Espejismos:
Era un frío día de otoño y pronto entrarían de lleno en el invierno. La gente del pueblo usaba sus más gruesos sobretodos contra la ventisca helada, pero nunca era suficiente. Aquella mañana Paula se levantó casi congelada. La temperatura había bajado considerablemente durante la noche y su abrigo de cama no había sido suficiente. Lejos quedaban atrás los días más cálidos de verano, cuando el destino la llevó hasta el umbral de la puerta de aquella vieja casa. Reflexionando sobre ello, la joven no sabía si prefería el clima allí de verano, donde hacía demasiado calor, o de invierno, donde la helada nocturna caía como hielo y transformaba la casa en un congelador.
— ¡Paula! —Una voz de mujer se escuchó, amortiguada por la lejanía.
Paula, un poco entumecida por el frío, se sentó en la cama, frotándose los pies para aumentar la circulación de la sangre.
—Ya voy —respondió a los gritos.
Cinco minutos más tarde, se encontraba en el piso inferior. Había notado que se le había hecho tarde y pensó que seguramente su tía necesitaba de su ayuda. Por lo general, no solía despertarla en las mañanas. Se había quedado dormida, el reloj que estaba en la mesita de luz de su habitación se había detenido la noche anterior. La pila, al parecer, había llegado a su fin.
Estando en el vestíbulo lamentó no haberse puesto los guantes, a pesar de que la casa estaba cerrada, una brisa helada había logrado colarse por alguna grieta. Ese día hacía demasiado frío.
Buscando a su tía estaba cuando, detrás suyo, escuchó susurros. Se dio la vuelta.
— ¿Tía?
De pronto, sintió un ruido fuerte y se sobresaltó. Casi de inmediato apareció su tío, proveniente del corredor que daba al sótano y desembocaba en el patio. Pasó al lado de ella con rapidez, apurado y refunfuñando de mal humor, como de costumbre. Luego abrió la puerta de calle.
—Tu tía no está en casa, ha ido a misa —dijo al pasar, sin detenerse.
—Pero si recién me llamó.
—Recién, no. Te habrá parecido. Se fue hace una hora —replicó el hombre y salió de la casa.
Paula corrió tras él.
— ¡Espere, tío! ¿Se va?
—Luego vuelvo —le gritó el hombre, agregó algo más, sin embargo la chica no pudo entender qué decía, ya que iba alejándose de casa.
Paula volvió a entrar a la casa y se quedó allí en el vestíbulo, se sentía inquieta, por algún motivo estar sola en casa no le gustaba mucho. Era extraño, muchas veces se había quedado sola, no obstante ese día en especial podía advertir que allí había algo... infectando el mismo aire que respiraba. Estaba segura que había oído a su tía llamarla.
—A lo mejor lo soñé —susurró. Se estremeció, su voz le sonó extraña, como lejana.
Luego de pensarlo unos momentos más, se enojó consigo misma, su mente estaba otra vez jugándole juegos sucios. No había nada diferente o extraño en la casa que temer. Entonces lo que quedó de la mañana se dedicó a sus tareas diarias.
No obstante, su tranquilidad no iba a durar mucho. Estaba lavando los platos, mientras pensaba en dónde estaría su tía que se demoraba en volver, cuando sitió otra vez el olor nauseabundo de antes. Se dio la vuelta, arrugando la nariz. Estaba sola, obviamente, pero el olor se incrementó. Cerró el agua y se dirigió hacia la ventana para cerrarla... Sin embargo, descubrió que ya lo estaba.
— ¿Qué demonios? —susurró perpleja.
En su oído izquierdo percibió una brisa y el sonido inconfundible de una respiración. Paula saltó del susto, dándose la vuelta... No había nadie. Sin embargo, el olor era tan pero tan fuerte que le provocó arcadas y tuvo que salir precipitadamente de la cocina. Llevándose por delante una de las sillas. Fue al mirarla cuando se detuvo en seco.
En una de las sillas que estaban alrededor de la mesa, que por cierto era la que se había quemado y que el señor Parker había arreglado, se encontraba una sustancia viscosa de color rojo intenso. Por un momento pensó que era sangre, no obstante pronto su mente descartó la idea. ¿Por qué habría sangre allí?
Tomó un trapo de la cocina y lo limpió, sin poder descubrir qué era... Parecía sangre, pero se negaba a admitir que lo fuera. Poco después la silla estaba limpia y cuando tiró el trapo a la basura el olor que impregnaba la cocina desapareció casi por arte de magia.
¿Sería salsa de tomate?... Estaba lavándose las manos sin entender qué había ocurrido cuando una puerta se golpeó. Paula se sobresaltó de nuevo. Con las manos mojadas se fue hasta el vestíbulo.
— ¿Tía? Aquí estoy —dijo, pensando que era la señora Parker que había vuelto al fin de misa.
No obstante, nadie contestó. La joven se dirigió hacia el corredor que desembocaba en el patio. A la mitad de él descubrió la puerta del sótano entreabierta. Suspirando de molestia, pensó que el señor Parker había estado bebiendo de nuevo y la había dejado abierta. La cerró.
Estaba regresando a la cocina cuando, de reojo, vio una sombra en el piso superior. Asustada, se llevó la mano al pecho. ¿Había entrado alguien a la casa?
— ¿Tío? —dijo dudando.
No hubo respuesta.
— ¿Quién anda ahí? —gritó. Luego de un breve silencio añadió—: ¡Voy a llamar a la policía!
Como no oía nada fuera de lo normal se encontró ante un dilema. ¿Subía a revisar el piso superior o no?... ¡Soy un adulto! Pensó molesta consigo misma. Decidió entonces subir, con cautela... Estando arriba revisó las dos habitaciones y el pequeño baño... por supuesto: no había nadie. Y lo más extraño era el hecho de que no había forma de bajar hacia el patio por alguna de las ventanas sin terminar accidentado en el suelo.
Paula estaba segura que había visto una sombra, no obstante conforme pasaban los segundos esa seguridad la iba abandonando. No había transcurrido mucho tiempo, cuando terminó por concluir que quizás sólo había imaginado ver algo. A veces cuando uno se atemoriza ve cosas entre las sombras, cosas que simplemente no existen, y Dios sabía que ese día ella estaba algo asustada. Se sobresaltaba por todo.
Dejó el piso superior y bajó otra vez a la cocina. Donde siguió con el lavado de los platos. Sus pensamientos pronto olvidaron la sombra, pero una inquietud seguía en su mente, negándose a dejarla en paz. Paula, sin poder evitarlo, pensó en... la sangre.
¡No es sangre! Se dijo, moviendo la cabeza de un lado a otro. Era tan absurdo aquello... Fue en ese momento cuando se le ocurrió una idea aterradora: tía Parker no había vuelto del pueblo, y eso que la misa había terminado hacía más de una hora. Recordaba que el hombre casi había corrido fuera de la casa cuando ella se levantó, viniendo desde el sótano... ¿Y si en realidad no fuera la bebida lo que había ido a buscar al sótano?... También recordaba la voz de su tía llamándola tan sólo unos minutos antes de bajar y la insistencia de su tío de que era imposible que la hubiese escuchado, ya que había salido hacía tiempo.
¿Y si habían tenido una pelea y tío Parker le hubiera hecho daño? Eso explicaba la sangre. Quizás hubiese escondido su cuerpo en el sótano para que más tarde, al ser hallado, le culpa del crimen recayera sobre Paula. Pensó con horror que ella tenía antecedentes, era lo más lógico que la policía pensaría en tal caso... Temblando entera, Paula dejó caer un vaso al suelo. Se hizo añicos.
—No... No es posible, él jamás haría un cosa así. Ama a su esposa, a pesar de todo —dijo en voz alta, para convencerse.
¿O sí?... Se preguntó.
Estaba demasiado alterada, tenía que hacer algo. Decidió bajar al sótano y así desterrar la idea de su mente. Sin darse cuenta de cómo llegó, estuvo pronto frente a la puerta, la abrió y comenzó a bajar; temblando tanto que le costaba moverse por el estrecho lugar. Abajo prendió la luz... A simple vista no había nada extraño, entonces decidió buscar.
Antes de que pudiera hacerlo, oyó como la puerta de calle se abría, pegando un salto del susto, corrió escaleras arriba. Si el señor Parker la encontraba allí, este se iba a enojar muchísimo. Al abrir la puerta chocó de frente con alguien.
— ¡Oh, tía! —exclamó tan aliviada que las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, de manera incontenible.
—Paula, cariño, ¿qué ocurre? —dijo la mujer, sorprendida. Aún llevaba el saco de calle.
— ¡Oh, tía! —repitió y la abrazó, aun temblando.
Paula se preguntaba, ¿cómo había sido capaz de pensar algo tan horrible de tío Parker?... Pero, la sangre.
— ¡Estás temblando, cariño! Ven conmigo a la cocina —dijo la mujer, conduciéndola hacia allí.
La joven se sentó en una de las sillas, mientras la mujer le pasaba un vaso de agua y ella intentaba calmarse.
—Pero, cariño, ¿qué hacía en el sótano? ¿Tu tío está allí? —dijo, titubeando, seguramente imaginaba lo peor.
—No, se fue —dijo secándose las lágrimas.
Hubo un breve silencio.
—Bueno, ¿qué ha pasado?
—Nada, en realidad... Yo creí que... ¡Y todo por culpa de la sangre! —exclamó incoherentemente la chica. Tan saltarines eran sus pensamientos.
— ¿La sangre? —se extrañó la señora Parker.
—Sí, había mucha sangre. En esa silla de allí —dijo señalándola.
La señora Parker tomó la silla y comenzó a examinarla.
—Ya la limpié.
—Pero, ¿estás segura de que era sangre?
—Sí, no lo creí al principio, pero otra cosa no podía ser.
— ¿Vino tinto, tal vez?
—No tía, no tenía ese olor a vino tan penetrante, despedía un olor muy nauseabundo, como a algo descompuesto. El trapo está en la basura —dijo Paula y agregó—: tuve que tirarlo, se había manchado demasiado.
La señora Parker fue hasta el tacho de la basura y levantó la tapa. De allí sacó el trapo que había arrojado su sobrina y lo examinó. Paula la seguía con la vista... ¡El trapo estaba limpio! La sustancia (sangre o lo que fuera) había desaparecido.
— ¡No puede ser! —exclamó estupefacta, con los ojos agrandados por la sorpresa.
La mujer la miraba de manera extraña, sin embargo no dijo nada. Paula tomó el trapo en sus manos y lo examinó mejor... Este estaba impecable. No había nada en él.
—No hay nada aquí —dijo la mujer.
La señora Parker se sacó el sobretodo y luego la dejó sola, mientras Paula se recuperaba del susto. No comprendía nada.
¿Otra vez su cabeza estaría mal? ¿Habrían vuelto sus alucinaciones?... Pensó en su diagnóstico... Psicosis paranoica... Delirio... ¿Estaba tan paranoica que creía que los demás la atacaban? ¿Al punto de imaginar cosas que le hacían los demás?
Tía Parker la sacó de su ensimismamiento.
—Paula, voy a bañarme. La anciana monja interrumpió la misa y comenzó a gritar locuras de endemoniados, armando un escándalo —le gritó desde el piso de arriba—. Me duele la cabeza.
A Paula se le cortó la respiración. ¿Qué la monja había hecho qué? Sus anteriores temores fueron barridos de un solo plumazo.
En ese momento se oyeron fuertes golpes en la puerta de calle. Paula se sobresaltó, sin embargo luego tomó el control y se dirigió hasta la puerta. Seguramente era su tío. No obstante, allí encontró nada menos que a Daiana, con el cabello revuelto, tremendamente agitada y alterada. Tuvo que calmarse antes de poder sacar la voz.
— ¡Daiana! ¿Estás bien? —dijo preocupada Paula, luego agregó—: Pasa...
—Pero tu tía...
—Está bañándose.
— ¡Ah, menos mal! —dijo su amiga suspirando y entró a la casa—. No te imaginas lo que ha ocurrido. En cuanto pude vine corriendo.
Daiana había concurrido a misa ese día, lo que normalmente no hacía, no obstante su madre hacía poco que había dado un traspié en una escalera y se torció el tobillo. Necesitaba que alguien la ayudara a caminar y Daiana, con toda su mala gana, tuvo que ir. Sin embargo esa misa no iba a ser como cualquier otra, como pudo advertir Paula a medida que su amiga le relataba la historia.
El padre casi estaba terminado su sermón, con la iglesia en pleno, cuando todos escucharon un grito desgarrador. El silencio se esparció por el lugar. Nadie comprendía qué pasaba, menos el cura que no encontraba las palabras para continuar con su sermón. Hasta que, proveniente de una puerta lateral, la más cercana al fondo de la iglesia, apareció la anciana monja. Llevaba su bastón alzado a los aires, sus ojos se salían de las órbitas y un grito mudo se había atorado en su garganta... Luego se hizo escuchar.
— ¡¡Satanás ha llegado desde el infierno mismo a reclamar lo que es suyo!! ¡¡Sus amigos infernales han surgido desde las tumbas del cementerio maldito para ayudarlo!! ¡¡Todos estamos perdidos!! —Su voz era ronca y grave, parecía en trance.
El asombro general se oyó como una exclamación. Nadie podía quitarle la vista de encima a la anciana, ni siquiera el padre, que estaba aún más sorprendido que los demás. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido.
— ¡¡Quieren venganza!! ¡¡Tienen sed de sangre!! ¡¡Vienen en busca de su víctima... Se les prometió su alma y aquí están para llevársela!! Hay en la Casa Parker un oscuro velo... ¡¡Ayúdenlos!! ¡¡Ayúdenlos a sacarlos de aquí o morirá todo el que se atraviese en su camino!! Todavía estamos a tiempo.
Todos dirigieron su mirada a la señora Parker, que estaba en un banco al comienzo de la iglesia. Miraba horrorizada a la monja. Fue en ese entonces cuando apareció la señora Gonzales desde una puerta y tomó a la anciana de los hombros. Venía agitada, como si la hubiera estado buscando hacía rato.
— ¡Marta! Vamos a... —alcanzó a decir.
— ¡¡NO!! ¡¡Se arrepentirá quien no escuche el mensaje!! ¡¡El niño maldito está en el pueblo!! —seguía gritando la monja totalmente fuera de sí misma—. ¡¡La muerte caerá desde el cielo!! ¡¡La maldición que pesa sobre el alma del niño caerá sobre el pueblo!!
La señora Gonzales le susurraba algo, desesperada, no obstante fue evidente que no podía hacerla entrar en razón. Ayudada entonces por dos corpulentos hombres, pudieron sacarla al fin de la iglesia. Al parecer la fuerza de la anciana se había incrementado esa noche. Sin embargo, la paz que normalmente había en ese sagrado lugar había desaparecido.
El clima que había en la iglesia fue frío y el silencio de toda esa gente se sintió en el aire. La señora Parker, ruborizada de vergüenza, agarró su bolso y casi corrió fuera de la iglesia, mientras los murmullos de la gente la seguían a su paso. El padre lo notó, dio una bendición final apurada y salió detrás de la mujer. Poco después, Daiana vio como el cura se llevaba a su tía aparte y le ordenaba a una de las señoras de la congregación que les llevara un té bien fuerte al despacho.
— ¡No puedo creerlo!... ¡Con razón se demoró en volver! —dijo Paula horrorizada—. ¡Y ni siquiera me dijo qué había dicho de nosotros!
—Seguramente quería que no te preocuparas.
— ¿Cómo reaccionaron los demás?
—Bueno, no muy bien. Ha habido rumores de todo tipo. Pero mi madre y sus tres cotorras amigas estaban de acuerdo en que la monja deliraba. Es muy anciana. Creo que la mayoría piensa lo mismo —afirmó Daiana, pero su amiga no estaba prestándole atención... Había recordado algo.
—La monja nombró nuestra casa y agregó: "El niño maldito está en el pueblo" —dijo Paula—. Los otros días vimos a un niño bajo el manzano, con tía Parker lo vimos.
Daiana la miró perpleja y luego rió.
— ¿No creerás esas tonterías, no?
—No, pero... —titubeó Paula.
—No te dejes influenciar por una vieja loca —le aconsejó Daiana, algo molesta—. Tú le hablaste de un niño y ella creó en su mente una fantástica historia sobre demonios del infierno... ¡Pura mierda! Seguro que se creyó ella misma toda la historia... Esa mujer delira. Es obvio, sólo tenías que verle la cara.
Al día siguiente, Daiana recordaría esas palabras con angustia.
Paula la miraba alarmada. Luego miró hacia la cocina. Ese extraño olor, ese trapo manchado de sangre... sangre que desaparecía; ¿y si la monja tuviera razón? Era una idea en sí consoladora. Porque admitir que nada anormal pasaba a su alrededor la llevaba obligadamente a reconocer que otra vez comenzaba a ver y sentir cosas. Su trastornada mente había vuelto a enfermarse.
— ¡Pero es tan inverosímil! —exclamó en voz alta, sin darse cuenta. ¿Demonios? ¡Esas cosas no existían!
—Por supuesto. —La voz de Diana la hizo sobresaltar, había olvidado por completo que estaba junto a ella—. Son alucinaciones de una anciana senil. No le prestes atención ni le des más importancia de la que tiene.
Un ruido agudo hizo que Paula se sobresaltara.
—Es mi celular —dijo Diana sorprendida. Tomó el aparato que llevaba y largó una exclamación de molestia—. Es mi madre. Tengo que irme. Si puedo, vuelvo más tarde.
Paula se despidió de ella y luego entró a la casa.
Daiana tiene razón, pensó, la anciana monja sólo está inventando historias. Mi cabeza debe estar funcionando mal de nuevo. Tengo que aceptarlo...
Aún se encontraba pensando, con amargura, en lo mismo cuando se dio cuenta de que estaba en su habitación. ¿Cuándo demonios había subido las escaleras? Paula se sobresaltó. ¿Tan distraída había estado?
—Esta tarde tengo que llamar al doctor Rush. Algo anda mal —se dijo en voz alta.
Un momento después oyó como una puerta que se abría.
—Paula, ¿me llamaste? —dijo la voz de su tía, desde el corredor.
—No, sólo estaba pensando en voz alta —gritó la joven, avergonzada.
Luego decidió bajar para terminar de una vez por todas con los platos sucios, desde que se había levantado ese día no había tenido ni media hora de paz. Un sobresalto tras otro.
En el corredor vio la puerta de la habitación de sus tíos entreabierta. Y le pareció ver una sombra dentro. En ese momento se le ocurrió que, después de tanto sobresalto en la misa, tía Parker a lo mejor deseaba descansar y ella estaba dispuesta a encargarse de hacer la comida. Se dirigió hacia la habitación.
— ¿Tía, quiere que haga de comer yo? —dijo sin abrir la puerta.
Como no respondió, dio unos golpecitos... nada. Movió la puerta, que se abrió con un crujido, y... la habitación estaba vacía.
¡Pero si acabo de verla! Pensó perpleja.
—Paula, ¡hazte a un lado! —su tía, proveniente del baño, entró a la pieza. Paula casi tiene un colapso, no la había oído.
—Perdón, ¿te asusté? —dijo la mujer.
—Más o menos... quería preguntarle si quiere que haga la comida.
— ¡Oh, sí, me encanaría! —dijo la mujer.
Luego la chica bajó por las escaleras, pensaba que estaba demasiado distraída y alterada; tenía que controlarse. En la cocina, justo antes de traspasar la puerta abierta, se detuvo. Horrorizada sintió el olor nauseabundo... Un olor a muerto. Y vio, agrandando los ojos de terror, como desde la silla quemada brotaba un charco de sangre. Como si surgiera de sus entrañas. Dio varios pasos hacia atrás y se topó con la barandilla de la escalera.
Estaba tan asustada que no quiso volver a la cocina. Se sentó en la escalera, temblando incontroladamente, y allí se quedó hasta que varios minutos después la encontró la señora Parker.
— ¿Qué ocurre, Paula? —le dijo.
Paula no respondió, su vista estaba perdida en el hueco de la puerta de la cocina. La mujer la miró extrañada y luego entró a la cocina.
—Si ya te arrepentiste, hago yo de comer —dijo la mujer, pensando más en el almuerzo que en su sobrina.
En la cocina la señora Parker comenzó a sacar ollas y fuentes, y fue en ese momento en que Paula se levantó. Entró detrás de la mujer al lugar, obligándose a sí misma, y miró de inmediato la silla. Allí no había nada, sólo era una vieja silla de madera. Aterrada, pero tratando de parecer lo más normal posible, ayudó a su tía a preparar el almuerzo. Sin embargo, no podía dejar de mirar la silla.
Un momento después, la señora Parker llamó su atención.
— ¿Qué estabas haciendo recién en la escalera? —preguntó con curiosidad.
—Nada. La estaba esperando —dijo Paula, su voz sonó normal y la mujer dejó de preocuparse. Paula parecía ida cuando le habló.
Luego del almuerzo, Paula decidió que esa misma tarde iba a ir al pueblo para hablar por teléfono con el doctor Rush. La situación la estaba desbordando y ya no sabía qué hacer. Parte de la siesta la pasó jugando cartas con tía Parker hasta que esta se fue a dormir. Entonces Paula decidió ir al pueblo sin perder más tiempo. Tomó su saco grueso y se dirigió hacia el bosquecito de árboles.
Caminaba, preocupada, con sus pensamientos en otro lado, hasta que un pequeño crujido a su espalda hizo que se detuviera de golpe. Pensó que alguien la seguía y se dio vuelta... No había nadie a sus espaldas. El temor infectó de pronto sus sentidos. Paula comenzó a caminar más rápido, si se apuraba pronto dejaría los árboles atrás. Sin embargo el pánico desplazó al miedo cuando comenzó a sentir, muy claramente, que alguien la seguía. Corrió hasta llegar a la ruta, sin mirar atrás, y recién allí se detuvo.
Entre los árboles no podía divisar a nadie, ni nada que le pareciera extraño, de todos modos no se confió. Apuró el paso hasta el pueblo y cuando llegó hasta él recién se sintió más tranquila. Sabía que en la tienda del señor Paez había un teléfono, así que dirigió sus pasos hacia allí.
Iba caminando por una calle casi desierta, cuando empezó a sentir pasos detrás de ella otra vez, pero como eso en un pueblo no era algo extraordinario no le dio importancia, hasta que fue testigo de un incidente que la perturbó durante todo el día. Había comenzado a caminar por una vereda, donde había tiendas de indumentaria femenina, cuando vio de reojo, por el reflejo de una de las vidrieras, cómo un niño la seguía.
Pegó un respingo del susto y se dio media vuelta... Detrás de ella no había nadie. Volvió a mirar hacia la vidriera, no obstante el reflejo del niño había desaparecido. Asustada, casi corrió hasta la tienda en donde había un teléfono, sin importarle lo que dijeran los demás. Sin embargo, cuando llegó allí, estaba cerrada.
— ¡No! —dijo molesta, mientras golpeaba la puerta. Hasta ese entonces no se le había ocurrido pensar que a lo mejor los dueños estarían durmiendo.
No sabía qué hacer, miró alrededor, buscando a quién preguntarle en dónde había otro teléfono. No obstante, el pueblo parecía dormir. Nadie deambulaba por sus calles. Paula se sintió vulnerable, podía sentir que alguien la observaba, estaba nerviosa y tenía que salir de allí. Más que nerviosa... ¿Paranoica?... Su mente... su mente no funcionaba como debía.
Pensó en Daiana y se dirigió a su casa. No obstante cuando llegó a la casa de su amiga, estaba cerrada. Tocó la puerta varias veces, pero no salió nadie a recibirla. Al parecer habían salido.
¡Qué extraño! Pensó la chica.
Cómo no se le ocurría qué más podía hacer decidió volver a casa. Seguía con la sensación de que la observaban. Al menos en casa estaría acompañada por su tíos. Ya volvería por el teléfono a la tarde y si no al día siguiente. Entonces volvió sobre sus pasos. Defraudada y asustada de sí misma.
No miró atrás en todo el camino, a pesar de que estaba segura de que alguien la seguía. Recién cuando llegó a casa, pudo respirar de alivio. Se sentía más segura allí. No escuchaba pasitos... se sintió a salvo.
Poco después de volver a casa, la mujer se levantó y la tarde transcurrió entretenida. O bien charlando con sus tíos o bien ocupada en el jardín. Olvidó por completo que tenía que ir al pueblo para hablar con su médico y recién cuando comenzó a oscurecer lo recordó. Sin embargo, ya era tarde para ir caminando, decidió entonces hablarle al día siguiente. Tenía que confesarle lo que le estaba pasando, por más que la idea no le agradara, el doctor seguro que tenía una respuesta. El niño había vuelto a aparecer en sus sueños y le parecía verlo de día. Había tenido un retroceso, a pesar de que su memoria había vuelto.
Aquella noche sus temores volvieron. El aire de la casa le parecía extraño, pesado, como si asfixiara sus sentidos. Tarde se fue a acostar, pero estando en su habitación notó que había olvidado sus guantes en la cocina y bajó a buscarlos. Tía Parker aún estaba allí, lavando los platos de la cena.
Cuando la joven llegó al umbral de la puerta de la cocina, sintió otra vez el olor nauseabundo y su vista, posada antes en el suelo, se dirigió hacia allí. Se detuvo en seco, en la silla quemada estaba sentado un niño, dándole la espalda. Fue tan grande su susto que, luego de lanzar un grito, dio unos pasos hacia atrás y cayó al suelo, al tropezar con una tabla suelta.
La señora Parker, que en ese momento tenía un plato en la mano, lo soltó al oírla.
— ¡Paula! ¿Qué pasó? —gritó y corrió hacia ella.
—Na... nada —tartamudeó, mientras se incorporaba—. Debo haber tropezado con algo.
Temblaba tanto que la señora Parker se alarmó, no obstante Paula logró calmarla. ¿Qué iba a decirle? ¡Que tenía visiones!
Como seguía sintiendo aquel olor tan desagradable no quiso entrar a la cocina, ni siquiera miró hacia allí. Acumulando excusas, subió otra vez a su habitación y se encerró. Estaba muy asustada, algo andaba mal con ella... Antes de acostarse, rebuscó en el cajón de la mesita de luz sus pastillas. Hacía tiempo que había dejado de tomarlas, pero aquella noche las necesitaba. Se llevó dos a la boca y dejó el frasco a mano.
Le costó mucho calmarse aquella noche, no dejaba de asustarse por cualquier ruido que sentía y no quiso apagar la luz. Sin embargo, la calma llegó al igual que su sentido común.
— ¡Qué tontería! —susurró molesta consigo misma.
Apagó la luz y se tapó mejor, la temperatura en la habitación había bajado de repente. No estaba en peligro, pensó, las visiones nunca hacían daño. Mañana hablaría con el doctor y él le diría qué hacer. El sueño comenzó a presentarse... Las pastillas le hacían efecto lentamente.
Soñó con el día en que había descubierto que estaba embarazada. Esa noche se había quedado sola en el departamento, su novio había tenido que trabajar y había reñido por eso. Paula no creía en realidad que fuera a trabajar sino que le mentía. Los celos siempre la habían torturado durante toda su relación. Paula apenas si los podía controlar, pero esa noche habían emergido sin control.
Veía en el sueño ese momento con increíble detalle. Sus sensaciones, todo. Era como si lo estuviera viviendo de nuevo. Recordó despertarse en mitad de la noche con la sensación de que alguien respiraba en su oído. Se había asustado y se había levantado de la cama y corriendo hasta encender la luz... En la habitación no había nadie.
Aliviada con la idea de que lo había soñado, fue en ese preciso momento cuando comenzó a sentir náuseas. Tuvo que correr al baño. Estuvo vomitando toda la noche... y fue entonces cuando lo supo. Había quedado embarazada. Al día siguiente lo corroboraría con una simple prueba de embarazo.
Se despertó con un ruido fuerte. El sueño se diluyó en su memoria. Paula se dio vuelta en la cama y miró hacia el techo de la casa de los Parker. ¿Por qué había aparecido aquel remoto recuerdo justo ese día? Casi lo había olvidado. ¿Quizás su mente había comenzado a fallar desde ese momento? No lo sabía... no lo creía probable, sin embargo.
En medio de la oscuridad comenzaron a escucharse pasitos, pequeño pasitos que se dirigían por el corredor hasta la puerta de su habitación. Paula, abrió los ojos de horror, había visto cómo la perilla de la puerta comenzaba a abrirse. Luego una débil luz comenzó a colarse por la habitación. Entonces fue cuando lo vio: una pequeña figura se coló hacia dentro y el olor nauseabundo infectó el aire... Un olor a muerto.
Paula comenzó a temblar de terror, sin embargo, su mente se negaba a aceptar lo que sus ojos veían. Rápidamente un pensamiento se presentó. No había nada de qué temer, las visiones se presentaban otra vez, eran espejismos de su pasado. Los recuerdos no hacen daño... no hay de qué temer. Pronto la seguridad comenzó a luchar con el terror. La parte de su mente racional le declaraba la guerra a sus sentidos.
Paula no sabía qué pensar... se repetía a sí misma que nada era real. Podía ver en esa semioscuridad a la pequeña figura, a un costado del ropero. La figura de... un pequeño niño. Observándola. No obstante, se negaba a aceptarlo.
Movió su brazo hasta la mesita de luz, para tomar el frasco de sus pastillas, tenía que tomar unas cuantas más. Chocó con él y éste cayó al piso, esparciendo su contenido. Paula largó un insulto, pero se quedó de pronto de piedra. Había visto como el niño se movía por la habitación, acercándose a ella... lentamente.
—No, no... nada de esto es real —se dijo así misma. Dejó de verlo por unos segundos, cuando estaba ya a sus pies. Una esperanza la invadió, pero duró poco.
Tan claro como si fuese de día vio una manito pequeña aferrándose a las sábanas. Sintió su contacto... Sintió el peso en la cama. Aun así se negaba a aceptarlo, era un espejismo de su pasado... No existía... No estaba allí. Era su mente enferma jugando con sus sentidos.
¿O no?
La pregunta la desbordó. Aterrorizada, comenzó a ver más claramente la silueta del niño, como si la oscuridad se diluyera en su contorno. El pequeño la observaba, parado a sus pies y aferrándose con sus manitos a la cama. Entonces un resplandor extraño en sus manos le llamó la atención, un instante después lo vio. El niño llevaba algo de metal en sus manos... ¿Un cuchillo?
No, no era posible. Su mente se revelaba contra la realidad, hasta que el niño se hizo oír. Una risa aguda, demencial, invadió su habitación; mientras el olor se hizo inaguantable. El niño se acercó a ella con rapidez y pudo ver su cara... Un rostro deforme... demoníaco. Desde la garganta de Paula emergió un alarido espeluznante, no obstante nadie acudiría en su ayuda.
El espejismo de su oscuro pasado se había convertido en realidad... El niño había vuelto para vengar su muerte.
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