La hermana Marta:

La aparición de Daiana en ese momento le pareció una bendición del cielo. Por algún motivo sentía que su amiga le regalaba un poco de tranquilidad. Tranquilidad que tanto había necesitado esos días.

Por otro lado, Daiana estaba perpleja por la actitud de Paula que no dejaba de repetir: "la monja", "la monja", con total incoherencia, y fuera de sí misma. Su amiga no entendía qué le ocurría y, ya muy preocupada por ella, decidió llevarla hasta su casa, que no quedaba lejos desde donde estaban.

—No... No. Ningún lugar es seguro. Ellos me seguirán —decía la chica entre sollozos.

—No sé de qué hablas, Paula. Vamos, tienes que calmarte. Has un esfuerzo —le dijo su amiga y casi la obligó a caminar hasta su propia casa.

Ya dentro de la vivienda le sirvió un café bien fuerte y azucarado. Esperó hasta que su amiga estuviera calmada para interrogarla.

— ¿Qué está ocurriendo, Paula? Son... ¿son tus tíos? —le dijo al fin.

Paula negó con la cabeza, ¿qué podía decirle? ¿Daiana le creería o reaccionaría igual que su tía, con lástima?

— ¿Y de qué monja hablas? En la iglesia sólo están la hermana Lucía y la hermana Marta. Aunque esta última sale poco... ya sabes, no puede caminar bien.

—No me creerías si te lo dijera —titubeó Paula.

— ¡Por Dios! ¿Te hicieron algo tus tíos? —se asustó Daiana.

—No... no.

— ¿Entonces?

—Es... —comenzó diciendo, pero se detuvo.

— ¡Confía en mí! —dijo Daiana con un tono que rayaba en la impotencia. Y la tomó de los hombros, su tono se suavizó—. Tienes que confiar en mí.

—No es que no confíe en tí, pero... Quizás te parezca una locura. Yo misma no lo creía al principio y siempre trataba de ser... razonable, pero...

Hubo un breve silencio. Paula tomó aire, tratando de recuperar valor. Luego continuó:

—Hay algo en esa casa —concluyó con un escalofrío que no pudo controlar.

Su amiga no la entendió.

— ¿Algo como qué?

—Algo malo... un espíritu maligno. Desde el principio vi al niño y pensé que era real, pero luego descubrí todo y llegué a la conclusión de que eran imaginaciones mías, provocadas por los ruidos extraños de la casa y mi imaginación. Sin embargo, ahora... no dejan de suceder cosas extrañas a mí alrededor y... vi a alguien más. Otra "cosa" estaba con el niño. ¡Y los escucho! ¡Los escucho, Daiana! Susurran todo el tiempo. ¡Oigo sus pasos por toda la casa! ¡Estoy asustada! ¡Me han atacado! Y huí —explicó, estallando en nuevos sollozos—. Y en la iglesia... esa monja. ¡Sé que me siguen! ¡No sé qué hacer! —concluyó desesperada.

Hubo un prolongado silencio, roto de vez en cuando por los sollozos incontenibles de Paula. Daiana trataba de asimilar y entender lo que su amiga le decía, mientras que ella intentaba calmarse. No obstante no había consuelo para ella, no ese día. El miedo la había paralizado.

—Pero, sé racional, Paula, es simplemente imposible. A veces el miedo nos hace escuchar y ver cosas que no están allí. Tienes que darte cuenta de ello.

Sí que se daba cuenta de ello... Daiana no le creía ni una palabra. Y para Paula fue una catástrofe en ese momento en que necesitaba con urgencia el apoyo y la contención de su amiga. Bien sabía que se había equivocado al confiar ciegamente en ella y lo lamentaba. Su amiga era más racional de lo que había pensado siempre.

—Puede que tengas razón —concedió la chica sin tener convicción de ello—. Pero entonces, ¿cómo explicas esto?

Se levantó la remera por la espalda y apareció ante los ojos de Daiana los tres profundos rasguños que tenía. La herida todavía estaba patente en su espalda, como una marca de terror.

— ¡Dios santo! —exclamó su amiga.

Se acercó a ellos y los palpó. Paula se estremeció al sentir un dolor punzante.

— ¡¿Cómo te hiciste eso?! —exclamó Daiana con horror.

— ¡Yo no me los hice! —dijo escandalizada Paula.

Ante semejante pregunta decidió contarle el episodio de las escaleras. Cómo alguien, o algo, la había empujado y luego intentado asfixiar en el vestíbulo.

Sin embargo, la mirada de Daiana era extraña. Fruncía el ceño hasta que le dijo: "Puedes haberte resbalado y luego enredado con la sábana".

Paula estaba desesperada en ese punto, deseando que le creyera. Entonces le contó lo que había pasado ese mismo día. La aparición de esos rasguños, las voces, las dos figuras que la miraban, la monja...

— ¿Y dices que no sentiste dolor cuando te lastimaron? —titubeó Daiana.

—No sentí nada.

—Entonces, piénsalo un momento ¿quieres? A lo mejor te los hiciste dormida y por eso no lo recuerdas, y no te diste cuenta porque no los viste al despertarte, sólo cuando te los señaló tu tía.

Paula sólo la miró.

—No te enojes conmigo... ¡Todo puede explicarse! Ya sé que yo antes le daba demasiado crédito a los extraños rumores que resultaron siendo falsos, pero realmente no los tomé muy en serio y si les di importancia fue porque me parecía muy creíble la teoría de que hubiera un niño allí encerrado. ¡Tú misma me lo dijiste! Y no hay nada allí.

—Y la monja... —comenzó diciendo Paula, su amiga la interrumpió.

—Seguro viste a la hermana Lucía o a la hermana Marta, ésta está medio sorda y es inválida, pero... siempre reza allí.

—Yo... no lo creo —titubeó Paula. Aunque no estaba segura si había visto una aparición o si realmente había sido una de las monjas de allí. Daiana se dio cuenta de aquello y aprovechó para calmar a su amiga que según ella estaba teniendo un "ataque de pánico".

—Vamos a verlas. Así verás que fue una de ellas. Todo estará bien —dijo con optimismo y se levantó para salir de la casa.

Paula se quedó allí... no sabía si ir o no. No quería pisar esa iglesia por nada del mundo.

—Yo...

— ¡Vamos! ¿Qué podemos perder? Además son muy buenas. Puedes hablarles de lo que quieras. A mí me ayudaron mucho cuando falleció mi esposo.

Paula a regañadientes tuvo que seguirla y juntas salieron a la calle. Estaba segura de lo que pasaba y no creía que ninguna de aquellas monjas pudieran ayudarla... si es que le creían.

La calle desierta del pueblo le resultó más extraña que de costumbre. Miraba hacia todas partes, temerosa de ver alguna figura oscura deslizarse cerca de ellas, o escondida detrás de alguna ventana desde una de las casas oscuras que se extendían a su alrededor. De repente, un perro les ladró desde algún lugar del jardín de una casa y Paula se sobresaltó mucho. Daiana la miró sorprendida.

— ¡Cálmate, es sólo un perro!

Su amiga no respondió, avergonzada de sí misma.

Cuando llegaron a la iglesia, ya estaba más calmada y pudo contener el impulso de salir corriendo. Siguió a Daiana que entró por la puerta principal. Le costó acostumbrar sus ojos a la semioscuridad y cuando lo logró se dio cuenta de que no había nadie, ni un alma viviente... ni muerta.

—Ven, sígueme. Vamos a ver a la señora Gonzales.

Daiana se dirigió al fondo por un corredor lateral y se detuvo frente a una puerta. Mientras que Paula la siguió, pensando quién sería la señora Gonzales, sin embargo no preguntó porque le pareció que el sonido de su voz quebraría aquel silencio rompiendo el equilibro de paz que se respiraba en el lugar. El aire de la iglesia se sentía diferente esta vez... muy distinto de la primera vez que ingresó en ella.

Traspasaron la puerta y por un estrecho corredor fueron directo a un pequeño despacho que tenía la puerta abierta en donde estaba una mujer de mediana edad, revolviendo papeles. Era de baja estatura y llevaba gruesas gafas, su camisa era blanquísima y el rodete parecía pegado a su cráneo. Daba la sensación de ser una madura secretaria.

—Disculpe señora, queríamos ver a la hermana Lucía...

—No está —la interrumpió secamente. A Paula le dio la sensación de que era una mujer muy estricta.

— ¡Ah!

—Ha ido a "San Gerónimo" pero estará de vuelta en unos días —decidió explicarse la mujer, refiriéndose a la parroquia que estaba en un pueblo cercano y de lo cual Paula se enteró más tarde.

— ¿Y la hermana Marta? —dijo Daiana, sin perder el optimismo ni la sonrisa de cortesía.

—Está en su habitación. No recibe a nadie, como deberían saberlo —dijo mirándolas a través de sus cristales. Luego de examinarla unos momentos agregó con una expresión de curiosidad—: ¿Por qué? ¿Tu madre necesita algo?

Era evidente que Daiana no iba mucho por allí y que la mujer no se explicaba el porqué de su aparición. De todos modos, no llegó a responderle porque se sintió una voz de mujer.

— ¡Greta!... ¡Greta! —llamaba a los gritos.

—Espérenme aquí, ya vuelvo —dijo la mujer y se dirigió rápidamente fuera del despacho. Escucharon sus pasos y después una puerta que se abría y se cerraba luego.

Daiana se sentó en una silla que estaba allí. El despacho tenía una repisa repleta de papeles, no obstante había más en el pequeño escritorio de madera oscura.

—Es la hermana Marta... me había olvidado que ya no habla con nadie.

— ¿Es muy anciana? —preguntó Paula.

—Sí e inválida. Casi nunca sale de aquí. Escuché que de joven estuvo como misionera en la selva de Brasil y volvió un poco cambiada. Es algo excéntrica. Si logramos verla ya te darás cuenta a qué me refiero. Dicen que está loca, que los indios le hicieron mal de ojo o algo así, sin embargo yo no lo creo, jamás vi a nadie tan cuerda como ella.

Unos minutos después, regresó la señora Gonzales con una expresión de incredulidad en su rostro y el ceño fruncido.

—La hermana Marta quiere hablar con ustedes. Dice que las estaba esperando —dijo la mujer mirándolas con atención.

Las dos amigas intercambiaron una mirada de sorpresa. ¿Cómo sabía? Ambas siguieron a la mujer que las condujo por una puerta que salía a un pequeño patio interior y desde allí por una galería hasta una habitación espaciosa, hogar de la pequeña anciana.

La hermana Marta estaba sentada en un sillón, su reducido esqueleto y las escasas hebras de fino cabello grisáceo indicaban a las claras que era muy anciana, no obstante sus ojos irradiaban una vitalidad increíble. En su presencia uno se sentía más vivo que de costumbre.

La anciana recibió a las jóvenes con una dulce sonrisa, como si las conociera desde hacía años. Paula entonces entendió por qué tenía fama de excéntrica, uno se sentía incómodo bajo su mirada. De todos modos, no era ella la monja que había visto en la iglesia más temprano... y si la hermana Lucía tampoco estaba, ¿quién sería? La monja interrumpió sus pensamientos e hizo que los olvidara por completo.

—Sabía que vendrías a verme, Paula —le dijo de repente.

El asombro de la chica fue mayúsculo y no atinó a responder nada. ¡Sabía su nombre a pesar de que nunca la había visto!

— ¿Cómo sabía...? —dijo Daiana, tan sorprendida como su amiga, sin embargo la anciana la interrumpió de forma inesperada.

— ¡Oh! Él me lo dijo. A veces me visita —dijo la mujer, abriendo los ojos de manera misteriosa.

Paula sintió como los cabellos de la nuca se erizaban de terror... ¿Él?

— ¿Él? —Sólo atinó a balbucear.

—Sí, el niño... por supuesto.

En la habitación se hizo un silencio tan intenso que pareció como si el tiempo se detuviera en ese instante. Sin embargo, Daiana lo interrumpió de pronto, moviéndose molesta por el lugar. Había traído a su amiga para que la mujer la tranquilizara y ésta hacía lo contrario.

—No hemos venido a hablarle de ningún niño. Paula se siente inquieta en su nueva casa y cree haber visto algo.

—Siempre has sido muy incrédula, ¡desde pequeña! —La interrumpió la monja—. Aunque he visto que te gusta aparentar lo contrario. Por eso te has alejado de nosotros. De Dios... pero él te perdonará. Dios es misericordioso.

Daiana se sintió censurada y no dijo nada más.

— ¿Me dijo que... el niño viene a verla? —intervino Paula, ansiosa de respuestas.

—Así es, en sueños.

—Pero... ¿pero quién es?

—Creo que ya lo sabes —respondió enigmáticamente la anciana.

Paula tuvo un escalofrío. ¿Su niño?

— ¿Y... y qué quiere? —dijo en un hilo de voz.

Hubo un breve silencio.

—Quiere que recuerdes algo. Algo que olvidaste o eso al menos creo yo —dijo al fin la monja con un movimiento de hombros muy particular.

Paula la miró sorprendida. Algo había olvidado, algo importante. Sin embargo, había muchas lagunas en su cerebro y había muchos recuerdos sumergidos en ellas.

—Pero ha venido por algo más... me ha atacado —titubeó Paula, luego de unos minutos de silencio.

La anciana se movió inquieta, sin embargo luego de unos largos segundos dijo:

—Los espíritus son como los humanos. A veces se enojan, pero no quieren causar daño. Sólo quieren que sepan que están aquí con nosotros.

—Yo... no lo sé. —Caminó de un lado a otro de la habitación, inquieta—. Me ha lastimado, ¿sabe? ¡Hasta intentó asfixiarme! Además que hay alguien más...

— ¿Qué? —dijo la mujer sorprendida.

—Sí, vi una figura, como una sombra oscura. Parecía maligna... o al menos esa fue la sensación que me dio —dijo Paula.

La hermana Marta pareció asustarse y en sus ojos apareció verdadero terror.

—Un demonio —balbuceó.

— ¡Por Dios, que sarta de tonterías! —interrumpió Daiana, alarmada por el camino que tomaba la conversación.

Se dirigió hacia Paula y la tomó del brazo, luego comenzó a arrastrarla hacia la puerta. La joven se dejó llevar, conmocionada por lo que acababa de escuchar.

— ¡No es el niño el que ataca! ¡Cuídate del demonio! El ser maligno intentará confundirte, te alejará de los que más quieres... Siempre trata de aferrarte a tus instintos y recuerda... ¡RECUERDA! ¡Hay algo muy importante que debes recordar! —gritaba la monja, mientras las chicas salían rápidamente de la habitación.

Pronto dejaron de oírla e ingresaron a la iglesia por el camino que habían seguido antes. No vieron a la señora Gonzales, así que se fueron por la puerta principal sin ser vistas, no pudieron hablar dentro de la iglesia ya que había gente allí. Y ambas lo prefirieron, necesitaban calmarse del susto.

—Lo siento, Paula, no sabía que estaba tan mal. Parece que realmente está loca o senil.

—No lo creo, sino: ¿cómo sabía del niño?

—Sólo lo vio en sueños, una coincidencia nada más.

La joven, ya molesta, estuvo a punto de discutir, no obstante se abstuvo ya que ambas chocaron con la señora Parker en mitad de la calle.

— ¡Tía! —se sorprendió Paula.

— ¡Gracias a Dios que te encuentro, cariño! Saliste corriendo de la casa y estaba tan preocupada de que te pasara algo... ¿Te encuentras bien? —dijo la mujer, claramente aliviada de verla.

Paula titubeó un poco sin saber qué hacer, ¿le creería si le contaba la verdad? Sin embargo fue Daiana, no ella, la que respondió.

—Ha tenido un colapso. Ya sabe, el estrés y los nervios —explicó y la señora Parker comprendió. Parecía ser de la misma idea, sin embargo ella sabía por qué en cambio Daiana sólo hablaba para justificar a su amiga.

—Quieres que vamos a ver al doctor Martí, es el mejor del pueblo, él puede darte un calmante o algo así —propuso la mujer.

—No, gracias, ya estoy mejor —mintió Paula, no quería ver a ningún doctor. Les tenía miedo. El último que había visto, el doctor Rush, había sido el que la había internado en el psiquiátrico.

— ¿Segura?... Bueno, entonces será mejor que volvamos a casa juntas. El doctor Rush dice que viene mañana —dijo la señora Parker.

Paula se sobresaltó mucho al oírla.

— ¿Ha llamado? —dijo asustada y sin poder contenerse.

—No, yo le llamé para preguntarle cuando venía a verte... y me lo dijo —se explicó la mujer, desviando la mirada.

Paula comprendió que había algo más detrás de sus palabras. Seguramente su tía lo había llamado, alarmada por su conducta. ¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Creería su doctor que estaba loca y la volvería a internar? Si creía en el cuento que seguramente el señor Parker tenía preparado, eso era inevitable. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

Daiana por su parte no entendió nada y se quedó algo confundida, sin comprender por qué un doctor venía a visitar a su amiga.

— ¿Por qué...? —comenzó a preguntar, no obstante su amiga, dándose cuenta de ello, la interrumpió.

—Creo que debo ir a descansar un poco, Daiana. Necesito dormir —le dijo y luego se dirigió a su tía—. ¿Vamos?

—Sí, claro. Luego nos vemos —dijo Daiana. Luego agregó, mientras veía a su amiga alejarse—: ¡Y no creas en todo lo que dijo la monja! ¡Está un poco senil!

Paula le sonrió forzadamente y la saludó con un gesto de la mano. Luego tía y sobrina se dirigieron a casa.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top