El accidente:
Al día siguiente, Paula despertó sobresaltada debido a unos golpes en la puerta y una exclamación, lanzada con el más profundo fastidio por parte de su tía, que se escuchó al otro lado de la habitación.
Un poco adormilada no entendió al principio lo que ocurría hasta que, de pronto, comprendió las razones... Recordó que había trabado la puerta de su habitación la noche anterior. Tía Parker seguramente quería entrar para despertarla y no podía.
Entonces se levantó de la cama, se puso rápidamente un chal en los hombros, y sacó la silla que trababa la puerta. Luego la abrió. Del otro lado estaba su tía, con una expresión en el rostro bastante severa.
—Disculpe, tía —dijo Paula, incómoda por su actitud y sin saber cómo justificarse.
—No debes cerrar la puerta —le dijo la mujer en un tono serio.
—Es que no hay llave y...
—Ya sé que no tiene llave tu puerta. El doctor nos mandó una carta con las reglas que debíamos respetar todos —replicó la mujer, mientras entraba a la habitación.
Observó el lugar con curiosidad, mirando hacia todas partes, como si pensara que Paula estaba ocultando a alguien en algún rincón de su habitación.
La joven la miró sorprendida. ¿De qué reglas hablaba la señora Parker? Que ella supiera no había ninguna, que no fuera cumplir con su medicación, por supuesto. El doctor Rush le hubiera dicho algo... ¿o no?
—Quizás debiéramos repasarlas hoy —dijo la mujer, como adivinando sus pensamientos. Luego de darle una rápida mirada, salió de la habitación mientras decía—: Ya está listo el desayuno.
Cuando la mujer se fue Paula comenzó a cambiarse, mientras pensaba en el extraño comportamiento de sus tíos. A esa altura le resultaba evidente que la vigilaban, aunque todavía no había adivinado sus razones. Cuando terminó de cambiarse corrió las cortinas de la ventana, así la luz entraba al cuarto.
Se sentía extraña, desanimada, había llegado con la esperanza de tener al fin una segunda oportunidad para rehacer su vida. No obstante se había encontrado con rechazo y desconfianza. Sus tíos no eran lo que había imaginado y había esperado mucho, demasiado... comprendió. Y la casa... el lugar le resultaba escalofriante. De noche era peor... Aquellos pasitos habían sido el colmo. Pero, ¿los había escuchado realmente? ¿Habrían sido producto de su imaginación, luego del terror que la invadió aquella noche?
Sus ojos se posaron en la ventana, y después en el paisaje. Aparentemente sería un hermoso día, el sol brillaba en el horizonte y se había levantado una fresca brisa, que aliviaba aquel calor de verano. Entonces el día se le hizo menos pesado e iba a bajar a desayunar cuando sus ojos, al descender hacia el patio, tropezaron con los del señor Parker, que estaba allí fumando, debajo del manzano.
Sorprendida y algo asustada, salió de la ventana y, luego de tranquilizarse un poco, decidió bajar a desayunar. Sabía que no tenía por qué temerle a aquel hombre, sin embargo había algo en sus ojos que no le gustaba nada.
En la cocina estaba la señora Parker, tomando un té caliente. En la mesa había una fuente con pan y manteca, que parecía más grasosa de lo debido, también posaba allí un frasco con dulce casero y un té para Paula.
—Tardaste mucho. Ya se debe de haber enfriado —le dijo la mujer, mientras observaba a Paula sentarse frente a ella.
—No, está bien —dijo Paula. El té estaba ya tibio, pero no quería contrariar a su tía, que ya se veía molesta aquel día.
Luego, la señora Parker, con la voz un poco irritada, comenzó a explicarle las "reglas" que debía seguir en aquella casa y lo que les había dicho el doctor. Paula se sintió como una criatura en aquel lugar.
— ¿Puedo ver el papel con las reglas que les envió el doctor? —dijo la joven.
—Nos las dijo de palabra —replicó rápidamente.
—Pero usted acaba de decirme que...
Su tía se levantó de su silla y le dio la espalda, al tiempo que la interrumpía.
—Será mejor que me ayudes con las tareas diarias. Esta casa es muy grande y hay muchas cosas que hacer antes del almuerzo. El señor Parker se reunirá con nosotras recién a la noche. Trabaja pasando el pueblo y es una caminata demasiado larga hasta aquí para hacerla dos veces al día. Por eso lo verás sólo por las noches. De todos modos, quiero que sepas que mi marido es un hombre estricto, debes ser muy respetuosa con él... y no lo mires a los ojos, no le gusta.
— ¡Ah! Bueno...
—Por eso anoche te advertí que no deambularas. A él no le gustaría nada —le advirtió su tía.
—Está bien, no lo haré —dijo la joven, al verse obligada a hablar.
—Y otra cosa... no tienes permitido bajar al sótano. Está siempre oscuro, hay demasiadas cosas y podrías caer y lastimarte —dijo por último, la mujer.
Paula no dijo más nada, no tenía ni las más mínimas ganas de bajar a curiosear al sótano y ya la actitud de lamujer comenzaba a molestarle. Además... ¿para qué querría hacerlo? Ya la casa le daba escalofríos y sería el último lugar al que se le ocurriría ir. Para decirlo en otras palabras: ¡ni loca bajaba al sótano!
Durante aquella mañana, que a la joven le pareció muy larga, ella y su tía se dedicaron a la tarea de limpiar la casa, que con el viento de la noche anterior había quedado casi sepultada de tierra. A lavar la ropa (a mano), regar el jardín (que ni plantas había, así que mejor sería decir que mojaban la tierra para que el polvo no se levantara con la brisa), etc.
Cuando se hizo la hora del almuerzo, Paula estaba exhausta, le dolían los dedos de tanto fregar la ropa mojada, estaba cubierta de polvo y tenía los pies cansados de tanto subir y bajar escaleras. No comprendió como su tía, ya mayor, podía hacer eso todos los días y terminar con tantos ánimos. No parecía cansada y, mientras su sobrina se sentó en una silla, ella se puso a la tarea de cocinar.
—Me gustaría darme un baño —dijo Paula.
—Bueno, ve al de abajo. El de arriba aún está descompuesto —dijo la mujer sin mirarla.
Paula se levantó de la silla y unos minutos más tarde estaba debajo de la ducha, mientras el agua caía en su rostro, refrescándola. Estaba cansada y lo único positivo que había sacado de las últimas horas fue que el señor Parker no había estado en casa, y por suerte, no volvería hasta la noche.
Al darse vuelta en la pequeña ducha, golpeó sin querer el jabón con el codo y este cayó al piso. Al inclinarse a recogerlo tuvo un repentino mal recuerdo.
Poco había en su mente de aquel último día... Aquel día que ahora le parecía tan lejano. El día del accidente, cuando todo había comenzado. Y curiosamente todo había comenzado con el jabón, que se deslizó de su mano hasta el piso del baño.
Recordaba la semana anterior al accidente, eso sí, no la había olvidado, y nunca lo haría. Aquella semana se presentaba en su mente como un libro cubierto de imágenes, sin palabras... Un libro de terror.
Paula solía pensar que su vida se había vuelto maravillosa desde que lo había conocido a él. Franco había sido su novio, su mejor amigo, su compañero... el gran amor de su vida. Unos amigos los habían presentado y se habían enamorado perdidamente. Poco hacía que estaban juntos cuando Paula se quedó embarazada y, si bien al principio la noticia no había sido bien recibida y ambos habían peleado, con el pasar de los meses se habían reconciliado con la novedad y agradecieron al cielo por aquel milagro que les cambiaría la vida. Dificultades tuvieron, y muchas, pero nada logró desanimarlos desde entonces.
Paula vivía en un pequeño departamento y Franco se había mudado con ella hasta que pudieran alquilar una casa más cómoda, cuando sus medios lo permitieran. Todo había seguido sin dificultades hasta que apareció ella...
Su novio había conseguido al fin un trabajo, que les permitiría mudarse, cuando en la puerta de su departamento había aparecido una amiga. Venía desesperada, ya que no tenía a dónde ir ni dinero. Erika había sido una de sus mejores amigas y Paula la acogió en su hogar hasta que pudiera conseguir un trabajo. Así que Erika se había mudado con ellos dos. Aquello había sido un error...
No pasó mucho tiempo antes de que se diera cuenta que a Erika le "gustaba" su novio, y menos tiempo aún para darse cuenta que éste la miraba demasiado. Pronto se habían hecho buenos amigos y la desconfianza en Paula había crecido como la espuma. Sin embargo, con la mudanza cerca y el embarazo, que le agotaba las energías, dejó pasar el asunto con la esperanza de estarse equivocando.
Al mudarse a una nueva casa, pequeña pero confortable en un nuevo y más tranquilo barrio, las cosas se habían arreglado por un tiempo, casi por arte de magia. Todo había coincidido con el hecho de que su amiga había conseguido trabajo y ya no vivía con ellos. Paula, por su parte, estaba contenta de no tener que ver cada día en los ojos de su novio aquel brillo que tanto le desagradaba cuando miraba a Erika.
Un par de meses luego de la mudanza, Paula tuvo a su bebé, y las dificultades de la pareja parecieron desaparecer.
Al siguiente año comenzaron a hacer planes para casarse y en eso estaban cuando volvió a aparecer Erika en sus vidas. Entonces todo comenzó a ir cuesta abajo...
La joven había venido a "ayudarle" con el bebé, para que así Paula pudiera salir a trabajar sin tener que pagar una costosa niñera. Si bien fue un alivio para la joven madre, las antiguas dudas y los destructivos pensamientos que antes la atormentaban fueron reapareciendo.
Luego de un tiempo, Paula estaba casi segura que algo pasaba entre ellos. Cada vez que el celular de Franco sonaba, la hacía sobresaltar. Llegó al punto de que lo espiaba cada vez que hablaba con alguien, "segura" de que era Erika quien lo llamaba. Faltaba al trabajo para quedarse en casa, salía antes para caer de sorpresa, o incluso, llegó a la humillante tarea de espiar por las ventanas. Como una intrusa.
No obstante, lo peor de todo para ella era que su niño adoraba a Erika. Le gustaba quedarse con ella y lloraba desconsoladamente cuando ésta se iba. A Paula no parecía recibirla con buena cara, a pesar de que era su madre, y esta comenzó a tener una actitud distante y fría con el pequeño niño. Estaba ofendida. No lo tocaba... le parecía sucio y repugnante.
Franco, por otro lado, cada día parecía más distante y distraído. La trataba con aparente frialdad y hasta parecía vigilarla de reojo todo el tiempo, pero eso fue casi al final, recordó. Paula solía pensar que anotaba mentalmente sus pasos para así poder estar con Erika, cuando ella se fuera. Muchas veces, y durante bastante tiempo, se preguntó si en aquella casa la que estaba de más no sería ella.
El día en que había ocurrido todo comenzó con normalidad. Cuando llegó a casa del trabajo, a eso de las siete de la tarde, Franco ya estaba allí y su amiga se había retirado. El hombre sostenía al niño en sus piernas, mientras veía la tele; un lujo que tenían desde no hacía mucho tiempo.
La joven madre entró a la casa, dejó su bolso en una silla y los saludó con un gesto. Ambos la miraron y la sonrisa que había aparecido en sus rostros se borró a consecuencia de la actitud fría de la mujer. Paula estaba irritada con ellos por "engañarla" con Erika.
Entonces subió a su habitación y, poco después, se metió al baño. El niño lloraba,sin embargo su madre no le prestó atención y se metió a la ducha. El agua caía sobre su rostro cuando el jabón se deslizó por el piso, así que corrió las cortinas y salió de la ducha para recogerlo. Allí, estando cerca de la puerta, fue cuando lo escuchó.
Franco hablaba con alguien por teléfono. Paula abrió apenas una rendija de la puerta para poder oírlo mejor.
—No puedo ir ahora... ella está acá —le decía a alguien. Su voz parecía preocupada, rayando el pánico—. ¡No puedo decirle! ¡No ahora! ¡No es el momento adecuado!
Entonces Paula supo que hablaba con Erika y pensó que esta le exigía que le dijera a ella sobre sus relaciones, pero Franco se oponía por alguna razón desconocida... ¿Miedo? ¿Culpa?
Luego de aquel evento, las lagunas que había en su mente comenzaban a extenderse, sumergiéndola en la profunda oscuridad. No recordaba muy bien qué había ocurrido después de eso. Era consiente que había salido del baño y se había cambiado. Sí... a deducir que, cuando se encontró en la comisaría mucho más tarde, había observado que llevaba puesta una camisa rosa. También sabía que había enfrentado aquel día a su novio por primera vez... Sin embargo, no recordaba las palabras dichas.
Lo que sí recordaba muy bien era el llanto del niño. El niño no había dejado de llorar todo el tiempo, taladrándole los oídos.
Todo era tan confuso que lo siguiente sólo había podido deducirlo. Las lagunas de su cerebro la atormentaron en ese momento... Intentaba recordar con todas sus fuerzas, pero no podía.
Todavía estaba mirando el jabón, mientras recordaba los hechos. Los hechos que, en realidad, no recordaba, pero que había deducido con el tiempo.
Luego de la pelea que había tenido con su novio, había salido de la casa corriendo, eso lo sabía, porque recordaba el llanto del niño y que había vuelto por él. Sin embargo, el próximo recuerdo que tenía era estar conduciendo. Evidentemente de alguna forma se había metido al auto con el niño. Iba a toda velocidad, mientras su cara estaba mojada y, por alguna razón, su ropa también. Luego aparecía como un espectro aquella luz cegadora, que la había encandilado en una curva del camino. El accidente...
Los hechos se desdibujaban tanto en su mente que muchas veces se preguntaba si, después de eso, no había imaginado ciertas cosas.
Fue consiente de estar sentada en una silla, mientras un hombre de uniforme le gritaba. En dónde exactamente, no sabía, aunque luego dedujo que probablemente fuera en una comisaría. El sujeto le decía algo, pero ella estaba ausente... Miraba su camisa rosa manchada de sangre. ¿O era blanca? Entonces había recordado al niño y supo, por aquel mismo hombre, de que había muerto.
Aquella información había acabado de destruirla y las lagunas en su mente se extendieron por grandes periodos de tiempo. Mucho después supo que la habían internado en aquel hospital psiquiátrico. Atendido por buenas personas y monjas amables. Allí había comenzado a recuperarse de a poco del trauma sufrido y su vida había comenzado a mejorar.
Paula largó un suspiro y alejó de su mente los pocos recuerdos que tenía de su vida antes de llegar a aquella casa. Se sintió entonces más positiva con el pensamiento de que, como había dicho el médico, pronto recuperaría la memoria y a partir de entonces podría ir sanando las heridas de su alma. Su recuperación sería definitiva.
La vida le había dado una segunda oportunidad y ella no iba a desperdiciarla. A pesar de que aquel hogar no era el mejor para ella, no iba a dejar que ese detalle la desanimara.
Lo que restaba del día transcurrió en la más hermosa tranquilidad para Paula. Su tía estaba de mejor humor y juntas conversaron y rieron durante toda la tarde. Con la llegada de la oscuridad, que trajo al señor Parker de vuelta, su tía adoptó la misma actitud distante y seria de esa mañana. Parecía como si la presencia de su marido anulara el carácter jovial y alegre que la caracterizaba. Era como si se transformara en una persona completamente distinta.
El hombre trató a su sobrina con indiferencia y no pronunció más de un par de frases en toda la cena. Sin embargo, no dejó de mirarla de reojo.
—Has olvidado tomar tu medicación —le dijo el señor Parker, dirigiéndose a ella por primera vez.
Paula dio un respingo, ¡era cierto! Las había olvidado por completo. Eso no estaba bien.
— ¡Oh! Sí... —fue su única respuesta. Luego subió a su habitación y trajo el frasquito con las pastillas.
Cuando volvió a la cocina, la señora Parker estaba lavando los platos y su tío parecía esperarla, ya que apenas tragó las pastillas delante del hombre por si había alguna duda de que su olvido no había sido a propósito, este se levantó y subió a acostarse. La mujer se quedó un rato más y Paula la ayudó a terminar de limpiar la mesa.
—Recuerda que no debes deambular de noche. No trabes la puerta, tampoco —le dijo la mujer.
—No se preocupe, no lo haré —dijo Paula, tratando de que su voz no pareciera irritada. ¡Lo recordaba! ¡No era una niña!
Entonces, la señora Parker hizo algo inesperado, tomó sus hombros y le dio un beso en la mejilla. Luego sonrió.
—No desaproveches esta segunda oportunidad que te ha concedido Dios —le dijo y luego, como si fuese su madre y ella una pequeña, la mandó a dormir.
La chica, a pesar del contratiempo tenido con su tío, no se desanimó. Aquello le dio nuevos ánimos y contribuyó a mejorar su humor. Se sintió querida y el cariño inundó su corazón.
Ya en su habitación se acostó a dormir, exhausta, la mala noche del día anterior, el trabajo duro y las emociones de ese día habían contribuido a agotar todas sus energías; y pronto se quedó dormida.
Alrededor de las tres de la mañana, unos suaves pasitos se oyeron en el corredor y la puerta de su habitación se abrió lentamente... provocando un molesto ruido. Desde la oscuridad del corredor alguien la observaba. Sin embargo, Paula nunca se enteró, ya que estaba sumergida en lo profundo de sus sueños.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top