Sola en casa:

Paula, vestida aún con su camisón, estaba sentada a la mesa de la cocina, mientras trataba de pasar por su garganta un té fuerte, al cual su tía le había añadido algo de licor. Intentaba con desesperación calmarse, sin embargo sus manos temblaban de forma incontrolable y las lágrimas, por momentos, inundaban sus ojos y no la dejaban ver. Oía a sus tíos discutiendo casi a los gritos desde el vestíbulo, no obstante poca atención les prestaba a sus palabras. Su mente divagaba recordando lo que acababa de ocurrir tan sólo unos minutos atrás y aún gran parte de ella se negaba a aceptarlo.

El niño era real, lo supo al verlo, sin embargo... ¿cómo podía ser cierto? Ella nunca había creído antes en espíritus, fantasmas, entidades o como quieran llamarlas. Más bien siempre pensaba que esas historias no ocurrían en la realidad, sólo eran cuentos de gente que nada tenía que hacer, gente aburrida con todo el tiempo del mundo para inventar historias fantásticas. Estaba convencida de que esas cosas no pasaban en la vida real... ¿o sí?

Si bien antes ya había sentido la presencia de un pequeño nunca creyó que fuera un espíritu, sino un niño real que sus tíos mantenían oculto. Intentó recordar, mientras tragaba un buen sorbo de té, cuándo había comenzado a sentir esos pasitos... Su memoria sólo los había registrado desde que había llegado a aquella vieja casa. Sin embargo, muy dentro suyo, sabía que había algo más... Entonces intentó recordar el episodio de la monja en el Hospital Psiquiátrico. La había visto llevar un bulto en sus manos, un bulto que parecía un niño pequeño. Paula en ese preciso momento tuvo un escalofrío que intentó rechazar con la fuerza que le otorgaba el pánico.

Además no era sólo eso, el asunto de la monja había sido aterrador, pero había algo más, algo más antiguo. Siguió pensando con todas sus fuerzas... hasta que pudo, al fin, recordarlo. Su mente se aclaró de repente. Había sido un incidente tan explicable que nunca le había dado importancia... hasta ahora.

El incidente había ocurrido un día en el cual el hospital se encontraba en caos. Más temprano aquel día, una de las pacientes había fallecido y se había armado un revuelo muy grande. Paula, lamentablemente, había sido testigo de ello. Todo había sucedido mientras se bañaba junto a dos mujeres más, pacientes como ella, vigiladas de cerca por una de las monjas, que se había sentado en una silla cercana a la puerta. Aquellas duchas públicas eran humillantes para Paula, nunca podía bañarse sola ni ir a hacer sus necesidades sin la compañía de alguien más. No obstante, era algo a lo que se había tenido que acostumbrar.

Las mujeres se bañaban en las tres duchas individuales que tenía el blanco e higiénico baño, cuando una de ellas... Paula la recordaba muy bien... se había quedado quieta de repente y luego había comenzado a contorsionarse de forma extraña. Comenzó a gritar en varios idiomas (aunque la chica nunca supo cuáles) que el demonio había ido por ella. Entonces comenzó a lastimarse el cuello con las uñas, mientras daba alaridos espeluznantes.

Las cosas sucedieron tan rápido que Paula, helada del terror contra la pared junto a su otra compañera tan asustada como ella, apenas pudo percatarse. La monja se paró de la silla y quiso llegar hasta ella, mientras llamaba a los demás a los gritos, sin embargo resbaló en un charco de agua que había en el suelo y cayó al piso estrepitosamente. En ese preciso momento la paciente golpeó con una fuerza sobrehumana la pared y uno de los azulejos se astilló y cayó al piso. La mujer recogió el pedazo de loza y, llevándolo hasta la altura de su cuello, se cortó con él. La sangre se esparció por todo el lugar y la mujer cayó al piso... muerta.

Todo había sido tan terrorífico que aquella noche el doctor la había autorizado a tomar un calmante. Sin embargo, a media noche Paula se había despertado con un fuerte golpe en una puerta lejana. Se movió en la cama y poco después estaba despierta. Oía sonidos de discusiones a lo lejos. Aparentemente el doctor Rush, director del hospital, hablaba con la policía del incidente.

Paula intentó dormir de nuevo, pero era tan horrible lo que había pasado que no podía sacarlo de su cabeza. Fue en ese momento cuando los oyó... suaves pasitos se acercaban a la puerta de su habitación. Y luego la puerta comenzó a abrirse lentamente, la chica dirigió su vista hasta ella y pudo ver como una pequeña sombra tapaba la luz que provenía desde el pasillo. La idea de que un pequeño niño estuviera en ese lugar le pareció tan increíble que pensó que estaba soñando, por eso motivo cerró los ojos un instante. Cuando los volvió a abrir la sombra había desaparecido y la puerta seguía cerrada, como si nunca se hubiera abierto. La joven, muy confundida, pensó que realmente estaba soñando y al día siguiente sólo tenía un leve recuerdo del incidente, que muy pronto olvidó por completo.

Cuando recordó aquello, mientras sus tíos se gritaban en el vestíbulo, tuvo una idea escalofriante. Una idea aterradora que no la dejaría en paz nunca más. Se le ocurrió de repente que ese niño pudiera ser... "su niño". Entonces las piezas de ese rompecabezas encajaron a la perfección. No era que la casa simplemente estuviera embrujada, si hubiera sido así las cosas serían más sencillas. No, su niño había venido a verla. Por eso lo había escuchado llamarla "mamá". No obstante, ¿por qué? ¿Para qué? Deseaba verlo feliz, en el cielo. ¿Por qué se habría quedado?

Y otra idea la invadió de repente... como si no perteneciera a ella, emergiendo de lo más oscuro de su alma. ¿Y si se hubiera quedado para obligarla a recordar? A recordar el "accidente".

—No, no quiero recordar —se escuchó a sí misma. Paula tuvo un sobresalto, no había sonado como su voz y la taza de té que sostenía en su mano se estrelló en el suelo.

Los señores Parker dejaron de discutir e ingresaron a la cocina, alertados por el ruido, mientras Paula miraba extasiada la taza rota en el suelo. Sin comprender cómo había sucedido aquello.

— ¿Qué pasó, cariño? ¿Estás bien? —le dijo la mujer. Estaba en camisón y con la larga trenza del cabello casi desarmada.

—Sí, mucho mejor —dijo y luego mirando al suelo añadió—: lo siento.

—No te preocupes —dijo la mujer, mientras se inclinaba para recoger la loza del piso.

— ¡Deja de ser amable con ella! —le gritó su esposo, interrumpiéndola. Luego miró a su sobrina con una expresión de odio en su rostro—. ¡¿Quieres decirnos de una vez por todas que demonios te pasa?! ¿Por qué gritas como loca?

—Yo "creí" ver... No... yo "vi" algo en mi habitación. Era un niño —dijo Paula, había decidido sincerarse con sus familiares.

Sus tíos se la quedaron mirando, sorprendidos. Sin embargo, algo más había en sus ojos, quizás... ¿temor?

—No hay niños en esta casa —apuntó el señor Parker con una expresión extraña.

—Seguramente fue una pesadilla, cariño —opinó la mujer.

—No, yo lo vi. Estoy segura. Lo he sentido antes, aunque nunca lo había visto, pero...

—Te dije que estaba loca —la interrumpió el hombre mientras miraba a su mujer—. ¡Seguramente está teniendo alucinaciones!

— ¡No estoy loca! —saltó molesta Paula y algo herida.

—Tiene que largarse a ese hospitalucho de donde vino, ¡le dije al hombre ese que no nos podíamos hacer cargo de una loca! ¡Ya estoy harto! —gritó el señor Parker.

— ¡No! ¡Yo sé lo que vi! —dijo Paula desesperada. ¡Lo único que le faltaba era que sus familiares pensaran que tenía alucinaciones!

El señor Parker la miró con desprecio y salió precipitadamente de la cocina como un huracán. Luego oyeron como se dirigía al piso superior.

—No le hagas caso, cariño, él no entiende —le dijo la mujer, tratando de calmarla.

—No tengo alucinaciones ni nada así. Estoy segura de lo que vi —dijo Paula con firmeza y, luego de un breve silencio, agregó—: No quiero volver a ese lugar.

—Por eso no te preocupes —dijo la mujer—. No nos corresponde a nosotros, a tu tío y a mí, tomar esa decisión.

—Pero... pero usted me cree, ¿no? —titubeó Paula.

Hubo un breve silencio y por unos segundos la mujer se la quedó observando, como pensando en qué decir.

—Quizás sólo haya sido una pesadilla. Te despertaste de golpe y creíste que era real —dijo la mujer.

Al escucharla, los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.

—No me cree —susurró y, dándose la vuelta, abandonó la cocina.

—No es eso... ¡Espera!

Subió las escaleras corriendo y se encerró en su habitación. La tristeza la invadía. Le había costado mucho decidir contarles a sus familiares lo que había pasado, ¿y para qué? Ninguno le había creído. Al contrario le había dado un motivo a al señor Parker para que le dijera al doctor que ella alucinaba. ¿Qué pensaría el hombre? La iba a volver a internar. Seguro que el señor Parker lo convencería para que ella volviera al hospital psiquiátrico. Y ella... ¿cómo podía defenderse ante aquellas acusaciones? Preguntas sin respuesta que causaron que la noche se alargara y poco pudo dormir, no debido al miedo sino a la preocupación que sentía. No quería volver a ese horrible lugar... ¡no quería!

Al día siguiente Paula despertó con un terrible dolor de cabeza. Sus ojos aún estaban hinchados por el llanto cuando bajó a desayunar aquella mañana y poco habló con sus tíos. El ambiente de la cocina estaba tan tenso que podía cortarse con un cuchillo, mientras los tres tomaban, en el más absoluto silencio, café.

Al principio le llamó la atención de que su tío siguiera en casa y no hubiera acudido aún al trabajo, como era su costumbre, pero prefirió no hacer preguntas y pronto se levantó para cumplir con sus tareas diarias. Sin dirigirle la palabra a ninguno de ellos. Estaba herida y ofendida con sus familiares.

Parte de la mañana estuvo tan torpe que poca atención le prestó a lo que hacía, la mala noche le estaba pasando factura y no dejaba de pensar en lo que había pasado, ni en "el niño". Sabía que el señor Parker se había ido a trabajar porque lo vio partir desde una ventana del piso superior. Y así siguieron las cosas hasta que su tía la devolvió a la realidad.

— ¡Paula, salgo a hacer las compras! ¡No tardo! —gritó la mujer, desde el extremo de las escaleras.

Paula se encontraba en ese momento arreglando su habitación cuando la escuchó. Ni siquiera le respondió ya que seguía molesta con la mujer por no creerle, pero, poco después, se dio cuenta de un detalle y un escalofrío la invadió de repente. ¡No quería quedarse sola allí!... No después de lo que había pasado la noche anterior.

Asustada corrió hacia la puerta de la habitación y bajó las escaleras lo más rápido que pudo. Quería preguntarle a la mujer si podía acompañarla, sin embargo cuando llegó a la puerta de entrada y salió al patio delantero, ya no pudo verla. Bastante preocupada, atravesó la reja del jardín y caminó rápidamente hacia donde comenzaba el bosquecito de raquíticos árboles.

— ¡Tía! ¡Tía! ¡Tía! —la llamó a los gritos, no obstante no le respondió nadie.

El camino de tierra que atravesaba los árboles hacía una curva y no se veía bien desde donde estaba toda su extensión, por lo que la joven mujer decidió internarse en él y así alcanzarla. Estuvo a punto de hacerlo, y ya había avanzado unos cuantos pasos, cuando se dio cuenta de que allí había visto al niño unos días atrás. Entonces, en pánico, se detuvo y retrocedió hasta las rejas del jardín de la casa. Estaba asustada... aterrada de verlo de nuevo.

—Soy una persona adulta... ¡No puedo asustarme como una pequeña niña! —se dijo a sí misma en voz alta.

Luego de un breve momento, tomando el suficiente valor que pensó que ya había agotado, abrió la reja de la casa y luego la puerta, ingresando a ella. En el vestíbulo se detuvo mirando hacia todos lados. La casa estaba silenciosa y nada parecía suceder fuera de lo común. Paula largó un suspiro, tratando de calmarse, su tía no tardaría mucho y, con fastidio, pensó que ya se estaba comportando como una criatura. Así que subió la escalera e ingresó a su habitación donde antes estaba poniendo orden.

Varios minutos después, ya estaba calmada. Terminó de arreglar sus cosas, cambió las sábanas de su cama por otras limpias y luego las colocó en el suelo, encima de una pila de ropa sucia. Poco después tomó todo y salió al pasillo, depositando la ropa sucia en el piso, cerca de la puerta. Volvió a ingresar a la habitación para cerrar las cortinas de la ventana y fue en ese momento cuando lo vio. Al mirar hacia el jardín su vista tropezó con una visión extraña, creyó ver, debajo de la sombra del manzano, a un niño pequeño.

Paula pegó un respingo del susto y se apartó unos pasos de la ventana.

— ¡Dios! ¡No puede estar pasando! —susurró aterrada.

Con las manos temblando descontroladamente, volvió a acercarse a la ventana para cerrarla. Bajo el manzano no había nadie... Paula se sentó en la cama tratando de calmarse, mientras pensaba que seguro que no era nada. Sólo había sido una sombra de algún arbusto. Pensaba que la noche anterior la había alterado tanto que ya imaginaba cosas.

Luego de un rato, y cuando logró que sus manos dejaran de temblar, se levantó y se dirigió al pasillo en donde había dejado la ropa sucia para llevarla al lavadero. Su imaginación no iba a jugarle una mala pasada dejándola incapaz de hacer sus tareas diarias. Tenía que superarlo. Así que tomó la ropa y se dirigió hacia la escalera por donde comenzó a bajar.

De pronto se escuchó un ruido a su espalda. Paula se detuvo de golpe y miró hacia el piso superior. Parecía un ruido de suaves pasitos, sin embargo en la parte superior de la escalera no había nadie.

— ¿Tía?... ¿Tío? —dijo con temor.

No hubo respuesta... La chica, confundida, pensó que ya se estaba alterando hasta por los pequeños y normales ruidos de la vieja casa y se enojó consigo misma. Siguió bajando por la escalera unos cuantos escalones más cuando... volvió a sentir suaves pasitos a su espalda. Se detuvo y miró hacia atrás... Nada.

"¡Cálmate! ¡Cálmate!" Pensó ya asustada y bajó un escalón más, en ese momento fue cuando todo comenzó. Sintió en la parte baja de la espalda como alguien (o algo) la empujaba. Intentó tomarse de la barandilla, no obstante, con la ropa en sus brazos, se le dificultó y no pudo alcanzarla. Sin poder evitarlo cayó rodando por las escaleras, enredándose con la ropa sucia y golpeándose en la cabeza con el filo de un escalón.

— ¡Ahhhhhhhh! —gritó desesperada.

Al llegar al suelo del vestíbulo y golpear el piso, su muñeca se dobló dolorosamente bajo el peso de su cuerpo.

— ¡Mierda! ¡Mierda! —gritó de dolor.

Se dio vuelta en el lugar, como pudo, no obstante se enredó aún más con la sábana azul que acababa de retirar de su cama. La tela le cubría la cara y no la dejaba ver, entonces intentó retirarla de su rostro. Pero no pudo, porque alguien la sostenía con fuerza, intentando asfixiarla con ella. Comenzó a luchar desesperadamente, el dolor de la muñeca desapareció dándole paso al pánico más absoluto.

— ¡No! ¡Basta! ¡Basta! —gritaba, aterrorizada.

En un momento, la fuerza que sostenía la sábana desapareció y Paula pudo retirársela de la cara. Sentándose en el piso pudo observar que... en el vestíbulo no había nadie, estaba desierto. Se levantó rápidamente y observó el lugar, sin embargo era evidente que estaba sola en casa... ¿O no?

Una risa de un pequeño niño se sintió por todo el lugar, como si brotara de las mismas paredes. Paula sintió como los vellos de todo el cuerpo se le erizaban y, dándose la vuelta, corrió hasta la puerta principal para salir de la casa. Chocó estrepitosamente con ella al tropezarse con algo que había en el suelo, y que no se detuvo a observar, e intentó abrirla. En ese momento el dolor de su muñeca volvió con intensidad. Sin embargo, eso apenas si le importó, porque la puerta no se abría.

Ya conmocionada, comenzó a llorar de terror. Sentía el niño a su espalda, sentía sus pasitos acercarse a ella y esa risa demoníaca que poco se parecía a la que pudiera emitir cualquier niño de este mundo. Entonces su mano tocó la llave que posaba en la cerradura y la giró, aunque sabía que ella no le había puesto llave a la puerta cuando ingresó a la casa... Sin embargo, funcionó... La puerta se abrió y la chica corrió hacia afuera. Atravesó la reja descolorida y corrió hasta el comienzo del bosquecito. Luego se detuvo y miró hacia atrás por primera vez.

La vieja casa estaba oscura y solitaria. No había nada en ella fuera de lo normal. Paula, aún con lágrimas de terror en sus ojos, colocó su espalda en el tronco de un árbol y se dejó caer sentada al piso, que estaba lleno de hojas. No podía creer lo que había pasado. Le dolía todo el cuerpo, su muñeca estaba hinchada y advirtió un agudo dolor en su cabeza, la tocó y notó que tenía un corte que sangraba.

— ¡Cálmate! Esto no puede estar pasando... cálmate —se dijo en voz alta para darse ánimos o para así, de un modo desesperado, tomar conciencia de la realidad. Nada de lo que acababa de vivir podría haber sucedido realmente. Y se obligó a sí misma a creerlo. No obstante, su cerebro se negaba. No había modo de explicar lo que había pasado.

Si había algo en esa vieja casa... o algo que la perseguía a dónde iba, no podía por ningún concepto ser su hijo. No. Eso era imposible. Su niño jamás la hubiera atacado de esa forma. Esa "cosa" que la seguía no pertenecía a este mundo y dudaba que alguna vez hubiera pertenecido. Aquella entidad demoníaca quería hacerle daño, eso era un hecho. ¿Y ahora, qué iba a hacer de ella? Se preguntó aterrada.

Una hora después, la señora Parker la encontró allí mismo, sentada en el piso lleno de hojas, con un corte en la cabeza y la vista perdida en la vieja casa.


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