Capítulo 15: Robert

Ante mis ojos resalta el enorme lago en medio de la vegetación, ríos y formas rocosas se encuentran a los costados; un pequeño Castiel, esta vez de siete u ocho años de edad juega en la orilla, no obstante, continúa viéndose solitario justo como en el primer sueño que tuve, aunque en esta ocasión la sonrisa en su rostro le da una apariencia un poco más feliz.

Sus cabellos continúan siendo de un negro azabache largo, me pregunto si siempre lo ha llevado así. Su rostro aún no posee las facciones duras y recias del hombre que conozco, todo lo contrario, sus mejillas infladas y sonrojadas le brindan una apariencia angelical. Lo único que le diferencia de un niño humano son las dos enormes alas a sus espaldas, cada una de ellas negras como su propio cabello y de varios metros de largo; también resaltan a la vista sus garras en sus pequeñas manitas. Las filosas garras negras contrastan demasiado en los deditos de Castiel, suaves y tiernos, como si no perteneciesen ahí.

El pequeño dragón juega con el agua de manera tierna, chapoteando con sus alas y brincando de un lado a otro.
Cuando parece que alguien llama su nombre el niño alza la mirada y observa sobre su hombro, una ola de nervios se encamina por mi estómago cuando noto la felicidad en la sonrisa de Castiel, una sonrisa que no le he visto hasta el momento solo aquí, pero hay algo más, algo que si no fuese un sueño no admitiría, tengo celos.

Castiel sale del agua corriendo y se encamina a los brazos de un hombre; su estatura es un poco más baja que la mía y sus cabellos son de una hermosa tonalidad dorada como si fuesen rayos de sol. No soy capaz de verle por completo el rostro, la distancia no me lo permite y por algún motivo es como si no pudiese moverme de mi sitio.

El hombre posee unas enormes túnicas azules y no puedo evitar pensar que luce con la hermosura y la gracia de un ser celestial; su túnica es como un bello cielo y hay contorno de plantas y sobrenaturales en ellas; simplemente hermoso.

Noto que Castiel abraza al hombre adulto y le besa la mejilla mientras que este pasa su mano por los cabellos del menor.

—Castiel— le llamo, sin embargo, para Castiel es como si yo no estuviese ahí; no me oye, no me mira.

Por otra parte, el hombre que le sostiene sí gura su rostro en mi dirección, tan solo puedo ver unos hermosos ojos azules en su cara y el inicio de una sonrisa en sus labios; el resto del rostro es como si estuviese difuminado para mi vista.

—¿Quién eres? —interrogo comenzando a ponerme nervioso.

Quiero moverme y arrebatar a Castiel de sus brazos, protegerle en los míos, aunque el hombre no parece hacerle ningún tipo de daño, por el contrario, le acaricia de forma tierna, casi paternal.

—Soy importante para él.

—¿Quién eres? —repito la pregunta— ¿Por qué Castiel no me mira? ¿Qué es esto?

—Esto es un recuerdo Robert, un recuerdo de la vida de Castiel, él no te mira porque no estaban vivo en ese momento.

—¿Y por qué tú sí sabes de mí?

—Porque necesito que lo veas, pero ahora es tiempo de despertar.

Un simple chasquido de los dedos del hombre y la figura de Castiel se vuelve borrosa, la visión del paisaje se convierte en inexistente. Es el momento de despertar, el suelo se ha acabado.

***

Despierto en mi propia cama con el pecho subiendo y bajando de manera agitada. Siento el sudor envolverme y, al mismo tiempo, mi piel erizada por la necesidad.

«¡Solo era un sueño! ¡Solo era un sueño!». Me repito nervioso a mí mismo una y otra vez, solo era un sueño, no obstante, se sentía tan real. Esa impotencia de no poder acercarme a Castiel, y el desconocido…

Aunque sostenía a Castiel como si fuese lo más delicado del mundo había algo raro en la imagen. También estaba el otro punto, ¿un recuerdo?, el hombre dijo que aquello que vi fue un recuerdo de la vida de Castiel cuando era un niño. Si eso es de esa manera el primer sueño que tuve también lo fue. Castiel en verdad ha vivido tanto y tan solo…Esa sola idea oprime mi pecho de amargura.

¿Cómo es posible? Una vida tan solitaria.

¿Por qué me enseñan estos recuerdos a mí?

Por algún motivo duda que sea Castiel quien lo haga dado que ni siquiera me mira en el sueño, por lo que debe ser el otro hombre.

Estoy tan sumergido en estos pensamientos que no me percato que no estoy solo en la habitación hasta que el colchón a mi lado se hunde mostrando la presencia de un cuerpo a mi lado. Ni siquiera debo de girar la vista para notar de quien se trata. El olor masculino y tan familiar llena mis fosas nasales y, en contra de toda lógica, solo con sentir su presencia mi pulso se relaja.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con suavidad, todavía un poco aturdido por todos los sucesos del día y de mi subconsciente.

—Parecías tener una pesadilla. —Las enormes manos del hombre me envuelven y me jalan contra su desnudo pecho y yo no me opongo.

Rodeo su cuello con mis manos buscando la tranquilidad que me propicia su abrazo, mi mente traidora viaja a los sucesos de ayer en la noche; la forma en que despertamos casi igual y la manera en que Castiel me llenó con su cola en todos los sentidos posibles de la palabra. Mis mejillas se sonrojan por el recuerdo e intento alejarme del fuerte cuerpo un poco incómodo, pero Castiel se niega a apartar sus manos de mí.

—No deberías estar aquí.

—¿Continúas enojado conmigo? —Hay un poco de dolor en sus palabras y no puedo evitar alzar la vista para mirarle a los ojos.

La visión de sus rasgadas pupilas me quema y debo recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no soltar el gemido que se oprime en mi garganta.

—Eso no importa. —Intento apartar la mirada—. No es como que puedas ocultar tus verdaderos pensamientos.

—Esos no son mis verdaderos pensamientos.

—¿No crees que soy una maldita puta que se folló a un lobo y después fue tan imbécil de enamorarse de él? —Hay sarcasmo y dagas filosas en mis palabras.

Castiel solo me observa y luego de varios segundos es que se digna a responder.

—No lo creo mi amor; no tiene nada de malo que te hayas enamorado de una persona con la que tuviste relaciones, eso no me dice nada, solo que tuviste sentimientos verdaderos por él; pero no voy a mentir Robert, estoy muerto de celos. —Hace una pausa y siento sus labios rozando mi mejilla, luego mi cuello—. Tengo tantos celos bebé, pero no celos de que hayan tenido sexo, sino celos de que sé que esa persona significa algo para ti, algo profundo; tengo celos de pensar que quizás nunca me veas de esa manera.

Las palabras se cortan en mi garganta, siento mi corazón latir y no puedo apartar la mirada de sus ojos.

—¿No es eso un poco posesivo?

—Soy posesivo M´ionmhas, cuando se trate de ti siempre seré posesivo.

—Ser posesivo puede ser malo Castiel. —Aunque la verdad ahora estoy más que excitado—. No quiero alguien que maneje mi vida, no quiero que me dirijan y me digan a quien puedo ver o a quien no.

Los ojos de Castiel muestran fuego puro, muestran muchas emociones que no estaban en los ojos del niño de ocho años que vi hace unos instantes, Castiel es un hombre con anhelos y deseos.

—No quiero dirigiste Robert, soy posesivo, pero eso no significa que no puedas elegir qué hacer con tu vida, solo quiero que seas mío. —Besa mi frente con cariño—. Cuando tengas dudas de las diferencias recuerda que siempre hemos llegado en esta relación hasta donde tú quieres que lleguemos. Tú ordenas y si me dejas seré tu eterno ciervo.

Vuelve a besar mi frente, pero en esta ocasión cuando aparta sus labios no me da oportunidad de hablar. El dragón se coloca en pie conmigo en su regazo y me lleva hacia el balcón, la verdad es que la zona en más que amplia para ambos. Castiel expande sus alas y en menos de un parpadeo se lanza al aire, cierro mis ojos y me agarro a su cuello, puedo sentir el aire frío de la noche acariciar mi piel debido a que solo llevo puesto un pantalón.

Cuando volvemos a tocar el suelo nos hallamos a las afueras del castillo.

—¿Por qué estamos fuera? —interrogo a la par que intento colocar mis pies es el suelo.

—Quiero llevarte a un sitio M´ionmhas, pero no puedo volar hacia allí en forma humana, sería más incómodo para ambos, —alza sus dedos y roza mi mejilla con suavidad—. Si cambio, ¿confiarías en mí? ¿vendrías conmigo?

Me lo pienso, a pesar de que he visto las alas de Castiel dado que nunca las oculta sé que su figura será desconocida para mí, jamás he visto dragones, pero por las antiguas leyendas son enormes. ¿Estaría lo suficientemente confiado para permanecer a su lado? La respuesta es sencilla, sí, Castiel nunca me hará daño. Sin embargo, quiero sacar algo de esto.

—Si voy, ¿responderás mis preguntas?

Su imagen junto a Declan esta mañana no se aparta de mi mente, se veían tan…cercanos. Además, también me gustaría saber sobre su pasado.

—Nunca te ocultaré nada.

Asiento con la cabeza y Castiel retrocede varios pasos. Cuando el cambio inicia siento como mi garganta se reseca por lo que ven mis ojos. Si las alas de Castiel eran grandes ahora son enormes. Su piel comienza a convertirse en puras escamas de color negro azabache y su estatura no deja de aumentar a la par que sus alas le envuelven; puedo sentir el calor emanar de su boca y el chillido salvaje animal, quizás debería sentir miedo, pero no lo hago. Es Castiel, mi vínculo, y aunque no estoy seguro de mantener una relación sé que no me hará daño.

Debo alzar la vista cuando la transformación termina, un hermoso dragón negro como en las historias medievales se alza delante de mí. Parece medir un mínimo de veintitrés metros de altura. Es impresionante. El dragón acerca su cabeza y acaricia mi pecho, podría aplastarme con su enorme tamaño, pero el tacto es casi delicado y suave. Paso mis manos por las escamas, algunas son duras mientras que otras se mantienen blandas, es como sentir la piel de una serpiente.

Castiel baja sus alas y se agacha delante de mí, indicando con la cabeza que monte en su lomo; por primera vez me lo planteo, no veo a que aguantarme. Castiel debe de adivinar mis pensamientos así que acurruca sus dos patas delanteras juntas y subo en ellas. Me siento como pulgarcito en el pie de algún ave.

Castiel me observa y curva su boca de manera que sus colmillos se muestran e imagino que es lo más parecido a una sonrisa que puede hacer. Con un breve asentimiento sus alas vuelven a expandirse y en pocos segundos estamos en el oscuro cielo estrellado.

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