Capítulo 26

Maddox

No sé qué había pasado. En un segundo estaba en la habitación de hospital besando a Christian; al otro, me encontraba fuera de la casa de mi niñez. Una antigua cabaña al exterior de Nueva York, rodeada de zonas boscosas. No había estado en este sitio desde hace años.

Aquí, pasé algunos de los mejores momentos de mi vida, aventuras, sueños y vivencias que no quise ensombrecer con tristeza luego de la muerte de Daniel. Es por ello que jamás regresé.  Solo con verlo mi pecho se llena de dolor, sin embargo, hay más, algo que nunca pensé encontrar en este sitio: Paz.

Y una suave voz susurra en mi oído: Ahora estás en casa.

—Pero es que lo estás...

El sonido de la masculina voz me sobresalta, sobre todo por lo familiar que me resulta y, en cuanto miro en la dirección que vino siento mis ojos empañados en lágrimas. En las escaleras del porche de la entrada a la casa, un joven Daniel yace sentado. Con su resplandeciente sonrisa llenando su rostro; sus ojos azules como un cielo en primavera fijos en mí. No parece haber envejecido ni un poco desde el instante que murió.

Eso solo acrecienta el hecho de que esto no es real.

—¡Oh!, pero lo es. —Ríe con suavidad a la par que se coloca en pie y solo logro negar con la cabeza.

—Estas muerto Daniel —le recuerdo sintiendo mi corazón a punto de romperse.

—Lo estoy, pero eso no significa que no esté contigo ahora.

Daniel se acerca hasta estar a pocos pasos de mí. A pesar de que murió por mi culpa, de que no pude salvarlo, no hay en sus ojos ni una sola gota de reproche.

—Lo siento —sollozo finalmente, sin poder evitarlo. Las palabras que llevan en mi pecho desde que esa bomba cayó por fin estallan—. No pude salvarte.

Daniel se acerca y me abraza. Su piel es suave y cálida.

—No siempre tenías que salvarme Maddox, fue mi decisión estar ahí. LO que pasó no fue tu culpa, ere mi destino. —Sus dedos tocan mi rostro apartando mis lágrimas—. Yo fui feliz de estar en mis últimos días contigo.

—Si hubiese llegado más rápido...

—Quizás habríamos muerto ambos— me interrumpe—. Pero yo quiero que vivas Maddox, por mí; pero sobre todo por ti. Porque tienes derecho a ser feliz.

Vuelvo a abrazarlo con fuerza. No importa el tiempo que pase. Daniel siempre será mi bebé.

—Algún día nos veremos hermano. —murmura—. Solo no vengas muy pronto, aun tienes muchas cosas que hacer y personas que te aman allá. —Sonríe—. Es mi turno de cuidarte a ti desde este sitio. Yo nunca tuve nada que perdonar Maddox, pero llegó la hora que te perdones a ti mismo.

Niego.

—No quiero decirte adiós otra vez...

Daniel se empina y besa mi mejilla.

—Esto no es un adiós hermano; es un hasta luego. Mientras tanto, ríe, sé feliz y vive. Haz todo lo que siempre has soñado; no vengas a este sitio con remordimientos ni listas de pendientes.

Asiento y vuelvo a abrazarlo. Esto es lo que siempre quise hacer. Abrazarlo por una última vez.

—¿Sabes que te amo Daniel? Hubiese dado mi lugar por ti sin dudarlo.

—Yo también te amo, pero es hora de que dejar de pensar en mí de esa manera; piensa en el futuro y recuerda lo que vivimos en esta cabaña, no es medio de la guerra.

Daniel se separa y coloca un suave beso en mi mejilla.

—Nos vemos pronto Maddox. —Se gira para caminar hacia el interior de la cabaña, pero se detiene a último segundo—. Él me agrada, te hará feliz hermano.

Y después de eso, desaparece.
Vuelvo a quedarme solo, pero esta vez con una sonrisa en los labios y una cálida emoción en el corazón.

***

Despierto y puedo sentir la lágrima descendiente por mi mejilla junto a la risa de mis labios. Vuelvo a estar en el hospital con Christian frente a mis ojos. Su frente está pegada a la mía y solo puedo abrazarlo y llorar.

Lloro por Daniel, por lo que hablamos, porque siempre lo amaré; por el pasado que no se puede cambiar, por el futuro que, por primera vez en mucho tiempo me permito soñar. Por los que amo, por la paz que siento...

Solo lloro...

Y Christian no deja de abrazarme ni en un solo segundo.

—¿Cómo lo hiciste? —pregunto, porque sé que mi Dios tuvo algo que ver—. ¿Fue real?

Christian asiente.

—Es una de las ventajas de ser un Dios de las sombras; puedo invocar el alma de una persona durante varios minutos; solo elegí un lugar de tu mente con recuerdos felices para manifestarla ahí. Pero el resto fue real Maddox.

—¿Lo viste?

Christian niega con suavidad.

—Necesitabas espacio y tiempo para ustedes.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque quiero que entiendas que eres digno de amor, que merecías perdonarte. Quiero que me creas cuando te digo que me enamoré de ti Maddox.

Siento como mi pecho se dispara; los latidos de mi corazón resuenan en mis oídos como si fueran tambores. Me hubiese conformado con que Christian no se fuera, que se quedara conmigo; sin embargo, jamás pensé en esto, no me atrevía a desearlo. Tenía miedo de que el Dios huyera de mi lado de hacerlo.

Christian debe de percibir mi confusión porque sonríe y vuelve a besarme.

—Antes de que me llevaran quería decirte que me quedaría contigo; pero ahora ha sido mejor.

—¿Por qué? —pregunto entre una sonrisa y nervios.

—Porque de otra manera ambos siempre hubiésemos tenido dudas y miedos de lo que pasaría si recuperaba mis poderes. Ahora los tengo, has visto mi verdadera forma, contemplaste mis poderes y me sigues mirando igual que siempre Maddox. —suspira—. No me quedo contigo porque seas mi única opción, me quedo contigo porque soy liebre y el único sitio en la tierra en el que anhelo estar es a tu lado.

Sin poder contenerlo más me siento en la cama jalando a Christian entre mis brazos. Le beso con fuerza, con amor y anhelos. Le beso porque le deseo y porque quiero transmitirle todas las emociones en las que siento que las palabras no son suficientes.
Mis manos se enredan en sus cabellos, sus uñas arañan mi cuello. No me importa, solo quiero sentirlo y besarlo.

—Llévame a casa Maddox. —susurra contra mis labios.

—A casa. —Me gusta cómo suena— ¿Dónde es eso?

—Cualquier sitio, siempre que estés conmigo.

FIN.

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