Daiana:
A la mañana siguiente, Paula despertó con un terrible dolor de cabeza. Parecía como si su cabeza fuera a estallar de un momento a otro. Hacía mucho tiempo que no tenía uno parecido. Se levantó de la cama y comenzó a vestirse, aún somnolienta. Había descansado muy poco aquella noche.
Cuando terminó, abrió el cajón de la mesita de luz para sacar una de sus pastillas, a ver si le calmaba la jaqueca que tenía. Pero no estaban allí... ¡Qué raro!
Revolvió un poco el contenido... El frasquito había desaparecido. Paula trató de recordar si lo había movido de lugar, sin embargo la terrible jaqueca no la dejaba en paz. Así que decidió preguntarle a la señora Parker si tenía algo que la calmara un poco.
Encontró a su tía en la cocina, amasando pan. No se veía de muy buen humor y, al igual que la joven, lucía unas oscuras ojeras. El señor Parker debía de haber ido a trabajar, porque no se lo veía por ninguna parte.
—Buenos días —dijo Paula, con algo de cautela.
—Bueno días —respondió la mujer, entre dientes.
Paula pasó por al lado de ella y se dispuso a prepararse un café cargado. La miró de reojo, pero la señora Parker parecía concentrada en su trabajo, como si nada más importara.
— ¿No tiene algo para el dolor de cabeza? Me está matando —dijo la joven.
—No —le respondió la mujer de manera tan cortante y fría, que Paula intuyó que aún no había olvidado el incidente de la noche anterior.
Hubo un breve silencio.
—Siento mucho lo que pasó anoche —empezó por disculparse Paula. Le pareció que era lo mejor que podía hacer—. El tío debe haberse llevado un buen susto, pero... estaban durmiendo y me pareció mal despertarlos sólo por un ruido. Por eso bajé a investigar sola, parecía provenir del sótano.
—La próxima vez que creas escuchar "algo", avísanos —le respondió la mujer, dándole la espalda. Su voz sonaba irritada—. Y por nada del mundo vuelvas a bajar al sótano. Está muy oscuro allí abajo y es peligroso.
—No llegué a bajar yo...
—A tu tío le molesta mucho. Guarda allí muchas de sus cosas y no le gusta que se metan con ellas —la interrumpió.
— ¡Ah!... bueno —balbuceó la chica, no obstante su curiosidad aumentó... ¿Qué guardaría allí su tío que no quería que viera? ¿O eso sería una excusa?
La tetera comenzó a silbar y Paula apagó la llama de la cocina. Colocó una taza y abrió la alacena para buscar el café pero no lo vio así que comenzó a rebuscar en los estantes. Estaba segura de haber visto un paquete entero el día anterior.
— ¿Qué buscas? —dijo la mujer, observándola de reojo.
—El café... No está por ningún lado.
—¡Ah! Está... —dijo, y al ver que su sobrina habría un cajón se apresuró a añadir—: Ahí no.
Paula miró dentro del cajón, donde había una colección bastante variada de utensilios prácticos para la casa, como las tijeras y un destapa botella, y se quedó muy sorprendida de ver allí el frasquito con sus pastillas. Lo tomó en sus manos y miró a la mujer.
— ¡Ah! ¡Lo había perdido! —exclamó, mirándola con desconfianza.
La señora Parker le dio la espalda rápidamente, antes de añadir:
—Sí, anoche lo dejaste encima de la mesa y lo coloqué allí.
Paula no lo recordaba, sin embargo con el dolor de su cabeza tampoco podía pensar muy claro. El incidente no parecía tener un motivo importante, pero Paula advirtió el nerviosismo en la voz de su tía y no le gustó nada. Tomó el frasquito del cajón y se lo guardó en el bolsillo, con la idea de no volver a separarse de él.
—Iba a decirte que el café está allí —dijo su tía señalando un rincón de la mesada.
— ¡Oh! —exclamó mientras pensaba: ¿Cómo no lo vi?
Lo tomó en sus manos y de inmediato se puso a prepararlo.
Poco después comenzó con sus tareas diarias, no obstante estaba muy distraída, cada vez que pasaba por al lado de la puerta del sótano pensaba en el llanto del niño, en los extraños ruidos que parecían poblar las noches, y por qué su tío estaba decidido a no dejar que nadie bajase al sótano.
La jaqueca había disminuido considerablemente luego de tomar una de las pastillas y sentía que ya podía pensar con más claridad. En eso estaba cuando, justo al pasar por el vestíbulo, sintió fuertes golpes en la puerta de entrada. Se sobresaltó un poco, ya que nunca recibían visitas, y se apresuró a abrir.
En la puerta de entrada estaba nada menos que la chica que había conocido en la iglesia. Daiana le sonrió divertida al verla.
— ¡Hola! —exclamó contenta.
— ¿Y eso que llevas en la cabeza? —le dijo Daiana riendo, mientras la saludaba con un beso en la mejilla. Paula llevaba un gracioso sombrero.
— ¡Oh! Es por el polvo... Infecta toda la casa.
— ¿Quién es, cariño? —se escuchó la voz de la señora Parker que estaba cerca, luego apareció por el vestíbulo secándose las manos en el delantal a cuadros. Cuando levantó la vista y vio en el umbral de su puerta a Daiana, se detuvo de golpe y frunció el entrecejo.
—Hola, señora Parker —dijo la joven, risueña, sin embargo la mujer no pareció escucharla, ya que no le devolvió el saludo ni cambió de actitud.
—Voy a estar afuera, tía —dijo Paula con rapidez, salió y cerró la puerta tras ella. Le desagradaba enormemente la grosería de la mujer.
Las dos jóvenes se dirigieron hacia la cerca, colocándose bajo un gran árbol que estaba al costado de la casa y que le daba algo de sombra a esta. Allí se sentían menos vigiladas por la mujer, no se veía por las ventanas aquel árbol. Paula se sentó en la cerca.
—Perdona a mi tía... Ella es un poco... —comenzó diciendo Paula, pero se detuvo de golpe al no poder describir a su pariente sin sonar ingrata.
— ¿Rara? —dijo Daiana.
—Sí, un poco —respondió riendo Paula—. Al parecer no le gusta mucho la gente, ni las visitas, nunca sale de casa. Es diferente a su esposo en ese sentido. Él está todo el día fuera de casa, pero concuerdan en que tampoco le gusta la gente. Nunca vi a nadie venir aquí. ¡Ni siquiera el cartero se acerca!
—Sí, son personas extrañas. Yo siempre veo todos los domingos a la señora Parker en la iglesia pero nunca habla con nadie. Sólo se sienta allí a escuchar el sermón del cura. —Hubo un brevísimo silencio. Daiana agregó—: A mi madre no le gusta nada. No confía en los extranjeros.
— ¡Pero si mi tía no es extranjera! —exclamó Paula sorprendida.
—Viene de otro lugar, otra ciudad, tengo entendido... Eso quiere decir "extranjero" para mi madre —dijo la chica con el ceño fruncido. Luego cambió su expresión, se volvió más animada—. ¿Qué tal va tu día? Pensé que estarías muerta de aburrimiento así que vine a animarte.
Paula le sonrió.
—Más o menos. Siempre estoy limpiando, lavando, regando el jardín... que como verás es inexistente —dijo la joven rubia, observando a su alrededor. En el suelo no había ni una sola motita verde.
— ¡Vaya! Te tienen de sirvienta —dijo con sarcasmo su amiga y agregó—: Nunca crece nada en esta maldita tierra. Sólo hay polvo, más polvo y calor. Mucho calor, parece que vivimos en un pueblo perdido en el desierto... Y en cierto modo es así.
—Me gusta estar ocupada. No tengo otra cosa que hacer —se justificó Paula, aunque su amiga no lo esperaba. Luego cambió de tema—. ¿Qué me cuentas de tu vida? ¿Qué haces en este pueblo? No he visto mucha gente joven aquí.
—Es verdad, la mayoría se va al cumplir 18 años —dijo la joven mujer, encogiéndose de hombros—. Como podrás observar, no es un lugar muy próspero... Y en cierto modo te mata de aburrimiento. Yo me quedé por Miguel, mi esposo. Nos casamos a los 19 años...
— ¡Oh, muy jóvenes! —dijo Paula sin poderse contener.
— ¿Te sorprende? Seguro que sí; éramos amigos desde siempre y él trabajaba con su padre en las minas. Aquí son muy... conservadores... atrasados de ideas, ¿comprendes? Así que hartos de que nos fastidiaran nos casamos. Lamentablemente un año después, más o menos, hubo un accidente en la mina. Murieron todos...
— ¡Oh! Lo siento mucho.
—Luego quise largarme de este maldito lugar, in embargo estaba mi madre. Ella es una persona algo enferma o dice serlo. El medicucho que la viene a ver siempre dice que está bien, que ha visto a ancianos más débiles que ella y está convencido que los que realmente están mal machacan con que están bien y viceversa. ¡En fin! No podía dejarla aquí sola y ella se negó a irse. Así que aplacé mis planes para más adelante y... aquí estoy. Por eso me alegra que estés aquí... ahora tengo con quien hablar. Si me soportas claro, si no me lo dices.
Paula rió divertida y le dijo que a ella también le alegraba contar con una nueva amiga. Luego, a respuesta de una nueva pregunta que le hizo sobre su vida Daiana, comenzó a relatarle cómo había llegado allí. Le habló de su esposo, del accidente y de cómo había acabado en casa de sus parientes. Eran su única familia y ella no tenía ni un centavo para mantenerse. No le contó el hecho de que obligadamente tenía que estar allí, sólo Dios sabe hasta cuándo, ni del hospital psiquiátrico. Todavía las palabras del señor Parker retumbaban en su mente...
¿Qué pensaría su amiga? ¿Que estaba loca? Seguro que no la vería más.
Estuvieron casi una hora conversando de sus asuntos, hasta que Daiana le preguntó divertida sobre aquella casa extraña.
— ¿Te has encontrado con algún fantasma? —le dijo medio en broma.
El rostro de Paula que estaba relajado y risueño, de pronto adquirió seriedad y una palidez repentina lo cubrió. La sonrisa de Daiana vaciló un poco al observarla y frunció el ceño.
— ¿Has visto... algo? —volvió a preguntar, más en serio y con evidente sorpresa.
—No, yo... Sólo que... —balbuceó Paula y luego comenzó a contarle la aventura de la noche anterior.
Daiana, aunque al avanzar el relato de su amiga su sorpresa aumentaba, se veía más bien entusiasmada antes que preocupada. Muy en el fondo no creía en esas cosas. Por lo que le parecía lo más divertido del mundo vivir en una casa embrujada.
—No es nada divertido. ¡Me he llevado un susto terrible! —dijo Paula, al observar su sonrisa.
—Pero... ¿estás segura de haber escuchado un llanto? Yo siempre creí que eran sólo rumores. Mi madre se molestó mucho conmigo al enterarse de que te había contado de ellos. Ella y la señora Parker nunca se llevaron bien, aunque todavía no descubro por qué, creo que sólo es antipatía acumulada por los años.
—Sí, era tan raro —comenzó diciendo Paula, sus pensamientos estaban en el extraño suceso, no obstante se detuvo de repente. Algo se movió en unos arbustos que estaban al fondo de la casa pero desde allí no se veía bien.
La vieja casa de los señores Parker era una de esas casas antiguas de dos pisos que están ubicadas al centro del terreno. Con el jardín rodeándolas y una galería, aunque la de esta en particular estaba casi en ruinas.
Desde el lugar en que estaban las dos jóvenes se podía ver parte del jardín trasero.
— ¿Qué? —susurró Daiana y se dio media vuelta, observando qué era lo que le había llamado la atención a su amiga. Sin embargo no vio nada raro y volvió a dirigir la vista hacia Paula—. ¿Pasa algo?
—No, yo creí ver... ¡Viste eso! —dijo con un respingo.
Una sombra había pasado corriendo entre los arbustos espinosos y los troncos de unos árboles, ya del otro lado de la cerca.
Daiana se dio la vuelta y, como vio que Paula corría hacia allí, la siguió intrigada.
—No. ¿Qué viste?
—Parece ser... alguien.
No obstante, cuando llegaron a donde estaban los arbustos, no había nadie, ni nada extraño. El manzano estaba cerca y Paula lo miró con un escalofrío.
—Quizás era un animal —dijo entonces Daiana. Rebuscaba entre los arbustos tratando de no pincharse.
—Mmmm, no sé —dijo Paula, estaba observando el suelo y cuando levantó la vista vio con toda claridad una sombra que se perdía por el costado de la casa. Y oyó... pero no podía ser...
— ¡Por Dios, Daiana! ¿Escuchaste esa risa?
— No... no —dijo la otra joven dándose la vuelta, algo asustada.
—Creo que... ¡Hay un niño ahí! —dijo, señalándole la parte posterior de la casa. Otra vez la sombra se había hecho visible.
— ¡Dios! ¿Dónde? —Daiana pegó un respingo.
—Creo que se fue para el otro lado de la casa —dijo Paula, mientras corría hacia la casa con su amiga pisándole los talones.
— ¡Espera! —decía la chica, un poco confundida.
Sin embargo, ya habían llegado. Paula rodeó la casa, pasó por al lado de las despintadas columnas de la galería y observó aquella parte del jardín.
No había nada allí... sólo un montón de maleza, tierra y un cobertizo medio abandonado. Ni rastros de un niño o animal alguno.
—No hay nada —susurró Paula, como para sí misma, bastante sorprendida.
— ¿Pero qué viste exactamente? Yo no pude ver nada.
—Una sombra... Parecía un pequeño jugando a las escondidas. Y esa risa...
— ¿Crees que será "ese" niño? —dijo Daiana asustada, refiriéndose a los rumores.
—No sé.
Cerca del cobertizo se escuchó un ruido. Ambas chicas pegaron un respingo.
— ¿Escuchaste eso? —dijeron casi al mismo tiempo.
Intercambiaron una mirada aterrada y luego se pusieron en movimiento, con algo de vacilación, caminando en sentido a los ruidos. Antes de llegar al cobertizo se detuvieron. Sin saber si continuar.
—Debe ser un animal. Un zorro o algo así —opinó Daiana, aunque no muy segura.
Entonces Paula, que asintió con la cabeza, dio unos pasos más y abrió la puerta del cobertizo. Dentro no había un zorro sino una persona. Un hombre alto las miraba desde la oscuridad.
— ¡Ahhhhhhhh! —gritaron las dos chicas, mientras retrocedían unos pasos.
Entonces, saliendo desde la oscuridad del cobertizo, apareció en el umbral el señor Parker.
Paula se llevó una mano al corazón tratando en vano de calmarse. ¿Qué demonios hacía ese hombre allí? ¿No tendría que estar trabajando en el pueblo a esas horas? ¡Casi le da un infarto!
Daiana estaba tan sorprendida y asustada como ella.
— ¡Paula! ¿Qué pasa? —la señora Parker venía corriendo en dirección a ellas. Había escuchado sus gritos y salió corriendo asustada.
— ¡Ah! Nada... nada —dijo Paula contrariada.
La mujer vio a su marido allí y se quedó de piedra.
— ¿Qué hacen deambulando en mi jardín? ¿Y tú quién eres? —dijo groseramente el hombre, mientras miraba a la otra chica, con sus grandes y enrojecidos ojos.
—Ella es mi amiga, Daiana —dijo Paula, ruborizándose de vergüenza por la descortesía de su pariente.
—Cariño... no sabía que estabas aquí —dijo la señora Parker acercándose a su marido.
El hombre le largo una mirada muy severa que hizo que la mujer enmudeciera.
— ¡Se me dio la gana volver! —dijo de mal humor y se dirigió hacia la casa. Su mujer lo siguió de cerca.
Las dos amigas en cambio se quedaron allí. Cuando los señores Parker se perdieron de vista al rodear la casa, Daiana largó un sonoro suspiro y puso las manos en la cintura.
— ¡Casi me mata del susto! —dijo la joven mujer, luego comenzó a reír con nerviosismo—. Por un momento... pensé que era un fantasma o algo del más allá.
—Sí, yo también.
—Esa sombra que viste, seguro que era tu tío —dijo Daiana, luego de reflexionar un rato—. Ya me estaba alterando.
—No sé... La sombra era pequeña, no parecía de un adulto —susurró Paula con el ceño fruncido.
Daiana la miró vacilante, como si estuviera a punto de decirle algo.
— ¡Paula! ¡Ven! —se escuchó a lo lejos. La señora Parker la llamaba.
Su sobrina largó un ruidito de fastidio.
—Será mejor que me vaya. Seguro ya es la hora del almuerzo —dijo su amiga, algo incómoda.
Las dos se dirigieron hacia la parte de adelante de la casa y Paula acompañó a su amiga hasta la verja de entrada. La abrió, se despidió de ella y vio cómo se perdía por el camino. Luego entró a la casa. Daiana llegó hasta el bosquecito, pero no siguió por el camino que conducía hacia la ruta, prefirió rodear los árboles; aunque por ese lado se fuera a tardar más tiempo. No le gustaba ese bosquecito y después de lo que había pasado se sentía algo inquieta.
Antes de que la casa se perdiera de vista se dio la vuelta. No le gustaba dejar a su amiga sola en esa vieja casona, en compañía de esas personas. Ni la casa ni los señores Parker le gustaban mucho.
Más tarde y luego del almuerzo, Paula subió a su habitación para acostarse un rato. Estaba cansada y algo contrariada. El almuerzo había sido muy tenso. Su tía estaba muda y su tío de muy mal humor. ¿Qué habría estado haciendo encerrado en el cobertizo? Pensó desconcertada, mientras se sentaba en la cama.
Estaba por acostarse cuando de reojo le pareció ver un movimiento extraño en el jardín trasero. Su corazón comenzó a latir con fuerza y sus manos temblaron un poco. Poniéndose de pie, observó tras la cortina... Parecía haber algo detrás del tronco del manzano. Como una persona pequeña escondida.
Asustada dio unos pasos, corrió la cortina y abrió la ventana. Miró con mucha atención hacia el manzano... Sin embargo, allí no había nada. Totalmente confundida, volvió a cerrar la ventana y se recostó de lado en la cama, pensando que podía haber sido un niño pequeño...
Un niño pequeño jugando a las escondidas.
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