Capítulo 3. El lazo roto
Siete minutos.
Esa era la principal diferencia entre los gemelos Park.
Jimin siempre fue el tierno y tranquilo hijo menor de la familia Park, con un encanto indescriptible.
Todo lo contrario, a su hermano gemelo Taemin, muy hiperactivo y revoltoso, pero sumamente astuto, cuyas cualidades lo hacían encantador a su modo.
Ambos omegas por igual eran joyas irremplazables en su familia, de niños ambos hermanos habían sido inseparables, pero al crecer poco a poco ambos se fueron separando.
Jimin nunca entendería el porqué del distanciamiento de su hermano, eran hermanos gemelos se suponía que siempre serían mejores amigos o al menos que ambos cuidarían el uno del otro por siempre, la sangre los unía, así como su lazo familiar.
¿Entonces porque Taemin comenzó a apartarlo de su vida con los años?
Aunque Jimin tratará de no pensar en ello y de mentirse así mismo, con el pretexto de que ya no eran niños pequeños que necesitaban estar todo el tiempo acompañados, sabía en el fondo que su lazo como hermanos estaba casi roto, quería a su hermano, pero ya no era como antes.
Y la traición de uno de los dos hermanos sería la gota que derramaría el vaso.
...
Jimin
Los primeros rayos del sol acariciaron el rostro de Jimin, perturbando su sueño y obligándolo a abrir los ojos. Parpadeó, dejando que su visión se ajustara mientras el peso de la noche anterior se deslizaba lentamente hacia él como una marea implacable.
El eco de las risas y los brindis en su fiesta de compromiso aún resonaba en su mente. Había sido un sueño hecho realidad, o al menos eso creyó. Los cálidos brazos de Yoongi, su mirada llena de adoración y devoción, las palabras de sus familiares, y las constantes felicitaciones de los amigos de ambas familias... todo parecía perfecto. Jimin había permitido que Yeji, la prima de Yoongi y una de sus mejores amigas, lo persuadiera para beber más de lo habitual. La celebración había sido tan embriagante como el licor que consumió.
Pero esa perfección ahora se sentía demasiado distante, como un espejismo.
Después de eso, Yeji había comenzado a pasarle los tragos, uno tras otro, con esa sonrisa traviesa que siempre lo convencía de seguirle el juego. El sabor del licor, dulce y amargo a la vez, pronto se mezcló con la calidez del ambiente, las luces brillantes del salón y las risas de las personas a su alrededor. Jimin había perdido la cuenta de cuántas copas había aceptado, y mucho menos podía recordar cómo había llegado a su habitación. Todo era un borrón de palabras amables, felicitaciones y flashes de cámaras inmortalizando su "gran noche".
Pero así no era como había planeado terminar la noche.
En sus planes no estaba la idea de despertar solo, con la boca seca y la cabeza pesada, sino la de estar junto a su Alfa, los dos enredados en sábanas revueltas y con la piel todavía marcada por un amor que solo ellos entendían. Había estado fantaseando con un intenso intercambio de roces necesitados, caricias desesperadas y toques desenfrenados, con sus cuerpos unidos en la más íntima de las conexiones como solían acostumbrar.
El rubio suspiró profundamente, dejando caer su cuerpo contra el colchón mientras pasaba las manos por su rostro. El calor de su fantasía ahora contrastaba con la fría realidad. Ni siquiera había tenido la oportunidad de usar el fino conjunto de lencería que había comprado semanas atrás, especialmente para esa noche.
Había sido un capricho impulsivo, pero cargado de intenciones. Recordaba con exactitud la textura sedosa de la tela entre sus dedos cuando lo escogió: un delicado encaje negro con detalles en rojo que contrastaban a la perfección con el tono pálido de su piel. Había imaginado la expresión de Yoongi al verlo; sus ojos oscuros llenándose de deseo, el ligero temblor en su voz cuando pronunciara su nombre, «Jimin», se estremeció de solo pensarlo.
Pero ahora todo aquello le parecía ridículo.
Un nudo comenzó a formarse en su garganta mientras bajaba la mirada hacia sus manos. Había pasado horas decidiendo cada detalle, desde la ropa hasta las palabras que diría, con la esperanza de que esa noche marcara un nuevo comienzo en su relación. Pero en lugar de despertar junto a Yoongi, había despertado solo. Y el vacío en el otro lado de la cama parecía gritarle todo lo que estaba mal.
Cerró los ojos y trató de calmar su mente, pero los pensamientos seguían regresando, implacables. ¿Dónde estaba Yoongi? ¿Por qué no estaba con él? ¿Acaso algo había salido mal?
«No seas dramático», se dijo a sí mismo, aunque la voz en su cabeza sonaba poco convincente. Yoongi probablemente estaba ocupado con algo relacionado con la empresa como últimamente lo estaba con los asuntos que le encargaba su padre; después de todo, esa noche no solo celebraban su compromiso, sino también la inminente fusión de sus empresas. Pero por más lógica que intentara aplicar, no podía evitar que el vacío en su pecho siguiera creciendo.
Con un movimiento brusco, se levantó de la cama y se dirigió hacia el espejo de cuerpo entero en la esquina de la habitación. Su reflejo le devolvió la mirada, con las mejillas aún ligeramente sonrojadas por el alcohol y los ojos hinchados por el sueño interrumpido. Se veía vulnerable, demasiado para su gusto.
Dejó que sus dedos recorrieran la tela de su camisa de dormir, pensando en cómo la habría desabrochado Yoongi, lentamente, con esa mirada hambrienta que siempre lo hacía sentirse deseado. Pero en lugar de la calidez de esas manos conocidas, solo sentía el frío del aire de la mañana filtrándose por las ventanas.
Necesitaba el contacto reconfortante de su Alfa. Necesitaba encontrar a Yoongi, verlo, hablar con él, entender por qué no había regresado a su lado la noche anterior, tal vez si lo encontraba en alguna de las habitaciones de huéspedes podría convencerlo de escabullirse de la mansión de sus padres para pasar el día entero ellos dos solos.
Con decisión renovada, salió de la habitación, el eco de sus pasos resonando en el pasillo silencioso.
Caminó por el pasillo de la mansión, con los pies descalzos rozando la alfombra mullida. La luz que se colaba a través de las ventanas proyectaba sombras alargadas en las paredes, y el silencio era inusualmente denso.
Mientras cruzaba las puertas de madera oscura y atravesaba los corredores alfombrados, oyó un sonido que lo detuvo en seco. Un gruñido. Bajo, casi inaudible, pero cargado de una tensión que hizo que los vellos de su nuca se erizaran.
Estaba seguro de que aquel gruñido inesperado que había roto la calma provenía de la habitación de su hermano Taemin.
El corazón de Jimin se tambaleó, atrapado entre la duda y la inquietud. Dio un paso hacia la puerta entreabierta, y las voces en su interior se volvieron más claras.
—¿Entiendes la gravedad de esto, Taemin? ¿Qué se supone que le diga a Jimin? —la voz de Yoongi era un susurro furioso, cargado de frustración y... algo más.
Jimin sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar a su prometido. Se acercó más, con pasos silenciosos, mientras su corazón parecía golpear con fuerza su pecho, pudo percibir el aroma de las feromonas del Alfa, que indicaban una advertencia.
—Fácil. No tiene por qué enterarse — respondió Taemin, con ese tono despreocupado que siempre lo caracterizaba, como si el mundo entero no pudiera tocarlo. Hubo un leve silencio antes de que añadiera, con una nota de burla en su voz—: O, si la culpa no te deja, entonces rompe el compromiso.
Las palabras golpearon a Jimin como un látigo. ¿Romper el compromiso? No podía ser cierto. No quería creerlo. Pero algo oscuro y primitivo dentro de él lo empujó a acercarse, a confirmar lo que esperaba que solo fuera un malentendido.
Las feromonas de Yoongi se mezclaban con las de Taemin en el aire, formando un aroma que le revolvía el estómago. Era denso y sofocante.
—Sabes muy bien que eso no es posible —la voz de Yoongi sonó contenida, pero había una grieta en su tono, como si estuviera luchando por mantener la calma.
—¿Por qué no? —replicó Taemin con burla, su tono frío y venenoso—. ¿Acaso le temes a las amenazas de mi padre?
El silencio que siguió era más ensordecedor que cualquier grito. Jimin se acercó aún más, sus dedos temblando al apoyarse en el marco de la puerta, para poder ver a través del pequeño espacio que se lo permitía. Por un momento deseó no escuchar la respuesta, pero no pudo detenerse.
—Esto no tiene nada que ver con tu padre —contestó Yoongi, más bajo esta vez, pero su voz traicionó una mezcla de furia y resignación—. Se trata de Jimin. No voy a herirlo más de lo que ya...
—¿Más de lo que ya lo has hecho? —interrumpió Taemin, con una risa amarga que hizo eco en la habitación. Dio un paso hacia Yoongi, encarándolo como un cazador acorralando a su presa—. Vamos, Yoongi, no te engañes. Jimin no es más que una marioneta para mi padre, y ahora también lo es para ti. Sabes tan bien como yo que el único error aquí fue elegirlo a él en lugar de a mí desde un principio.
Jimin contuvo el aliento, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en la madera del marco. Cada palabra de Taemin era un golpe que le dejaba sin aire, como si estuviera siendo estrangulado lentamente.
—¡Basta! —gruñó Yoongi, su Alfa dominando la conversación por un instante. Pero esa chispa de autoridad se apagó casi de inmediato, como si el peso de sus propias decisiones lo estuviera aplastando, soltando un largo suspiro que no lograba liberar la tensión de sus hombros—. Esto no es un juego, Taemin.
Yoongi tenía a Taemin sujeto de los brazos, sus dedos apretando con fuerza la piel expuesta, mientras sus respiraciones pesadas llenaban el aire. La camisa de Yoongi estaba desabrochada, colgando de sus hombros, y el torso de Taemin brillaba bajo la luz tenue que entraba por la ventana. El Alfa lucía desconcertado, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de desesperación y rabia, mientras que Taemin solo sonreía, esa sonrisa que siempre parecía esconder un secreto.
—Oh, pero claro que lo es —susurró Taemin, inclinándose hacia él—. Y adivina qué, querido cuñado... Estoy ganando.
La sangre en las venas de Jimin hervía, pero también parecía haberse congelado al mismo tiempo. No podía moverse, no podía hablar, pero tampoco podía seguir allí. Entonces lo vio. Sus ojos viajaron rápidamente entre Yoongi y Taemin, y en ese instante todo encajó. Las feromonas, las palabras, las miradas furtivas. El Alfa al que había entregado todo su corazón lo había traicionado con su propio hermano.
Jimin no pudo contener el jadeo ahogado que escapó de sus labios. El sonido fue suficiente para que los dos hombres levantaran la mirada hacia él, congelados en el lugar.
El mundo pareció girar en cámara lenta cuando Yoongi finalmente se percató de su presencia. Sus ojos se encontraron por una fracción de segundo, y en ellos Jimin no vio arrepentimiento. Vio terror.
—Jimin... —La voz de Yoongi era un susurro tembloroso, lleno de algo que parecía pánico.
El zumbido comenzó entonces, un rugido ensordecedor que ahogó cualquier palabra que Yoongi intentó decir cuando lo vio parado en el umbral.
—¡Jimin, espera! ¡Esto no es lo que parece! —gritó Yoongi mientras trataba de avanzar hacia él. Pero el rubio retrocedió, con los ojos llenos de lágrimas y el cuerpo tenso como un arco a punto de romperse.
—¿No es lo que parece? —su voz salió rota, casi inaudible. Las palabras se le atoraban en la garganta, como si pronunciarlas hiciera todo más real.
—Escucha, yo... —Yoongi extendió una mano hacia él, pero Jimin la esquivó como si quemara.
—No te acerques —susurró, casi sin fuerza, antes de darse la vuelta y salir corriendo.
El sonido de sus propios pasos resonaba como truenos en su mente. Apenas podía ver por las lágrimas que nublaban su visión, pero eso no lo detuvo. Algo dentro de él, algo instintivo y desgarrado, tomó el control. Su lobo, siempre tan dócil, tan callado, ahora aullaba con furia y dolor, empujándolo a hacer lo único que tenía sentido: huir.
—¡Jimin! ¡Espera! —escuchó los gritos desesperados de Yoongi detrás de él, pero no se detuvo.
Todo lo que podía escuchar ahora era su lobo llorando, desgarrándose en su interior. La conexión que había sentido con Yoongi, la confianza, el amor... todo se desmoronaba en pedazos a su alrededor.
Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta de golpe poniendo el seguro y se apoyó contra ella, tratando de controlar su respiración. Su mente era un torbellino de recuerdos, de imágenes de Yoongi sonriéndole, prometiéndole amor eterno, y de la escena que acababa de presenciar.
—¡Jimin!¡Por favor ábreme! —grito el Alfa desde el otro lado mientras golpeaba la puerta desesperado.
Su lobo interior estaba furioso, dolido. Sentía una mezcla abrumadora de emociones: la traición lo desgarraba desde adentro, el dolor lo hacía arder y la ira lo hacía temblar. Quería gritar, llorar, destruir todo a su paso.
Se dirigió hacia el armario y comenzó a sacar ropa al azar. La idea de escapar se aferró a su mente como un salvavidas en medio del caos. Mientras buscaba una maleta, sus manos temblaban tanto que terminó tirando varias cajas al suelo. Una de ellas era una caja de fotos viejas, que termino abriéndose de golpe, esparciendo fotografías amarillentas. Una de ellas llamó su atención. Era él, a los siete años, sonriente y despreocupado, junto a su viejo amigo Kim Taehyung.
Se quedó mirándola por un momento, el recuerdo de tiempos más simples apretándole el pecho. Quizás una señal. La imagen le devolvió un fragmento de calma en medio del caos.
«Seúl» pensó. «Tengo que irme a Seúl».
Con la foto en mano, terminó de empacar a toda prisa. Lanzó la maleta por la ventana listo para escapar de ahí, los golpes de Yoongi en su puerta se habían detenido tan solo escasos minutos atrás y estaba seguro de que el Alfa estaba a nada de irrumpir en su habitación, lo conocía lo suficiente para saber que derrumbaría la puerta de ser necesario, pero para entonces él ya habría conseguido escabullirse por su balcón.
Su corazón martilleaba en su pecho, cada latido como un eco ensordecedor en sus oídos. No podía permitirse ser descubierto. Se escabulló entre los jardines, utilizando las hileras de setos y árboles para ocultarse. Por un instante, el Omega dudó, deteniéndose tras una fuente decorativa de mármol. Las lágrimas comenzaban a nublarle la visión, pero no podía permitirse un segundo de debilidad.
«Si te detienes ahora, todo habrá sido en vano», se recordó con firmeza.
Agarró su maleta con ambas manos y salió corriendo hacia la reja trasera, su cuerpo temblando por la adrenalina. Saltó la pequeña cerca que delimitaba la propiedad con un esfuerzo torpe y comenzó a caminar a paso rápido hacia la carretera principal. Afortunadamente, el chófer de su familia no estaba en la entrada; Jimin agradeció esa pequeña bendición debía ser rápido y cauteloso, y un tren de Busan a Seúl sería lo mejor, además de que también le daría el tiempo necesario para procesar lo ocurrido.
...
Cuando llegó a la estación de trenes apretó su maleta, mientras avanzaba entre la multitud de viajeros que llenaban el lugar. La luz tenue de los fluorescentes hacía que las sombras se alargaran, y el eco de pasos apresurados resonaba en el amplio vestíbulo. Jimin intentó mantener la cabeza baja, ocultándose entre la gente, pero su mente era un caos de pensamientos.
¿Qué estoy haciendo? ¿Realmente puedo escapar? ¿Qué pasará si Yoongi me encuentra...? Si Taemin... No quería terminar esa idea.
Se apresuró a buscar la taquilla del tren que lo llevaría a Seúl, metió la mano en su bolsillo para sacar su billetera, pero la realidad lo golpeó como un balde de agua fría y cayó en cuenta que no llevaba efectivo y no podía usar su tarjeta de crédito; cualquier transacción alertaría a su familia y a Yoongi de su ubicación. Ya lo había hecho antes, había escapado un par de veces de sus padres sin ser detectado, pero esta vez se sentía diferente, no era un viaje por diversión de fin de semana, estaba huyendo de Yoongi, y de todos los recursos suficientes que poseía el Alfa para encontrarlo.
Por eso Taehyung podía ser su salvación, aunque ya no eran tan amigos como cuando eran niños, Jimin había escuchado de algunos rumores y escándalos de su viejo amigo, hasta hace dos años cuando su amigo pareció haber sido tragado por la tierra después del escándalo más grande de los últimos años y eso era lo que necesitaba, fingir que la tierra se lo había tragado.
Sus manos comenzaron a temblar, y la desesperación se reflejó en sus ojos. Miró a su alrededor, buscando una solución. Los murmullos de los viajeros, los anuncios del sistema de megafonía y el ruido de las ruedas de las maletas contra el suelo se mezclaban en un zumbido que lo agobiaba.
Mientras analizaba sus posibilidades la respuesta llegó a él con claridad, Gwangju podría ser su coartada perfecta o al menos le daría el tiempo suficiente para llegar a Seúl.
Camino hacia las taquillas de los trenes con destino a Gwangju.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en una Omega mayor, que estaba formada en una de las filas cercanas. Había algo en la suavidad de su rostro y la paciencia en su postura que lo impulsó a acercarse. Respiró hondo y se acercó, intentando no parecer demasiado alterado.
—Disculpe, señora... —Su voz salió más quebrada de lo que esperaba, lo que hizo que la mujer lo mirara con cierta preocupación. Jimin tragó saliva y continuó—. ¿Podría ayudarme, por favor? Necesito comprar un boleto, pero no puedo usar mi tarjeta. ¿Podríamos intercambiar?
La mujer lo observó con atención, claramente dudosa al principio, pero convenciéndola de hacer el intercambio, él le dijo a la mujer que le permitiera pagar con su tarjeta el boleto de tren a cambio del costo del boleto en efectivo, al inicio fue difícil, pero después de escuchar la razón por la que el joven Omega lo hacía, sin dudar, aceptó ayudarlo en todo lo posible.
Jimin la compensó con un asiento en primera clase como agradecimiento, aunque la Omega insistió en que no tenía el dinero suficiente para un boleto tan costoso y que no podría pagarselo, el Omega le aseguro que con el efectivo que le había dado era más que suficiente para llegar a Seúl.
—¿Estás seguro de que estás bien, joven? —preguntó mientras le extendía el efectivo y recibía su boleto pagado con la tarjeta de Jimin.
—Sí... muchas gracias. —Jimin ofreció una pequeña sonrisa, pero esta no alcanzó sus ojos. Sus dedos rozaron los de la mujer al entregarle el dinero restante, y ella le dio un apretón suave, como si intentara reconfortarlo.
Gracias a ese intercambio, Jimin logró comprar uno de los boletos más económicos a Seúl. En el andén, mientras esperaba su tren, miró hacia el horizonte. Se sentía agotado y el día parecía apenas comenzar. La esperanza de encontrar refugio en Seúl era lo único que lo mantenía en pie. Pensó en Taehyung, su viejo amigo, y en cómo alguna vez había prometido que siempre estaría para él.
Cuando finalmente subió al tren, encontró un asiento junto a la ventana y dejó caer la cabeza contra el vidrio helado. El paisaje comenzó a moverse lentamente, los campos y edificios pasando como un borrón frente a sus ojos. Las lágrimas que había reprimido comenzaron a rodar silenciosamente por sus mejillas.
La vida que había planeado se estaba desmoronando frente a él. "¿Cómo pudo Yoongi hacerle eso? ¿Por qué Taemin...?
El tren avanzaba, pero su mente retrocedía. Los recuerdos de la noche anterior, de las risas, de las felicitaciones y del rostro lleno de amor que creía ver en Yoongi, se mezclaban con la imagen devastadora de ambos enredados en el cuarto de Taemin. La traición ardía en su pecho, como una herida que no dejaba de sangrar.
Cerró los ojos con fuerza, buscando en su interior algo a lo que aferrarse. Finalmente, la imagen de la vieja fotografía que había encontrado antes de salir de su habitación le vino a la mente. Taehyung. Tal vez él sería la respuesta, su refugio en medio de la tormenta. No sabía si aún podía confiar en alguien, pero no tenía otra opción.
El tren avanzaba hacia Seúl, y con cada kilómetro que lo alejaba de Busan, Jimin sentía que una pequeña parte de él volvía a respirar. Sin embargo, la grieta en su corazón seguía creciendo, y no sabía cuánto tiempo podría soportar antes de romperse por completo.
Los ojos aún ardían, secos por las lágrimas que ya no podía permitirse llorar. No aquí, no frente a desconocidos que probablemente lo mirarían con lástima.
Las palabras de Taemin resonaban en su mente como un eco cruel: "Jimin no es más que una marioneta." El rostro de Yoongi, ese destello de terror cuando lo había visto en la puerta, lo perseguía cada vez que cerraba los ojos. ¿Terror de haber sido descubierto? ¿O terror de haberlo perdido?
«No importa», se dijo a sí mismo, aunque sabía que no era cierto. Claro que importaba. Había importado todo para él. La confianza, el amor, los sueños que había depositado en sus manos. Ahora no quedaba nada. Solo este tren, esta huida desesperada y un destino incierto en una ciudad donde solo podía aferrarse a un amigo que no había visto en años.
Un hombre mayor que estaba frente a él le dirigió una mirada curiosa, quizás notando el temblor de sus manos. Jimin apartó la vista, avergonzado, y cerró los ojos un momento. Su lobo aullaba en su interior, herido y desorientado, como si buscara consuelo en un vínculo que ya no existía.
El sonido del tren al detenerse en una pequeña estación intermedia lo devolvió a la realidad. Bajaron algunos pasajeros, otros subieron. Entre ellos, una mujer mayor que llevaba un ramo de flores, cuyo aroma dulce le provocó un nudo en la garganta. Era irónico cómo algo tan simple podía recordarle los días felices, cuando soñaba con bodas y promesas bajo cielos despejados. Ahora esos sueños eran jirones que apenas podía mirar sin que dolieran.
Cuando el tren volvió a moverse, Jimin sacó la fotografía que había tomado antes de salir. En ella, los ojos brillantes de un niño Kim Taehyung se encontraban con los suyos. "Siempre seré tu mejor amigo", le había dicho una vez, con esa confianza infantil que parecía inquebrantable.
—Espero que eso siga siendo cierto, Tae —susurró, su voz apenas un suspiro perdido en el ruido del vagón.
El trayecto a Seúl parecía eterno, y al mismo tiempo, no lo suficientemente largo. Jimin sabía que, una vez que llegara, no habría marcha atrás. Tendría que enfrentarse al caos dentro de su mente, al miedo de ser encontrado y al incierto futuro que lo esperaba.
Cuando finalmente el tren comenzó a aminorar la velocidad, indicando su llegada a la estación principal de Seúl, Jimin respiró hondo y se incorporó con esfuerzo. Se ajustó la chaqueta, agarró su maleta y avanzó hacia la salida.
A su alrededor, la estación bullía con actividad, gente apresurándose a llegar a sus destinos, vidas continuando sin detenerse por el dolor que él llevaba dentro.
Se detuvo un momento en el andén, cerrando los ojos y dejando que el ruido lo envolviera. Era aterrador y, al mismo tiempo, liberador. Por primera vez en años, estaba realmente solo.
Y quizá, solo quizá, esa era la única manera de empezar de nuevo.
...
JungKook
El amanecer había traído consigo una pesadez que Jungkook no podía ignorar. Había pasado la noche dando vueltas en su cama, reviviendo una y otra vez la discusión con su padre. Era la misma historia de siempre: su padre, imponente y autoritario, menospreciaba cualquier iniciativa que Jungkook planteara para la empresa familiar. La reunión de accionistas de aquella mañana era una oportunidad ideal para demostrar su valía, pero su padre había sido claro al prohibirle asistir.
"No estás listo, Jungkook. Deja que los verdaderos hombres manejen las decisiones importantes."
Esas palabras seguían clavadas en su mente como un veneno.
Por la tarde, su madre, siempre conciliadora, le asignó un encargo simple: recoger a su prima Soyeon en la estación de tren. Un retiro espiritual, o algo por el estilo, la había mantenido fuera de la ciudad, y a pesar de que Jungkook no entendía su fascinación por los trenes, aceptó el encargo. Al menos le serviría para distraerse de su frustración.
El tráfico a media tarde era un caos. El Alfa estaba sentado en el asiento trasero de su auto, tamborileando con los dedos contra la ventanilla, mientras observaba las interminables filas de coches que se extendían frente a él.
—Toma una desviación, —ordenó al chófer, impaciente—. Busca la entrada lateral.
El chófer asintió y giró hacia una vía menos congestionada. Finalmente, se acercaron a la estación. Justo cuando estaban a punto de detenerse, un frenazo repentino hizo que Jungkook se impulsara hacia adelante en su asiento.
—¡¿Qué demonios fue eso?! —gruñó, sujetándose del reposabrazos mientras el vehículo de atrás los golpeaba levemente por el impacto.
—Lo siento mucho, señor, ¿está bien? —preguntó el chófer, visiblemente nervioso.
—Estoy bien, ¿pero qué rayos ocurrió?
—El coche de adelante se detuvo sin previo aviso.
Ambos miraron hacia el frente. Un auto negro había bloqueado la vía, y su conductor había salido, evidentemente alterado. Un hombre de apariencia desaliñada gritaba hacia la entrada principal de la estación.
—¿Está bien esa persona? —preguntó el chófer, mientras observaba la escena con preocupación.
—¿Quién sabe? Pero ese idiota casi provoca un accidente mayor. Me va a escuchar.
Jungkook salió del auto, la furia creciendo con cada paso. Estaba listo para encararlo, pero entonces, algo lo detuvo en seco.
Lo vio.
Un Omega de cabello rubio, pequeño y con un aura que parecía brillar entre el caos, se subía apresuradamente a un taxi. Su rostro estaba marcado por una mezcla de urgencia y angustia, mientras ignoraba por completo los gritos desesperados del hombre que lo llamaba desde el auto negro.
En ese instante, todo cambió.
El tiempo pareció ralentizarse. Jungkook sintió que su corazón se detenía solo para volver a latir con una fuerza que le hizo tambalearse. Un aullido profundo y primitivo resonó en su interior. Era su lobo, que despertaba de un letargo desconocido, reclamando algo que hasta ese momento no sabía que existía: su destino.
"Es él..."
La certeza lo golpeó con tal intensidad que casi dolió. El Omega huyó en el taxi, pero no antes de que Jungkook pudiera captar su aroma. Era dulce, con una fragancia floral que lo envolvió por completo, avivando algo en su interior que había estado dormido durante tanto tiempo.
En contraste, el Alfa del otro hombre gritaba desesperado, sus feromonas llenando el aire con una mezcla de furia y súplica. Jungkook lo observó, fascinado y horrorizado al mismo tiempo. Aquel hombre, quien fuera, estaba perdiendo a su Omega.
Pero su propio lobo rugía por algo diferente. No había desesperación en su interior, sino un impulso arrollador, una necesidad de seguir ese taxi hasta el fin del mundo si fuera necesario.
Sus piernas permanecieron ancladas al suelo mientras el vehículo se alejaba, perdiéndose entre las calles de la ciudad. Pero en su mente solo había una idea fija: encontrarlo. Su destino se había manifestado, y ahora que lo había visto, sabía que su vida jamás volvería a ser la misma.
«Voy a encontrarte» pensó, sus ojos aún fijos en la dirección en la que había desaparecido el taxi.
En ese momento, JungKook, el Alfa que nunca había creído en cuentos de hadas ni en destinos predestinados, sintió cómo el hilo invisible que lo unía a ese Omega se tensaba, marcando el inicio de algo que estaba fuera de su control.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top