste corriendo? —El tono de voz de su tía era más cauto y apacible, aunque resultaba algo forzado.

—Necesitaba aire.

Paula se detuvo, estaban atravesando el jardín delantero y sin darse cuenta había desviado su vista hacia la ventana del primer piso. Allí por supuesto no había nada pero el temor se notó en su rostro ante aquel acto no premeditado. ¿Su tía se habría dado cuenta de algo? Pensó. La miró de reojo, pero la señora Parker parecía sumergida en sus pensamientos y pasó por su lado sin mirarla, entrando a la casa luego.

La joven se detuvo uno segundos en la puerta. Tenía miedo de entrar a la casa pero debía fingir que no pasaba nada. Ahora más que nunca tenía que parecer "cuerda". Cualquier cosa que pasara durante ese día sería comunicado a su médico. Paula se convenció de que era capaz de fingir durante esas veinticuatro horas, costara lo que costara.

—Debes curarte esas heridas. —La voz de la mujer le llegó desde la cocina, mientras ella cerraba la puerta de calle.

Tomó entonces una rápida decisión.

—Ahora recuerdo que anoche pensé que me había picado algo en la espalda. Tengo que haberme rascado bastante. Nunca me di cuenta que me había lastimado... y lo olvidé —dijo a modo de justificación, sin ingresar a la cocina.

La señora Parker no respondió y Paula pensó que la había convencido a medias. No fue así, sin embargo, la mujer había llegado a la conclusión que se lastimaba por los nervios, no a propósito, pero sí bajo un estrés nervioso. La medicación le estaba haciendo mal, le provocaba aquel estrés que le hacía imaginar cosas, oír voces, sentir olores extraños, hasta ver extrañas figuras en las sombras. Se habían oído cosas semejantes cuando la medicación era muy fuerte.

El doctor Rush les había advertido que si creían que le caían mal los medicamentos lo llamaran. Estos eran los pensamientos que la mujer usaba de excusa en su mente para tapar el mayor temor. Ella le había estado administrando (aunque por un periodo corto) un medicamento para dormir que no estaba recetado. Tenía la duda de si aquello no habría provocado todo... Paula era "normal" antes de eso. Estaba segura.

A su marido no iba a decírselo, sabía mejor que su sobrina que su esposo la quería fuera de la casa. Aunque poco creía sus argumentos, de que la chica le causaba miedo y que creía que estaba loca. No, ella sabía que los motivos del señor Parker eran de otra naturaleza. Su egoísmo y su amor al dinero lo habían cegado en este caso. El pasado de su sobrina nada tenía que ver y poco le importaba. No obstante, era la hija de su hermana y ella tenía que ayudarla. Era su deber.

El día transcurrió con normalidad para Paula, poco tuvo que fingir, a no ser que se contara las muchas veces que se vio presa de un sobresalto al oír algún ruido en la casa. Lamentablemente se había levantado algo de viento y no estaba tan silenciosa como de costumbre. Por otro lado se había dado cuenta que su tía la vigilaba de cerca. No la dejaba sola y muchas veces tropezó con su mirada, no obstante la mujer bajaba la vista y seguía con sus actividades cotidianas. Actitud que no engañaba a su sobrina.

La llegada de la noche trajo a Paula otra vez los temores. No estaba segura de poder contenerse cuando la oscuridad le reglara un nuevo motivo de terror. Sin embargo, fiel a sí misma, se contuvo durante la cena y ni siquiera se sobresaltó cuando su tío le dio una palmada en su espalda, provocándole algo de dolor.

— ¿Puedes alcanzarme el pan? —le dijo, con su humor habitual.

Paula se lo alcanzó, disimulando la molestia de su espalda, y fue en ese momento cuando su tía decidió comunicarle a su esposo las novedades.

—Te estábamos esperando con ansias, cariño. —Su voz aduladora y tranquila ocultó un poco la mentira—. Hemos tenido novedades con respecto a la visita del doctor Rush.

Su marido levantó la vista de la sopa y la miró sorprendido. Paula también hizo lo mismo.

—Vendrá mañana por la tarde, pero temprano. No pude convencerlo de que viniera a última hora del día y se quedara a cenar, así podría verte. —Era evidente que el señor Parker no lamentaba que se quedara a cenar. Sin embargo pareció molestarse con el horario por eso su mujer se justificó con rapidez—. Sé que no puedes faltar al trabajo y se lo expliqué muy bien, no lo dudes, pero él dice que no puede quedarse hasta tan tarde porque mañana por la mañana tiene una visita programada lejos de aquí. Es por el largo viaje... él no vive cerca.

—No lo justifiques. Debería haber venido antes a hacer su trabajo —dijo el hombre de mal humor. Luego de un breve silencio su rostro cambió, agregó decidido—: vendré a casa luego del almuerzo.

— ¡Oh! No es necesario. Yo podría... —comenzó diciendo su mujer.

— ¡Por supuesto que lo es! —la interrumpió enojado.

Su mujer no se atrevió a contradecirlo y se sumergió en el silencio. Paula aprovechó para hablar.

—Me alegro que venga.

Sus familiares la miraron, ambos sorprendidos. Siempre pensaron que más bien evitaba ese encuentro.

—Tengo cosas que decirle. Sospecho que uno de los medicamentos me ha estado haciendo mal. Estuve quedándome dormida por todos lados... no hace mucho. —Los esposos intercambiaron una mirada de temor que Paula advirtió con regocijo—. Además, creo que me alteran los nervios. Tengo frecuentes pesadillas y me despierto algo nerviosa... Una vez soñé con un niño y creí verlo entre las sombras de la casa. —En este punto la joven largó una risita despreocupada.

Los Parker se miraron de reojo, sin embargo no dijeron nada. Paula no estuvo segura si los había convencido. Su conducta resultaba algo contradictoria y chocaba con todo lo que había expresado antes, no obstante valía la pena intentar justificarse. No quería volver nunca a internarse. Quería quedarse... a pesar de todo. Prefería morirse de miedo allí que morirse de miedo en el psiquiátrico y necesitaba que sus parientes le dieran al doctor medianamente una favorable opinión de ella y de su estadía en aquella casa.

Los hechos estaban en su contra casi desde el principio. El rechazo lo había sentido al cruzar la puerta de aquella casa, no obstante confió en que el médico fuera lo suficientemente benevolente e inteligente como para separar las exageraciones de su tío y las sospechas de su esposa, de la realidad. Había algo, sin embargo, para el cual no tenía justificación. No había podido recordar, al contrario, se había opuesto a ello. Eso no estaba bien... y el doctor lo evaluaría.

Esa noche fue la primera de los tres que subió a acostarse. La oscuridad la alteró un poco pero, tomando fuerzas, subió por las escaleras y entró rápidamente a su habitación. Recostándose sobre la puerta, tomó aliento. No había querido detenerse a observar la oscuridad del corredor.

En su habitación se sintió más segura e intentó no pensar en todo lo que había pasado, ni en las palabras de la anciana monja. Se sentó en su cama y comenzó a cambiarse, mientras pensaba en el doctor Rush. Repasó mentalmente todo lo que había hecho o dicho y que al médico podría interesarle. Inventó excusas y atenuantes, hasta que le dolió la cabeza y se acostó.

En la oscuridad de su habitación y cuando ya hacía bastante que los ruidos normales de aquella casa se habían extinguido, sintió miedo de nuevo. No podía dormirse y miraba de continuo hacia su puerta. Entonces decidió tomarse una segunda pastilla para dormir y de ese modo pudo hacerlo. Sabía que debía lucir bien descansada al día siguiente.

Se encontraba en su antiguo hogar otra vez, en donde vivía con su familia. El agua tibia de la ducha caía en su rostro mientras pensaba en "ella". Su querida amiga que tanto odiaba, que tanto dolor le estaba causando. Pensaba que aquello debía terminar... que ella debía desaparecer de una vez por todas de sus vidas. Estaba destruyendo por completo a su familia.

Luego el lugar cambió de repente... estaba en su habitación discutiendo a los gritos con su novio. Franco la estaba humillando, le decía que estaba loca, que él jamás la había engañado con nadie. También que no tenía nada que ver con Erika y que eran sólo amigos. Que Erika no se merecía su desprecio... y que era una buena mujer. Paula tuvo que reconocer que el hombre pensaba que era una mejor mujer que ella y eso aumentó su ira. Los argumentos siguieron, negaba todo, no obstante ella creyó reconocer la mentira en sus ojos y perdió el control de sí misma, explotando con la fuerza de una bomba.

Todo a su alrededor se disolvió y poco después apareció frente a ella su pequeño niño. Estaba acostada en una habitación oscura, en casa de sus tíos. Aterrorizada dio un salto en la cama... su niño se apoyaba en ella para no caerse, sin embargo era tan pequeño que no sabía hablar e intentaba en vano decirle algo. El rostro del niño cambió de golpe y sus facciones se tornaron diabólicas... Luego la tomó del pie con una precisión y una fuerza extraordinaria para un niño tan pequeño.

Paula se despertó sobresaltada, sus ojos estaban espantados por el horror y el sudor la cubría entera. No podía divisar casi nada en aquella habitación oscura, así que le costó mucho al principio darse cuenta que había tenido una pesadilla... ¡Había sido tan real! ¡A los pies de su cama no había ningún niño!

—No pasa nada —le susurró a la oscuridad. Intentaba calmarse.

Su pulso comenzaba a normalizarse cuando, luego de unos minutos, sintió un suave tirón de la sábana, a la altura de su pié izquierdo. Desconcertada miró hacia allí y con profundo terror creyó ver en la oscuridad una sombra pequeña. Un bulto más oscuro que la oscuridad misma. El miedo la invadió y por unos segundos no pudo moverse... La sombra avanzaba sobre sus pies. Sintió la fuerza ejercida sobre sus piernas. Algo las paralizaba... ¿El miedo?¿O algo más? Sintió el peso y el dolor al ser sujetada con fuerza.

No supo cómo sus brazos se movieron hacia la lámpara que estaba en la mesita de luz y pronto el cuarto se iluminó. Entrecerró los ojos cuando el resplandor le hizo daño, hasta que éstos se acostumbraron y pudo observar a su alrededor. Y no... en los pies de la cama no había nada. Pudo moverse con normalidad y, dando un salto, se sentó en la cama. Retiró las sábanas y sus ojos se posaron en tres pequeñas manchas rojizas que había a la altura de su tobillo. Parecía como si alguien la hubiese sujetado con fuerza y hubiera dejado marcada su piel. El corazón le latía con fuerza... ¡¿Qué era eso?!

Fue en ese momento en que notó que la puerta de su habitación, que normalmente cerraba, estaba abierta de par en par. ¡Qué extraño! Susurró. Tomando valor se incorporó y fue a cerrarla... ¿Algo habría entrado a su cuarto mientras dormía?... Mejor no quería ni pensarlo.

Temblaba entera cuando volvió a recostarse. No obstante, esta vez no apagó la luz. Y luego de unos minutos se preguntó: ¿había sido real? ¿Se había dejado llevar por el miedo?

¡¿Qué estaba pasando?!

No pudo dormir, pasó casi toda la noche mirando sus pies y la puerta de la habitación. Ya no había esperanzas de pasar una noche en paz. Sin embargo, cuando el horizonte comenzó a aclarar, se encontraba sumergida en el sueño más profundo.

Cuando más tarde, bastante tarde, despertó con el sol del mediodía en su rostro, los terrores nocturnos habían pasado y se convirtieron en una sensación lejana. Paula sacó la conclusión que había tenido una pesadilla y que su miedo la había impulsado a imaginar todo lo demás.

— ¡Paula! ¡Paula! —escuchó su nombre a lo lejos y se movió en la cama.

El sueño la abandonó de golpe y recién se dio cuenta de lo tarde que era. Se desperezó y se sentó en la cama. Mientras se estaba cambiando miró su tobillo, no había ninguna marca allí. Suspiró entonces con alivio... ¿Sus miedos habrían sido reales?

Poco después notó que la puerta de su habitación estaba abierta otra vez... Frunció el entrecejo, perpleja. ¿Se estaría equivocando de nuevo? Siempre su mente, tan práctica y escéptica, se negaba a ver que algo mal andaba con su realidad. No obstante... ¿qué estaba pensando? Seguramente su tía la había ido a despertar. Recordó escucharla.

Aún en camisón, atravesó el cuarto y cerró la puerta. Luego terminó de cambiarse y más tarde bajó a desayunar. En la cocina estaba la señora Parker preparando el almuerzo. Pelaba un zapallo mientras canturreaba una melodía.

—Lo siento mucho, me quedé dormida —balbuceó la chica.

La mujer se dio vuelta a mirarla, algo sorprendida. No la había oído acercarse.

—No te preocupes, Paula —dijo la señora Parker, distraída.

Siguió pelando el zapallo como si no hubiera en el mundo nada más importante que aquello. Tenía otras preocupaciones, el dinero comenzaba a escasear de nuevo. Había un faltante y ella sospechaba de su esposo.

Paula se preparó un café, mientras bostezaba.

— ¿Dormiste bien? —comentó la mujer, alejando sus temores propios.

La mujer la había mirado de reojo y la joven tuvo el temor de que notara sus ojeras. Así que se apresuró a responder.

—Sí, claro, muy bien. —Tomó un largo trago de café—. Tía sé que me quiso despertar y sí la oí, pero... lo que pasa es que a veces tengo el sueño pesado y me cuesta levantarme de la cama.

—Yo no fui a despertarte —dijo sorprendida.

—Pero... pero me llamó. Si yo la oí y estaba la puerta abierta —dijo Paula perpleja.

—No, no. Quería dejarte descansar. Seguro lo has soñado —manifestó la mujer con una media sonrisa. A su sobrina le pareció forzada.

—Sí —susurró Paula y desvió su vista hacia la mesa, mientras terminaba de tomar el café. Estaba asustada... muy asustada.

Un par de horas después, la señora Parker le recordó que el doctor Rush llegaría en cualquier momento. Así que Paula la dejó con su marido, que ya había aparecido por la casa, y subió a bañarse.

Cuando pasó de la habitación al baño, miró de reojo el corredor. En el otro extremo, y frente a la puerta de la habitación de sus parientes, había un hombre. Paula se detuvo con la mano en la perilla de la puerta del baño. Su corazón comenzó a latir con fuerza... Miró hacia allí otra vez... Una sombra oscura de un hombre alto la miraba. El grito se perdió en su garganta. Paula entró al baño y cerró tras ella la puerta.

—No, no, no. ¡Esto no está pasando! ¡No es real! ¡No es real! —se decía a sí misma desesperada, mientras unas lágrimas de horror aparecían en sus ojos.

No obstante, la perilla de la puerta comenzó a agitarse con violencia... Algo quería entrar al baño. La joven colocó su peso contra ella, mientras, sumergida en el más profundo terror, comenzó a rezar. 


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