47.


—¿Cómo sabes que no soy URSS?

USA estaba muy harto, así que le iba a contestar.

—Para empezar, a tu cara odiosa le hace falta el brillo de ese soñador idiota y terco... —sonrió ante el recuerdo que tenía de URSS, pero después se enfadó—. Y tu rojo es muy feo a comparación.

Rusia rio bajito, divertido por esa actitud a la defensiva y casi infantil.

—Siempre eres así —afirmó.

—Tú solo quieres jugar conmigo, enloquecerme. Es tu estrategia para estropear mi grandeza. Pero no podrás.

—No podría apagar a una estrella.

El americano vio al ruso por un momento, apretando los labios un poquito, y suspirando casi desesperado.

—Deja de decir cosas que él diría. Te lo advierto... Porque me voy a cansar y ¡voy a meterte una bala por el trasero!

—¿Cómo sabes que no soy URSS? —sonrió divertido.

—¡Porque eres Rusia!

Odiaba aquellas risitas profundas y la expresión de satisfacción de Rusia.

Se alejaba lo más que podía.

Estaba muy estresado.

—¡ONU bebé! ¡Haz que se aleje de mí!

—USA, no me llames así.

—Aléjalo de mí.

—Deberías ignorarlo. Si te das cuenta, él solo se burla de tu desesperación.

—¿Y crees que no lo intenté? —suspiró y se recostó en el escritorio de ONU—. Cada que hago eso... me dice alguna cosa que solo URSS hubiese dicho.

—Es hijo de URSS, imitarlo sería muy fácil, ¿no crees?

—Sí.

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