|CAPÍTULO 03|
Estaba por entrar a la oficina del señor Barber, cuando escuchó gritos dentro de la oficina.
—Me arrepiento de haberte conocido —dijo una voz femenina.
—No decías eso cuando te follaba —masculló—. Cuando te ahogabas con mi polla y me pedías que no parara.
—Eres un imbécil.
—¿A qué viniste, Blair?—exclamó.
Así que ella es Blair.
—Quiero advertirte que no me iré hasta que te haya destrozado por completo —murmura—. Quiero que sientas el mismo dolor que yo sentí.
¿Qué le habrá hecho Christopher a Blair para decirle eso?
—¿Sabes con quién te metes?—gruñó.
Se escuchó cómo algo se golpeó contra la pared fuertemente.
—Por supuesto —gimió.
—Tu vagina gotea por mí, por el hombre que te obligó a arrodillarte ante él —susurró—. Sigo teniendo ese mismo efecto en ti.
—¡Suéltame, Christopher!—gimoteó—¡Maldito enfermo!
—Cierra la puta boca antes que me la folle, ambos sabemos cuánto te gusta ahogarte con mi polla.
Ella no respondió.
Había escuchado bastante, no sabía qué hacer y cómo reaccionar, decidí dejar de escuchar esa charla.
Estaba por entrar en mi oficina.
Al momento de hacerlo escuché unos pasos pesados detrás de mí, el sonido de sus zapatos hacían eco en el pasillo.
—Señorita Collins.
—¿Sí, señor?—respondí en voz alta.
—Entra ahora mismo a mí oficina —dijo con una voz grave y enojada.
Asentí y obedecí.
—Cierra la puerta —me ordenó sentándose en su sillón.
—Sí... señor —susurré.
—Toma asiento.
Asentí y obedecí.
—Quiero que firmes un contrato.
—¿Sobre qué?
—Sobre el trabajo que harás para mí —dijo mientras arrojó un sobre encima de la mesa.
Abrí el sobre, en el venían dos hojas. Un contrato de trabajo y acuerdos de confidencialidad.
El contrato de trabajo decía:
El Empleador abonará al Empleado por las tareas objeto de este Contrato la
suma del monto total en función de horas contratadas, la cual estará sujeta a los descuentos y retenciones legales correspondientes.
La jornada diaria del Empleado será de siete de la mañana, inicio de la jornada laboral a hora de finalización de ocho de la noche. Teniendo en cuenta las particularidades del servicio, el Empleado acepta que los días lunes a domingos y con horarios originalmente ya asignados puedan ser susceptibles de modificación.
Cómo asistente personal del Señor Barber aceptó obedecer las exigencias y preferencias personales del Señor Barber.
Firma del señor Barber: Firma del Empleado:
Contrato de confidencialidad.
El Empleado se obliga a guardar secreto y mantener en estricta reserva y confidencialidad toda información, sea de carácter técnico, comercial, estratégico, económico, financiero, de propiedad intelectual o de cualquier otro tipo, de la que tome conocimiento en forma directa, indirecta o meramente circunstancial en razón del cumplimiento del presente Contrato, tanto se vincule la misma con datos de la familia, como con sus miembros, su personal, productos o negocios.
Firme ambas hojas.
—¿Alguna duda, señorita Collins?
—No, señor.
—Puedes llamarme señor —dijo susurrando en mi oído—. O puedes llamarme Amo.
Me miró con esos ojos azules intensos y tan profundos como el mar.
—¿Por qué tendría que llamarle Amo?—cuestioné atónita.
—¿Realmente te interesa saber lo que es un Dom?
Asentí.
—Un Dom tiene el poder de poseer y controlar una situación de dominación —dijo serio—. Yo ejerzo el control absoluto hacia una sumisa.
—¿Se refiere a que usted es dominate en el sexo?
—No solo en el sexo, sino que soy dueño del cuerpo y la vida de una sumisa.
—Creo que yo no sería buena sumisa para usted, señor.
—Podría enseñarte.
—No sé si yo quiera aprender de eso —dije mientras me levantaba con firmeza de la silla yéndome hacia la salida.
Cerró con fuerza la puerta haciéndome estremecer.
—Deseabas saber lo que era un Dom, ¿cierto?—susurró mientras sus brazos estaban por arriba de mi cabeza.
La cercanía de su pecho contra el mío, su aliento estaba caliente, demasiado, con solo sentir su aliento, me hacía erizar la piel de mi cuello. Me sentía tan débil y vulnerable.
—Ahora mismo me arrepiento —jadee.
—No me gusta que me den la espalda y mucho menos que me dejen hablando solo —dijo mientras presiona con fuerza su cuerpo contra el mío.
Gemí.
—Lo... Lamento, señor.
—Ahora mismo estoy deseando ponerte sobre mi escritorio y azotarte el trasero hasta dejarlo pigmentado de rojo.
Inevitablemente me imaginé la escena:
Yo estaba apoyada sobre su escritorio gritando cada vez que su mano azotaba con fuerza mi trasero una y otra vez hasta conseguir dejarlo pigmentado de rojo. El sonido del choque con su piel y la mía provocaba un unísono, con la otra mano sostenía mi cabello y tiraba de el con fuerza, haciéndome reprimir gemidos en mi boca.
Reaccione y regrese nuevamente al lugar donde estaba.
—Lástima que no pueda hacerlo, señor —dije al momento de girar la perilla de la puerta y salir de la oficina.
Me gustaría ahora mismo imaginarme la expresión que puso en su rostro.
Sonreí orgullosa.
(**)
Había enviado correos a los socios del señor Barber para la próxima reunión que se llevaría a cabo la próxima semana.
Abren la puerta.
Era Nick él socio de Christopher.
—Necesito que llames a estás personas —comentó al momento de arrojar una hoja en mi escritorio.
—No soy tu asistente —respondí mientras escribía el último correo que debía mandar.
—No necesito que lo seas —gruñó—. No sólo recibirás órdenes de Christopher sino también de mí.
Rodeé los ojos y me levanté de mi silla.
—¿Y si no deseo cumplirlas?—espeté—¿Qué me harás? ¿Me azotarás el culo al igual que él?
Embozo una risa.
—Christopher hizo una mala elección en elegirte como su asistente —dijo con frialdad.
Puede notar desde el tono de su voz que hablaba realmente en serio.
—No te tengo miedo —mentí.
—Creo que deberías tenerlo —sonrió y salió del despacho.
Imbécil.
El teléfono sonaba.
—¿Si diga, señor?
—Necesito que vengas a la sala de juntas —ordenó—. También trae un café.
—Sí, señor —respondí.
Había regresado de la planta baja en busca del café, tenía en una mano el café y con la otra empuje la puerta para poder ingresar a la sala de juntas.
Estaba él imbécil socio del señor Barber y había una mujer sentada junto a mi jefe.
Ella alzó la vista cuando me encontraba adentro de la habitación y sonrió.
Joder... Parecía irreal.
Tenía un cuerpo escultura, sus pechos estaban por salir en ese vestido tan ajustado, su cabello era castaño oscuro y largo, sus labios eran gruesos pintados en un rojo vino, sus ojos eran azules con unas cejas pobladas.
Christopher no le quitaba la mirada de encima... La miraba con odio y desprecio.
—El café es para ella.
—Aquí tiene su café, señorita —dije mientras colocaba el café encima de la mesa.
—Blair Russo —murmuró—. Pero para ti soy solo señorita Russo.
Asentí.
—¡Ugh!—hizo una mueca.
—¿Sucede algo, señorita Russo?
—Este café sabe horrible.
—¿Quiere que le traiga otro?—ofrecí mientras me levantaba de mi silla.
—¡No, eres una inútil!—gritó y tiró el café encima de mi ropa.
Gemí al sentir lo caliente del café tocar mi piel.
Salí corriendo de la sala de juntas y choque con Susan.
—¿Señorita Collins, se encuentra bien?
Negué con la cabeza.
—Tengo un uniforme de repuesto —mencionó al notar mi blusa mojada de café.
—Gracias.
Susan me dio su uniforme de repuesto.
El uniforme no me quedaba tan mal, era perfecto a mí medida.
—¿Fue Blair?—dijo en voz baja Susan, como si alguien pudiera escucharla pero nadie podía escucharnos ya que nos encontramos sentadas en la sala de recepción, no había muchas personas.
Asentí.
—No es la primera vez que ella lo hace, tiene cierto desprecio hacia los empleados de acá.
—¿En serio?
—Sí, Blair siempre se ha creído superior a los demás y aborrece a todas las asistentes del señor Barber.
—No puedo creer eso.
—A algunas les hacía la vida imposible hasta poder conseguir que fueran despedidas por él señor Barber.
—Blair es una maldita perra.
—Ahora entiendo la razón por la cual él señor Barber terminó con ella —bromeó y bebió su té.
—Señorita Collins —carraspeo él señor Barber.
—Señor.
—Le ofrezco una disculpa, señor por lo que...
—Blair ofrecele una disculpa a la señorita Collins —le ordenó.
Blair asintió.
—Lo siento, señorita Collins —dijo con voz temblorosa.
¿Acaso estás tan humillada para poder pronunciar lo siento?
—Bien, ahora vete de aquí.
Los ojos de Blair reflejaban miedo, estaba aterrorizada y humillada... Y no sabía el porqué.
Asintió nuevamente y se retiró de la sala de recepción al mismo tiempo que Christopher, mi jefe.
Blair realmente estaba humillada como si fuera la primera vez en su vida que se había disculpado con alguien.
—¿Viste su cara?—Susan soltó una carcajada.
—¿Qué le habrá dicho para que ella se disculpe conmigo?
—No lo sé, pero sea lo que sea ella se disculpó —comentó Susan mientras bebía de su café.
Asentí.
Pero por dentro sabía que él no le había dicho algo bueno para que ella hiciera semejante cosa.
—Nos vemos luego, Susan.
No lograba concentrarme en lo que hacía, mi mente no podía parar de pensar en esos ojos azules. Su mirada está en mi mente, es perversa, él me sonríe.
Me vino a la mente lo que me había escuchado hace poco en el pasillo:
—Tu vagina gotea por mí, por el hombre que te obligó a arrodillarte ante él —susurró—. Sigo teniendo ese mismo efecto en ti.
—¡Suéltame, Christopher!—gimoteó—¡Maldito enfermo!
¿Acaso Christopher le hizo daño a Blair? ¿Algo como azotarla? O incluso algo más...
No quería seguir pensando en eso pero algo me decía que Blair no fue sincera y que ella estaba obligada a pedirme perdón.
Los nervios se apoderaban de mí cada vez que miraba el reloj de mi mano quería irme lo antes posible de aquí, cuando escuché que alguien abrió la puerta.
—Señor...
—Siéntate.
Obedecí.
—Esta es mi agenda personal —arrojó la agenda en mi escritorio.
La tomé era una agenda negra y gruesa.
—Quiero que en ella escribas mis citas de trabajo, comidas, recordatorios, actividades, cosas importantes del trabajo —explicó—. Todo lo referente a mi vida privada o laboral, mis sumisas y lo que haré con ellas.
—¿Con sus sumisas?
—Sí.
—¿Qué pasa si algunas de ellas no me obedecen?
—Ese ya es problema tuyo, señorita Collins, no mío.
Asentí.
—Por el momento no te encargarás de ninguna sumisa, ya que su contrato ya ha terminado.
—¿Está en busca de una sumisa, señor?
—¿Por qué te interesa saber si estoy buscando de una?—me miró fijamente y alzó una ceja poblada.
—Solo preguntaba, señor.
—Debes tener una razón para preguntar semejante cosa —gruñó.
—No, simplemente preguntaba por curiosidad —susurré.
—Bien, te veo mañana a primera hora —comentó y salió del despacho.
Suspiré aliviada.
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