Epílogo (segunda parte):
Los diarios:
Daiana regresó a su casa, a paso rápido y sin mirar atrás. Tenía la sensación de que alguien la seguía de cerca, respirando en su oído. Al llegar al pueblo, recuperó la confianza, el bullicio espantó sus temores. A su espalda no había nadie... por supuesto. Más tranquila, entró en su casa, cocinó para su madre una ligera comida y, cuando la vio de nuevo dormida, volvió a salir de su hogar. No quería perder tiempo. La llegada de la oscuridad de la noche la asustaba bastante por alguna extraña razón que no podía explicarse. Nunca había temido a la oscuridad, ni siquiera cuando era niña. Quizás, pensó, no quería encontrarse con el niño de nuevo, en la oscuridad de la habitación.
Se dirigió hacia la iglesia, que no quedaba lejos de donde residía. La calle parecía tranquila y no vio a nadie en su camino. Cuando llegó a ella, el edificio le pareció vacío y, aunque sabía que a esa hora estaría cerrada, igual insistió en la puerta de la dirección donde sabía que estaba la nueva encargada. No vivía allí, pero confiaba en encontrarla a esa hora.... Sin embargo, nadie respondió.
Frustrada, estuvo a punto de volver sobre sus pasos, no obstante cambió de idea a último momento. Comenzó a rodear el alto edificio y, deteniéndose a observarlo, recordó un pequeño jardín que había casi en el fondo y se dirigió a él. Miró por sobre el hombro por si alguien la observaba. Cuando lo halló, agachándose entre los arbustos, se coló dentro. Su corazón latía con fuerza, si alguien la descubría estaría en serios problemas. De todos modos, era más importante hallar lo que estaba buscando.
Por una pequeña puerta, que estaba sin llave, ingresó al interior de la iglesia. Los pasillos estaban oscuros y desiertos. No se oían voces y daba la sensación de estar deshabitado. Daiana sabía que allí vivía el padre Raúl desde hacía unos meses. Un hombre de baja estatura, serio y estricto, que si la veía por aquellos lugares seguramente iba a enojarse.
Recorrió un pasillo largo, que desembocaba en una pequeña antesala en donde había cuatro puertas. Sabía que una conducía al despacho del padre y la de al lado era en donde trabajaba la nueva encargada. Trató de no hacer ruido y se acercó a ellas. Como no oyó nada, abrió otra de las puertas que la llevaron por un largo corredor a las habitaciones de las monjas, en donde solía dormir la pequeña anciana.
El lugar de culto estaba silencioso y semioscuro. Daiana sabía cuál era la habitación en donde había pasado los últimos años de su vida la hermana Marta. Recordaba aún con todo detalle cuando ella y Paula estuvieron en ese lugar. Hasta allí se dirigió. La sensación que antes sintiera de paz ahora se había tornado en una de inquietud. Parecía como si el tiempo se hubiera detenido en el instante mismo en que ingresó.
La puerta de la habitación estaba cerrada. La joven maldijo su mala suerte, sin embargo, no se rindió. No había llegado tan lejos para nada. Retiró una invisible de su cabello y comenzó a forzar la cerradura. Hacía años que no hacía algo así y le faltaba práctica. Pero al fin cedió. Lamentablemente la puerta lanzó un chirrido al abrirse... Se estremeció, miró para todos lados. La iglesia parecía dormir, entonces entró al cuarto.
La habitación olía extraño, como a humedad y... algo que Daiana no podía precisar. Un olor dulce, como a flores, pero no era de flores. No había nada allí. La cama de hierro estaba perfectamente armada, la mesa de luz pulcramente limpia, el ropero contenía una sola túnica y un par de zapatos. Estaba vacía.
Comenzó a abrir los cajones que tenía el antiguo mueble, no encontró nada. No obstante... Con su mano rozó la túnica negra y notó que tenía un bulto extraño. Daiana metió la mano al bolsillo interior y extrajo de él una cantidad de papeles escritos con una caligrafía pequeña y apretada. Algunos habían adquirido un color amarillento y parecían viejos. La chica no pudo saber qué decían, la letra parecía un pegote negro.
De pronto, se abrió la puerta de la habitación. La joven, aterrada, saltó dentro del ropero y llegó a entrecerrarlo... Era la nueva encargada. La mujer no la vio de milagro, porque estaba distraída. Llevaba en la mano un grueso cuaderno de tapas negras que depositó en el cajón de la mesita de luz. Luego se fue, mientras comentaba para sí misma en voz alta: "¿No había cerrado yo esta puerta?". "Tendría que ir por la llave".
La joven esperó un minuto y luego casi corrió fuera de la habitación, pero se detuvo unos segundos para robarse el cuaderno negro. Lo tomó en sus brazos, era pesado y antiguo. Como oyó pasos corrió por el pasillo, a mitad de él había una puerta que daba al jardín trasero y como una aparición lo traspasó. Daiana, con su tesoro entre los brazos, corrió por el jardín hasta encontrar un hueco entre los arbustos que lo rodeaban. Se coló por ellos y continuó corriendo por la calle, mirando por sobre su hombro, por si la encargada la veía. Sólo cuando llegó a su casa se detuvo a descansar.
Unas horas después, Daiana se encontraba inmersa en una horrible jaqueca. En su cama se encontraban esparcidas las cartas y el libro de tapas negras se encontraba abierto. Estaba escrito por la misma persona que escribió algunas de las cartas, no obstante su caligrafía era casi imposible de descifrar. Las cartas eran cuatro: una era de una amiga monja de "Pico Alto" (el pueblo donde había vivido Paula antes del incidente), otra de un cura del Brasil y dos de ella misma, escritas con evidente apuro antes de morir y jamás cursadas. Descifrar aquello no iba a ser nada fácil, pensó al verlas, y no se equivocaba.
La luz ya se había extinguido en el horizonte cuando acabó con la lectura de las cartas. El libro desde entonces le resultó más fácil de leer. Sin embargo, ya era noche cerrada cuando al fin se fue a dormir. Sin sueño, espantado por la lectura. Con miles de preguntas en su cabeza y sin ninguna respuesta. Lo que había visto escrito allí la había perturbado mucho.
El volumen estaba fechado, la hermana Marta tenía cada fecha plasmada en el papel con escrupulosa certeza. El libro de tapas negras era una especie de diario personal. Con oraciones y notas de recordatorios al margen. Daiana sólo se detuvo a leer desde la fecha en que ella y Paula la habían ido a visitar. Sin embargo, una cita allí mismo, escrita al margen, la desvió a unos días atrás.
Exactamente cuatro días antes, entre oraciones a Dios, agradecimientos por su mejorada salud y una lista de compras; leyó algo que la hizo detenerse.
"Anoche ha vuelto a pasarme. Los sueños premonitorios que me habían abandonado hace tanto tiempo han regresado. El padre Pires parece haberse equivocado, no son producto de mi imaginación desbordante. No creo que sean eso sino que son un don de Dios... y no del demonio como quisieron hacerme creer en el pasado, cuando era sólo una niña. Desde la desaparición de las gemelas DeNarddi, hace más de diez años, que no los tenía."
"Pero estos sueños son de distinta naturaleza. El pequeño niño no parece real, parece más un espíritu que sólo quiere jugar. Dice que extraña a su madre y me da mucha ternura. Un pequeño inocente deambulando por este mundo. Es muy triste, quizás haya venido para que lo ayude a cruzar al otro lado".
Allí las anotaciones sobre el niño saltaban a dos días más adelante. Las anotaciones dejaban entrever la alarma de la monja:
"Algo ha venido con el niño desde el más allá, una oscuridad extraña lo envuelve." "Estoy asustada". "Él parece no darse cuenta de aquella presencia oscura."
"No sé quién es, no me dice su nombre." "Es muy pequeño". "Sólo me muestra luces". "Luces rojas en un círculo".
Un día después la monja había anotado:
"El espíritu del niño me visita todas las noche, extraña a su madre... sospecho que es la joven nueva. Pero no comprendo qué desea ni a qué ha venido... ¡No lo comprendo!" "Suele alejarse cuando me acerco a él o le hago muchas preguntas."
"A veces viene solo, a veces con esa extraña oscuridad a su alrededor".
Luego de aquello no había más notas importantes hasta el día en que ella y Paula visitaron a la monja. Daiana tomó el libro y pasó las hojas hasta esa fecha.
"Hoy tuve la visita que tanto esperaba, la madre del niño ha venido a verme, no comprendo qué la trajo a mí, pero seguramente será el espíritu de su pequeño."
"Ella está asustada y con razón, he visto las cosas de diferente manera desde entonces". "Dice que el niño la visita, pero la ataca y, como yo, ha visto la presencia junto a él". "Estoy asustada, creo que es un ser demoníaco, pero no comprendo por qué utiliza al niño ni qué quiere".
Desde entonces las notas eran diarias. Daiana, mientras más las leía más terror sentía. La monja, desde entonces, había soñado todos los días, no obstante ya no con el niño sino con la presencia oscura que había venido con él y que ella denominaba: "entidad demoníaca." Las últimas notas apenas si las pudo traducir, la caligrafía había desmejorado reduciéndose a trazos casi ilegibles.
"Ella está en peligro. Ella está en peligro".
Esa fue la última frase que escribió la hermana Marta antes de la desaparición de Paula. Daiana pudo adivinar sus pensamientos. Se había levantado, a pesar de su discapacidad física, y había gritado a la iglesia en pleno. Sin embargo, nada de eso había servido. Nadie le había creído y Paula desapareció desde entonces.
El diario de tapas negras se volvía más y más extraño desde esa fecha. Sólo había anotaciones desconectadas y dibujos extraños. A Daiana se le pusieron los pelos de punta al leer algunos extractos.
Averiguar (escribió la monja):
"Rituales de magia negra" "Círculo de poder."
"Pentáculos." "Grimorio."
"Palabras de poder". "Maleficios (mal de ojo)".
"Mal de ojo". "Síntomas de mal de ojo".
Escribir a:
Hermana Celestina (ella sabe de esto). Probablemente pueda averiguar de la familia.
Padre Pires (es abierto). Necesito apoyo.
Familia de Paula.
Daiana no comprendió a qué se referían estas anotaciones ni por qué la monja querría averiguar sobre maldiciones hasta que leyó las cartas.
La primera que leyó fue la del padre Pires, enviada desde el Brasil. Decía así:
"Espero que al recibir esta carta se encuentre usted bien. Debo confezarle que el contenido de su carta me ha dejado alarmado en extremo, no veo por qué una hermana de Dios tendría interés en averiguar sobre rituales del demonio. Empero le envío información sobre ellos. Entiendo su preocupación por tal situación. Sabe que al recurrir al Santo Padre deberá exponer toda la evidencia que tenga sobre el caso antes de que sea aprobado un ritual de expulsión. Sin embargo, sea cual fuera su decisión de llevarlo a cabo, estoy dispuesto a apoyarla con una carta y, si es necesario, con mi presencia. No hemos olvidado que gracias a su actuación las pequeñas gemelas DeNarddi están hoy con vida."
La siguiente carta era de la hermana Celestina y decía así:
"Hola, querida, ha sido una total sorpresa saber de ti. No sé cómo sabes que me trasladaron a esta iglesia, pero me ha agradado tener noticias tuyas. Averigüé lo que con tanta alarma me pediste, sin embargo tengo poco de qué informarte. Sobre la familia Varas nadie sabe nada, pero encontré un artículo viejo de un periódico en la biblioteca y no son agradables noticias. Aparentemente, la mujer mató a su esposo y a su pequeño niño, aunque aquí sale que a última hora se arrepintió y trató de salvarlo. La condenaron y ahora está en un Psiquiátrico. Aparte de lo expuesto, no he podido averiguar más. Tengo una amiga que trabaja en el Psiquiátrico Santa Ana, donde supuestamente fue internada la joven, sin embargo ella dice que allí no está. Que fue trasladada a otro lugar y que no fueron informadas dónde. Ella cree que se le dio de alta. Las plazas allí son muy pocas y es frecuente que los pacientes salgan antes de tiempo, para poder tomar a uno que se encuentra peor. Además, el tiempo de su condena ya había concluido. Ya sabes cómo se maneja la burocracia en estos asuntos. Aparte de ello no he podido averiguar nada más.
Espero que estos informes no sean por completo inservibles,
te quiere, Celestina.
P.D.: Antes de cursar esta carta recordé un incidente que ocurrió hace menos de un mes. No sé si tendrá importancia para ti, sin embargo he decidido ponerlo en tu conocimiento. Una noche estaba llevándole el té al padre Héctor, cuando me topé con una mujer solitaria que estaba sentada en un banco de la iglesia. Me acerqué para informarle que la iglesia estaba por cerrar, cuando noté que lloraba con desconsuelo. Me dijo que se llamaba Erika Ara y me suplicó que la ayudara. Parecía muy asustada, miraba por sobre el hombro constantemente. Sospeché que escapaba de alguien. Quería hablar con el padre Héctor urgente. Dijo que había hecho algo muy malo, que su amiga Paula Varas estaba en peligro, que se arrepentía y no sabía cómo pararlo (no sé a qué). Traté de consolarla y corrí a ver al padre, pero cuando volvimos la joven ya no estaba allí. Nunca más volvió. Recordé el incidente cuando me preguntaste sobre una tal familia Varas. De esta joven no he podido averiguar absolutamente nada. Nunca estuvo aquí y nadie sabe nada de ella."
La joven tuvo un escalofrío... Aparentemente la hermana Marta se había tomado muy en serio los dichos de Paula, y no sólo eso, sino que había tomado cartas en el asunto. Ella había creído, a juzgar por la carta al padre Pires, que Paula había sido víctima de un maleficio o sufría una especie de posesión. A su amiga sólo le había escrito para averiguar sobre la vida de Paula. Allí se repetían cosas que ella ya sabía, excepto una... había olvidado que Paula tenía una amiga íntima. Una amiga a la cual había odiado, sin embargo una amiga que parecía saber qué le había pasado.
La última frase en el libro de tapas negras era la siguiente:
"El demonio me amenaza, me queda poco tiempo en este mundo."
La hermana Marta no se había equivocado, esa misma noche había muerto. Daiana comenzó a pensar si tendría razón la monja. Era increíble pero ¿posible? De todos modos, había descubierto que había alguien que sabía la verdad sobre la desaparición de Paula...
Tenía que encontrar a Erika Ara.
Erika:
Aquella noche, Daiana casi no pudo conciliar el sueño. Su mente trabajaba sin descanso para darle una respuesta a la desaparición de su amiga. Ahora intuía que ya jamás la vería. Algo muy malo le había ocurrido. Sin embargo, investigaría la verdad, lo haría por su recuerdo.
A mitad de la noche, se había levantado con un grito de su madre. Corrió descalza por la casa, a oscuras, hasta su habitación. La señora estaba bien, sólo la aquejaba el recuerdo de una pesadilla. Pronto la dejó dormida y tranquila, no obstante al regresar a su habitación le pareció ver, en un rincón oscuro del pasillo, a una sombra que se movía. Aterrorizada, retrocedió hasta encender la luz. No había nada... pero desde entonces el sueño la abandonó definitivamente.
¿El niño la seguía? ¿Vigilaba sus pasos?
A la mañana siguiente, Daiana estaba muy cansada, pero se levantó igual. Su madre le dio más trabajo del habitual, ya que se encontraba con un nuevo dolor a la altura del pecho. La joven se alarmó y tuvo que llamar al médico. El doctor, luego de revisarla, estuvo seguro de que no era el corazón y que ya pasaría. Cuando éste se fue, ya más tranquila, pudo llevar a cabo sus planes.
La joven no tenía idea por dónde comenzar a buscar, hasta que recordó que en la iglesia había misa dentro de una hora y era probable que allí estuviera la señora Parker presente. Ella sabría la antigua dirección de Paula. A lo mejor los vecinos tenían una idea de a dónde se había ido Erika Ara luego de la tragedia. Era la única que podía ayudarla.
Recordaba la larga conversación que tuvo con la señora Parker sobre el pasado de Paula. Ella le había dicho que tenía una amiga con la cual había reñido y que fue la niñera del pequeño. En el juicio sobre la muerte del esposo y el niño, había declarado no encontrarse en la casa de la familia Varas en ese momento. Luego, cuando acabó todo el escándalo, nadie había vuelto a saber de ella. Sin embargo, aún los informes de la mujer eran incompletos, ella sabía lo que el doctor Rush le había comunicado a la familia. No tenía idea del motivo por el cual las amigas estaban peleadas. Ni nada más sobre ella.
Daiana se vistió para salir y esperó pacientemente a que la misa terminara. Allí, como había esperado, estaba la señora Parker, caminando a paso firme hacia la salida. A mitad de la calle la detuvo, cuando vio que no había nadie cerca de ellas.
—Disculpe...
— ¿Qué necesitas? —dijo la mujer frunciendo el ceño, mientras se daba vuelta a mirarla.
A Daiana le sorprendió la agresividad en su voz.
—Quería preguntarle si usted sabe la antigua dirección de Paula.
—Te dije que no quería hablar más de ella...
— ¡Por favor!... No volveré a molestarla —la interrumpió Daiana.
Los ojos de la señora Parker se detuvieron por unos segundos en los suyos, no había solamente enojo en ellos, había... ¿miedo?
—No puedo... ¡Tienes que alejarte de aquí! —le dijo muy seria. Luego dio media vuelta y se fue.
Daiana se quedó perpleja. Corrió hacia ella.
— ¿Qué? ¿Pero... por qué? —le preguntó.
—Ellos acechan —dijo enigmáticamente.
— ¿Quiénes? —Pero la mujer seguía caminando a paso rápido y no la escuchaba.
La joven mujer tuvo que correr detrás de ella.
— ¿De qué habla? ¿Usted sabe algo sobre Paula?
La señora Parker se detuvo de repente. Al darse vuelta su cara se veía blanca como el papel.
—No la nombres. —Miró por sobre su hombro—. Cada vez que pienso en ella algo malo ocurre.
—Está bien —cedió Daiana, tratando de tranquilizarla—. Yo sólo quiero su antigua dirección. Prometo no molestarla más.
La mujer la miró con desconfianza al principio. De todos modos, luego pareció pensárselo mejor y le dijo lo que quería. Daiana la dejó marcharse a su casa, mientras ella iba corriendo hacia la propia. Tenía que ir a la parada de autobús. El próximo pasaría pronto y la llevaría hasta la ciudad de Pico Alto. Arregló las cosas para que una vecina cuidara de su madre, alegando urgentes trámites que hacer, y se dispuso a viajar.
Fue un largo viaje, más largo de lo que había imaginado ella, que nunca había salido de su pueblo: "San Fernando". Al llegar a la ciudad de Pico Alto, Daiana estaba exhausta y el sol se ocultaba en el horizonte cuando dio con la dirección de Paula. La casa de la familia Varas había sido remodelada y una alta reja no le permitía ver su interior. Llamó varias veces, no obstante nadie le respondió, entonces decidió probar con los vecinos. Tocó dos puertas hasta que uno de los vecinos le abrió.
Era una señora de avanzada edad, más predispuesta al chismerío que a pasar información. De todas formas, algo útil sacó en claro de su enmarañado relato.
—La señorita Varas creía que su esposo la engañaba con la niñera. Muchas veces la vi vigilándolos —decía la mujer.
Daiana frunció el ceño.
— ¿Y... usted no sabe?
— ¿Si es cierto? —la interrumpió con picardía—. No. Al menos nunca los vi en algo extraño.
—Paula ¿se equivocaba? —murmuró Daiana para sí misma, con algo de sorpresa.
—Así parece, pero luego pasó lo del incidente. Ya sabe... los mató a los dos. Eso lo aclara todo —dijo la mujer. Sus ojos azules chispeaban.
Hubo un breve silencio.
—Creo que él se lo confesó todo, ella perdió la cabeza y los mató —concluyó la mujer.
Daiana la miró sorprendida, ella había pensado lo mismo. Sin embargo, nada de eso la ayudaba en la búsqueda de la que fue su amiga. Frustrada, se recostó sobre la columna de la entrada de la casa. Una vieja casa de un solo piso.
— ¿No sabe qué pasó con ella? ¿Con Erika?
— ¿La niñera?... No, ni idea. Estuvo muy angustiada en el juicio y con razón, le hicieron unas cuantas preguntas muy incómodas, pero negó tener algo más que una simple amistad con el señor Varas —dijo la mujer, luego añadió—: Lo televisaron, ¿sabe?
— ¿No sabe a dónde pudo haber ido?
—No. Vino un par de veces luego del juicio, no sé a qué, supongo que a buscar algo en la casa, pero no la dejaron entrar. La escuché discutir con el policía de la puerta. Al parecer se conocían bastante.
Daiana no preguntó qué había oído, aunque la mujer se moría por contárselo, y logró salir de allí algo defraudada. Sin embargo, no le costó dar con el policía que cuidaba la casa en ese entonces. El hombre resultó ser un ex amante de Erika, que no tuvo empacho en darle su último teléfono. Aparentemente lo había dejado por otro y tuvo que escuchar sus reproches e insultos dedicados a su antigua novia.
Al salir de la comisaría, era de noche y no le quedó otra opción que tomar un cuarto en un hotel del centro. No le preocupaba su madre, la vecina de al lado iría a quedarse con ella. Era una mujer buena y paciente que quería mucho a su familia y era amiga de su madre. No obstante, le frustraba no haber avanzado mucho en la búsqueda de respuestas.
En la habitación del hotel había un teléfono, así que marcó el número que le había dado el hombre para ver si encontraba a Erika y concertaban una cita. El aparato repicó varias veces antes de que la atendieran. Una voz chillona de mujer le comunicó que Erika Ara se había marchado hacía un par de semanas.
— ¿No sabe por casualidad su actual dirección? —preguntó Daiana, algo desalentada.
—Ya le pregunto a mi marido —dijo la chillona mujer, luego volvió—. Dice que no sabe, pero que seguramente estaría con su novio.
— ¿Novio?
—Sí, ese idiota le pegaba y la muy zorra gritaba como loca. Le dije que dejara al imbécil, pero al parecer le gustaba que la golpeara. Así que tuvimos que echarlos de aquí —explicó la mujer de la voz chillona. Luego le dio una nueva dirección.
Daiana no podía creerlo, Erika era más difícil de rastrear de lo que había pensado.
A la mañana siguiente, luego del desayuno, fue a la dirección que le había dado la mujer. Era un edificio que antiguamente había sido una gran casa y luego le habían edificado cinco pisos. Estaba bastante sucio y descuidado, tan inclinado que parecía contradecir las leyes de la gravedad. La basura rodeaba el umbral de la puerta y tuvo que patear una rata para poder entrar.
En el vestíbulo, la atendió una mujer de avanzada edad, con largo cabello blanco y uñas sucias. Era parca en el hablar, sin embargo le advirtió que le dijera a Erika que dejara de gritar en las noches, alteraba a sus otros inquilinos.
— ¿Está con su novio? —preguntó Daiana al subir la estrecha escalera detrás de ella.
La mujer se detuvo para colocarse mejor el chal de lana que cubría sus hombros.
— ¿Novio? Ella alquila sola. Nunca la he visto acompañada —dijo la mujer mostrando sus dientes amarillos, y siguieron subiendo.
Era extraño... Daiana dio por hecho que la golpeaba el nuevo novio y se sorprendió. ¿Por qué gritaría de noche? ¿Y qué habría sido de ese hombre desconocido? Habría quedado en el camino... como tantos otros.
Al quinto piso llegaron sin aliento.
—Disculpa la incomodidad, no he podido arreglar el ascensor. ¡Lo que cobran esos técnicos es una locura!
El corredor era largo y limpio, al menos la dueña se encargaba de la limpieza de adentro. Tocó una puerta desteñida, igual que las otras, con un gran número 16 en la esquina derecha. Se abrió la puerta y la mujer que apareció ante ella dejó desconcertada a Diana. Su cabello estaba despeinado y sucio, muy sucio. Sus ojos lucían vacíos, inexpresivos. Parecía como si su alma estuviera lejos, oculta en algún recodo de su ser. La mujer, que estaba delante de ella, parecía no vivir como los demás, sino subsistir.
— ¿Qué? —preguntó con grosería. No miraba a Daiana sino a la encargada.
La anciana hizo un gesto de antipatía y las dejó solas, sin siquiera responderle. Hubo un incómodo silencio. La mujer la observaba y por primera vez una emoción se notó en su cara, era curiosidad.
— ¿Eres Erika Ara? —preguntó con cortesía, Daiana.
— ¿Y tú quién eres? —dijo la mujer, con desconfianza, luego de unos segundos de silencio.
—Mi nombre es Daiana... quería hablar contigo.
— ¿De qué?
—Soy amiga de Paula. —El rostro de Erika perdió los colores y sus manos temblaron. Los ojos parecían salirse de las órbitas cuando respondió:
— ¿Ella está bien? —Estaba asustada.
La joven de cabello negro suspiró y desvió su mirada.
—No. ¿Puedo pasar? —le preguntó.
Erika lo pensó un poco, luego le abrió la puerta. La habitación había sido subdividida en varias partes. Una pequeña cocina con una mesa minúscula se hallaba repleta de platos y ollas sucias. Un tabique delgado de madera la separaba de una cama y un sillón, y otro de un minúsculo baño.
—No esperaba visitas —le dijo Erika, avergonzada por el caos que reinaba. Luego la condujo hasta la habitación del sillón y la cama.
Daiana se sentó. Había ropa tirada por todas partes. Miró una mesa enana que estaba dispuesta frente al sillón y descubrió unos cigarrillos. Erika le ofreció uno, prendió el otro para ella y se sentó en la cama. La joven invitada advirtió unas pequeñas fotografías colocadas en un estante de la pared y se las quedó mirando con sorpresa. Allí se veía a una Erika muy diferente a la mujer que estaba frente a ella, la foto era la de una joven muy hermosa. Luego sus ojos se desviaron a la foto que estaba al lado y se sorprendió al darse cuenta de que era una foto familiar. Allí, sonriéndole eternamente, estaba la familia Varas.
—Es Paula —susurró con sorpresa, sin poder contenerse.
Erika miró las fotografías.
—Sí, Paula y Franco fueron mis mejores amigos —dijo la chica con nostalgia. Se acercó a las fotos y tomó aquella. Por primera vez sonrió, unas líneas finas aparecieron en el contorno de sus labios.
— ¿Eran muy cercanas?
—Sí. Hasta que... sucedió aquello. —Su sonrisa se extinguió y una expresión de tristeza invadió su semblante.
Daiana comprendió, no obstante no dijo nada. Erika volvió a dejar la foto y la miró:
— ¿Quieres un té?
—Sí, gracias.
Erika se perdió en la cocina y unos momentos después volvió. Sus ojos estaban mojados como si algunas lágrimas se hubieran escapado en su soledad.
—Así que eres amiga de Paula —dijo de pronto.
—Sí.
— ¿Sabes algo de ella? —Sus ojos transmitían una ansiedad casi incontrolable—. ¿Está bien?
—No, hace un año aproximadamente desapareció.
Erika pegó un respingo, el temblor en sus manos volvió y la taza que sostenían se estrelló en el piso.
— ¡Oh! —llegó a exclamar. Luego se echó a llorar.
Sus lágrimas eran incontrolables y a Daiana le costó bastante calmarla.
— ¡Paula está muerta! ¡No puedo creerlo! —decía con desconsuelo.
—No dije que lo estuviera, sólo desapareció. Nadie sabe nada de ella —aclaró Daiana, alarmada porque pensó que la había interpretado mal.
—Seguro que "ellos" se la llevaron.
Por unos momentos, Daiana creyó que algún amante de Erika y su amigo le había hecho daño a Paula... pero era absurdo.
— ¿Ellos? ¿Quienes?
Hubo un breve silencio.
—Hay algo que debes saber. Si no se lo cuento a alguien terminaré loca —dijo de pronto Erika, se levantó y sacó un libro de debajo de la cama. Estaba envuelto en una toalla—. Creo que ellos me persiguen... ¡Todo el tiempo!... De noche... no he logrado dormir bien desde hace mucho tiempo.
Lo desenvolvió y le pasó el libro... Era enorme y pesado, de tapas duras cocidas a mano. Un libro muy antiguo. Daiana lo colocó mejor y leyó el título:
— ¿Magia negra? —Miró sorprendida a Erika.
— ¿Te sorprende? —dijo Erika, mientras encendía otro cigarrillo—. Pensarás peor de mí cuando sepas lo que hice.
El maleficio:
—No sé si Paula te habló de Franco.
—No, ella me contó muy poco de su vida. Evitaba hablar de las cosas que le dolían.
Erika se levantó y se acercó a la foto. Miró al hombre con profundo cariño.
—Conocí al novio de Paula cuando estaba en una muy mala situación. No tenía dónde ir ni dinero. Ellos me acogieron en su hogar por un tiempo, hasta que conseguí trabajo. Paula había sido mi mejor amiga desde hacía años, sabía que ella me ayudaría... Y no me equivoqué. —Erika se detuvo a fumar un poco—. Franco... y yo nos hicimos amigos con rapidez, teníamos muchas cosas en común y pronto establecimos una fuerte conexión. Nos divertíamos mucho juntos... Era un hombre generoso... ¡Extraordinario! —dijo Erika con una sonrisa, luego aquella desapareció—. Me vine a dar cuenta que estaba enamorada de él, cuando fue demasiado tarde.
— ¿Él lo supo? ¿Ustedes...? —dijo Daiana y se detuvo, no sabía si preguntar o no. De todos modos, la chica entendió. Se apresuró a negar con la cabeza.
—No. Jamás se lo dije. Todas esas habladurías de gente maliciosa de que éramos amantes fueron mentira. Incluso creo que Paula lo creía, a veces tenía la sensación de que nos vigilaba, pero pensé que eran cosas del embarazo... De todas maneras, Franco amaba a su mujer y a su hijo, siempre me vio como una amiga, casi una hermana, pero nada más.
Las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.
— ¿Por qué crees que Paula lo creía así? ¿Le dijiste alguna vez sobre tus sentimientos por él?
—No, nunca hablamos directamente sobre ello. Pero, verás, con el tiempo se me hizo difícil esconderlos. Creo que simplemente lo intuyó. Comenzó a tenerme celos, me trataba mal y peleábamos a menudo. Entendí por qué... quedarme allí iba a ser muy egoísta de mi parte, así que intenté alejarme de ellos. Y lo conseguí... ¡Vaya sí lo conseguí!
Dejó la foto y volvió a sentarse frente a Daiana.
—Por un largo tiempo mi vida pareció ir muy bien. Conocí a un hombre y salimos juntos, me recordaba a Franco, era amable, gentil, considerado... así que decidí mudarme con él. Todo cambió desde entonces, parecía otra persona... Tenía predilección por el alcohol y las golpizas se hicieron cada vez más frecuentes.
Erika calló y Daiana la miró con compasión.
—Al separarme de él, el recuerdo de Franco se hizo imposible de evitar. Pensaba en ese generoso hombre todo el tiempo. En su sonrisa. En sus palabras de apoyo. Tan herida y desilusionada estaba que... ¡No podía olvidarlo! ¡Seguía enamorada de él! Así que cometí un error, un día me aparecí en su trabajo con la excusa de que necesitaba ayuda. Pero pronto me arrepentí y pensé en mi amiga... Paula se enojaría. Ella merecía mi gratitud, había hecho una infinidad de cosas por mí y yo ni siquiera había ido a conocer a su pequeño. Entonces decidí visitarla, utilicé la misma excusa que con Franco...
Erika prendió otro cigarrillo.
—Ella había tenido a su hijo, un niño hermoso y dulce... Pronto supe que no podía dejar a esa criatura. Era como el niño que yo no había tenido, del hombre que amaba y que jamás sería mío. Su vida... —Se detuvo, un nudo en la garganta le impedía hablar—. Pensarás que soy un asqueroso ser humano, pero... ¡tienes que entenderme! Yo jamás tendría lo que ella tenía. Anhelaba su vida. Deseaba con toda mi alma que fuera mía. A veces fantaseaba con la muerte de mi amiga... ¡Sí, su muerte! Y que yo me quedaba en esa familia, con Franco y su niño. Era absurdo, claro... Sólo una fantasía. Pero, a pesar de todo, no pude esta vez apartarme. Tendría que haberme ido lejos para no volver más. ¡No pude hacerlo! Así que me ofrecí para cuidar del pequeño, aparte que necesitaba ese dinero. Nunca me ha abundado. Esa fue la excusa con la que tranquilicé mi consciencia.
Miró en torno a ella, parecía triste, devastada. Continuó su relato.
—Mis sentimientos eran más fuertes que antes y apenas si podía controlarlos. Era una tortura... pero quería estar cerca de ellos. Franco me recibió con la alegría de siempre, era el mismo hombre que había dejado, sólo que un poco más cansado. Por un tiempo todo pareció ir bien hasta que una noche Paula apareció cuando charlábamos con Franco, interpretó todo mal, y peleamos. Realmente fue una gran pelea. Esa noche salí de allí con la intención de no volver más. Pero entonces encontré el libro...
Señaló el volumen que Daiana tenía entre las manos.
— ¿Lo... encontraste? —dijo desconcertada.
—Sí, en ese entonces vivía con una conocida. Esa noche tomó sus cosas y se fue, y de paso se llevó mis ahorros.
— ¡Oh! ¡Qué mala suerte! —exclamó Daiana.
—Olvidó el libro en un cajón... ¿Crees que es mala suerte? Desde entonces no dejo de tenerla.
Hubo un momento de silencio.
—Estuve a punto de tirarlo a la basura, pero por curiosidad lo abrí y allí encontré la solución a mis problemas.
Erika hizo que abriera el libro en cierta página. Daiana leyó un título: "Maleficios", y luego: "Cómo atraer a un amor no correspondido". La chica la miró perpleja... Era tan absurdo.
— ¿Parece un juego de niños, no? Al menos eso pensé en ese entonces. Estaba enojada con Paula, ¡furiosa! y anhelaba a Franco. ¿Qué más podía perder? No me quedaba nada en la vida. Estaba muy deprimida.
— ¿Entonces hiciste el ritual? —preguntó Daiana, mientras leía.
— Sí, esa misma noche. Fue fácil, sólo tenía que seguir las instrucciones. No pensé en las consecuencias.
Daiana con horror leyó la primera página, en realidad llegó a la misma conclusión que Erika, parecía un juego de niños. Era absurdo, si uno no lo tomaba en serio. Como una travesura de adolescente.
— ¿Y qué pasó luego? —preguntó con temor.
—Al llevarlo a cabo, sólo había leído la primera página. Nunca me detuve a examinarlo por completo. Como verás luego... ¿Ves lo que dice? —dijo Erika.
— "Envolver la cinta negra alrededor del objeto de la persona que intenta atraer, puede ser un cabello, una uña, o algún objeto muy personal" —leyó Daiana.
—Puse un guante suyo que una vez me llevara por equivocación. Los había guardado de recuerdo, como una estúpida —dijo con desprecio a sí misma. Luego continuó—: También tenía que quemar algo de la persona que deseaba que se alejara de él. Era fácil tenía muchas cosas de Paula, recordé un pañuelo viejo que me había regalado hacía unos días. Aún tenía su perfume.
—Entonces lo quemaste.
—Sí... y seguí con el ritual. Recité las "palabras de poder", etcétera. Pero entonces, llegué a aquella parte... —Le señaló un párrafo del libro.
— "Quemar en un diferente recipiente el objeto del sacrificio (debe ser de una persona muy cercana a la persona que quiere alejar). Y así la entidad demoníaca cumplirá todos sus deseos" —leyó Daiana frunciendo el ceño, no comprendía.
—No se me ocurría nadie que fuera tan cercano a Paula, hasta que recordé al niño...
— ¡Su hijo! —exclamó Daiana, horrorizada. Erika desvió la vista.
—Sí, el pequeño. Debes comprender que en ese entonces me pareció un juego, no creí realmente que algo pasaría... era una salida fácil. No se me ocurría otra persona y, como había estado con él más temprano, descubrí en mi remera uno de sus finos cabellos rubios. Así que lo usé.
— ¡Por Dios!... Pero... no comprendo. ¿Sacrificio para qué? —dijo Daiana, pasando las páginas rápidamente. Sin embargo, Erika se sabía el párrafo de memoria.
—La entidad demoníaca se comporta como un parásito. Necesita residir en el cuerpo se una víctima, alimentándose de su alma. Ese era el sacrificio para conceder sus deseos. Pero, ¡claro! Yo jamás leí eso hasta mucho después... sólo seguí unas instrucciones de un libro que me prometía todo lo que más había querido. No sabía de sus consecuencias... Ni creí, en realidad, que pasara algo. ¡Fui una tonta! —dijo y unas lágrimas aparecieron en sus ojos.
Daiana estaba furiosa, callada, no sabía qué decir.
—Me odias, ¿no?... No tanto como yo misma —dijo Erika.
Hubo un breve silencio.
— ¿Qué pasó cuando terminaste el ritual?
—Bueno llamé al demonio...
— ¿Y? ¿Por su nombre?
—Por supuesto... Uval... tres veces. Le ofrecí el sacrificio y pedí mi deseo —continuó Erika. Sus palabras sonaban tan... absurdas... irreales.
— ¿Luego?
—Creí verlo en la oscuridad... Me asusté, prendí la luz y ya no estaba. Pensé que eran imaginaciones mías, pero... desde entonces lo veo con frecuencia —dijo Erika, sus manos temblaron un poco—. Me crees loca, ¿no?
Daiana negó con la cabeza y la animó a continuar.
—Al día siguiente, todo me pareció absurdo. ¡Hasta me reí del libro y de mis temores nocturnos! Guardé el libro y volví a la casa de Paula. Hablé con Franco y luego con Paula, al final hicimos las paces.
— ¿No ocurrió nada?
—No. Al pasar el tiempo no noté nada extraño y pronto me olvidé de aquella absurda noche y del libro.
Erika se quedó callada, estaba avergonzada e inquieta. Daiana no quiso aumentar su sufrimiento con reproches. Era evidente que había sufrido desde entonces.
—Pero hubo algo que te hizo recordarlo... —adivinó Daiana.
Hubo un breve silencio.
—Sí, el niño. Se comportaba extraño. No sé cómo explicarlo, su mirada... era la de un anciano. No lloraba y sólo lo hacía cuando estaba Paula presente. Comenzó a hacer berrinches. No quería que lo agarrara en sus brazos. Sus ojos... parecían vacíos y a veces advertía una mirada de odio en ellos. Luego, las cosas empeoraron. Todo comenzó a ir en picada. El niño se enfermaba con frecuencia, parecía débil y Paula... Bueno... estaba "rara". No comprendí al principio qué le ocurría hasta que una vez Franco me lo dijo. Paula parecía otra persona, como poseída. Él comenzó a tenerle miedo. ¡Entonces recordé el libro y el ritual! Le dije que la llevara a un psiquiatra... ¡No sabía qué hacer! No podía decirle lo que había hecho. Fue en ese entonces cuando leí en el libro sobre las advertencias.
— ¿Cuáles advertencia? —preguntó Daiana.
Erika colocó el rostro entre sus manos. Mientras, Daiana pasó las páginas del libro hasta que las encontró.
— "Antes de llevar a cabo el conjuro debe saber que lo hecho a otra persona se le revertirá tres veces. Una vez llevado a cabo el maleficio e invocado a la deidad demoníaca no se puede volver atrás. Las personas afectadas lo estarán irremediablemente toda su vida. Sólo un ritual de expulsión podrá revertirlo"—leyó Daiana, se detuvo y levantó la vista—. ¿Un ritual de expulsión? ¿Qué significa eso?
—No tengo idea, no dice nada de ello allí —dijo Erika—. Intenté averiguarlo antes de que todo pasara, pero no encontré nada. Luego... ya sabes...
El foco que estaba sobre ellas explotó lanzando chispas. Las dos mujeres gritaron del susto. El libro cayó al suelo. La oscuridad invadió la habitación. Daiana no se había dado cuenta de lo tarde que era.
— ¿Estás bien? —dijo Daiana atemorizada.
—Sí...
Erika se levantó y apareció pronto con una vela. Su rostro se veía aterrorizado.
—Debes irte, ellos siempre me siguen... Están aquí.
— ¿Ellos? —Daiana se asustó.
—Los demonios... Los veo todo el tiempo desde entonces. Me siguen... no sé qué quieren.
—Pero... —protestó Daiana.
—Por favor —le suplicó.
Daiana entonces se despidió de ella y se fue hasta su hotel en donde llamó a la mujer que cuidaba de su madre. Sus averiguaciones iban a tardar más de lo planeado. Aquella noche no durmió nada bien, tuvo la luz encendida, le parecía que en la oscuridad alguien la observaba. Pensaba en Erika y en el hecho de que lo que parecía ser un juego de niños se había salido de control.
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