La primera noche:
El viento golpeaba contra las ventanas y la enorme casa crujía como una vieja cáscara de nuez. Parecía que en cualquier instante iba a venirse abajo, como un castillo de naipes. Fuera de ella se había levantado un ventarrón que azotaba puertas y ventanas. Dentro, los señores Parker y Paula, cenaban una sopa en la cocina y el más absoluto silencio reinaba. Un silencio forzado, tenso. Su tío la miraba de reojo, mientras masticaba pan con la boca abierta, y prestó especial atención cuando la joven se llevó a la boca unas pastillas blancas.
—Son los medicamentos que me recetó el doctor Rush —dijo Paula, incómoda, casi con la urgente necesidad de explicarse.
La señora Parker intercambió una rápida mirada con su marido, que no pasó desapercibida por la chica. Sin embargo, no dijo nada. Aquella extraña actitud la puso nerviosa.
— ¿Son para ayudarte a dormir? —preguntó su tía, luego de un prolongado silencio.
— ¿Las pastillas? —dijo Paula, confusa.
Su tía asintió con la cabeza; parecía ansiosa, inquieta...
—Sí.
Paula se sorprendió por la obvia pregunta. Suponía que el doctor Rush había hablado con ellos sobre su tratamiento. O al menos debían estar al tanto de lo más importante. Sin embargo, no quiso preguntar o tocar el tema. Todavía la ponía muy incómoda hablar sobre su experiencia en el Hospital Psiquiátrico, ya que bastaba nombrarlo para que la gente la tildara de loca perturbada y le tuviera miedo.
—Tienes mucha suerte. Al parecer esta noche será ruidosa —comentó su tía, forzando una sonrisa en su rostro.
Paula sólo sonrió a modo de respuesta. Su tío no tuvo nada que decir y siguió tomando la sopa como si no hubiera en el mundo nada más importante. Había pronunciado no más de media docena de palabras frente a ella aquel día, y parecía evitarla.
La chica volvió a advertir esa mirada extraña entre ambos esposos y se sintió incómoda. Ya había tenido suficiente. Colocó la cuchara en su plato y lo apartó.
— ¿Quieres más, cariño? —dijo tía Parker con amabilidad.
—No, gracias.
— ¿Te ha gustado? Aquí vivimos de manera sencilla —dijo la mujer, con algo de incomodidad.
— ¡Oh! ¡Sí, tía! Es muy rica —dijo Paula y la mujer sonrió, esta vez más genuinamente.
—Me alegro —susurró complacida y siguió tomando la sopa.
De pronto, su marido dejó caer la cuchara en el plato, produciendo un fuerte ruido. Se levantó de la mesa y, sin decir absolutamente nada, se fue de la cocina. Paula pegó un respingo con el ruido y se lo quedó mirando sorprendida. Su esposa lo observó con el ceño fruncido, pero sólo habló cuando hubo salido del lugar.
—No te preocupes —le susurró la mujer, mientras le palmeaba la mano.
Luego, la señora Parker se levantó y salió de la cocina detrás de su marido, dejando a Paula confundida y sola con sus pensamientos. Era evidente que su tío no la quería allí en su casa, sin embargo no pudo comprender qué le había provocado aquella reacción de evidente enojo.
Estuvo esperando a que la mujer regresara un largo rato, pero como no aparecía, levantó la mesa y se puso a lavar los platos. Recién cuando hubo terminado con la vajilla, apareció la señora Parker.
—Disculpa, cariño. No tenías que lavar los platos —le dijo al verla.
—No se preocupe, tía, es lo menos que puedo hacer —dijo Paula, mientras secaba el último plato y lo colocaba en la repisa, arriba de los demás.
— ¿Quieres un café o un té? —le ofreció la mujer, que rápidamente se acercó a ella para ayudarla. No obstante, ya nada había para hacer.
— ¡Oh! No, gracias —respondió Paula.
Luego hubo un breve momento de silencio, mientras Paula pensaba si sería descortés preguntarle a su tía sobre la reacción de enojo de su tío o si lo había ofendido, pero al final decidió que sí por eso sólo dijo:
—Me gustaría irme a acostar. Hoy ha sido un largo día para mí.
— ¡Oh! Por supuesto...
—Si no le molesta que la deje sola.
— ¡No! No, claro que no. Ve —dijo la mujer amablemente.
Entonces Paula saludó a su tía con un beso en la mejilla y subió las escaleras hasta el piso superior. Cuando caminaba por el corredor hasta su habitación, observó perpleja que la puerta de la habitación de los señores Parker estaba entreabierta y su tío la miraba fijamente por la rendija. Cuando el hombre se dio cuenta de que ella lo había notado, azotó la puerta contra el marco. La joven se sorprendió y, ya asustada, apuró el paso hasta entrar a su propio cuarto.
Al cerrar la puerta tras ella largó un suspiro de alivio y se dio vuelta para cerrarla con llave, no obstante ésta no estaba en la cerradura. Recordaba que más temprano había visto una llave allí... Entonces frunció el ceño con desconfianza. Después de pensarlo mejor durante un largo rato, no estuvo segura si realmente había visto una llave o no, así que pasó por alto el incidente.
Se sacó las viejas zapatillas y las colocó en el suelo, al lado de la cama. Luego se desvistió lentamente y se puso su largo camisón blanco de siempre, pensando que tenía que renovarlo en cuanto pudiera disponer de algo de dinero. No le agradaba aquella prenda de vestir, porque se lo habían dado en el Hospital Psiquiátrico cuando ingresó, y le traía malos recuerdos. En especial el recuerdo del accidente... cuando su vida cambió por completo. Sin embargo, no tenía nada más que ponerse así que tuvo que conformarse.
Luego de llegar a la casa del matrimonio Parker, lo que restaba del día lo había pasado junto a su tía, charlando animadamente del pasado familiar en común que tenían y se había sentido un poco más cómoda. La mujer era amable y le recordaba un poco a su propia madre. No obstante cuando oscureció y apareció el señor Parker, su esposa había enmudecido; rápidamente se puso a preparar la cena y no habló mucho más. Paula, pensaba que era un hombre muy extraño y comenzaba a causarle escalofríos; había notado el miedo en los ojos de su tía al mirarlo.
Estaba parada frente a la cama a punto de acostarse, recordando el largo día y tratando de asimilar el cambio, cuando la luz de la lámpara comenzó a parpadear y, de pronto, se apagó, sumergiéndola en la más absoluta oscuridad. Paula se asustó y casi se lanzó a la cama, golpeándose de paso la rodilla. Odiaba a oscuridad desde niña.
— ¡Ay!... Lo único que me faltaba —susurró para sí misma.
Su primera noche allí comenzaba, con aquella casa enorme crujiendo y sin luz.
Se metió rápidamente entre las sábanas y se tapó hasta la cabeza. Luego de cinco minutos se sintió molesta consigo misma, ¡estaba actuando como una criatura! Entonces se destapó el rostro e intentó dormir. Comenzó a sentir que el sueño la invadía, producto del cansancio o de la pastilla que acababa de tomar. Y estaba por quedarse dormida cuando un fuerte ruido le espantó el sueño. Abrió los ojos sorprendida y vio como la puerta de su habitación comenzaba a abrirse lentamente. Con el corazón latiéndole a mil por hora observó una luz intensa, que se colaba por la rendija y que provocó que entrecerrara los ojos.
—Disculpa, cariño, ¿ya dormías? —dijo la señora Parker. Traía en su mano un antiguo candelabro con una vela—. Acaba de cortarse la luz...
— ¡Ah! Sí... sí... —balbuceó desconcertada y algo molesta. ¡Ya se había dado cuenta que no había luz! ¡Casi le causa un ataque cardíaco!
—Seguramente saltaron los tapones de la caja de la electricidad, que está en el sótano. Tu tío lo arreglará mañana, cuando haya luz natural —le explicó la mujer, traía un largo camisón rosa a lunares y su pelo estaba trenzado—. Sería mejor que no deambularas por la casa.
— ¡Oh! No, claro que no —dijo Paula sorprendida.
Luego la mujer se fue, cerrando la puerta tras ella. Paula se quedó pensando molesta: ¡por supuesto que no iba a deambular por la casa de noche y encima sin luz! ¿Qué era lo que les pasaba a sus tíos? ¿Pensarían que iba a robarles? Ya comenzó a sentirse incómoda de nuevo. No era bienvenida allí... y lo sabía.
Le costó mucho dormirse, no dejaba de dar vueltas en la cama, nerviosa y preocupada. El problema era que no confiaba en aquel matrimonio. Tenía miedo de que entraran a su habitación de nuevo mientras dormía... pero luego de un rato se enojó consigo misma. ¡No podía ser que creyera que su tía, la hermana de su madre, fuera capaz de hacerle daño! Ya estaba siendo víctima de su propio terror. Pasó un largo rato hasta que logró tranquilizarse y el sueño la envolvió de repente.
—Paula... Paula... Paula...
La joven se acomodó en la cama, aún dormida.
— ¡Paula! ¡Despierta!
Se despertó de golpe, confundida, se dio media vuelta y se encontró con el rostro de una persona a sólo unos centímetros del de ella.
— ¡Ahhhhhhh! — gritó aterrorizada.
— ¡Oh! ¡Tranquila! —dijo la mujer, que se hizo para atrás cuando la chica gritó. Tía Parker estaba parada al lado de su cama, envuelta en la oscuridad del cuarto.
— ¿Qué m#$%&? ¿Qué pasa? —dijo Paula, mientras el corazón recuperaba el ritmo normal de sus latidos.
—Lamento haberte despertado, cariño —le dijo su tía con voz dulzona—. Había olvidado decirte que no uses el baño de arriba. Está descompuesto. Usa el de abajo, pero no deambules de noche, a tu tío no le gustaría.
—Está bien —dijo la joven, entre dientes.
Paula, sorprendida, vio cómo su tía salía de su cuarto y cerraba la puerta. ¡¿Qué le pasaba a esa mujer?! ¡¿Intentaba matarla de un susto?! Pensaba ya enojada. No comprendía cómo se le había ocurrido despertarla en medio de la noche para decirle que no usara el baño, y para volver a advertirle que no deambulara por la casa. ¡¿Por qué demonios no había esperado hasta el día siguiente?!
Agarró el reloj de pulsera que había dejado en la mesita de luz y miró la hora: 2.57 am. ¡Casi las tres de la mañana! Ya fastidiada se acomodó mejor en la cama para poder dormir.
Entonces fue cuando los sintió por segunda vez. Unos suaves pasitos sonaban en el corredor. Paula se movió en la cama e intento oír mejor, el ruido del viento producía extraños silbidos; sin embargo, volvió a sentirlos claramente. Eran suaves pasitos que venían hacia su habitación y, de pronto, de detuvieron en su puerta. La chica, vio que la puerta se entreabría y pensó que era su tía de nuevo.
— ¿Y ahora qué pasa, tía? —dijo, ya de mala manera.
Sin embargo nadie respondió, sólo reinaba el silencio en su cuarto, cortado de vez en cuando por el rugir del viento.
— ¿Tía? —dijo Paula, mientras se incorporaba en la cama.
No podía ver muy bien, ya que la oscuridad era casi absoluta. Su puerta seguía entreabierta y comenzó a sentir que la observaban. Estaba segura que alguien había allí parado.
— ¿Tío? —dijo luego, pero nadie le respondió.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió unos centímetros más y Paula, aterrorizada hasta el desmayo, no pudo mover ni un músculo. Entre el hueco que quedaba podía ver que la oscuridad allí se hacía más nítida, como si hubiera una pequeña persona observándola. No percibió movimiento alguno y, al transcurrir los segundos, comenzó a pensar que se estaba imaginando cosas.
Luego de casi un minuto, recuperó la movilidad de su cuerpo y, sudando de terror, se levantó. Caminó hasta la puerta y la abrió de golpe, mirando hacia el corredor... No había nadie allí. Estaba tranquilo y desierto. Entonces cerró la puerta y, al ver una vieja silla que estaba a un costado, la tomó y con ella la trabó.
Volvió a la cama, no obstante el miedo no la abandonó esa noche. Su mente trabajaba sin descanso para encontrar una solución a lo que había pasado. Había escuchado claramente pasos, había visto cómo la puerta se abría, y se había sentido observada. Podría jurar que alguien había allí. Nada de lo que se le ocurrió a continuación le proporcionaba una alternativa racional a lo que había pasado. No se había equivocado...
Pronto llegó a la conclusión que su tío (o su tía, aunque era menos probable) se había levantado en mitad de la noche para observarla. Entonces decidió pedirle una llave a la señora Parker para poder cerrar su habitación, apenas se despertara al día siguiente, con la excusa de que necesitaba intimidad. Rogó que no se molestara por ello.
Estaba aclarando en el horizonte y el viento se había apaciguado bastante cuando al final logró dormirse. Paula, no había oído nada más extraño esa noche y, luego del pasar de las horas, se había consolado con la idea de que a lo mejor había imaginado todo y que la puerta se había abierto con el viento. Sin embargo, deseaba obtener la llave de la habitación. No quería pasar otra noche como aquella.
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