Capítulo 44: Puente Alejandro III

Cuando regresaron a casa, Aitana tomó una decisión: debía responderle, pues la muerte de la marquesa debía ser un duro golpe para todos, especialmente para él que tan cerca estaba de su abuela.

Sin poder evitarlo vinieron a su mente los recuerdos del año anterior: cómo la vió de lejos en el Museo de Orsay, cómo halló su cartera y fue a devolverla a su hogar de Solferino y lo amable que siempre fue con ella. No la había vuelto a ver desde el almuerzo en su casa el día de su regreso a Valencia. Jamás hubiese imaginado que era una despedida en todos los sentidos... Le hubiese gustado haberla visto una vez más pero no fue posible. La vida así no lo había querido, y le pesaba no haber ido a saludarla en cuanto retornó a París.

"Hola, Henri: he quedado desolada con esta noticia. Lamento muchísimo lo sucedido y comparto tu dolor. Que en paz descanse Helene, siempre guardaré un bonito recuerdo de ella. Un fuerte abrazo"

No le respondió a la pregunta que le había hecho sobre verse, creía que no era el mejor momento para hacerlo. Apagó su teléfono y se dirigió a la cocina donde se encontraba Germán calentando la comida que siempre dejaban encargada al Bistro.

—¿Estás bien, mi amor? —le preguntó.

Ella le abrazó y le aseguró que sí.
El resto de la tarde lo pasó algo inquieta. No se había atrevido a encender su teléfono ni siquiera para responderle a sus padres o a Marie. Su nueva amiga le había escrito también para contarle acerca de la marquesa, pero ella prefería mantenerse al margen.

Le dolía lo sucedido, no podía dejar de pensar sobre todo en Henri, aunque también en Valérie. Debía de ser muy difícil para ellos toda esa situación.
Aitana no pudo controlar más su ansiedad y casi al anochecer encendió su teléfono. Germán se estaba dando una ducha, así que estaba sola.

Le aguardaba un nuevo mensaje de Henri.

"Gracias por tu consuelo. No sé si estaré siendo demasiado insistente, pero ahora mismo el único pensamiento que me alivia es soñar con la posibilidad de volver a verte. No has salido de mi cabeza en mucho tiempo y desde que sé que estás de vuelta en París ansío más nuestro reencuentro. Hay algo que me gustaría que supieras. Por favor, dame una oportunidad. Mañana le daremos sepultura a mi abuela en Pere Lachaise a las diez. Si quieres podemos encontrarnos después. Solo quiero verte".

Aitana suspiró. No sabía qué hacer pero no consideraba que negarse fuera lo mejor. ¿Qué tendría Henri que decirle? Tal vez solo necesitaba verlo para cerrar definitivamente aquel capítulo de su vida y pertenecerle por completo a Germán, como debía ser. Borró todos los mensajes y se concentró en elaborar una respuesta.

"Ánimo. Podemos vernos mañana después del cementerio. Te estaré esperando en el puente Alejandro III".

Al cabo de un par de minutos su teléfono vibró en su mano y ella tembló con su respuesta afirmativa. Acababan de concertar una cita.

Germán salió del baño en un albornoz y se quedó extrañado cuando vio la pensativa expresión de Aitana, sentada en el diván con el teléfono en la mano.

—¿Alguna mala noticia?

Ella se sobresaltó al escucharle, pero negó con la cabeza. Debía elaborar una excusa, pues jamás podría decirle a Germán la verdad: no lo entendería.

—Me ha escrito mi tutor de la Universidad que quiere verme mañana a las once para discutir algunos asuntos de mi trabajo -se sintió mal de mentirle así.

—¿Quieres que te acompañe?

Ella negó con rapidez, un poco nerviosa.

—Regresaré en un par de horas, no te preocupes.

Germán se quedó observándola en silencio. Estaba muy rara. Aitana apagó el teléfono y lo puso a cargar junto al televisor del salón principal.

—Iré a darme una ducha —le dijo ella dándole un breve beso en los labios.

—Yo prepararé la cena —le contestó él.

Aitana asintió. Deseaba mucho una ducha reparadora para poner en orden sus pensamientos.

Durmió mal, no sabía si por mentirle a Germán o por el encuentro con Henri. Cuando abrió los ojos notó que Germán no estaba a su lado, al parecer tampoco había dormido bien.

Lo encontró en la cocina abstraído haciendo el desayuno. Ella se acercó para darle un beso pero lo tomó desprevenido, tanto que dejó caer la espátula al suelo.

—Perdón —se excusó ella.

—Tranquila, fui yo quien no te sintió llegar. ¿Por fin vas a ver a tu tutor?

Ella se sentó en la mesa de la cocina y le respondió que sí.

—¿Quién es? —indagó curioso mientras colocaba un plato de tostadas y huevos revueltos frente a ella.

—Se llama Jean-Claude Laurent, es Catedrático de Derecho Laboral —aquello era cierto, pero no iría a verlo esa mañana.

—¿Segura que no quieres que te lleve? —insistió él.

—Estoy segura, pronto estaré de vuelta —le dijo con una sonrisa, aunque estaba muy tensa.

Aitana salió un poco antes de la hora prevista para el encuentro, pues iría caminando. Al cabo de unos minutos ya divisaba el puente Alejandro III, para ella, el más hermoso de París.

Tenía más de 200m de largo y atravesaba el Sena, uniendo la zona del Petit y Grand Palais con Les Invalides que se hallaba del otro lado de la ribera. El puente era mayormente de color blanco, con detalles de decoración en dorado. Fue inaugurado para la Exposición Internacional de 1900. Hermosas farolas de bronce de color oscuro lo engalanaban, así como estatuas. Unos impresionantes pegasos de color dorado —cuatro en total—, se levantaban sobre sus patas traseras. Aitana se quedó observándolos, y a los leones que también lo decoraban.

Se colocó a un costado del puente, sin cruzar. Desde su posición se podía ver incluso una parte de la Torre Eiffel en la distancia. Recordó una vez más aquella cita maravillosa en su cima cuando Henri la besó por primera vez. Sintió un escalofrío y negó con la cabeza, volviendo a prestar atención en la circulación de personas que cruzaban en uno u otro sentido por el puente. Entonces lo vio: se hallaba a cierta distancia con la cabeza gacha. Venía en dirección de Les Invalides, probablemente hubiese dejado aparcado su coche en esa zona.

Aitana dio un par de pasos al frente y Henri notó su presencia. En apenas un minuto estuvieron frente a frente. Ella advirtió la tristeza en sus ojos, las sombras causadas por no dormir... Notó que había llorado, y sintió pena por él. No se dijeron nada, pero se dieron un fuerte abrazo que era mucho más elocuente que cualquier palabra.

Ella se sintió cómoda con aquellos brazos rodeándola. Era una sensación familiar, pero no había en aquel gesto amor, al menos no de su parte. Lo supo desde el primer instante, y aquella certeza le alivió.

—Lo siento mucho... —le dijo cuando se separaron—. Debe ser terrible. ¿Cómo estás?

Él le acarició la mejilla en silencio, y la tomó de la mano para colocarse de nuevo al costado del puente.

—Estoy devastado —le contestó al fin—. No lo esperábamos... Ella estaba tan bien que es difícil pensar que de un momento a otro haya desaparecido.

—Siempre estará contigo.

Henri la miró con cariño y le sonrió con tristeza.

—Gracias por acceder a venir a verme. ¿Por qué no nos vamos a otro sitio?

Ella negó con la cabeza.

—Dispongo de poco tiempo, es mejor que hablemos aquí.

Él accedió, estaba realmente muy cansado, así que se sentaron en un banco de un costado muy cerca del río.

—Dijiste que querías hablar conmigo... —le recordó ella.

—No he dejado de pensar en ti, Aitana... He escrito sobre ti en mi último libro y te confieso sin modestia alguna que es lo mejor que he escrito en mi vida.

Ella se ruborizó.

—He comprado el libro; leí la dedicatoria pero no lo he terminado...

Henri le tomó una mano:

—Cuando Valérie me dijo que estabas en París pensé en buscarte, pero no me animaba a hacerlo. Sin embargo, cuando te ví en los Jardines de las Tullerías sentí que debía ser yo quien único te abrazara de esa forma y no otro hombre...

Aitana recordó a Germán y retiró su mano.

—Es mi prometido, vamos a casarnos...

—Lo sé —asintió él—. Marie me lo explicó cuando la llamé rogando por tu teléfono. Sin embargo, aquel día cuando nuestras miradas se encontraron, advertí en tus ojos que todavía sientes algo por mí...

Aitana suspiró.

—Es cierto que me puse muy nerviosa y que estar en París me ha hecho recordar lo que vivimos juntos, pero sería injusto por mi parte que te diera esperanzas, Henri... Ya no siento lo mismo que entonces, aunque te recuerde.

Él no se dejó convencer.

—Lo dices porque sigues decepcionada por lo que sucedió entre nosotros: la distancia que mantuve por semanas y mi silencio.

—Es verdad que tu comportamiento destruyó lo que estaba en ciernes; pero no estoy actuando así contigo por despecho. No quisiera ser hiriente en un día como hoy en el que has enterrado a Helene, pero debo ser honesta: yo amo a mi novio...

Henri volvió a tomarle de la mano.

—Debes escucharme, Aitana...

Ella se exasperó un poco y volvió a tomar distancia de él.

—Estás con alguien más, Henri y yo también.

Él se quedó desconcertado por unos segundos sin comprender y entonces Aitana se expresó mejor:

—Te ví hace unos días con una chica entrando a casa de tu abuela en Solferino...

Henri procesó la información con calma, y luego se percató de lo más importante:

—¿Fuiste a Solferino para verme?

—Eso ya no importa —contestó evasiva—, lo que quiero decir es que cada uno de nosotros tiene una vida.

—Aitana, ¿es qué no te das cuenta? Sigues pensando en mí... Me echas de menos tanto como yo a ti. Es cierto, estuve con esa chica pero ya se terminó. No hay nadie más importante para mí que tú.

Aitana se llevó las manos a las sienes. La cabeza comenzaba a dolerle.

—Amo a Germán, lo nuestro fue solo una ilusión. Algo muy lindo pero que nació y murió en aquel verano. Tú mismo quisiste que muriera...

Él negó, desesperado por al fin contarle lo que no se había atrevido a decirle:

—Cuando te marchaste pensé en irme tras de ti, pero tuve un problema de salud que me lo impidió.

—¿Qué? —Aitana no comprendía nada.

—Tuve una caída en el baño y me dolía el esternón. Me hicieron un RX de rutina para descartar una fractura de costilla cuando vieron una imagen sospechosa de un nódulo en un pulmón.

—¡Dios mío! —exclamó ella tomándole la mano esta vez—. ¿Estas bien?

—Sí, estoy bien ya. No tienes nada de qué preocuparte, aunque fueron semanas horribles.  Yo había fumado mucho cuando mis problemas con Juliette y aunque ya había dejado el cigarrillo temía que pudiera ser algo maligno. Me operaron, lo extrajeron y le realizaron una biopsia. Al cabo de unos días se supo que era algo benigno.

Aitana suspiró aliviada, todavía sujetando su mano.

—¿Y por qué no me lo dijiste antes?

—No quería preocuparte ni arrastrarte en mi infortunio si resultaba ser algo malo.

—Pero hablamos por teléfono y me dijiste en Valencia que no me habías buscado porque estabas escribiendo, que tenías el libro muy adelantado... —Aitana no comprendía nada.

—No fue por eso. La primera semana trabajé mucho. Estaba molesto contigo por la discusión que tuvimos pero ya había decidido ir a verte cuando tuve el accidente en el baño. Después de la operación y de saber que era benigno escribí un poco más, pero te mentí al decirte que no te había buscado a causa del libro. Recuerdo que en mi recuperación lo que más inspirado escribí fueron aquellos recuerdos de París que te envié...

Aitana intentaba procesar toda aquella información. Estaba abrumada...

—Debiste habérmelo dicho... —susurró.

—Te lo iba a decir cuando nos viéramos pero luego de tanto tiempo no quise arruinar nuestra cena en aquel restaurante italiano hablando de esos momentos tan amargos. Pensé que las cosas estarían bien entre nosotros y estaba buscando un momento oportuno para decirte la verdad... Cuando te subí a mi habitación en el hotel no lo hice tan solo con la intención de besarte o de darte el libro que mi abuela te enviaba como obsequio, sino también para serte sincero en un espacio de mayor intimidad.

Aitana recordó aquel momento y lo mal que se sintió con Henri cuando intentó besarla en contra de su voluntad. Había huido de sus brazos asustada y fue por eso que él se disculpó con ella al día siguiente en su oficina.

—¿Y por qué no me lo dijiste en mi oficina cuando fuiste a buscarme a mi despacho?

—Porque comprendí que ya te había perdido y que no supondría la mayor diferencia que supieras la verdad. Quería despedirme de ti con la dignidad intacta y sin que sintieras pena por mí.

Ella permaneció unos segundos en silencio.

—¿Y por qué me lo dices ahora? ¿Crees que haga ahora alguna diferencia?

—Te lo digo ahora porque estás en París y eso me ha dado algo de esperanza; te lo confieso ahora porque vas a casete y no quiero perderte, Aitana...

Ella vio la tristeza en sus ojos y sintió pena de él. No quería romperle el corazón en un momento cómo aquel pero tampoco podía alimentar sus ilusiones.

—Lo siento, Henri, siento que no me dijeras esto en su momento pero ya es demasiado tarde y...

Él le colocó un dedo en sus labios para silenciarla.

—No me digas nada ahora; yo estoy agotado y tú probablemente muy confundida con todo esto. Te pido por favor que lo pienses, ya sabes cómo contactarme.

Henri se puso de pie y le dio un beso en la cabeza. Aitana lo miró en silencio atravesar el puente sobre las aguas del Sena y se quedó unos minutos reflexionando en todo lo que había sucedido.

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