|CAPÍTULO 20|
Christopher
Me encuentro a kilómetros de distancia, sobrevolando la ciudad en mi helicóptero. Planeaba reunirme con un contacto importante, alguien que podría proporcionarme información valiosa sobre las operaciones que llevaban a cabo la mafia albanesa. La noche estaba en calma, o al menos eso parecía desde las alturas. Pero una calma demasiado silenciosa siempre precede a la tormenta.
Él piloto me lanza una mirada fugaz, notando la tensión en mi cuerpo mientras reviso mi teléfono. Me detengo un momento, considerando enviarle un mensaje a Jane.
Marcus, mi jefe de seguridad, grita desde su asiento, rompiendo el silencio que habitaba en la cabina.
—¡Señor, tenemos problemas!
Mi mirada se endurece al instante.
—¿Qué sucede? —gruño, girándome hacia él.
Marcus señala la pantalla de comunicación que lleva en las manos.
—El edificio ha sido atacado. Explosiones en las plantas bajas y se han detectado intrusos.
La sangre me hierve, pero mi mente se mantiene fría. Jane sigue allí.
¿Estará bien? ¿Seguirá viva o al menos a salvo?
Mi mandíbula se tensa, y las palabras escapan de mi labio como un látigo:
—¡Regresa ahora, carajo!
El piloto obedece mi orden, hace girar el helicóptero con una maniobra brusca que provoca que las luces de la ciudad parpadeen como sombras danzantes bajo nosotros.
Siento la mirada de Marcus sobre mí, pero ni siquiera le dedico mi atención. Mis pensamientos solo se tratan sobre ella, atrapada en medio de un ataque que no esperaba.
Mientras descendemos hacia el caos que acababa de formarse, mis pensamientos se alinean con la precisión de un halcón en caza. Sé perfectamente que este ataque no fue una simple advertencia. Es una maldita declaración de guerra. Una guerra que yo ganaré.
La mafia albanesa supo mover su primera pieza en este juego, y lo han hecho con una gran audacia, pero son unos estupidos. Creen que pueden desafiarme. Creen que pueden provocarme sin pagar las consecuencias.
Los que ellos no saben es que soy como un halcón, siempre estoy observando a mis enemigos, siempre detecto el peligro. Y cuando ataco, lo hago sin piedad.
Lo primero que veo al ver el helicóptero descender poco a poco es el humo del edificio elevarse lo que me dice todo lo que necesito saber. Mientras nos acercamos, puedo distinguir un par de hombres armados moviéndose alrededor del perímetro.
—¿Qué sabemos hasta ahora?
Marcus revisa su dispositivo, moviendo sus dedos con rapidez.
—Nuestro equipo ha asegurado parte del edificio, pero los albaneses han logrado infiltrarse. Creemos que buscan algo o... alguien.
Una sonrisa fría se dibuja en mis labios. Lo que ellos no saben es que han cometido un grave error que les costará caro. No será solo una advertencia; será el principio de su fin.
Finalmente el helicóptero desciende hacia la azotea del edificio contiguo. Mis hombres me esperan en formación, armados y listos para actuar. Tanto ellos como yo sabemos que esto no es una simple cuestión de poder; sino es un mensaje que debemos devolver con sangre si es necesario.
El aire huele a humo, a caos y pólvora. Bajo del helicóptero con paso firme, y mi mente se enfoca en una sola cosa: recuperar el control. Porque eso es lo que hago. Yo no solo juego este juego; yo lo domino.
En la distancia puedo escuchar el eco de los disparos y los gritos. No me inmuto. Mis hombres me escoltan alrededor, pero no necesito protección; ellos son mi arma y yo soy el quién aprieta el gatillo. Él que está listo para disparar en cualquier momento.
—¿Cuál es la situación en los túneles?—preguntó a Marcus, mientras avanzamos hacia las escaleras de emergencia que conectan con los pisos inferiores.
—Están en camino al punto seguro, pero la última actualización indicó que los albaneses podrían haber desplegado hombres cerca de las salidas. Creemos que intentan interceptarlas.
Jane está allí abajo. No puedo permitir que salga herida.
—¡Aceleremos el paso!—ordenó y mis hombres ordenan sus rifles preparados para atacar en cualquier momento.
El ruido parece incrementarse en cada paso; explosiones ocasionales, el eco de botas corriendo sobre el concreto, gritos distantes. Mi ira crece con cada segundo que pasa. La ansiedad me abruma al no saber si encontraré viva a Jane.
Consumido por la ira y desesperado, le ordeno a mis hombres:
—¡Corran, maldita sea!
Nos movemos rápido, como sombras decididas. y nos dividimos en dos grupos. El sonido de los disparos se convierte en un estruendo ensordecedor, mezclándose con órdenes gritadas en albanés. Reconozco de inmediato algunas órdenes: "matar", "sin sobrevivientes" y, especialmente, mi favorita: "matarlo a él".
Mis hombres responden con precisión letal, como si cada movimiento estuviera planeado. Las balas surcan en el aire, pero avanzamos como un solo ente, implacables. Cada paso que damos es una lanza de fuego al clan enemigo, esquivando la muerte por milímetros, mientras avanzamos hacia nuestro destino.
De pronto más hombres armados surgen de las sombras, sus rostros tensos y fríos. El número no está a nuestro favor. Han derivado algunos de mis hombres.
—¡Maldición!—gruñó entre dientes, sin detenerme.
Saco la pistola oculta en la cintura de mi pantalón, el metal frío me recuerda a todas las batallas que he vivido pero también es un recordatorio de que la batalla aún no termina. La acción es instintiva, un ritual conocido. Apunto con precisión y disparo sin titubear. A uno. Luego a otro. Todos caen al recibir el balazo.
A mi alrededor, mis hombres disparan con una mezcla de furia y precisión, cada bala un mensaje letal. El sonido ensordecedor de los disparos y el olor acre de la pólvora envuelven el aire como una neblina tóxica.
Marcus, sin perder un segundo, me lanza un rifle justo cuando mi pistola queda sin balas. Lo atrapo al vuelo, el metal frío se ajusta perfectamente a mis manos. No hay tiempo para pensar. Instintivamente, apunto y disparo.
Un grito salvaje escapa de mi garganta, nacido de la adrenalina que arde en mis venas. Las balas encuentran sus objetivos, atravesando a los hombres que avanzan hacia mí con una ferocidad despiadada. No hay tregua, no hay piedad. El sonido de mis disparos se mezcla con el caos, y en ese instante, soy la encarnación de la guerra misma, decidido a derribar a cada enemigo que ose interponerse en mi camino.
Uno tras otro, caen bajo mi fuego. El suelo se tiñe de rojo y el aire se vuelve más espeso. Pero ellos no se detienen. Avanzan con la misma determinación. Por cada dos hombres que derivo, otros dos más surgen de las sombras.
A mi izquierda uno de mis hombres recibe el impacto de una bala y cae con un grito ahogado. Mis dientes se aprietan, y el rugido de la batalla se convierte en un zumbido para mis oídos.
—¡Retrocedan!—grito con voz firme a mis hombres que siguen con vida—¡Cubran los flancos!
Disparo de nuevo, las balas escupidas por el rifle encuentra sus blancos con precisión mortal. Pero de pronto, una sombra en mi visión periférica me advierte demasiado tarde.
Uno de los hombres ha llegado más cerca de lo que debería. Es ancho, con cicatrices en el cuello y cara, carga con él una navaja lista para atacar. Con un giro violento, suelto el rifle vacío y bloqueo su ataque, atrapando su muñeca antes de que la hoja atraviese mi pecho. Nos enzarzamos en una lucha entre cuerpo a cuerpo, el chirrido del metal contra mis fuerza. Su aliento entrecortado y el mío se entrelazan en una lucha.
—No me matarás tan fácil —gruño entre dientes, recibo como respuesta suya un navajazo en el rostro que apenas logra abrirme unos cuantos centímetros de piel.
Con un movimiento brusco, le quitó el cuchillo, hundiéndolo sin dudar en su costado. El hombre cae pesadamente, jadeando mientras se desploma.
Me agacho, recupero el rifle de otro enemigo caído y me preparo para continuar esta guerra. Porque esto no ha terminada, y hasta que el último de ellos caiga, yo permaneceré vivo.
Me incorporo rápidamente, el rifle es pesado, pero la adrenalina aún corre por mis venas. Me giro justo a tiempo para dispararle a un hombre que se abalanza hacia mí, su expresión de odio queda congelada antes de desplomarse.
—¡Christopher!—escucho la voz de Marcus a la distancia—¡No están rodeando!
Alzo la mirada y confirmo lo que temía: más hombres albaneses emergen como sombras de las tinieblas, cortándonos de cualquier vía de escape.
—¡Mantengan la línea! —grito con una ferocidad que apenas reconozco como mía—. ¡No retrocedan ni un maldito paso!
Avanzamos, pero lo hacemos como bestias acorraladas, cada bala disparada con precisión es impactada en la cabeza de algún hombre. El suelo está cubierto de escombros, de cuerpos, pero nos mantenemos en pie.
Un ruido ensordecedor irrumpe de pronto: una explosión. El edificio tiembla, las luces parpadean, y el humo espeso lo cubre todo. El tiempo parece detenerse, y la única certeza que tengo es que debemos salir por una maldita vez de aquí... o sepulcrarnos en los escombros y cuerpos sin vida.
—¡Marcus, hay que llegar a la salida de emergencia—le grito, la voz rasgada mientras apunto y disparo una y otra vez a los hombres que se acercan a nuestra dirección—¡Ahora o nunca!
La explosión nos deja aturdidos, pero no muertos. Mis oídos zumban con un pitido agudo y molesto, mientras el humo espeso me araña la garganta. Trago saliva, y el sabor a polvo y sangre invade mi boca. A mi alrededor, algunos de mis hombres siguen peleando con valentía, otros yacen inmóviles entre los escombros, sus cuerpos cubiertos de ceniza y sangre. No puedo detenerme. No ahora.
—¡Christopher! —La voz ronca de Marcus atraviesa el caos. Aparece a mi lado, su rostro una máscara de polvo y sangre seca. Me tiende una mano y la agarro sin dudarlo. Juntos avanzamos hacia la salida de emergencia, esquivando trozos de pared y cuerpos que bloquean nuestro camino.
—¡Vienen más! —grita, señalando hacia un grupo de hombres armados que emergen entre las sombras, sus pasos resonando como una amenaza inevitable.
Mi rifle se levanta como una extensión de mi brazo. Apunto. Disparo. Uno a uno, caen, y cada bala que disparo es una sentencia sin apelación. Marcus me cubre la espalda, disparando con precisión letal. El estruendo de las balas se mezcla con los gritos y el olor acre de la pólvora.
—¡Sigue! —le ordeno, recargando mi arma con movimientos bruscos y automáticos—¡Yo los detendré!
—¡No, maldita sea! —responde, girándose hacia mí con el ceño fruncido y los ojos llenos de furia—¡No te dejaré solo!
Por un momento, nuestras miradas se cruzan, y en su expresión leo la lealtad ciega que me tiene. Siento el peso de su fe, pero también la culpa que cargaría si él muere aquí, por mi causa.
—No —repito con voz firme, sin margen para la discusión.
Marcus me observa, vacilante, pero asiente. Se gira y corre hacia la salida, sus pasos resonando como un eco que se desvanece.
Respiro hondo, preparándome para el siguiente asalto. Los disparos se acercan más, y ajusto mi rifle entre las manos, mi mente fría como el acero que sostengo. Aquí nadie va a pasar sin pagar el precio.
Mi respiración es pesada, cada inhalación me quema los pulmones, pero no tengo tiempo para detenerme.
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Lamento la demora al actualizar he estado ocupada por asuntos de la universidad y trabajo. Estén preparados para la continuación...
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