El niño:


Paula se despertó de golpe al día siguiente debido a una puntada de dolor que le dio en la pierna. Se movió en la cama y retiró las sábanas. Recién cuando vio la venda improvisada recordó lo que había pasado la noche anterior. Preocupada retiró dicha venda y observó el corte: no era muy profundo y ya no sangraba, pero su pierna lucía hinchada y roja. Colocó su mano encima y rápidamente la retiró al sentir dolor. ¿Y ahora qué iba a hacer? No podía ocultar aquello a sus tíos, que se darían cuenta de inmediato. ¿Y qué iba a decirles?

Se sentó en la cama y fue en ese momento cuando escuchó una discusión que provenía del jardín. Las voces de sus tíos entraban atenuadas por la ventana entreabierta. Era muy temprano y sólo hacía muy poco que había amanecido por lo que le pareció extraño que estuvieran despiertos.

Se acercó, rengueando un poco, hasta la ventana y observó el jardín... nada. No estaban allí. Ya confundida, estaba a punto de volver a la cama, cuando vio de reojo la punta de la bata rosa de su tía. Estaba parada justo debajo del techo de madera, al igual que su marido, y por eso no los había visto.

¿Qué estaría pasando? Se preguntó. Entonces, tratando de no hacer ruido, abrió un poco más la ventana para escuchar mejor.

— ¡Te digo que fue ella! —La voz del hombre fue clara—. Anoche estaba deambulando de nuevo.

—No puede ser, cariño, le di el té como siempre. Es imposible que se haya levantado en la madrugada.

— ¡Mira el desastre que hay acá! ¡Pedazos de madera y porquería por todas partes! —El señor Parker se oía muy enojado—. ¡Hay un hueco en el maldito techo! ¿Cómo voy a arreglarlo?

—Quizás fue un animal...

—No lo creo, Laura. ¡Seguramente salió por su ventana! ¡Estoy seguro que anoche escuché ruidos! —gritaba molesto.

Paula al escucharlo tuvo un escalofrío y su corazón latió con fuerza. Estaba muerta, cuando sus tíos vieran que rengueaba y se enteraran de su pierna herida, iban a descubrir todo.

—No es posible. Quizás fue un gato o algo.

— ¿Algo cómo qué? No había viento... todo estaba en calma.

—Una rama —titubeó la mujer.

— ¡Te digo que la infeliz se colgó de la ventana! —decía el hombre casi al mismo tiempo, sin embargo su mujer lo interrumpió.

— ¿Para qué querría fugarse en plena madrugada? ¡Y nada menos por la ventana! Recién fui a verla y duerme profundamente... como siempre.

—Pues quizás se fue con un hombre —dijo con maldad el señor Parker. Su esposa pareció molestarse.

Paula lo escuchó y se escandalizó. ¿Qué estaba insinuando de ella? ¡Quién creía que era!

—Apenas se mantiene despierta durante el día. No es posible —dijo la mujer con una autoridad que Paula nunca la había oído emplear frente a su marido.

— ¡Claro que es posible! —gritó el hombre más fuerte y, luego de un momento, agregó de manera peligrosa—: Y a mí no me hables de esa manera.

Aquella frase puso en alerta a la joven. No le gustó nada el tono que empleó ni lo que significaba. Su esposa no le respondió y luego se escuchó un golpe y una puerta abriéndose. El señor Parker había ingresado a la casa, pateando la puerta que daba al jardín. Como poco después Paula escuchó pasos fuertes en la escalera que subían, se asustó y volvió a la cama, tapándose bien con una gruesa colcha y cerrando los ojos por si al hombre se le ocurría entrar a su habitación. Aquello estuvo acertado, no había pasado mucho tiempo cuando sintió la puerta entreabrirse... Su tío la observaba desde el umbral y Paula, trató de mantenerse inmóvil.

Poco después, la chica se encontraba pensando qué hacer para que no la descubrieran. Tenía que desinfectar la herida y vendarla, sin embargo el botiquín estaba en la cocina y si lo agarraba, sospecharían. Así que, luego de darle vueltas a la idea largo rato, decidió ir a casa de Daiana para pedirle ayuda y contarle todo lo que estaba pasando, sólo había una duda ¿podría hacerlo? Y la duda no radicaba en el hecho de que no podía caminar muy bien y hasta la casa de su amiga había una distancia muy larga, sino en el hecho de si iban a permitirlo o no. De todos modos, no se le ocurría otra solución así que decidió llevar a cabo sus planes.

Esperó una hora y media más antes de levantarse. Como últimamente se levantaba tarde por las mañanas hacerlo temprano justo ese día levantaría sospechas. Fue al baño donde se lavó bien la herida y volvió a vendarla con la remera rota. Se había colocado una larga falda blanca que la cubría por completo y no le molestaba tanto como un pantalón ajustado.

Al caminar hasta su habitación se dio cuenta que no le costaba tanto trabajo disimular su cojera y practicó un poco antes de atreverse a bajar. Debía actuar como todos los días.

En la cocina encontró a la mujer amasando pan, como hacía de vez en cuando, y la saludó con un fingido y cansado "buen día". Aquella la miró de reojo y le contestó como de costumbre.

—Estoy tan cansadaaaa —dijo Paula fingiendo un bostezo como hacía siempre. Luego tomó una taza y se sirvió café, que estaba caliente en un termo.

— ¿Quieres dormir un poco más? —dijo su tía, cubierta de harina.

—No, si sigo durmiendo así pronto entraré en estado de hibernación —dijo Paula en broma y se sorprendió que su tía no sonriera.

Una hora después ya había terminado con sus tareas diarias, fingiendo cansancio cuando su tía la observaba, pero evitándola lo más posible. En especial evitaba caminar frente a ella, la pierna comenzaba a dolerle de nuevo. Y el dolor parecía incrementarse... Rogó que no se hubiera infectado.

—Ya terminé de hacer todo lo que me encargó. ¿No le molesta que vaya hasta el pueblo? Vuelvo como en una hora —dijo Paula al fin. No se había decidido hacerlo hasta que vio a la mujer de buen humor.

Estaban en la cocina y la señora Parker retiraba un pan del horno que olía delicioso. La miró de reojo con el ceño fruncido.

—Podría ir a comprar unas papas... Al tío le gustarán —dijo rápidamente la chica tratando de convencerla.

—Yo... no tengo dinero ahora —dijo con incomodidad la mujer.

—No importa, he guardado algo —dijo Paula. Su tía le daba lo que podía de vez en cuando, a espalda de su marido. Ese pequeño tesoro le había permitido comprarse la falda que llevaba puesta y una que otra cosa que necesitaba, como un cepillo de dientes.

—Mmmmm. —La mujer estaba indecisa, intuía a dónde iría su sobrina y no le agradaba nada—. No deberías... —continuó pero se detuvo como cambiando de idea.

—He estado tan cansada estos días que pensé que me haría bien salir a tomar aire —dijo Paula, impaciente.

—Bien... tienes razón, cuídate y no tardes —cedió la mujer con bondad.

Paula se sorprendió, sin embargo le agradó mucho, aunque no tanto el hecho de tener que pedirle "permiso" para salir. Subió a arreglarse un poco y a agarrar el bolso y algo de dinero. No le quedaba mucho, no obstante alcanzaría para las papas que su tía transformaría en un buen pastel, comida favorita del señor Parker.

Cuando salió de la casa, advirtió que la mujer la observaba desde una ventana y se concentró en caminar "normal", aunque cada vez que apoyaba su peso en la pierna herida parecía como si le clavaran vidrios. Pronto ingresó en el bosque y poco después la vieja casa se había perdido en un recoveco del camino. El bosquecito de escuálidos árboles no le gustaba mucho y caminar por allí le causaba inquietud.

Iba por la mitad del camino cuando, sin saber por qué, sintió un escalofrío y se detuvo con una inquietante sensación, le parecía como si alguien la observara. Pensó en su tía, entonces Paula se dio media vuelta rápidamente, pero detrás de ella no había nadie. Observó hacia los costados pero no pudo ver a nada extraño. Una suave brisa movía las ramas de los árboles y los pájaros parecían haber enmudecido.

El miedo irracional comenzó a invadirla y se puso en movimiento. Le dolía mucho la pierna, no obstante tenía que salir de allí. De alguna forma sabía que debía salir de ese bosque.

De pronto lo oyó... tan claro como si aquella voz estuviera justo en su oído izquierdo.

— ¡Mamá!

Paula dio un respingo y se detuvo súbitamente, su corazón latía con fuerza y todo su cuerpo temblaba, cuando se dio media vuelta... pero allí no había nadie. Fueron unos segundos de desconcierto. ¿Qué estaba pasando?

Luego sintió el llanto, un lloriqueo de niño pequeño.

— ¡Mamá! —oyó a lo lejos.

La joven, ya aterrada, volvió a dar un respingo. Dirigió su vista hacia unos árboles que estaban a su izquierda. Algo allí le llamó la atención. No muy lejos del sendero, dos escuálidos troncos se perdían en lo alto y uno de ellos había caído hacia un costado en el ocaso de su existencia. Entre ellos había una mata de espesos arbustos y justo detrás parecía haber un pequeño niño sentado.

Paula se sorprendió y el temor la abandonó, ya que pensó que un pequeño del pueblo se había extraviado en el bosque.

— ¡Hola, cariño! ¿Te has perdido? —le gritó Paula ya más tranquila pero preocupada.

Caminó hacia la figura del niño, rodeando árboles y arbustos con cierta dificultad. En un instante en que desvió la mirada ya no lo vio más. Frunció el ceño y, desconcertada, se acercó hasta la mata de arbustos... Allí no había nada y mucho menos un niño. Una perpleja Paula miró a su alrededor, tratando de hallarlo, no obstante parecía estar sola en el bosque. ¡Qué extraño! Pensó.

Entonces oyó un llanto... tan cerca que pegó un respingo de nuevo. Casi corrió en círculo entre los árboles y arbustos que la rodeaban buscando al niño, mientras el terror y el desconcierto la invadían. Sin embargo fue en vano, allí no había nadie ni huellas que evidenciaran presencia humana alguna.

Como lo oyó de nuevo, pero esta vez más lejano, entonces se aterrorizó y corrió hacia el sendero que había dejado atrás. Por algún extraño motivo recordó a su pequeño niño y la nostalgia se unió al miedo irracional que sentía. Al llegar al sendero no se detuvo sino que corrió por él hasta la ruta, donde al fin se paró a tomar aliento, temblando entera y con un dolor insoportable en la pierna; mientras miraba sobre su hombro. La sensación de que la observaban seguía en su mente. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Su mente le estaba jugando una mala pasada? ¿Y ese llanto?

Nunca supo cómo fue que llegó al pueblo ni cómo se encontró de repente en la puerta de la casa de su amiga con una bolsa repleta de papas en las manos. Estaba asustada... al bode de la conmoción. Pensaba con optimismo que ver a Daiana la animaría un poco, se dio cuenta que había extrañado a su amiga como nunca a nadie. Esto se unía al hecho que tenía de la urgente necesidad de contarle a alguien lo que le estaba pasando.

 En la casa de Daiana parecía no haber nadie. Tocó el timbre un par de veces y nadie apareció. Una señora con ruleros y en pantuflas salió a barrer la vereda de la casa de al lado y la chica se acercó a ella.

—Disculpe, señora, estaba buscado a Daiana y... —dijo educadamente Paula, pero se detuvo al observarla.

La mujer la miró con el ceño fruncido, no parecía contenta de que le hubiera dirigido la palabra.

—Ah, sí... Daiana —murmuró de manera extraña, casi con desprecio. Luego hizo una mueca que parecía una sonrisa despectiva.

Paula se quedó perpleja ante el gesto y su prolongado silencio. La mujer le resultó desagradable. Sin embargo decidió continuar.

—Estaba buscándola, pero parece que no hay nadie. ¿No sabe dónde la puedo encontrar? —preguntó Paula.

—No. —La mujer le daba la espalda y no parecía dispuesta a darle más información que esa.

La joven se alejó con un suspiro y caminó en dirección opuesta, mientras pensaba que ese no era su día. Todo el mundo allí le parecía desagradable. Sentía sus miradas detrás de las cortinas de las casas y en su espalda cuando se daba vuelta... Era evidente que la consideraban una intrusa.

Por suerte, al llegar a la iglesia vio a su amiga, que estaba sentada en un banco leyendo con una expresión de concentración, bajo la sombra de un árbol. Estaba sola.

— ¡Daiana! —la llamó.

Levantó la mirada sorprendida y también la saludó. Sonrió con claro regocijo.

— ¡Paula! ¡Por un tiempo pensé que no volvería a verte! —dijo con una gran sonrisa infantil—. ¿Te escapaste?

— No, exactamente —rió Paula y se acercó a ella.

— ¿Te pasa algo en la pierna? —preguntó de inmediato, al observar como caminaba. No se le escapaba nada.

— Sí, anoche tuve un accidente —explicó Paula, nerviosa. A esa altura le costaba mucho caminar sin sentir mucho dolor—. Venía a pedirte unas vendas o algo...

— ¡Dios! ¡Has caminado así hasta acá! ¿Qué pasó? ¿Te duele mucho? —dijo precipitadamente y muy preocupada Daiana.

—Un poco. Mis tíos no saben y no tenía a quien recurrir —dijo Paula con un suspiro.

— ¡Oh! Está bien, vamos a mi casa. Mi mamá está fuera, así que estaremos solas —dijo Daiana, que decidió no hacerle más preguntas allí en la calle y bajo la mirada de sus vecinos.

Caminaron hasta la casa de la joven mujer, la calle parecía desierta y la vecina de los ruleros había desaparecido. Entraron y Daiana le alcanzó agua, mientras Paula se sentaba en la mesa del comedor. Era una casa de un solo piso, un poco más moderna que la de los Parker, pero aun así lucía como la de una anciana. Las paredes eran de un descolorido tono durazno y una de ellas aún tenía un papel tapiz floreado, del gusto de cincuenta años atrás. Las sillas y la mesa eran pesados muebles antiguos. Un aparador de madera oscura y vidrio mostraba retratos familiares y decorativos platos de cerámica. Un pastorcito de dulce expresión se exhibía en el centro de todo. Paula desvió su vista hasta los retratos.

Daiana regresó con una caja de zapatos que contenía un improvisado botiquín, desviando la atención de su amiga que miraba un retrato de un hombre joven, bastante atractivo, con curiosidad. Increíblemente se parecía a un retrato que había visto en casa de sus tíos, del señor Parker de joven. Su amiga la observó.

— ¿Ya lo descubriste? —le dijo con una media sonrisa.

Paula la miró sorprendida.

— ¿Es mi tío?

—Sí.

— ¿Y... qué hace ahí? —balbuceó perpleja.

—No sé... Llevo años preguntándome lo mismo desde que descubrí quién era. Mi mamá siempre habló muy mal de los Parker, así que es muy extraño que su retrato esté aquí. Sin embargo, cada vez que le pregunto por ello, mi mamá se pone de muy mal humor y me dice que me calle.

—Vaya... ¡qué raro!

—Sospecho que tuvo algo con él de joven y está celosa—rió Daiana, haciendo que Paula sonriera también. Después agregó—: Una vez que estaba limpiando ese mueble quise tirar algunas cosas, entre las cuales se encontraba el retrato, y ella armó un escándalo bastante importante. Parecía un pequeño niño con un berrinche.

Siguieron hablando un largo rato del misterio de sus familiares, hasta que Paula descubrió la herida, que estaba muy roja y tenía mal aspecto, y los pensamientos de las chicas se dirigieron a otros asuntos más urgentes.

Luego de desinfectar la herida y vendarla, las dos amigas estuvieron conversando un largo rato, más de lo que había supuesto Paula, y quedaron en verse más seguido; quieran los señores Parker o no.

—Tenía temor que llamaran a la policía —dijo Daiana.

—Lo sospeché, pero no lo harán. Al menos mi tía —dijo Paula, aunque con poca convicción.

Hubo un breve silencio.

— ¿Cómo van las cosas por allí? —le dijo Daiana de golpe.

Paula titubeó un poco sin saber por dónde comenzar. Al hablar con su amiga se le había ocurrido una idea horrorosa. ¿Y si al contarle lo del niño jugando en las noches por la casa, no le creía?

— ¿Qué? ¿Qué pasa? —dijo Daiana, y una expresión de preocupación apareció en su rostro.

Entonces Paula decidió hacerlo, si no le contaba a ella ¿a quién lo haría? Tenía que arriesgarse. Daiana parecía muy impresionada cuando Paula acabó.

—Bueno, aunque te parezca horroroso Paula, es evidente que tienen a un niño encerrado en esa casa. Suele escaparse y juega por todo el lugar, por eso tus tíos te prohibieron bajar al sótano y te vigilan continuamente. Resulta normal que estén preocupados de que vayas a averiguar algo. Si los denuncias todo se descubrirá y sólo Dios sabe cuáles serán las consecuencias.

Mientras decía todo esto, Daiana se paseaba por el cuarto con el ceño fruncido.

—Sí, pero... ¡Dios, resulta horrible! A veces me niego a aceptarlo y comienzo a pensar que son ideas mías. Pero ya las coincidencias son demasiadas —dijo Paula.

—Mira, si me permites darte un consejo... deberías preguntarle a tu tía.

—Lo hice y lo negó todo. Sin embargo, no me creerás cuando te cuente lo que descubrí luego —dijo Paula y comenzó a contarle sobre el asunto de su cansancio intenso y lo que le ponían al té.

— ¡No pueden hacer eso! —exclamó furiosa Daiana—. ¡Debes denunciarlos a la policía! ¡Eso podría matarte!

—Yo... no sé qué hacer. No me atrevo. —No obstante esa no era la cuestión, si denunciaba a sus tíos tendría que volver al Hospital Psiquiátrico otra vez y no había nada en el mundo que la impulsara a hacer eso. Ni muerta volvería allí. Su estadía había sido una larga tortura en donde el miedo y la culpa la habían infectado a diario.

— ¡Escúchame, Paula! ¿Qué pasa si de pronto te conviertes en una amenaza para ellos y en vez de un somnífero le ponen veneno al té? —le dijo la chica con toda razón.

Paula tuvo un escalofrío.

—No lo harán. No se atreverán —balbuceó asustada, pero... ¿estaba realmente segura?

Daiana estaba muy preocupada.

—Vamos, te acompañaré.

— ¡No! No puedo hacerlo... No puedo probarlo, es mi palabra contra la de ellos. Soy nueva aquí, ¡nadie me creerá! —No obstante, sólo eran excusas.

—Entonces yo iré... —comenzó diciendo Daiana.

— ¡No! ¡No le digas a nadie, por favor! ¡Me meterás en problemas y ya tengo suficientes! Además que no tengo pruebas contra ellos. Se armará un escándalo que para lo único que va a servir es para que me echen de la casa —la interrumpió, desesperada.

—Pero, Paula...

—Por favor. No tengo nada de dinero ni otro lugar a dónde ir —dijo con lágrimas en los ojos. Aquello conmovió a su amiga.

—Está bien, pero iré a verte todos los días para saber cómo estás —cedió la chica, de mala gana.

—Bueno... yo... ¡Dios es re tarde! Tengo que irme, Daiana. Le prometí volver en una hora y ya pasaron casi dos.

La joven la acompañó hasta donde terminaba el pueblo y se la quedó mirando, mientras su amiga se introducía en el bosquecito. Le había aconsejado que bajara al sótano de una vez por todas para descubrir que sus sospechas fueran fundadas. Si había algún niño allí debía correr a avisar a la policía. No había excusas que valieran si la vida de un pequeño peligraba y Paula estaba de acuerdo.

Paula por su lado caminaba ensimismada cuando recordó el incidente del niño y lamentó haberse olvidado de contarle a su amiga. La incómoda discusión había precipitado su partida y en realidad no había transcurrido tanto tiempo como le dijo a su amiga, pero realmente no quería que ella contara lo que pasaba y sus tíos tuvieran problemas. ¿Qué sería de su vida entonces?

De pronto... se sintió observada. El temor comenzó a invadirla, espantando sus otras preocupaciones, y comenzó a correr para salir de allí. Ese lugar no le gustaba nada, aunque ya para ese entonces pensaba que había imaginado al niño y el viento le había jugado una mala pasada. Llegó a la casa exhausta, casi sin aliento, y mucho antes de cumplida la hora prometida.

La señora Parker no la esperaba y al entrar a la casa silenciosa Paula pensó que estaba en la cocina.

—Tía, le traje las papas —dijo, pero se encontró con el lugar vacío.

Dejó la bolsa con la compra en la mesada y recorrió la casa, que parecía desierta. Desconcertada y pensando en dónde estaría la mujer, la divisó de pronto por una ventana, plantando algo bajo la sombra del manzano. Estaba inclinada con una pequeña pala en la mano, que estaba utilizando para hacer un hueco y al lado posaba una maceta.

Estuvo a punto de llamarla cuando se le ocurrió una idea. La señora Parker no sabía que estaba en casa, podría aprovechar aquella circunstancia para bajar al sótano, sin tener que evitar los ojos que siempre la acompañaban cuando estaba en casa. Así lo hizo. Caminó hasta la puerta del sótano que ¡increíblemente estaba sin llave! La abrió y comenzó a bajar por los escalones...

Paula no lo sabía, pero estaba a punto de descubrir el secreto del señor Parker.  

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