34.


—Eres como una mula terca.

—Y tú como un oso gruñón y amargado.

Eran pelas comunes, casi tradicionales desde mucho antes que tuvieran su primer desliz pasional.

—¿En serio quieres irte con los demás?

—¿Te preocupa que me muera en batalla? —bufó ofendido—. No soy tan débil.

—Me preocupa que no vuelvas.

—Volveré, mi amor —se acomodó las gafas oscuras y sonrió—. Y tendrás que soportar mis quejas por falta de sueño y hambre.

—Solo vuelve, América.

Porque en la guerra, nada estaba asegurado. Y tenía dudas. Siempre había dudas.

—URSS... no tengo ganas de morirme, así que volveré —le dio un beso cariñoso y lento.

Pelearon un poco más, se dijeron una promesa tonta como cualquier pareja enamorada, y se despidieron con el roce de sus dedos.

Sabían que comunicarse en ese periodo de tiempo lejos, sería casi imposible.

Así que solo les quedaba esperar.

Y tener fe.

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