48.


—Si eres URSS —respiró profundo—, si de verdad lo eres... —le comía la expectativa—. Dime algo que solo él sabría.

—Стреляя звезда.

—Pero no la tuya —se enfadó.

Rusia rio bajito.

—Sucumbiste a un romance casi letal, que no te convenía y que ni siquiera te daba un beneficio... Pudiste morir por traidor.

—Todos saben que me gusta el peligro, y eso no prueba nada.

—Tres veces casi nos descubren entre las calles de Utrecht, Paris y Riga.

Sonrió ante la perplejidad del americano, ante el boqueo sin ritmo y la falta de reproche a su palabra.

—En la última ocasión, engendramos a los precursores de nuestro más grande sueño... Solo nuestro... Cada quien se fue con el suyo y callamos todo durante años.

—Mentira —USA intentó negarse, pero ya era inútil.

—Ellos existen desde mucho antes de que fueran oficiales. Los ocultamos por seguridad, por miedo, y para no levantar siquiera una mínima sospecha.

—Y cada uno fue amado en silencio.

El estadounidense bajó la mirada sin creer lo que había escuchado, jugando frenéticamente con sus dedos.

—Eres la estrella de mi inmensa oscuridad —clamó el eslavo sin dejar de apreciar las expresiones de USA.

—Y tú... eres el feo y odioso universo al que quiero llegar —completó.

Porque esas dos oraciones formaban parte de un juego de palabras y promesas dadas entre el secreto de las madrugadas en medio de una guerra casi infinita y cruel.

Eran palabras que solo ellos dos sabían, y que se dedicaron decenas de veces en susurros.

—Tenemos otra oportunidad —susurró.

—¿URSS? —lo miró de frente.

—América —le acarició el mentón con su pulgar, como hizo hace muchos años, y como quiso volver a hacer durante otros tantos.

—Sí eres URSS... —sollozó bajito—. El vestigio de lo que fue.

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