Capítulo 11: Castiel
A medida que el sol penetra por las ventanas de la habitación observo como los rayos iluminan el sereno rostro dormido del lobo a mi lado. Desde que Morfeo volvió a atraparle me he pasado gran parte de la noche vigilando sus sueños; es evidente que antes de que compartiésemos la noche juntos Robert había tenido una pesadilla que le dejó preocupado, si es que puede clasificarse de esa manera.
Me olvidé de todo y, a pesar de la promesa de no hacer nada para lo que él no estuviese preparado, me metí en la cama y le abracé contra mi cuerpo intentando poder darle el consuelo que el sueño no pudo. Poco a poco, las caricias se convirtieron en ardientes juegos y desafíos y, al notar que el lobo me correspondió cada uno de ellos, no pude evitar las ansias de hacerle mío, pero sin llegar a forzar nada decidí que mi cola sería más que suficiente por el momento.
La noche fue para él, para que se relajará y disfrutara, para que olvidase aquello que tanto le atormentó. Cuando Robert volvió a dormir suspiré aliviado de ver que tuvo más pesadillas; sin embargo, en toda la noche no pude alejarme de su lado, de su calor, y es por eso que aún estoy aquí.
Contemplo el hermoso rostro de piel suave y lisa, ahora que está relajado sus facciones parecen ser las de una persona más joven; no es ese lobo desconfiado y distante, todo lo contrario, es como si viese su verdadero yo por primera vez. Sus largas y abundantes pestañas negras resaltan en el contorno de sus ojos, por experiencia sé que muchas mujeres matarían por pestañas así, sin embargo, las de Robert solo le dan un aspecto adorable y, cuando pienso en las hermosas piedras azules que tiene por ojos no puedo evitar el estremecimiento de placer que me recorre. Todo el conjunto no hace más que volverlo hermoso.
Desvío mi mirada el rostro del cuerpo. Su blanca piel alcanza tonos dorados en aquellas zonas que están más expuestas al sol y pequeñas pecas color café decorando el resto de la espalda; una espalda perfectamente contorneada y ejercitada, no cabe duda que a pesar de la belleza del lobo es completamente un guerrero.
Paseo mi mano con suavidad por su mejilla a modo de caricia y luego la deslizo por todo el contorno de su columna hasta llegar a la zona donde su espalda baja se entrelaza con la espalda baja ocultando se exquisita desnudez. Una sonrisa se conforma en mis labios al ver como el lobo se acurruca más a mi lado buscando la inocente caricia a pesar de continuar dormido.
Solo el sonido de un teléfono móvil sonando en medio de la habitación es lo único que provoca que mis ojos se aparten del cuerpo de mi pareja. Al notar que Robert frunce el ceño aun en sueños no puedo evitar sentir mi sangre arder en mis venas. Una ira inexplicable se vuelca hacia una persona totalmente desconocida solo por el hecho de perturbar el sueño de mi lobo.
«Mi lobo».
A cada instante que pasa las palabras suenan mejor en mi cabeza.
Me levanto de la cama con cuidado antes de que Robert despierte por el sonido del teléfono, no pasa demasiado que encuentro el molesto dispositivo electrónico sobre una de las cómodas del sofá.
Tan solo tengo la intención de bajarle el volumen hasta que Robert despierte y pueda revisar luego las llamadas; no obstante, cuando veo el nombre que resalta en la pantalla la ira emana de mis poros y puedo notar a mi dragó gruñir de manera posesiva.
«Michael».
Debo de controlarme para que fuego no salga de mi cuerpo y que mi dragón no emerja furioso y descontrolado, sin embargo, el sabor amargo de los celos tan solo hace que sea difícil este nuevo propósito; no es una sensación que experimente a menudo, pero cuando mi compañero de por medio he de decir que desearía no tenerlos. Mi ira irrevocable hacia un lobo que no conozco roza casi en lo absurdo, sobre todo teniendo en cuenta que Michael tiene su propia pareja, pero casi que tengo ganas de viajar a América y deshacerme de la pequeña amenaza que es más cercana a mi pareja que yo.
Sé que está mal e incorrecto, pero antes de que pueda darme cuanta presiono contestar y escucho la voz del otro lobo a través de teléfono.
—¡Cabrón de mierda! —rugió Michael al otro lado de la línea—. ¿Se puede saber porque no me has llamado maldito bastardo?, saco de carne; explícame ahora mismo porque me he enterado por Tobías en vez de por ti que el dragón es tu pareja; ¿acaso quieres infartarme?
A pesar del enojo que sentía en un inicio no pude evitar sentirme más que confundido por la reacción del lobo, cuando los ancianos se informaban de la situación de ellos antes de llamarlos aquí recuerdo haber visto una foto de Michael; es sorprendente como una carita tan tierna puede tener una boca tan sucia y llena de maldiciones.
—Te juro que tienes tres segundos para contestarme antes de que vaya allá y te patee tu maldito culo ahora mismo; no me digas que te acoplaste con…
—¿Con el dragón? —pregunto con un tono de burla seguido por una sonrisa al sentir como la respiración del lobo se entrecorta al otro lado de la línea.
—Eres…
—El dragón obviamente, ahora pequeño mocoso de lengua muy sucia, ¿por qué estás llamando a mi pareja en un horario tan temprano en vez de atender a su propio compañero?
Bien, no me interesa sonar amistoso exactamente mientras que los celos continúan fluyendo. Alzo la mirada sobre mi hombro y compruebo que Robert continúa dormido, tan solo se ha movido un poco en la cama por lo que decido salir hacia el balcón para evitar que mi voz le despierte.
—¿Me estás diciendo que se acopló contigo?
Su voz de incredulidad me enoja.
—Lo hará.
—¿Lo estás forzando?
—No. —No lo haría nunca.
—¿Entonces?
—¿Forzaste tú a tú compañero en algún momento en que él te dijese que no?
Para mi sorpresa el lobo suelta una carcajada.
—Obvio que no, solo me fui a emborrachar y a darle celos con un camarero hasta que mi gatito se dio cuenta de que soy irresistible.
La sonrisa se curva en mis labios y me maldigo, en verdad no quiero que este hombre me agrade.
—Dile a Robert que me llame cuando esté disponible.
—¿Por qué?
—Porque soy su amigo y me preocupo por él, aunque el enorme dragón quiera regañarme. Ha pasado por demasiado y simplemente que un capullo territorial esté dándole dolores de cabeza.
—Si tanto te preocupas por él, ¿dónde estabas cuando todos le acusaron de traición?, ¿por qué no estuviste aquí cuanto tuvo que enfrentarse a los ancianos?
Michael sonríe.
—Cuando le acusaron de traición estaba a su lado, ¿podrás estarlo tú cuando él se marche de Escocia?
La pregunta molestó porque me trajo la misma interrogante de siempre, ¿qué haré cuando todo acabe y Robert desee regresar?
—No dejaré a mi pareja. —La seguridad de mis palabras me hacen darme cuenta de cuan cierta es la afirmación.
—Entonces demuéstralo, después de todo, es hora que Robert saque la cabeza de su propio culo y se dé cuenta que él también merece una pareja. —suspira—. Trátalo bien y no dejes que mate a Reyes, por más tentador que sea.
Por la diversión de sus palabras puedo notar que el hombre habla en broma y luego de ello cuelga. Vuelvo a entrar en la habitación solo para darme cuenta de que Robert por fin está fuera de la cama colocándose los pantalones que estaba utilizando la noche anterior antes de que yo llegara.
Me acerco suavemente a mi pareja y no puedo evitar sentir alegría cuando me percato de la manera en que sus mejillas se sonrojan a medida que me acerco a él. Daría mis dos alas por estar ahora mismo en la cabeza de Robert y saber lo que está pensando, si recuerda todo nuestro encuentro de anoche o si al menos no se arrepiente de ello. Coloco mis dedos con suavidad bajo su mentón ejerciendo tan solo un poco de presión que le obligue a alzar los ojos de nuevo en mi dirección.
—Buenos días. —Dejo que mi pulgar se desplace por la suave piel de su mejilla y me complace ver el estremecimiento que le recorre.
—Hola.
—¿Dormiste bien? —Robert solo asiente a la par que muerde sus labios con suavidad, sin poder resistirme más bajo mi cabeza hacia la suya.
El primer roce es suave, como pidiendo permiso para absolver el dulce sabor de su boca, al ver que el lobo no retrocede me permito volverle a probar. Mi mano rodea su cintura para acercarle a mi cuerpo al mismo tiempo que Robert pasa sus manos por los costados de mi cuello. Me gustaría pensar que al menos he ganado algunos puntos con él y que quizás el lobo comience a observarme con mejores ojos.
Por desgracia cuando nos separamos y Robert baja la mirada hacia la mano en la que sostengo su teléfono toda la magia se rompe. Su cuerpo se vuelve rígido y se aleja unos pasos de mi tomando su usual postura de guerrero, sus ojos buscan los míos y puedo notar su ceño fruncido de la molestia.
—¿Por qué tienes mi teléfono?
Su tono es un poco áspero y no puedo evitar que eso en conjunto con la llamada de Michael provoquen que mis celos vuelvan a florecer.
—Te llamo Michael —digo sin armar demasiados rodeos.
El rostro de Robert comienza a empalidecer y eso solo provoca que desee volver a arrojarle a la cama y, al igual que la noche anterior, recordarle a quien pertenece. Quiero poseerle hasta que olvide por completo al otro lobo y solo tenga ojos para mí.
—¿Contestaste?
—Sí.
Noto el instante exacto en que la furia se apodera de sus ojos.
—¡No tenías ningún maldito derecho a contestar una llamada que era mía!
—Tú estabas durmiendo.
—¡Esa no es una maldita excusa!
Me acerco de nuevo a su cuerpo, la furia emanando de mi cuerpo como una cascada chorreante.
—¿Y porque tanto lío porque contesté una maldita llamada? —mis palabras salen disparadas en sarcasmo—. Te molesta que contestase porque fue él quien llamó, ¿hay algo que ocultar? Porque creo que el maldito hecho que te lo tiraste está más que claro para mí y créeme lo mucho que jode saber que el hombre que se supone que es mío sigue haciendo cosas para proteger a un lobo que se tiró una sola vez y que por cierto tiene una pareja que prefiere.
Al momento en que las palabras salen de mi boca y veo como el rostro de Robert empalidece me arrepiento de lo que dije. Dejé que la furia me nublase y no actúe como la situación correspondía. Es muy difícil controlar los celos cuando la única persona que en verdad he anhelado en mi vida no me da la oportunidad de tenerle.
Veo que Robert abre la boca para hablar, pero un grito del exterior de la habitación nos detiene. Un verdadero grito de terror.
Ninguno de los dos nos lo planteamos demasiado. Salimos corriendo siguiendo el sonido de la desesperada voz que nos dirige hacia la sala de reuniones en la que hemos discutido en los últimos días con los ancianos. Al llegar a ella el terror invade mi cuerpo. No necesito ni siquiera abrir la puerta. Puedo sentir el olor de la sangre emanando de la habitación.
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