CAPITULO 46

Darren tomó el autobús para volver a casa.

Llevaba unas monedas que podía usar de vez en cuando, si es que la ocasión lo ameritaba. Y esta era una de esas ocasiones. Darren volvía a casa, cerca de las cinco de la tarde, luego de limpiar, no solo el primer piso, sino unos tres salones más. El mismo procedimiento de barrer y trapear en los tres. Simons había exagerado.

¿En realidad fue una exageración? No, ya que Arthur Simons, en pocas veces, limpiaba ese instituto toda la tarde hasta altas horas de la noche. Lo que hacía más razonable lo del conserje Simons, era que él sí tenía una paga por lo que hacía. En cambio Darren no, era un servicio que lo hacía gratuitamente aunque de forma involuntaria.

Tenía la cabeza apoyada en la ventana, cansado, hambriento, con los nudillos moreteados y los dedos temblorosos. Se sentía más hambriento cada vez y pensar más en eso, hacía que el estómago se le forme un gran nudo. Estaba seguro de que su hermana Hazel no le había guardado un poco del almuerzo.

No hacía un esfuerzo para mirar por la ventana, tampoco tenía ánimos para eso.

Su mente se mantenía ocupada en todo lo que sucedió ese día. Comenzó la semana de la peor manera. Nunca estuvo en algo similar a lo que sucedió.

Un castigo nuevo (más bien el mismo, pero más extendido que el anterior), su mejor amigo le había hecho un mal terrible y que estuvo a la espera de que Darren al fin pudiera caer y lo peor... no poder desquitarse a gusto con el cabrón de Lancaster.

Ah, que frustrado se veía. Los males que causó, le rebotaron al fin.

Quería dormir, descansar de todo lo que había sucedido ese día. Es lo que más quería por ahora.

Bajó del autobús y tomó las dos calles faltantes para llegar a casa. Caminó con pereza e indecisión. No quería estar allí, pero debía.

Entre el colchón y las tablas de su cama, estaba esa billetera, quizá con unos ciento quince dólares. Pensando en irse de casa. Aunque volvía a considerar muy bien lo que estaba pensando.

¿A dónde iría si hago eso?

Examinó muy bien sus posibilidades...

Probablemente arrendar una habitación en un lugar poco moderado y poco económico, un tanto aceptable como para vivir. Luego probaría suerte en conseguir un empleo para subsistir. Él, siendo joven y fuerte lo podrían contratar de inmediato... ya sea cargando costales de harina, arroz, croquetas de perro o gato, patatas o azúcar. Pero él moriría cargando esas cosas con el paso de los años y en vez de tener alguna mejora, seguiría viviendo en la habitación poco moderada y poco económica.

Hacer eso solo sería peor que lo que su madre le ha sentenciado.

Llegó a casa, abriendo la puerta con un poco de terquedad. Pasó a dejar la mochila en el sofá. Se percató de que nada se oía, su casa estaba silenciosa.

Volvió la mirada hacia el reloj (17:05), por el resto de la casa y vio que en la mesa de la cocina, estaba un plato con una tapa de sartén transparente encima. Abrió los ojos, sorprendido. Se acercó más a la mesa y quitó la tapa, examinando la comida que estaba en el plato.

El humo brotó en cuanto apartó la tapa. El plato tenía atún, carne molida y espagueti. Una combinación un tanto rara. Es como si la hubiesen calentado hace un par de minutos. El estómago le hizo un nudo peor. No había jugo ni nada que hayan preparado.

Debió ser mamá... o mi hermana.

En los días que Darren recibía su castigo el año pasado, su madre o Hazel dejaban calentando el almuerzo entre las tres y cinco de la tarde, la cual era la mayoría de veces en la que volvía a casa.

—En verdad... ¿me habrá perdonado...?

No era perdón, ni nada de eso. Tampoco una nota para justificar aquello. Darren tomó un vaso y lo llenó con agua hasta el borde. Acercó una silla a la mesa y sosteniendo la cuchara, con un poco de temblor, empezó a devorar el plato. Se sentía bien al comerlo, nada como la comida casera de una madre. Comía y bebía con apuro, pero intentando saborear los alimentos.

Cuando estuvo cerca de terminar el almuerzo, la puerta se abrió y una persona caminó. Darren ya reconocía ese andar y sonido de pasos. Era su padre, que debió pedir algo de tiempo en su trabajo para venir un rato a ver cómo estaba la familia.

Los pasos de su padre se hicieron más fuertes mientras se acercaba. Vio a su hijo comer. Darren despegó la mirada del plato por un rato, para saludar a su padre. Él era un hombre de brazos corpulentos, estatura mediana, manos mucho más largas que las de su hijo, una mata de cabello color café y ojos que contenían dureza.

—Benas tards...—tragó lo que tenía en la boca para poder hablar bien—. Buenas tardes, papá.

Su padre miró lo que acababa de hacer.

—¿Qué diablos acabas de hacer, mocoso de mierda?

Darren parpadeó ante la pregunta. Bajó la mirada y vio que su papá llevaba una lata de cerveza en la mano. A veces su padre guardaba cerveza y debió terminar su sustento.

—Salgo a comprar una maldita bebida para acompañar la comida y te encuentro a ti, tragando lo que no es tuyo...

Él preparó ese plato. Era improvisado, pero aun así, tomó lo que había para llenar su estómago.

—Papá, perdón... yo... no quería hacerlo... es solo que...

La bofetada de su padre hizo que Darren mande la cabeza despedida hacia un lado, cayendo de la silla por la brusquedad del golpe. Apoyó las manos en el suelo y los dedos le dolieron.

Su padre se acercó a Darren y lo tomó del cabello, para que se mueva a la pequeña sala. Lo arrojó al suelo y Darren cayó entre un sillón y una mesa, se dio vuelta y su padre lo tomó de la camiseta con una sola mano.

—Mocoso de mierda...—una bofetada—, te he dicho...—otra bofetada—, que no toques —una bofetada más—, ¡mi maldita comida!

Una bofetada tras otra, sin parar. La puerta volvió a abrirse, Darren miró la silueta que estaba allí de pie. Era Hazel. Soltó las cosas y corrió a ayudar a su hermano. Ella aferró el brazo de su padre con el que estaba abofeteando a su hermano.

—¡Por favor, papá, ya detente!

Con un gesto brusco, el señor Madison apartó las manos de su hija y la empujó hasta que ella cayó sentada contra el piso. Acercó el rostro de su hijo, tan cerca de él.

—No quiero ver que lo hagas de nuevo, ¿has entendido?

Las mejillas estaban hinchadas y muy ruborizadas por las contundentes bofetadas. Darren aún podía usar la nariz y pudo olfatear algo en la boca de su padre.

Ha vuelto a beber... ese intenso olor a cerveza lo delata.

—¿Has entendido? —gritó escupiendo pequeñas gotas de saliva en su cara.

—S... sí...

Lo soltó y salió de la casa cerrando de un portazo... tal vez salió a comer afuera u otro lado.

Hazel gateó hasta llegar a su hermano y lo ayudó a sentarse en el suelo. Darren estaba con las mejillas hinchadas y moreteadas. Un costado del ojo estaba de un color rojizo y que en poco tiempo sería un tono violáceo.

—Darren... déjame ayudarte...

—No...

Él la apartó y se dirigió al baño. Se lavó la cara con cuidado, sin apretar mucho la cara con las manos y la toalla, luego de haberse lavado. Salió y Hazel lo estaba deteniendo de nuevo.

—Ahora no, Hazel...—gimió él— déjame solo...

Abrió la puerta de la habitación y de inmediato dio un fuerte portazo. Jadeó estando de pie. Apretó la mandíbula y se dirigió a su cama. Se recostó, quería dormir, descansar. Es lo que más necesitaba. Gemía en la escasa iluminación de su habitación.

Sus manos subieron a su cabello y estrujó por completo.

¿Por qué tuvo que pasarme esto...?

Las lágrimas no tardaron en brotar de sus ojos. Subió las piernas para poder abrazarlas con un brazo y la otra mano quedó tendida en la almohada.

Así se quedó sollozando hasta quedarse dormido.

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