Capítulo 18

Maddox

Sangre y gritos. Dolor y pólvora. Sus ojos azules, alegres y tristes al mismo tiempo. El adiós, la despedida no formulada. Mi Daniel, mi vida...

Despierto agitado en medio de la noche, con mi pecho subiendo y bajando de manera apresurada. Mis pulmones ardiendo en una lucha por búsqueda de aire. Puedo sentir el sudor corriendo por cada musculo de mi cuerpo; todo ello debido al fuego, el humo y las heridas que tuve segundos antes...

¡No! No fue hace segundos. Ocurrió, hace años. Tan solo...

«Fue solo un sueño». Susurra la suave voz en mi cabeza que intenta mantener mi cordura.

Mis ojos parpadean desesperados para adaptarse a la oscuridad de la habitación en la que me hallo. Efectivamente, no estoy en un campo minado, no me encuentro en medio de una guerra, con fuego, sangre y explosiones por doquier. Estoy en mi recamara, en un antiguo castillo de Escocia; pero el dolor de mi pecho arde como si cada cosa fuera real. Paso mi mano por la zona, encajando mis uñas en mi propia piel como si pudiese arrancar el corazón que late bajo mi torso. Debo de morder mi lengua para contener un sollozo al recordar los azules ojos, las tiernas pupilas que me ruegan que siga adelante con mi vida, pero que, cada vez que me observan, tan solo puedo sentir la culpa persiguiéndome.

Una suave mano roza mi espalda y, en un acto reflejo, me giro apartándole de un manotazo. Me giro y el sorprendido rostro de Christian me observa ¡Mierda!

Ahora puedo recordarlo todo mejor.

Como todas las noches desde los últimos días, Christian había venido a dormir a mi habitación. A ciencia cierta, nunca le invite ni él había pedido permiso. Tan solo fue algo que ambos asumimos y aceptamos. Su cuerpo cálido siempre me relajaba a la hora de dormir; sin embargo, esta era la segunda vez que Christian me veía despertar así. Puede que no esté aun del todo consciente, pero sé lo que vio, han sido demasiadas noches, durante demasiados años levantándome entre gritos y espasmos de un dolor invisible. Con todo mi cuerpo inquieto como si solo quisiera huir lejos de las cosas que me rodean, de las pesadillas y malos recuerdos. Mis ojos en una mezcla de ira y frustración. Mi respiración jadeante y mis puños abriéndose y cerrando como si quisiera romper algo.

Sí, sin duda alguna, es la segunda vez que Christian me ve en mi momento más vulnerable. Cuando solo quiero doblarme sobre mí mismo y echarme a llorar; a pesar de que nunca lo he hecho.

Christian aun me mira en silencio, con su mano suspendida en el aire luego de que la aparté de mí. Miré sus ojos esperando ver que la sorpresa continuara, quizás también un poco de lastima; pero la emoción que vi reflejada en su mirada fue una que no soy capaz de comprender y, por primera vez desde que llegue, siento miedo del Dios de la nada. Que me haya atrapado en este segundo donde siento que toda mi alma se encuentra tan expuesta, siempre es así luego de las pesadillas. Ni siquiera Samson, mi amigo más cercano, me había visto en estos momentos.

Siento un trueno resonar a lo lejos y una risa histérica y entrecortada comienza a escapar de mis labios. Intento tapar mis labios para ocultarla; no obstante, simplemente es incontrolable. Vaya mierda todo, incluso la propia naturaleza tiene su manera de burlarse de mí en estos momentos. Christian sigue sin hablar. Solo suspira y se coloca en pie, no enciende las luces mientras se dirige a una de las puertas laterales en el interior de la habitación; sé que va al baño que tengo en mi recamará.

La verdad es que no lo culpo. Si fuese él tampoco querría estar en la habitación conmigo ahora, sin saber que decirme o como tratarme. Sin querer implicarse emocionalmente. Aun así, la perdida de Christian en mi cama me puso más nervioso e indeciso, hizo que cada sensación se volviese más cruda y real.

Puedo escucharlo desde aquí caminando por el baño, sus pasos ligeros y rápidos. El grifo de la tina abriéndose y cerrándose luego de varios minutos. La sombra de su figura resalta en la luz bajo la puerta. Quiero llamarle y pedirle que vuelva, decirle perdón por el manotazo involuntario; pero Christian siempre trata de alejarse tanto de los panoramas emocionales que me preocupa que solo salga corriendo y se aleje más. Para mi sorpresa, el pequeño Dios retorna a la habitación, su postura aun serena e indescifrable mientras que se acerca a mí y, ante todo pronóstico, extiende su mano para que la tome.

—Ven conmigo. —No es una petición a pesar del tono relajado de su voz.

Por primera vez, no protesto ni bromeo con el hombre frente a mí porque me doy cuenta que, cuando tomo su mano y camino pocos pasos detrás de él, todo el dolor que habita en mi alma se desaparece y el resto del mundo pierde sentido. ¡Mierda! ¿En qué momento ocurrió esto? ¿En qué momento comencé a necesitarlo más que mi próximo aliento?

La sorpresa me invade por completo cuando entramos al cuarto de baño y noto que la tina está llena, las recientes burbujas resaltan en la superficie de la misma y el olor de lavanda de algún tipo de jabón líquido llena mis fosas nasales. Christian suelta mi mano el tiempo suficiente para abrir un pequeño cajón en una esquina y sacar algunas sales de baño para verter en la bañera.

—Me han dicho que son relajantes, Declan pensó que sería buena idea dejar algunas en el castillo cuando llegué aquí. —Noto el atisbo de una broma en su tono de voz, pero ahora mismo el nudo de emociones en mi garganta me impide hablar al terminar de comprender lo que estoy viendo.

«Christian preparó todo esto para mí».

Me tambaleo unos pocos pasos en su dirección. El pequeño Dios de oscuros cabellos se gira para quedar de frente a mí al ver lo que hago. Atrapo su suave rostro entre mis manos, continúo sintiéndome incapaz de hablar, por lo que solo pego mi frente a la suya. Para mi sorpresa, Christian rodea los lados de mi cintura con sus manos, acercándome decidido a su cuerpo.

—Déjame ayudarte a quitarte los pantalones para que puedas tomar un baño.

Aun incapaz de hablar asiento; solo llevo puesto los pantalones del pijama dado que suelo llevar el torso desnudo para dormir, por lo que Christian no demora es desnudarme por completo. El Dios retrocede algunos pasos y noto que va a alejarse y antes de poder detenerme le tomo de la mano.

—¡No quiero que te vayas! —La voz escapa de mis labios un poco rasposa debido a lo poco que he hablado.

La mirada de Christian vuelve a mi figura, un poco sorprendido y curioso.

—No iba a irme, solo a tomar la esponja. —Señala el pequeño cajón y asiento nervioso.

La noche está siendo un completo dolor de cabeza y sin poder hacer nada más, me meto en la tina sintiendo como el agua caliente comienza a relajar cada uno de mis tensos músculos. Es increíble que Christian haya tenido esta consideración hacia mi persona a pesar del arranque de nervios que aun poseo desde que me desperté.

Cumpliendo a su palabra, Christian retornó a mi lado; solo que ahora también se encontraba desnudo. Solo llevaba una esponja de baño en sus manos, el cual comenzó a utilizar sobre mi pecho en cuanto entró a la bañera sentándose entre mis piernas. No dijo nada, solo quitaba el sudor de las pesadillas de mi cuerpo. Sus suaves caricias relajaban más todo mi ser que cualquiera de las sales de baño que hubiese utilizado en el agua.

Nos mantuvimos así varios minutos y, cuando por fin me centré en el azul de sus ojos, ya no veía un fantasma pasado de ese color ni mi corazón se sentía tan oprimido.

—Gracias por quedarte conmigo —susurro sin saber bien cómo proceder. Es evidente que ambos estábamos explorando un nuevo terreno.

—Te preguntaría si te sientes bien —Sonríe con suavidad—. Pero creo que sería algo un poco tonto viendo lo nervioso que estabas.

Y, aunque quizás con otra persona eso me hubiese hecho soltar algún comentario mordaz y burlesco, ahora solo logro sentirme agradecido.

—No estaba bien, —Alzo mi mano de tal forma que mis dedos rozan con suavidad su mejilla—. Pero ya comienzo a estarlo.

Christian asiente.

—No sabía bien que hacer, nunca me había pasado algo así.

—¿Nunca habías visto a alguien con pesadillas? —Interrogo incrédulo de sus palabras, era un poco difícil de imaginar debido a todos sus años vividos.

—Nunca había querido calmarlos.

No puedo controlarme, la calidez que invade mi pecho es desbordante y antes de darme cuenta estoy jalando a Christian más fuerte contra mi pecho mientras que beso su frente. Mis dedos enredándose en sus cabellos con poca delicadeza. Al contrario de mis movimientos, las manos de Christian acarician mi espalda y mi nuca casi con cariño; no me dice nada, solo me mantiene a su lado, como si pudiera intuir que es todo lo que necesito.

—¿Quieres contarme? —interroga con suavidad y, para mi sorpresa, casi con miedo. Un miedo cargado de respeto y dudas. Son esas emociones las que me recuerdan que Christian no está adaptado a ser el sostén de nadie; no acostumbra abrazar mientras otros tienen pesadillas, a mantenido al resto del mundo alejado de él por generaciones y, a pesar de todo eso, está aquí conmigo. Dispuesto a escuchar luego de haberme preparado un baño para que mis temores y nervios se alejaran. Ese único detalle provoca que un calor florezca en mi pecho hacia el Dios; ahora sé algo definitivo, no quiero que se aleje, no quiero dejarlo—. Si te sientes mal no quiero...

—Tenía un hermano —le interrumpo ignorando el temblor de mi voz, tengo miedo a perder el valor de continuar, por lo que no lo pienso demasiado—. Se llamaba Daniel.

Paro de hablar y Christian se acomoda más sobre mis piernas, gira su cuerpo de tal manera que ahora su espalda está pegada a mi pecho. Sé que lo ha hecho para que no me sienta mal mientras le cuento; sus manos entrelazadas con la mía y su cabeza recostada con suavidad contra mi torso me demuestran su apoyo en esto.

—Daniel era mi hermano pequeño. —Sonrío, aunque no logro encontrar alegría en mis propias palabras—. Era un dolor de cabeza, siempre estaba a mi lado; travieso y feliz, era un creador de problemas experto. Tú, Reyes y Michael lo hubiesen amado. —La risa escapa de mis labios ante el recuerdo de los dulces momentos y siento mis ojos empañarse, los cierro con fuerza. Jamás había llorado por esto y menos delante de otra persona. Las manos de Christian aprietan más las mías—Daniel tenía la maldita costumbre de querer seguirme a todos lados. —Algo que me parecía encantador en esa época—. Era solo un año menor que yo, por lo que cuando entré al ejercito no pasó demasiado tiempo que él hizo lo mismo y pidió ser puesto en mi pelotón.

—Te admiraba —susurro Christian con la decisión suficiente en su voz como para darme cuenta que no era una pregunta; eso me hizo suspirar cansado.

—Un defecto que hubiese dado mi vida en corregir si hubiese sabido lo que ocurriría por ello —respondí con crudeza. A estas alturas estoy seguro que el Dios sabía sobre el final de Daniel, ya sea porque hablo de él en tiempo pasado o a presenciado lo suficiente mi reacción en medio de las pesadillas; sin embargo, sus manos continuaron apretando las mías. No me apuró a continuar la historia, sino que me dio mi propio ritmo para proseguir—. ¿Sabes? En esa época ni siquiera pensaba en ser asesino; al contrario, me gustaba la idea cumplir mi servicio en lo militar y luego volver a casa y hacer algo. —Irónicas las vueltas que da la vida—. El campamento en el que estábamos no era activo, sino más bien de entrenamiento, a veces llevábamos provisiones a otros campamentos. Daniel la pasaba bien, ayudaba en las cocinas y le animaba imaginarse como un soldado al igual que a muchos jóvenes. —Sentí la primera lágrima cayendo por mi rostro y mi labio tembló en desesperación—. Nos faltaba una semana para volver a casa de visita.

Abracé con fuerza a Christian ocultando mi rostro en su cuello. Si sintió las lágrimas no lo dijo.

—Jamás imaginamos ese ataque sorpresa; desperté en medio de la noche agitado por una explosión, había heridos, sangre por todos lados, gritos de dolor. No podía caminar bien, pero me negaba a marcharme sin Daniel, tenía que buscarlo así que salí en su búsqueda. Estaba perdiendo las esperanzas, había tantos cuerpos. Fue entonces que lo vi, una de sus piernas estaba atrapada y sangraba un poco; pero, fuera de ello, lucía bien. Sentí una paz enorme cuando sus azules ojos se posaron en mí. Quizás lo peor del momento fue ver su paz porque, cuando pensé que podríamos irnos, volvieron a caer bombas y esa mirada fue lo último que vi de mi hermano.

Podía sentir las lágrimas cayendo por mis mejillas de manera desesperada, una detrás de otra. Para mi sorpresa, decir en voz alta todo lo que ha oprimido mi pecho durante años, se siente reconfortante.

—Cuando desperté en el hospital a los dos días me dijeron que ya Daniel no estaría conmigo; lo más difícil es saber que nunca volvería a verlo, que el no realizaría todos los sueños que anhelaba. A veces creo que no llegué a decirle del todo lo que él significaba para mí; es irónico como, en ocasiones, normalizamos la presencia de muchas personas, pero una vez que no los tenemos nos damos cuanta de lo mucho que les necesitamos en nuestras vidas. Mi hermano era mi vida Christian y yo le fallé.

Christian se gira finalmente con suavidad. Sus dedos acariciando mis mejillas para apartar las lágrimas de mi rostro. Todos dicen que no posee emociones, pero ver la amabilidad con la que me observa ahora ayuda a que no termine de derrumbarme.

—Si tu hermano estuviera vivo ahora, te contaría que no se arrepintió de pasar sus últimos días contigo; si fue allí a tu lado, creo que te amaba tanto como tu a él. —Sus gentiles dedos apartan los mechones mojados de mi cara. —¿Cómo es que terminaste siendo asesino cuando no lo querías Maddox?

Alce mis dedos del agua para señalar el tatuaje escrito en latín sobre mi cuerpo: Vive menor leti.

«Vive recordando la muerte».

—Me di cuenta que no sabemos cuanto tiempo estamos en la tierra, que no debemos dar por hecho los planes o a quienes nos rodean; pero aun así no le hallé sentido y, por mucho tiempo, busqué una salida. Viví buscando la muerte.

Noto el horror en sus ojos ante la comprensión de mis palabras.

—Esperabas que te mataran.

Asiento.

—Lo hice, pero encontré a Samson; él fue mi mejor amigo y vi que mi vida no estaba terminada. Ahora te tengo a ti y, simplemente, no quiero morir. No quiero darte por sentado. Sin embargo, al mismo tiempo eso me hace sentir tan culpable porque...

No puedo terminar de hablar. Los labios de Christian se apoderan de los míos; primero con suavidad, de forma casta y, poco a poco, aumentando la intensidad. Sus manos rodean mis mejillas para impedir que me aleje y, de forma suave, su boca viaja hacia la comisura de la mía para después subir por mi rostro a mi ojo herido y la cicatriz que lo recorre.

—Yo no sé que pueda ofrecerte, no puedo prometerte quedarme; nunca he buscado eso. Pero, de la manera egoísta, quiero aprovechar esto Maddox.

Vuelvo a apretarlo con fuerza contra mi figura, mis manos acariciando todo su desnudo cuerpo. Mi boca jugando con el pulso en su cuello.

—Sé egoísta, no me importa. Te tendré el tiempo que me sea permitido. —Me sentí capaz de sonreírle y, al hablar, supe que mis palabras eran ciertas—. Creo que yo mismo he perdido mi apuesta puerco espín, te ganaste ir conmigo a una boda.

Y mientras le tomaba en esa misma bañera. Fui consciente de que, mientras Christian estuviera a mi lado no habría más fantasmas al acecho para mí. Solo un temor, porque no sabría que hacer cuando se fuera; ¿sería perderle el precio que tenía que pagar por mis pecados? Christian era mi verdadera condena.


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