|CAPÍTULO 10|

Llegó a la cocina es inmensa. Los muebles son de madera café oscuro. La meseta es de mármol blanco. Los taburetes son de madera café oscuro con blanco. En medio se encuentra unos muebles grises y una mesita negra de madera, con un florero del otro lado está el comedor de madera café oscuro, acompañado con unas sillas negras y blancas.

Tiffany, su sirvienta, se encuentra poniendo la mesa. Coloca de manera ordenada los cubiertos y los platos.

¡Uff huele tan bien!

—Tu casa es muy linda —susurro.

—Toma asiento.

Arrima la silla para que me siente. Tomo asiento.

El desayuno ya está servido.

Mi boca se hace agua de solo ver la crema de almejas.

—¿En qué piensas? —me cuestionó curioso.

—En lo deliciosa que se ve la comida —exprese tímidamente y lo mire de reojo—. No sabía que cocinabas tan bien.

Doy el primer bocado.

¡Es exquisitamente rico!

—Jane, sé hacer muchas cosas bien — respondió divertido.

Asentí.

Sabía a qué se refería y estaba en lo cierto, además de follar tan bien, sabía cocinar exquisitamente.

—Me ha gustado mucho la comida. Estuvo exquisita.

—¿Solías comer Crema de almejas en Santa Mónica? —me cuestiona.

—Por lo que veo, eres muy observador, ¿no?

—Un Amo debe observar los gustos de su sumisa al igual que debe conocer lo que a ella le disgusta.

Asiento.

—No mucho, pero a ti te ha quedado muy bien.

Me sonríe de oreja a oreja.

—Señorita su ropa ya está limpia —se asoma nuevamente Tiffany dejando mi ropa en el sillón negro.

—Gracias, Tiff.

Asiente y luego sonríe.

***

Me subo a la escalera metálica que se desliza por todos los libreros. Tomo uno del gran estante de libros.

Es hermoso el diseño.

Es un libro de poemas de las hermanas Brontë. Me recuesto en el chaise lounge. Christopher está buscando qué libro escoger hasta que se decide y toma uno.

No reconozco cuál es.

Toma asiento en el gran sofá negro y comienza a leerlo.

Miro de reojo a Christopher está tan concentrado leyendo su libro.

«¿Qué fuerzas serán las que a mi amor animan, que pueden trocar en infierno un paraíso?»

—¿Un sueño de una noche de verano?

Asiente y continúa leyendo su libro.

Tomo de nuevo mi libro y decido leer un poema que me resalta en el libro. El título del poema es "Pasión".

«Algunos han obtenido un placer salvaje,

Por arriesgarse ante el aún más salvaje dolor»

—«Yo podría esta noche ganar tu amor —interviene y termina la frase—. Y sufrir mañana el peligro de la muerte».

Me mira de reojo y se lo regreso. Ríe de modo vacilante. Siento su mirada en mí, de nuevo.

—¿Qué tanto me miras? —cuestioné divertida.

—En lo mucho que deseo follarte en ese sillón —susurra turbadoramente.

El corazón me late a toda velocidad y creo que estoy jadeando ahora mismo. Me remuevo de la chaise lounge, en busca de su mirada.

Me mira fijamente con sus ojos impenetrables.

—¿Y por qué no lo haces? —le desafío en voz baja.

Su teléfono empieza a vibrar y lo saca de su bolsillo.

—¿Qué coño quieres, cabrón?—gruñé.

No escucho lo que dice la otra persona, pero sé que es Nick.

—Estaré allí —dice por última vez antes de colgar.

—¿Era Nick?

—Es hora de irnos —extiende su mano hacía mí.

Lo tomo y me toma con fuerza subiéndome a sus hombros. Me da una fuerte palmada en el trasero que me hace gemir.

Estamos en el porche de su casa cuando abre la puerta del asiento del copiloto y me mete a su auto, me coloca el cinturón de seguridad.

Sube al auto y lo enciende para dirigirse a dónde Nick lo esperaba, pasamos un par de calles concurridas y muy poco concurridas, hasta llegar a un lugar extraño y de solo estar allí, sentías pánico.

Aparca el auto, abro la puerta para salir y él la cierra inmediatamente.

—¿Por qué lo cierras?—interrogue estupefacta.

—Quédate en el auto —dijo eso y salió del auto.

Caminaba y entraba a una especie de bodega abandonada y cierra la puerta detrás de él.

¿Qué hacíamos aquí?

¿Por qué al solo estar acá me sentía en peligro?

Me quedé allí perpleja por unos segundos y mirando a mi alrededor, sentía una gran especie de curiosidad, baje del auto y sin pensarlo dos veces me adentre al lugar.

Estaba completamente oscuro, no podía ver nada y minutos después alguien encendió la luz pero no me alumbraba a mí, sino a alguien más.

Había un hombre sentado en una silla de madera, estaba atado de manos y pies, su boca estaba cubierta de cinta adhesiva gris.

Ahogue un grito mirando a mi alrededor y al hombre.

Su aspecto estaba fatal, tenía un montón de golpes en la cara y su nariz estaba sangrando, su ropa era un traje de vestir gris con una camisa blanca, la cuál ya era roja por la sangre al mismo tiempo que estaba muy sucia.

¡Ohh, dios!—musite.

Un hombre robusto se acerco y comenzo a propinarle puñetazos en el rostro. Él hombre gritaba pero la cinta le impedía que se escuchará, aún así él intentaba que lo escucharan.

—¡Maldito hijo de puta!—gritó el hombre que lo estaba golpeando.

Luego apareció él.

Christopher Barber.

Sus pasos eran lentos pero todo estaba fríamente calculado, se había quitado el chaleco ahora solo tenía puesto una camisa blanca y sus pantalones de vestir negros.

Le quitó con fuerza y rápidamente la cinta que tenía pegada en la boca de aquel hombre atado en la silla, sin ser nada delicado y éste grito al sentir como la cinta le quemaba los labios y alrededor.

—¿Dónde está, imbécil?

—No lo sé —grito el hombre y su mirada se fue hacia mí, me miraba con súplica con miedo y con irá.

—¿Qué miras, eh?—Christopher hizo que el hombre le mirara pero este se negaba y me miraba a mí.

Él volteó su mirada hacia mí.

Me llevé las manos a la boca, intentando no hacer ruido pero no pude evitarlo, solloce.

—¡Mierda, Jane!—gruño—¡Te dije que te quedarás en el puto auto!

Todo ocurrió tan rápidamente me tomo del brazo y me saco del lugar.

Lo último que escuche fueron gritos aterradores de aquel hombre.

Christopher me metía a rastras a su auto me sento en el asiento del copiloto y luego di un respingo, puesto a qué había cerrado con demasiada fuerza la puerta y después subió al asiento auto, cerrando de la misma manera.

No me miraba su vista hacia al frente con la mandíbula tensa y cuerpo también.

Me sentía pequeña.

—No debiste salir del auto, me desobedeciste otra vez —espectó—. Mi deber era protegerte y cuidar de tu seguridad y de ti.

—¿Protegerme?—contesté irónicamente—. No sé que era peor si quedarme en el auto y que unos de tus enemigos venga por mí o mirar la mierda que le han hecho a ese hombre.

—Si te hubieras quedado en el auto, nada de estuviera sucediendo —murmuro—. Si ellos vendrían por ti, yo ya hubiera hecho arder el mundo con tal de protegerte.

—Claro, ¿no?—exclame—. Ahora yo soy la culpable de mis actos.

—Cuida como le hablas a tu Amo, recuerda tu lugar.

—Mataste a un inocente.

Río.

—Tú no sabes realmente si era o no inocente.

—¿No lo era?—grite—. Un hombre atado y torturado por un par de malditos monstruos.

—¿Monstruos?—su semblante se relajo y me miró directamente a los ojos—. Tú ya sabías que soy un asesino a sangre fría, no me vengas con estupideces, Jane —su mirada había cambiado ahora era perversa y sus ojos se oscurecían—. Creo que todos en este mundo tenemos un lado oscuro y perverso.

Sonreí irónicamente.

—Yo no.

Sus respiración era acelerada.

—Mírame a los ojos, Jane y dime qué ves.

Negué con la cabeza.

—¡Mírame, Jane!—rugió.

—Veo a un maldito sádico, un hombre sediento de sangre y poder, y adicto al sexo.

Sus rostro estaba lleno de pequeños rasguños y salpicaduras de gotas de sangre.

—Quiero que veas tú reflejo —asentí y alcé la vista nuevamente ahora a sus ardientes ojos azules—. Dime qué ves, ange.

—Veo a una mujer tan frágil como una rosa, sedienta de deseo y pasión pero también es oscura, es amante de lo prohibido y de lo insano.

Me tomo de las mejillas y me acerco más a él, observo mi rostro por un par de segundos pero todo acabo allí.

No más, ni siquiera me beso.

Estaba molesto conmigo y tal vez consigo mismo por no haberme protegido.

Llegamos a la sede y cada uno siguió su camino, retomando la rutina de siempre.

Había hecho mal al haber salido del auto al desobedecer y me sentía culpable...

Entre a su oficina.

—Tienes una llamada del señor Zimmerman —musite casi inaudible—Estaba mirando la pantalla del ordenador que ni alzó la vista al escucharme hablar.

Apretó una tecla de los botones del teléfono que estaba en su escritorio y tomo la llamada.

—Habla Barber, ¿qué sucede?—se dirigió a Zimmerman y frunció el ceño—. Sí problema resuelto no hay ningún cabo suelto.

Mi presencia allí ya no era necesaria y decidí retirarme. Estaba apunto de hacerlo cuando escuché su voz grave dirigiéndose ahora a mí.

Alejo el teléfono de su boca y tapo la bocina con su mano izquierda.

—Jane.

—¿Sí, señor?

—Espérame en recepción te llevaré a casa, ¿entendido?

Asentí.

—¿Entendido?—repitió la última frase y alzó una de sus cejas pobladas.

Relamí mis labios, mi boca estaba seca y no sabía porqué.

—Sí, Amo.

Tal como había dicho lo espere en recepción, no tardó mucho en llegar. Su semblante era inexpresivo.

—¿Estás lista?—me extendió su mano para que la tome, dude mucho de hacerlo y lo acepte.

Me ruborice al sentir el contacto de su piel y sentir lo grande que estaba a comparación con la mía.

Mire a mi alrededor éramos los últimos al salir, además de los de servicio de limpieza y seguridad que aún habitaban el lugar.

Llegando a la planta baja, el estacionamiento, abrió la puerta del copiloto para que yo entrara y luego entró él, esta vez no lo cerro con fuerza.

Detuvo el auto a la entrada de mi casa; el auto de Alyssa no estaba allí, había olvidado que ella había salido de la ciudad.

—Gracias por traerme.

No respondió y bajo del auto, ahora estaba en la puerta del copiloto abriendola para que yo saliera, baje clavando la vista a él.

—¿Nos vemos mañana?—susurre caminando delante de él y en cuestión de segundos, él ya estaba al mismo paso que yo.

—No —dijo seguro. Ahora me miraba seriamente.

La puerta de la casa ya estaba abierta.

—Creí que solo estaríamos juntos en trabajo y en secciones.

—¿Creíste?—no despegó la mirada de mí; ahora ya estábamos dentro de mi casa—. Te recuerdo que obedecer era un punto importante del contrato.

Recalcó muy bien las dos últimas palabras.

—Lo sé, Amo.

Estaba decepcionado de mí, sus ojos lo reflejaban claramente y tenía razón para estar de está forma, había fallado a mi Amo, debí haber obedecido y así no estaría metida en este lío.

—Todo lo referente a ti me importa, ¿por qué? —espectó—. Porque soy tu Amo, porque mi deber es cuidarte, velar por ti, protegerte, ver por tu bienestar tanto físico como psicológicamente, esto no va a funcionar si no pones de tu parte, si realmente quieres que lo nuestro funcione.

Mi mirada se fue hacia al suelo al escuchar lo doloroso que era para mí al oír de su voz que no iba a funcionar nuestra relación.

—Perdón, Amo —susurre y lo mire fijamente a los ojos—. No volverá a suceder porque quiero realmente que esto funcione.

—Me haré cargo de que así sea —dictó—. Llévame a tu habitación.

Asentí y comencé a subir las escaleras, sentía sus pisadas fuertes detrás de mí, su presencia desde mi espalda.

Ya habíamos llegado a mi habitación, abrí la puerta y le indique que entre.

—Aquí es, Amo—murmure—¿Se le ofrece algo más?

Estaba apoyado contra el umbral de la puerta.

Se veía tan sexy en esa posición, sus músculos de sus brazos se le marcaba por el traje tan apretado que tenía puesto.

—Tráeme una taza de arroz crudo.

Arrojé mi bolso contra un sillón blanco que estaba junto a mi pequeña librería.

—¿Puedo preguntar por qué, señor?

—No cuestiones, solo obedece.

Mierda, Jane.

Deja de cuestionar, por favor.

Baje y fui por una taza de arroz en la cocina, regrese a la habitación y le ofrecí el recipiente de arroz crudo.

La tomo y me quedé mirándolo a los ojos.

Me perdía en ellos...

—Desnúdate, Jeannie.

Obedecí, empecé a quitarme los tacones, arrojé mi blusa contra el suelo y mi falda, mi brasier y mi bragas también, las recogí y las coloque sobre el buró.

Me miraba mientras yo me desnudaba, me mordía el labio y me ponía nerviosa con solo mantener contacto visual conmigo, no me miraba los senos solo a los ojos y los labios...

—¿Estarías dispuesta a arrodillarte ante mí, ahora mismo si yo te lo ordenaría?—lo formuló en forma de pregunta pero sonaba más como una orden—. Necesitas a alguien duro que sepa corregirte. Quiero ser yo, él que te dé órdenes —inquirió mirándome seriamente.

Asentí.

Estoy de rodillas enfrente de él, con las rodillas separadas abiertas de par en par. Hombros atrás manteniendo mi espalda derecha, mis pechos hacía afuera. Mis manos descansan en mis muslos con las palmas volteadas hacia arriba.

Camino por la habitación y se detuvo enfrente mi cama con la taza en la mano, se inclinó y dejo caer el arroz al suelo, acomodándolo con su mano y esparciéndolo con suavidad en los espacios vacíos.

Retomó su postura y me miró, me indico con la mano derecha que vaya hacia donde él estaba.

Asentí y me puse de pie, fui donde estaba él y con un simple movimiento de su mano fue suficiente para hacerme saber que debía arrodillarme sobre el arroz.

Apoye mi rodilla temblorosa y luego la otra, era incómodo sentía el arroz clavarse sobre mi piel y la sensación no era nada satisfactoria.

Continuaba en la misma posición solo que apoye mis nalgas sobre mis talones.

—Te quedarás un tiempo así, Jeannie—murmuro—, quiero que te quedes en la misma posición, si pierdes la postura, tendrás que ser sincera, ¿entendido?

—Sí, Amo.

***

Asintió y se retiró de la habitación.

Me alegra mucho que Alyssa no estuviera aquí sino esto sería humillante.

¡Maldito arroz me torturas, prefiero mil veces los azotes pero esto no!

Mi espalda me dolía al igual que mis piernas. El tiempo había transcurrido lentamente con cada segundo que pasaba deseaba que está tortura terminará.

De repente apareció Christopher su atuendo era diferente, traía unos jeans negros y una camisa ligera de botones, unos tenis blancos, debió ir a su casa a bañarse, ya que su cabello se encontraba húmedo y regreso acá.

Probablemente llevaba casi dos horas acá

Se apoyo contra el umbral de la puerta, asomo una sonrisa en su rostro, se acercó lentamente a mí y se inclinó me tomo con la mano izquierda la otra estaba echada hacia atrás, como si estuviera guardando o sosteniendo algo entre sus manos.

—¿Te has puesto de pie?

—No, señor.

—Bien, ya puedes hacerlo.

Me apoyo contra el colchón de la cama y tome impulso para ponerme de pie, gemí al sentir como me incrustados algunos trozos de arroz en mi piel; los cuales me encargue de retirar y así puede liberarme de un dolor más.

Se acercó a mí y levanto mi mentón, me acaricio suavemente mis mejillas.

Ohh, amo esto...

Me beso lentamente y desesperadamente, mordía mi labio y lo atraía hacia él.

Quería más.

Me incline hacia él para adueñarme de sus labios, me moría por tocarlo por sentir como su lengua recorría cada parte de mi cuerpo, lo quería besando y lamiendo mi coño.

Sentía como mi cuerpo me lo pedía a gritos.

Me dejó de besar y saco una fusta de su mano izquierda y recorre suavemente mi cuerpo, luego se detiene en mi boca.

No tengo la mayor idea de dónde sacó esa fusta, quizás cuando fue a su casa.

—Abre la boca.

Lo hago y recorre mi boca con la fusta. Traza círculos en mi lengua. Lo saca y lo pasa por mi bermellón.

—Muerde.

Muerdo la fusta. Se siente áspero. Robusto. No sabe nada bien.

Su carácter es tan impredecible, tan variable. No tengo idea de lo que hará cuando esté colérico de esta manera tan turbia.

Cada vez que lo hacíamos sus ojos se oscurecían.

Trae una fusta en su mano. Gimoteo al ver la fusta, siento el cuerpo acalorado.

—Señor... yo.

—No te he dado permiso de hablar.

Asentí la cabeza en sumisión.

Me apunta el ombligo con el extremo de la fusta. Al sentir el contacto del cuero, me estremezco y gimó. Me azota con fuerza. Gitro. Arrastra la fusta por cintura. De pronto no siento la fusta tocar mi piel y sin previo aviso me azota el trasero. Grito y tiro de las ataduras. Vuelve a azotarme está vez más fuerte que la anterior. Luego una y otra vez. Jadeo al sentir la fusta por última vez tocar mi piel.

Suspiro aliviada.

Me da un azote en un pezón... luego en el otro... fuerte... otro azote. Hasta que mis pechos terminan dañados y sensibles de tantos azotes.

—¿Te gusta?

—Mmm ajá.

—¡Dilo!—me azota con fuerza el trasero. Grito me duele.

—¡Sí, señor!

Empezó acariciar mi coño con la fusta. Comencé a derretirme, podía sentir lo chorreante que estaba mi coño, yo estaba muy caliente y excitada. Necesitaba correrme. Me azota el coño. Grito.

¡Joder!

Cada parte de mi piel está goteando de ganas por él y que me llene de su espeso jugo blanco.

—Dí por favor.

Por... Por favor Chris —gemí.

Me azota nuevamente con fuerza el coño. Jadeo intentandome arquearme.

Por... Por favor, Amo—corregí.

Me penetra bruscamente. Tiro la cabeza hacia atrás gimiendo su nombre.

Recorre muy despacio mi sexo con la fusta. Traza círculos en mi sexo, expandiéndome, empujándome. Gimo. Introduce la fusta y lo saca, una y otra vez.

—Ohhh, señor.

Está frotando suavemente mi clítoris y lo pasa lentamente acariciando las paredes de mi coño. Jadeo. Me azota el clítoris. Grito.

Estoy por colapsarme, puedo sentir en lo más profundo y oscuro de mí, que ya estoy al borde del orgasmo.

Saca la fusta lentamente y sin previo aviso la vuelve a meter con rudeza la fusta en mi húmedo coño, penetrándome.

A dentro... A fuera... A dentro.... A fuera y de nuevo a dentro.

—No... no pare, Amo.

Sentía el orgasmo cerca.

—¿Te gusta así?—dice al trazar círculos en mi coño.

—Sí, señor.

Trazaba nuevamente círculos en mi sexo. Haciéndome gemir. Lo introducía y lo sacaba rudamente, luego suavemente.

—Estás tan húmeda, quiero que te corras en mi boca —inquirió—. Quiero saborear el delicioso sabor de tu coño, mi lengua está jodidamente desesperada por probarte una vez más y sentir lo caliente de tus fluidos pasar por mi lengua hasta mi garganta.

—Amo, no pare, por favor —le supliqué mientras frotaba lentamente el clítoris para luego dirigirse a las húmedas paredes de mi coño. Todo mi cuerpo se derretía por él quería más y más. Gritaba por tenerlo adentro de mí.

Sacó la fusta y yo me derretía. La punta de la fusta brillaba cubierta de mis líquidos. Sonrió orgulloso al ver qué yo me había corrido en la fusta.

Para obtener el placer que quieres deberías requerir del dolor.

Yo quería tener placer pero tenía que pagar un precio muy alto. Christopher disfrutaba hacerme sufrir, le gustaba azotarme, tenerme atada y morder con fuerza mis pechos. Eso era mi deber como su sumisa. Sufrir y satisfacer a mi Amo.

Me azotó con fuerza la espalda. Otro azote. Fuerte. Luego otro. Grite.

—Señor, por... por favor —gimoteo.

—Calla —saco unas pinzas del bolsillo de sus pantalones y colocó una pinza metálica en mis pezones. Estaba helada. Mi cuerpo se helaba al sentir las pinzas en mis pechos.

Dolía mucho. Las pinzas me apretaba con fuerza mis pezones.

—Duele —comenté sollozando.

—Shhh —chistó dedicándome una mirada fugaz—. Se supone que debe doler —aseguró.

Giraba la pinza en mi pezón. Duele.

—Amo, por favor —le suplique gimoteando.

Luego giraba la otra pinza. Grite.

Su mano tocaba mi sexo y con la otra mano sostenía la pinza. Introducía un dedo, lo sacaba y giraba la pinza de mi pezón derecho. Grito. Está frotando suavemente mi clítoris y lo pasa lentamente acariciando las paredes de mi coño. Me palmea el clítoris. Gimo.

Retiraba las pinzas de mis pezones.

Un grito ahogado se escapa de mi boca.

—¿Estás lista?— me cuestionó mientras sostenía su pene erecto.

Asentí mientras me mordía el labio.

Sentía su gran polla acariciando mis pliegues con vibraciones fuertes enviando espasmos en toda mi anatomía. En especial... en mi coño. Estaba empapada con mis fluidos. Mi cara estaba ardiendo, mis mejillas están pigmentadas de un rojo carmesí.

Las piernas me tambaleanban.

Siento que perderé la compostura y me caeré.

Comienza a aumentar su ritmo, está vez más fuerte. Metiendo su polla en mí, sacándolo. Luego baja el nivel y luego lo aumenta. Gimo.

Nos acostamos juntos en la cama, nuestra respiración está agitada, nuestros cuerpos están bañados en sudor  y mi corazón late rápidamente.

Christopher está pegado junto a mi. Podía sentir su erección tocar mi trasero. No puede ser que después de haber tenido sexo con él seguía tan duro.

—Me gustaría saber cuánto dolor estás dispuesta a sufrir —comentó mientras trazaba círculos en mi estómago.

—Amo, yo estoy dispuesta a sufrir todo lo que usted esté dispuesto a darme.

—Buenas noches, Jeannie —murmuró mientras se volteaba del otro lado de la cama.

—Buenas noches, Amo.

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Edit hecho por:cherryvpop en EditorialSalem

Gracias por llegar hasta aquí <\3

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