Jugando a las escondidas:


Fue una larga noche. Paula no podía dormir y por primera vez en muchos días no se sentía tan cansada. Todo lo contrario. Tampoco sentía la cabeza pesada, como si estuviera llena de agua y los pensamientos simplemente se negaran a emerger. Comenzó a hacer planes, quería bajar al sótano en ese mismo momento, cuando sus tíos se durmieran y creyeran que ella estaba durmiendo también, drogada por el té. Ahora estaba realmente segura de que no sospecharían nada. Jamás se les ocurriría que estaba despierta. ¿Y qué haría si encontraba al niño allí encerrado?... Escaparían juntos, pensaba decidida.

El silencio invadía la casa y sólo el tic tac del viejo reloj de pared, que estaba en la sala, se escuchaba a lo lejos. Parecía un silencio sobrenatural en aquel lugar que normalmente crujía a la mínima brisa, como una cáscara de nuez. Paula, acostumbrada a los ruidos, lo tomó como una bendición. Al menos así estaría segura si alguno de sus tíos se levantaba de golpe y se le ocurría deambular por la casa esa noche.

Estaba a punto de levantarse cuando notó algo extraño: el reloj dejó de funcionar... No se escuchaba nada, el silencio se volvió absoluto. Parecía la calma que antecede a la tormenta. Luego oyó un inconfundible ruido de una puerta abriéndose. Se acomodó mejor en la cama, para escuchar más claro cuando... se dio cuenta de que algo no andaba bien.

La puerta que se había abierto era del piso inferior, no la de sus tíos como sería lo lógico a esa hora. Luego vinieron los pasitos, pequeños pasitos en las escaleras. Muy diferentes de los de su tío, más pesados y rápidos. Éstos eran suaves y pausados. Subían con precaución, tratando de que la madera de los escalones no crujiera bajo ellos. Paula tuvo un escalofrío. ¿Qué sería eso?

Los suaves pasitos se detuvieron en el corredor y casi de inmediato comenzaron a acercarse a su habitación. La joven mujer se incorporó en la cama, mientras dirigía su mirada hacia la puerta, temblando entera y al borde del pánico absoluto. Vio como la manija de la puerta se abría y estuvo a punto de lanzar un grito... No obstante, la puerta no se abrió y luego la manija dejó de agitarse.

Paula, más inmóvil que una estatua, dejó pasar casi un minuto antes de ponerse en movimiento junto con un pensamiento coherente. ¿A qué le tenía miedo? Seguro que era el niño que había escapado y la buscaba a ella para que la ayudara a escapar de su encierro.

Se levantó de la cama, tratando de no hacer ruido, no se detuvo a colocarse la bata encima del camisón así que pronto estuvo frente a la puerta. Tenía miedo... ¿y quién no lo tendría? Sus pensamientos se agitaban al ritmo de los latidos de su corazón. ¿Sería el niño o... alguien más? Levantó la mano derecha y aferró la manija de la puerta. Con un suspiro la abrió. Del otro lado no había nadie... Confundida, ya que daba por hecho de que había alguien allí, salió al corredor. El corredor estaba en penumbras y tan solitario como siempre. Sólo la bombilla antigua de luz amarilla estaba encendida y, colocada al final y casi encima de la escalera, poca luz emitía hasta donde estaba la chica. Las sombras abrazaban su figura.

Paula, desconcertada y pensando que había sido su imaginación, estuvo a punto de retroceder hasta la cama, pero en ese preciso momento escuchó un ruido de pasitos en las escaleras. Pegó un respingo. El miedo volvió a invadirla, sin embargo dio unos cuantos pasos, acercándose a las escaleras.

— ¿Hola?... ¿Hay alguien allí? —susurró. Su voz salió temblorosa y débil de su garganta.

Paula esperó... sin embargo sólo había silencio hasta que, como si fuera una respuesta, el ruido de pasitos que descendían los escalones se escuchó de nuevo. La joven casi corrió por el corredor hasta las escaleras, con sus pies descalzos casi no hizo ruido, y... Nada, sólo oscuridad.

La tenue luz sólo alumbraba los primeros escalones. Desconcertada, bajó un par de escalones y se detuvo, para que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad reinante. Parpadeó. Fue allí al abrir los ojos cuando le pareció ver una pequeña sombra en el vestíbulo. No podía ver bien de quién era desde allí pero parecía moverse, así que supo que no era una sombra proyectada por un mueble.

— ¿Hola? —susurró. No hubo respuesta.

Asustada pero decidida a descubrir el misterio, siguió bajando las escaleras, con cuidado de no hacer mucho ruido. En el vestíbulo la oscuridad era más intensa y estaba silencioso. Ese silencio tan extraño, tan anormal en ese lugar. La luz de la luna, que entraba por la puerta de la cocina, era lo único que iluminaba el lugar que estaba aparentemente vacío.

Paula se detuvo en el medio y giró, observando en torno a ella y tratando de oír el más mínimo de los ruidos. En ese momento fue cuando se dio cuenta de que el reloj no daba la hora. Caminó hacia la oscuridad de la puerta de la sala y se detuvo en el umbral. Observó en las tinieblas el aparato que estaba frente a ella y vio que, definitivamente, se había detenido.

— ¡Qué extraño! —susurró para sí misma.

En ese momento escuchó un ruido leve a sus espaldas y se dio la vuelta. Aterrada y deseando a la misma vez ver y no ver al niño, observó el lugar por segunda vez. Sin embargo, no había nada. Caminó hacia la cocina y prendió la luz... Nada. La apagó y se dio la vuelta. Caminó hacia la puerta de entrada y, parándose de puntas, observó hacia afuera por el vidrio sucio que había en la parte superior de la puerta. No obstante, en el jardín delantero todo parecía verse normal. Entonces se dio vuelta... ¿Las luces y los ruidos estarían jugándole una mala pasada?

Entonces sucedió... un risa de un pequeño se escuchó proveniente de la sala oscura. Paula pegó un respingo y los vellos de los brazos se erizaron de terror. ¿Qué estaba pasando?

— ¿Quién anda ahí? —dijo, con la voz temblorosa.

No hubo respuesta. Caminó unos pasos hacia la sala y la risa se volvió a oír. La chica entró al lugar rápidamente y observó a su alrededor. Nada... ¡Qué extraño! Pensó.

No obstante, allí no quedaría todo... Vio como una sombra se movía detrás de un antiguo y pesado sillón y casi un grito se escapa de su garganta. Con la mano temblando entera se dirigió hacia la puerta y prendió la luz. La claridad la cegó por un instante y entrecerró los ojos. Casi corrió hasta el sillón... pero allí no había nada. ¡En ningún lado de la larga sala!

— ¡No puede ser! —susurró desconcertada. Algo había allí... Ella lo había oído muy claramente. No podía ser que hubiera salido del lugar, porque tendría que pasar frente a ella.

Al caminar por el otro extremo de la sala descubrió una puerta entreabierta, detrás de un pesado aparador. Desde la puerta no se veía. ¡Cómo lo había olvidado! Esa puerta comunicaba con el pasillo que atravesaba la casa. Seguramente el niño salió por allí. Estaba por atravesar la puerta, cuando escuchó pasitos en el pasillo y una risa ahogada.

Abrió la puerta y se detuvo en el umbral, observando el pasillo. ¿Qué estaba pasando? ¿El pequeño jugaba con ella a las escondidas? Pensó perpleja.

—Ven aquí, cariño —susurró sin saber a dónde dirigirse.

Sin embargo, no hubo ningún ruido y caminó por el corredor hasta la puerta que daba al jardín trasero. Miró por el vidrio superior, pero no se veía nada extraño en el lugar. El manzano parecía dormir, así que se dio media vuelta y retrocedió. Se detuvo luego frente a la puerta abierta de la sala y la cerró despacio. Fue en ese momento en que, al darse vuelta, vio la puerta del sótano, que desembocaba en ese mismo pasillo, entreabierta. Luego oyó suaves pasitos en la escalera del sótano.

Caminó hacia allí y la abrió, pero la oscuridad del sótano era absoluta y no pudo ver nada. Sin embargo, la risa se oyó una vez más. ¡Está en el sótano! Pensó Paula. Con el corazón latiendo de curiosidad y miedo, se dispuso a bajar.

No llegó a hacerlo... en el piso superior oyó como la puerta de una habitación se abría y se cerraba. Luego alguien caminaba por el corredor. Los pasos eran pesados... Entonces Paula estuvo segur de que era su tío.

En pánico, subió los escalones y cerró la puerta del sótano. No debía verla levantada... Casi corrió a la sala y apagó la luz. Luego, al escuchar como pasos bajaban por las escaleras desde el piso superior, se escondió detrás de un pesado aparador que estaba en la sala. Ya no tenía tiempo de salir de allí. Su corazón latía fuerte y temió que su tío pudiera escucharlo.

El señor Parker bajó las escaleras hasta el vestíbulo. Había creído oír algo en el piso inferior y luego le llamó la atención un extraño resplandor que se proyectaba por las escaleras. Pensó, con toda razón, que la luz de la sala estaba prendida y bajó. Pero ya Paula la había apagado. Desconcertado comenzó a caminar por la casa oscura... Pensaba que un extraño se había colado dentro.

La joven lo oyó dirigirse hasta la sala y trató de no respirar. Luego el hombre se alejó y oyó como sus pasos se perdían por el pasillo hasta la parte trasera de la casa, entonces decidió salir de su escondite y así subir las escaleras sin que él la viera. Ya en su habitación estaría a salvo... No obstante, Paula sólo llegó al vestíbulo, porque allí una tabla crujió bajo sus pies y sintió como el señor Parker casi corría hasta ella.

Muy alterada, corrió hasta la cocina y se colocó detrás de una silla. Si el hombre prendía la luz, estaba muerta. No había escondite ahí y la vería de inmediato. Sin embargo, el señor Parker no se dirigió hacia la cocina si no hacia la sala, que acababa de dejar. Fue en ese momento en que Paula vio la ventana de la cocina abierta. Era su única salida. Se incorporó y, con mucho cuidado, pasó por la ventana hacia el jardín. Cuando ya estaba fuera pudo ver que la luz de la cocina era encendida y rápidamente se colocó debajo de la ventana. Escuchó pasos y miró hacia arriba. Su tío miraba hacia afuera... si su vista bajaba, la vería de inmediato. Su corazón casi se detuvo y cerró los ojos, esperando un grito que no oyó.

El hombre no la había visto, cerró la ventana de la cocina y le puso el pasador, mientras murmuraba unos insultos. Paula se quedó fuera de casa, no se movió, pensando con horror qué haría ahora. Vio como la luz desaparecía y luego ruidos de pasos en la casa. Ya más segura, se incorporó e intentó abrir la ventana, sin éxito.

Caminó por el jardín a oscuras hasta la parte trasera de la casa y se detuvo detrás de una columna de la galería posterior al observar que en la habitación de sus tíos había luz. Seguramente el hombre no había ido a comprobar que ella estuviera en su habitación, dando por hecho que dormía bajo los efectos del té. Algo que la hizo suspirar de alivio. La luz se apagó de inmediato y entonces Paula, casi en pánico, corrió alrededor de la casa y probó todas las ventanas y puertas, por si había alguna abierta. Fue en vano...

¿Y ahora qué hacía? ¡No podía quedarse toda la noche fuera! Pensó en Daiana... ¿Y si iba hasta su casa? Pero poco después descartó la idea. Estaba en camisón, descalza y era plena madrugada. Pasar por el bosque en ese momento no le atraía nada. Hasta el jardín de su casa le parecía tenebroso. El gran manzano proyectaba sombras extrañas a la luz de la luna y francamente estar allí le causaba escalofríos.

Observó la pared posterior hasta donde estaba la ventana de su habitación. Casi debajo se encontraba el techo de madera que sostenían las columnas de la galería posterior del jardín. Si podía llegar allí y luego trepar hasta su habitación usando una saliente de una viga, llegaría hasta la ventana que, por suerte, estaba abierta.

Se puso en movimiento. Trató de trepar por la columna varias veces, pero se deslizaba. No tenía tanta fuerza en sus brazos y resbalaba. Sin embargo, con perseverancia logró llegar hasta arriba. El techo de madera era viejo y éste estaba roto en varios lugares, de todos modos tenía que llegar hasta el otro extremo. Comenzó a caminar por él tratando de mantener el equilibrio.

— ¡Ay! —exclamó cuando su pié rompió una tabla astillada y se hundió en el agujero.

La tabla golpeó con fuerza el suelo y Paula temió que sus tíos se despertaran. Sin embargo, la luz de su habitación no se volvió a encender. Asustada, sacó lentamente la pierna del agujero, lastimándose en el intento, y luego se incorporó. Le dolía bastante, pero no pudo ver qué daño se había causado, de todos modos necesitaba subir así que no le dio más importancia y comenzó a caminar hasta la pared en dónde estaba la saliente de una viga. Trepó a ella y con sus manos alcanzó la ventana.

Empujó un poco el vidrio y éste se abrió hacia dentro. Entonces, con toda la fuerza que le quedaba, se alzó y trepó hasta la ventana. Cayó dentro con un golpe seco y un poco enredada con la cortina. Lanzó una exclamación de fastidio al golpearse la pierna herida. Luego miró hacia el jardín y sacó la cabeza por la ventana para asegurarse que la luz de la habitación de sus tíos no estuviera encendida... Como no lo estaba cerró la ventana y escuchó. Algún indicio de movimientos en el lugar. Nada...

Con un suspiro de alivio, corrió las cortinas y prendió la luz. Se dio vuelta y vio una persona en su habitación. Lanzó una exclamación de terror, sin embargo... No... No era una persona, sólo era su reflejo en el espejo del ropero. Con el corazón latiendo fuertemente se sentó en la cama. ¿Qué le estaba pasando? ¡Se asustaba por cualquier cosa! ¡Necesitaba calmarse! Pensaba.

Observó su pierna y vio que se había lastimado. De todas formas no sangraba mucho y el corte parecía ser superficial, así que buscó una remera vieja, la cortó en pedazos y vendó la herida. Tendría que esperar al día siguiente para curarla mejor, ya esa noche no se animaría más a salir de su cuarto.

Sin embargo, al día siguiente los hechos se desencadenaron de forma vertiginosa. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top