Epifanía.
(Un momento de sorpresiva revelación).
Los días van pasando, no puede especificar cuántos desde que Harry, mucho más que decidido, llevó como pudo el antiguo cofre a sus aposentos para trabajar en él hasta que por fin está terminado.
- Lo siento, te he fallado – murmura, la tristeza tiñendo cada nota de su voz.
Lo consigue casi en su totalidad, curioso y muy sorprendido a medida que se daba cuenta de que tenía forma humana. Se apresuró cada vez más para completarlo cuanto antes pues sintió en lo más profundo de su ser que si lograba desentrañar el misterio que escondía por fin todo será como debe ser.
Sin embargo, ya está cerca del final y el destino vuelve a poner una enorme piedra en su camino. Quedan dos huecos y él solo tiene una pieza en la mano. Mira la forma con tristeza, sabe dónde va y asimila cuál es la que falta.
- Espero que sea suficiente – coloca la penúltima pieza en el lugar que le corresponde en la cabeza y espera unos segundos, pero nada sucede, los ojos del muchacho, creados a partir de las piezas de puzle y de la magia, no se abren.
Desolado pone todo el palacio patas arriba sin ningún resultado. Aquella pieza tan importante no aparece por ninguna parte. Vuelve a sus aposentos al caer el día con algunos ropajes para vestirlo y el resto de la noche llora en el regazo de su incompleto nuevo amigo. Ha estado tan cerca, pero tan cerca...
- No, no puedo rendirme – sorbe por la nariz. - Si lo hago yo, ¿quién te quedará?
Durante días se encarga de cuidarlo y asearlo, procurando que no le falte de nada pues comenzó a respirar nada más colocar la penúltima pieza. Debe despertar, seguro que lo hace, pero Harry no está seguro de cuándo puede ser ese momento.
- Quizás no quiera hacerlo – piensa un día, sintiéndose más triste si eso es posible, después de contarle su cuento favorito.
Pero dormir durante tanto tiempo no puede ser bueno, el mundo de los sueños es oscuro y está lleno de trampas mortales.
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