Capítulo 6: Navegando por el Sena

Henri llevó a Aitana hasta el centro, muy cerca de la Torre Eiffel. Pasaron junto a ella caminando y Aitana volvió a mirarla, le encantaba... Henri le preguntó si había subido y ella le explicó que no lo había hecho aún. Había estado en el Campo de Marte, la había visto desde Trocadero pero no habían subido.

Henri le sorprendió diciéndole que le haría ese regalo antes de que ella se marchara, y ella no quiso disuadirlo de eso. Estaba tan entusiasmado y deseaba tanto llevarla hasta la cima de la Torre que ella no objetó nada al respecto. A fin de cuentas, ella también quería subir y subir con él.

Llegaron cerca de los márgenes del Sena, allí se encontraba un hermoso barco, bastante grande, de esos que ofrecían un viaje a los turistas. Henri tomó un teléfono e hizo una llamada y de inmediato acudió a recibirlos al muelle el capitán del barco, amigo de Henri. Les dio la bienvenida y los hizo pasar, saltándose la cola que aguardaba para subir. Estaban próximos a iniciar un viaje, pero ellos eran unos invitados especiales, así que los llevaron a la parte superior de la embarcación, que tenía techo y unas mesas sencillas, pero bien equipadas. Henri haló la silla para que Aitana se sentara y luego lo hizo él.

—Si te parece, comeremos aquí. Soy amigo del dueño y la comida es buena, así de paso ves un poco más de la ciudad.

—Me agrada mucho —dijo ella entusiasmada—, siempre deseé tomar un barco de estos y estaba en mi lista, solo que todavía no lo había hecho.

Henri le tomó la mano por encima de la mesa.

—Ya ves —le contestó—, yo me adelanto a tus deseos.

El gesto se interrumpió porque un empleado fue a pedirles la orden, mientras el resto de los visitantes tomaban sus puestos en la parte inferior del barco o en el área reservada también. Aitana pidió en pescado con verduras y Henri la imitó, aunque escogió personalmente un espumoso para compartir con ella.

La comida no demoró en llegar y estaba deliciosa, Aitana estaba hambrienta y Henri también así que comenzaron a comer en silencio, mientras el barco se adentraba en las márgenes del Sena. Desde allí vieron la casa de la Marquesa en Solferino, nuevamente el Museo de Orsay. Pasaron cerca de Notre Dame, justo por el costado.

Aitana vio los destrozos que había causado el fuego de unos meses atrás. Había visto antes la Catedral en su frente, que apenas se había visto afectado. Sin embargo, a medida que avanzaban y veían el fondo de la edificación, resultaban apreciables los daños del fuego. La Aguja había perecido con las llamas.

—Es una pena muy grande —le dijo Aitana—, siento tristeza de ver a Notre Dame así, luego de tanta Historia en ella.

—Así es —asintió él— y la polución que el derrumbe causó todavía produce daños en los ciudadanos. Es muy triste verla así…

—¿Ya tienes una idea para la próxima novela? —le preguntó Aitana de repente.

Él no se disgustó con la pregunta.

—La tengo concebida, al menos en sus aspectos más esenciales. No sé si es una idea buena o será bien recibida, eso no lo sé hasta que termino la obra y veo el resultado. Lo cierto es que no tengo deseos de escribir, esa es la verdad.

—¿Por qué no tienes deseos de escribir? No me parece el tipo de hombre que se acostumbra a estar ocioso.

—¿Eso crees? Tengo dinero, muy bien puedo dedicarme a no hacer nada el resto de mi vida.

Ella negó con la cabeza, colocando los cubiertos sobre el plato, una vez que terminó de comer.

—Tienes demasiado respeto por ti mismo para aceptar esa salida tan fácil, luego de haber probado la gloria y el reconocimiento. Tienes un alto concepto de ti mismo y es probable que esta inacción te frustre y dañe más que a cualquier otro que se conforme con la vida que llevas y la gloria que tuviste.

Él sonrió.

—Te precias de conocerme muy bien, a pesar de que hasta hace dos días no tenías la menor idea de quién era.

—Sigo sin haberme leído ni una página de tus libros —reconoció—, pero no por eso dejo de comprender la clase de persona que tengo enfrente.

—Gracias por verme con tan buenos ojos, pero todavía no sé cuándo volveré a escribir. Ni siquiera a mi editor puede darle una esperanza al respecto.

—¿Tienes una buena relación con tu editor? —le preguntó.

—En realidad —dijo él algo incómodo—, he cambiado de editor, comenzaré esta novela con uno nuevo.

—Es extraño —prosiguió ella tomando un sorbo de vino—, ¿era malo tu anterior editor?

—No —contestó él en voz baja-, era muy buena pero… —No sabía qué responderle al respecto—. Tuvimos ciertas diferencias.

A Aitana no se le escapó que, por la forma en la que había hablado, parecía que era una mujer. ¿Habrían tenido alguna relación? A punto estuvo de hacer otra pregunta sobre eso, pero se mordió la lengua.

Henri rellenó sus copas con el vino espumoso y le dijo a los ojos en inglés:

—Brindo por mirarte, pequeña. —Chocó su copa con la de ella.

Aitana sonrió, divertida.

—Esa línea es de Casablanca, me encanta esa película.

—Por supuesto —repuso él—, eres anticuada y romántica y además estamos en París, es lógico que te guste Casablanca.

Ella fingió enfadarse con él.

—Si tanto te gusta Casablanca —le dijo a Henri alzando su copa—, deberíamos hacer otro brindis.

—¿Qué propones? —le preguntó él.

Esta vez fue Aitana quien chocó su copa con la de él y dijo con una sonrisa:

—Porque siempre tengamos París…

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