Fuego en el bosque oscuro:
Al día siguiente, Paula despertó sobresaltada. Había gritos en la casa. El señor Parker vociferaba y era otro hombre el que le contestaba. Asustada e imaginando que era el cura que venía a exorcizar su casa, se levantó de un salto y casi corrió fuera de la habitación. Sin embargo no avanzó mucho, apenas puso los pies en el corredor sintió como estos se mojaban. Había agua en todo el pasillo del primer piso. Miró hacia todos lados, pero no vio ni pudo imaginar de dónde había salido. ¿Se habría roto alguna cañería? Por el momento no veía de dónde emergía tal lago.
De pronto, apareció su tía por las escaleras, refunfuñando y de muy mal humor. Llevaba un balde y un trapo, se veía agotada y tenía profundas ojeras, que rodeaban sus cansados ojos.
— ¡Oh, Paula! Cuidado, no vayas a pisar el agua —le dijo al verla, claramente sorprendida.
Su sobrina se miró los pies... "Es un poco tarde", pensó.
— ¿Qué pasó, tía? —preguntó.
— ¡Hay gente que hace cosas infernales! —exclamó fuera de sí la mujer. Paula se sorprendió de su tono. La señora Parker rara vez levantaba la voz—. Anoche volvieron los ladrones... ¿Y qué crees que ocurrió? ¡Inundaron todo el piso! Supongo que largaron un balde... Bueno, varios baldes con agua, en el pasillo. A modo de broma, seguro. ¡Gente que nada tiene que hacer más que molestar a los demás! Claro que como no tenemos idea de quien o quienes pueden ser, la policía no cree nada.
— ¿No dijo ayer la policía que iban a pasar con el móvil de noche? —preguntó Paula. Le pareció muy extraña la broma. Era cosa de niños, demasiado infantil.
—Sí, y dijeron que no vieron nada. No les creo, probablemente se quedaron dormidos —dijo furiosa y agregó, sonriendo con ironía—. ¡Y dicen que probablemente se rompió una cañería de agua! ¡Con un tono! ¡Como si fuéramos cortos de entendimiento!... Por supuesto que ya chequeamos todo el piso. Nada está roto, por lo que deben ser los intrusos. El agua simplemente no puede aparecer así, como arte de magia. Aunque la policía crea que sí.
La última frase fue con claro sarcasmo. Desde abajo llegó la voz del señor Parker con claridad, interrumpiendo el monólogo de su esposa.
— ¡Una broma pesada!... ¡Sólo una broma pesada de niños! ¡¿Qué no le de importancia?! —Pareciera que al hombre le estaba por dar un ataque de furia.
La voz se extinguió y ambas mujeres amagaron con bajar las escaleras por las dudas de que le dé un patatús. Sin embargo, se lo pensaron mejor, quedándose en donde estaban. La policía podía lidiar con él.
A Paula le pareció muy extraño el incidente del agua, no obstante no discutió más el tema y dejó que la señora Parker descargara sus palabras de furia, mientras la ayudaba a limpiar. Así se enteró de que la noche anterior había sido bastante ruidosa... El matrimonio no había visto a nadie, pero escuchaban murmullos de personas por todo lados. Como si la casa hablara. Pasos en el techo, golpes repentinos. Luego, al levantarse por fin el señor Parker para llamar a la policía, había salido de su habitación, encontrando que sus pies estaban tapados por el agua.
La joven mujer quedó confusa. Todo el asunto le parecía muy extraño, como si la broma simplemente hubiese sido demasiado absurda, pero no se le ocurrió pensar que podía tener relación con lo que le había dicho su amiga el día anterior. Hasta que, a la siguiente noche, decidió no ingerir la pastilla que normalmente tomaba para dormir.
El día había transcurrido con total normalidad, si se puede olvidar la presencia de la policía en la casa y merodeando por el bosque. No habían atrapado ni observado a nadie extraño cerca de ella ni en sus inmediaciones y más bien parecían molestos con los Parker, por todo el trabajo que estaban acarreando y por tomar aquel asunto tan en serio. Pensaban que sólo era una broma de los niños del pueblo y estaban hartos de perder el tiempo en el bosque, cuando podían invertirlo en algo más productivo... como un juego de cartas.
Al caer la noche, el señor Parker tomó medidas extremas. La oscuridad había comenzado a ponerlo nervioso. Se impuso la tarea de trabar las ventanas y las puertas con maderas. Estaba eufórico y parecía alucinado.
—Ya van a ver esos mocosos insoportables... ¡Nadie va a entrar en esta casa! ¡Y vaya si atrapo a uno!
La señora Parker lo seguía nerviosa, como una sombra.
—Pero, cariño, estaremos aislados. ¿No es peligroso? Si entra alguien, ¡no tendremos por dónde salir! —protestó su mujer.
— ¡Nadie entrará! ¡Nadie! —El hombre parecía inmerso totalmente en lo que estaba haciendo y apenas si escuchaba a su esposa. Iba de una puerta a otra, recorriendo la cocina, la sala, las habitaciones. Luego siguió con las ventanas.
Paula no dijo nada, los observaba sentada en la escalera. Estaba de acuerdo con su tía, sin embargo hablarle al hombre no parecía arreglar nada. Al irse a acostar, luego de una tensa cena en donde el señor Parker no dejó de murmurar maldiciones contra los niños del pueblo, se sintió como un pájaro atrapado dentro de una jaula vieja. El hombre le había prohibido retirar la madera que trababa su ventana, a pesar de que se sentía asfixiada.
La curiosidad de Paula subió como la espuma esa noche, entonces decidió no tomar la pastilla para dormir, por las dudas de que algo pasara. Al igual que sus familiares quería descubrir qué era lo que ocurría. No temía que la asaltaran figuras del más allá desde un rincón oscuro, aquello había quedado en el pasado. Su valor había vuelto con su memoria. Sin embargo, su instinto le advertía que pronto las cosas cambiarían... No llegaba a entender de qué forma, ni qué era con exactitud lo que cambiaría. Se sentía incómoda en su cama y la noche se le hacía eterna, hasta que se quedó dormida sin poder evitarlo.
A plena madrugada, Paula despertó con un golpe seco. Aún adormilada, miró el reloj: 3 am. Pensando que era uno de sus familiares que se habían levantado al baño, comenzó a dormirse, pero el golpe se repitió. Recordó a los intrusos de la noche anterior y, asustada, se incorporó en la cama para oír mejor. Hacía frío a pesar de que la ventana estaba cerrada. Casi sellada por la gruesa madera que la atravesaba. Escuchó atentamente... nada. Esperó y esperó.
Se incorporó de la cama y fue hasta la puerta de su habitación. Sabía que no había manera de que alguien se colara dentro de la casa, de todos modos observó el corredor del primer piso. Estaba oscuro y la débil luz amarilla que iluminaba un extremo parecía a punto de apagarse.
— ¿Tía? ¿Tío? —le dijo al silencio.
Sin oír respuesta alguna, caminó hasta la escalera y se detuvo en su cúspide. Todo parecía normal, tampoco oyó nada. Estaba por volver a su habitación, cuando ya en la puerta escuchó el mismo ruido que parecía provenir desde el piso inferior.
Paula se sobresaltó y estuvo a punto de ir a despertar a sus tíos, no obstante en el último momento se arrepintió y comenzó a bajar lentamente la escalera, no sin antes vacilar un poco.
— ¿Hola?
Sólo la oscuridad respondió.
Llegó al vestíbulo, gracias a la seguridad del señor Parker ni una gota de luz se colaba al interior de la casa haciendo que la oscuridad fuera absoluta. Por lo tanto, cuando una ráfaga de viento helado la alcanzó e hizo que se estremeciera, pudo entender que la seguridad no era tan estricta como había pensado al principio. El hombre se había olvidado de una ventana.
Como la brisa helada parecía colarse desde la cocina, se dirigió hasta allí y casi a tientas llegó hasta la única ventana que había. Comprobó entonces que estaba cerrada.
¿De dónde venía esa brisa entonces? Pensó extrañada. La cocina parecía una heladera y comenzó a temblar entera.
— ¿Paula?
La chica casi saltó hasta el techo del susto. Era la voz de su tía que la llamaba desde el hueco de la escalera.
—Sí, tía, soy yo —dijo en voz alta, ya más tranquila, y salió de la cocina. Comenzó a subir la escalera.
— ¿Ha ocurrido algo?
—No, sólo que me pareció escuchar un ruido aquí abajo, pero no hay nada. Debe provenir de afuera. —Paula llegó hasta ella en ese instante.
La señora Parker vestía su larga bata y se veía preocupada.
— ¿Te fijaste bien que no haya nadie?
—Sí, no hay ni un alma en esta casa —dijo Paula, sin presentir que no era cierto.
La mujer suspiró ruidosamente.
—Menos mal, no quería despertar a tu tío. Hace dos noches seguidas que no duerme y está un poco... preocupado.
¿Quiso decir un poco loco? Pensó Paula. Su tío había actuado como un lunático hacía sólo unas horas atrás.
—No se preocupe, ¿quién podría entrar? Estamos encerrados —dijo la chica, frunciendo el ceño.
Paula se despidió de su tía y fue a recostarse a su cama. Mientras la mujer la imitaba. No oyó ningún ruido más que le resultara extraño y pronto volvió a quedarse dormida. Parecía que la casa, por un momento, durmiera con ella. No obstante, aquello era tan sólo una ilusión.
La paz no iba a durar mucho esa noche, poco después Paula despertó súbitamente con un grito espeluznante. Entre el susto y la somnolencia, golpeó el reloj que estaba en su mesita y este cayó al piso.
Eran sólo las 4 de la mañana...
— ¡Tía! —exclamó aterrada, mientras se levantaba lo más rápido que podía.
La señora Parker gritaba desde el piso inferior. Había una extraña claridad y, al abrir la puerta de la habitación, el olor a quemado casi paralizó su corazón. Corrió hasta la escalera y bajó rápidamente, sin detenerse a ponerse la bata. Encontró a sus tíos en la cocina.
El hombre, en ropa interior, tenía un mantel en la mano y golpeaba una silla que ardía en llamas, mientras que su mujer lo ayudaba con un repazador. Paula vio un jarrón con agua que contenía flores y, sin pensarlo mucho, lo tomó y arrojó el agua al fuego con las flores y todo.
Cinco minutos después el fuego ya estaba extinto y la joven pudo ver que la silla era el único objeto que se había quemado. Todo lo demás en la cocina estaba intacto. Ni siquiera la mesa que estaba a su lado se había prendido fuego. Sólo había tizne por todos lados.
Los tres salieron de la cocina, tosiendo sin parar a causa del humo que había en el ambiente. Al no haber ventilación el humo se había tornado muy espeso. Se detuvieron en el vestíbulo para descansar y recuperar el aliento, mientras tosían de manera compulsiva.
— ¡¿Qué pasó?! ¿Cómo se quemó la silla? —comenzó a preguntar Paula, pero su tía la interrumpió con grandes aspavientos.
—No lo sé. Olí a quemado y bajé... La silla se quemaba... Mucho fuego... ¡Las llamas llegaban hasta mi cabeza! —dijo entrecortadamente la mujer, mientras tosía sin parar.
El señor Parker se había sentado en la escalera y de tanta tos no era capaz de hablar. No parecía preocupado ni consiente de su desnudez.
— ¿Cómo se prendió fuego? ¿Habrá sido un cortocircuito? —comentó Paula, algo confundida.
La mujer sólo negó con la cabeza.
—No, no. Esa silla está frente a la mesa, no contra la pared... No pudo ser eso —intervino el señor Parker. Tosía menos y comenzaba a calmarse.
Un breve silencio se esparció entre ellos mientras se observaban, no hacía falta que expusieran lo que pensaban. Todos se estaban preguntando lo mismo, ¿cómo se prendió fuego la silla? No parecía haber un motivo realista para ello. El objeto estaba en el centro de una habitación cerrada y oscura. No obstante, lo más extraño era que la mesa y las otras sillas no se prendieran fuego, a pesar de que estaban todas juntas.
—Voy a abrir una ventana —dijo la señora Parker, dirigiéndose a la cocina. Luego miró de reojo a su marido que estaba a punto de intervenir—. Para que se vaya el humo.
A su marido no le dio tiempo de discutir, ya que Paula hizo un movimiento rápido y la tomó del brazo.
— ¡Espere tía! —dijo con los ojos agrandados por la sorpresa—. ¿Lo oyen? ¡Parece que hay gente hablando fuera de la casa!
El señor Parker se levantó furioso. ¡Podría haberse quemado la casa con ellos vivos dentro! Todo se había aclarado para él. Mientras Paula y su esposa miraban hacia fuera por la ventana que acababan de destrabar. Estaba muy oscuro pero, proveniente del bosque, se podían observar luces extrañas.
— ¡Deben ser los malditos mocosos! ¡Quieren prender fuego la casa! —gritó el hombre fuera de sí. Estaba rojo de furia—. ¡Ya van a ver! ¡Ya van a ver!
Luego corrió hacia la puerta principal, lanzándose sobre ella retiró la madera que la atravesaba y salió corriendo al jardín delantero; mientras que una horrorizada señora Parker gritaba preocupada.
— ¡¿Pero qué vas a hacer?!... ¡No! ¡No salgas que no estás decente! —Sin embargo al parecer eso al hombre no le importaba, porque atravesó la verja y corrió hasta el camino del bosque en calzoncillos, mientras era seguido por su mujer.
— ¡Vuelve por todos los santos! —gritaba con horror ya imaginando que los intrusos iban a atacar a su esposo.
— ¡Espere, tío, hay que llamar a la policía! ¡Es peligroso! —le gritó Paula, desesperada, a pesar de que el hombre ya estaba lejos de ella.
El señor Parker no quiso escuchar a su mujer y menos a su sobrina, estaba fuera de sí por la rabia de verse burlado. Sólo quería ahorcar con sus propias manos a aquellos adolescentes que le estaban trastornando la existencia. Jamás pensó que podría tratarse de adultos, estaban convencido de que eran los niños del pueblo. Pronto se perdió en la oscuridad del bosque en donde se veían luces lejanas y titilantes.
— ¡Por Dios! ¡Le harán daño! —se quejó llorosa la mujer, que había llegado hasta el principio del bosque, sin atreverse a continuar a través de la oscuridad al no divisar ya a su marido.
En ese momento, Paula llegó hasta donde estaba ella, agitada.
— ¡Hay que llamar a la policía! —le dijo, mientras la tomaba del brazo, tratando de que no corriera tras su esposo—. ¡Ahora, tía!
La mujer asintió con la cabeza y se dejó llevar. Ambas mujeres volvieron casi corriendo hacia la casa, que se veía enorme y en tinieblas.
— ¿Cómo pudo pasar esto, Paula?
— Yo... no sé —balbuceó la joven, sin prestarle mucha atención, mientras entraban a la casa.
La señora Parker la detuvo y la tomó de los hombros, para que la escuchara.
— ¡Nadie pudo haber entrado! ¡Estaba toda la casa cerrada! Cada puerta... y cada ventana. ¡Estaban selladas! —dijo la mujer.
Paula la miró perpleja, tenía razón... ¿Cómo era posible que alguien entrara?
—Hace una hora, cuando escuchaste esos ruidos, ¿no oíste nada más? ¿Había algo en la cocina?
—No. ¿Nada como qué?
—Voces o pasos.
—No... No, nada, tía. No se oía nada. Ni vi nada extraño en la cocina —dijo Paula, luego de pensarlo un momento.
Se miraron confundidas. ¿Qué estaba pasando en su hogar? La casa parecía dormida y sólo el humo evidenciaba lo que había ocurrido. Sin embargo, no pensaron más en el asunto. La señora Parker corrió escaleras arriba hacia su habitación a buscar un celular, que escondía para casos de emergencia, ya que no podían pagar uno de forma permanente.
Paula se quedó allí, cerró la puerta y volvió a la cocina en donde, no sin gran esfuerzo, logró abrir la ventana para que el humo se fuera. Cuando este escapó, sólo pudo observar la silla ennegrecida, algo separada de la mesa y en el medio del cuarto. Caminó alrededor de la mesa, buscando evidencias de la fuente del fuego por todos lados, sin embargo no pudo ver nada. La silla era lo único quemado, ni siquiera el piso había sido afectado por el fuego. A pesar de que era de madera.
En ese momento, apareció la señora Parker en el umbral de la puerta. Estaba agitada y muy asustada.
—Me dijeron que ya vienen —le dijo a Paula. Luego observó a su alrededor—. Quiero ser honesta contigo, Paula. Esto me parece un acto premeditado. Me hace recordar a cuando llegué a este... este maldito pueblo. —Su sobrina se sorprendió, la mujer jamás largaba un insulto—. Prendieron fuego a un trapo y lo lanzaron por la ventana, mientras alguien gritaba "muerte a la bruja".
Las lágrimas de rabia que sentía cayeron por sus ojos. La mujer siguió hablando con odio de su pasado y largando palabras duras contra todos los que la habían herido, sin embargo la chica ya no la escuchaba. Estaba horrorizada. Por primera vez se le ocurrió que aquellos incidentes podrían tener relación con lo que le había comunicado su amiga Daiana. Gracias al error que cometió con la monja al decirle lo que le pasaba, ahora todo el mundo se había enterado. Si la gente del pueblo creía que la casa estaba embrujada, no era raro que quisieran prenderle fuego.
Paula se sintió culpable y comenzó a ponerse furiosa. Tendría que hablar con esa mujer para acallar los chismes antes de que los Parker se enteraran de la verdad. En eso estaba, cuando escuchó risas. La ventana estaba detrás de ella y pegó un respingo, mientras se daba vuelta.
— ¡¿Qué?! ¿Qué pasa? —dijo la mujer, mientras se acercaba a ella y miraba por la ventana.
— ¿No escuchó? ¡Se estaban riendo! ¡Había risas! —dijo furiosa Paula.
Fuera sólo se observaba parte del jardín y luego se extendía el bosque oscuro. Desde donde estaba no podía ver nada pero le pareció observar sombras y una solitaria luz a lo lejos. Del señor Parker no había ni rastros. Paula volvió a oír las risas y perdió el control. Estaba harta. Creyendo que podía atrapar a los culpables, sin pensarlo mucho salió corriendo de casa, mientras que su horrorizada tía le gritaba que volviera. Que ya venía la policía.
A Paula no le importó, había visto varias sombras cerca de la luz, que proyectaba desde el suelo una aparente fogata y estaba decidida a atrapar a los culpables. La sacaba de quicio que se burlaran así de ellos. ¿Quién se creían que eran? Imaginó que su tío ya debía de estar allí y quería ayudarlo.
La luz provenía desde el centro del bosquecito, algo lejos de la casa, en una zona donde jamás había estado. No obstante, Paula no sentía temor alguno. Llegó al camino de tierra que conducía al bosque y corrió por él. Su camisón blanco ondeaba en la brisa. A mitad de este se alejó del sendero principal que siempre tomaba para ir al pueblo, internándose en la oscuridad y dirigiéndose más hacia el interior.
Ciega de ira, nada le importaba. No sentía el peligro ni pensaba que pudieran hacerle daño aquellas personas (que eran evidentemente adolescentes) cuando apareciera ante ellos. No les tenía miedo. Sólo quería que acabaran con aquella locura.
No temía tampoco al bosque oscuro que se extendía ante ella y que era más inmenso de lo que una vez pensó, pero debió sentir miedo ante su oscuridad. Las ramas de los árboles que la rodeaban en venganza le lastimaban la piel por atreverse a perturbar su paz. Paula en un momento se sintió inquieta, la ira que bloqueaba su cordura no llegaba a clausurar sus sentidos. Algo había allí que la perturbaba. Podía sentirlo en el aire mismo. Entonces, al tropezar con una rama, se detuvo. Observó a su alrededor... nada.
Sin correr siguió de largo, en busca de la fuente de luz, pero ya más cautelosa. El bosque parecía respirar, mientras la brisa se colaba por sus ramas. Ya no oía risas y el silencio le pareció siniestro. El bosque parecía cobrar vida ante sus pies. Algo debajo, desde las raíces de sus árboles, se extendía como... como la muerte, pensó.
Aquella horripilante palabra acudió a su mente he hizo que se detuviera de nuevo. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Por un instante la pareció que la muerte alimentaba sus hojas y sus ramas, dando vida a su oscuridad.
Aterrada con aquellos súbitos pensamientos pensó en su tío. ¿Su instinto agudizado por el temor le advertía que estaba en peligro? ¿Lo habrían atacado? ¿Estaría... muerto?
—No... no... —le susurró al silencio, mientras la brisa helada la envolvía. Por primera vez se dio cuenta de que estaba en camisón y descalza. Sin embargo, no le importó.
Preocupada por el destino que habría sufrido su tío, comenzó a correr de nuevo hacia la claridad. Pronto estuvo cerca y se detuvo a cierta distancia para calmarse un poco y recuperar el aliento. Su corazón latía a un ritmo frenético. Una aparente fogata se observaba detrás de unos árboles, aunque no podía verla bien. Parecía pequeña, ya que su luz era bastante débil. ¿Habría alguien allí? No pudo precisarlo. La oscuridad a su alrededor era casi total y sólo un perímetro del bosque muy pequeño era iluminado por el fuego.
Esperó un tiempo hasta que se sintió más segura de sí misma. No oyó ni vio a nadie. El silencio sólo era quebrado por la brisa que se colaba por las ramas de los árboles. Estaba confundida... quizás ya se hubiesen ido, abandonando el fuego. De todos modos, perpleja, decidió acercarse. Silenciosa como un gato rodeó los árboles que la separaban de la claridad y pronto se encontró ante la fuente de luz.
La escena que observó la hizo dudar de su cordura.
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