Capítulo 43: El jardín de Monet

Aitana no pudo dormir bien, era como si tuviera un presentimiento, así que despertó antes de las siete de la mañana. Salió de los brazos de Germán con cuidado y le dio un suave beso en la frente para no despertarlo. Se dirigió al salón, tomó el teléfono de su bolso y leyó el mensaje de Marie. Quedó helada de saber que Henri podría contactarla, pero por fortuna no lo había hecho aún...

Se estremeció al pensar que él pudiera interrumpir algún momento romántico entre Germán y ella, y que, apremiada por las circunstancias, terminara confesando que Henri, aquel hombre que la había estremecido tanto, todavía le escribía. Sabía que Germán no se lo perdonaría y que algo como aquello podía poner en riesgo su relación.

Aitana negó con la cabeza y luego apagó su teléfono. Era mejor así... Sus padres y hermana podrían contactarla al teléfono de Germán de existir algún incidente o urgencia.

Con nada mejor que hacer, se dirigió a la cocina para preparar el desayuno para él, tal vez así lograría dejar a un lado la ansiedad que la consumía.

Germán despertó una hora más tarde cuando no la sintió a su lado. El olor del tocino le llevó hasta ella con una amplia sonrisa y le abrazó por detrás.

—Huele delicioso...

Ella se apartó de la estufa para darle un beso. Apagó los huevos revueltos con tocino que estaban en su punto y lo abrazó.

—Alguna vez tendría que corresponderme a mí, ¿no crees?

—Me encanta... —él le dio otro beso y por unos instantes se olvidó de la comida.

Aitana disfrutó del momento, casi sin preocupaciones, y se abrazó con más fuerza a él.

—Despertaste temprano, cariño. ¿Todo está bien?

Ella asintió.

—Me fui a dormir con las ideas del trabajo de la Maestría en la cabeza, y no tuve un sueño tranquilo.

—¿Pero lo terminaste? —ella le indicó que sí con la cabeza—. Entonces podremos dar un paseo... ¿Qué te parece?

Aitana le sonrió y le dio otro beso antes de servir el desayuno.

Un rato después, Germán conducía por la autopista A13 en dirección a Giverny. Aitana no tenía idea de a dónde le llevaba hasta que una indicación del nombre de la comuna le hizo comprender.

—¿Acaso vamos a la casa de Monet? —preguntó emocionada.

Él le sonrió pero no contestó. A poco más de una hora en coche desde París, se encontraba la comunidad de Giverny, donde se hallaba la Fundación Monet en el hogar campestre del pintor donde vivió sus últimos años hasta su muerte. Muchas de sus obras estuvieron inspiradas en aquel lugar, pintadas frente al estanque o con vistas al puente japonés.

Aitana no pudo evitar recordar su visita al Museo de Orsay, donde pudo ver muchas obras de Monet en la sala impresionista. Justo allí había conocido a Henri y su vida había dado un giro. Apartó aquellos pensamientos de su cabeza y se concentró en disfrutar de su visita con Germán.

La casa era adorable: en el salón principal, algunas reproducciones del pintor recordaban a los originales que alguna vez se pintaron allí. Recorrieron las habitaciones, el taller, se deleitaron con el salón azul y miraron con interés la cocina de color amarillo, algo bastante infrecuente para la época. La mesa estaba puesta, casi como si Monet y su familia estuvieran a punto de llegar para comer.

Salieron por una puerta cercana para recorrer el exterior tomados de las manos. Las plantas eran muy bonitas y llegaron hasta el estanque con el famoso puente que Monet pintó varias veces.

—En sus últimos cuadros, cuando ya había perdido bastante la vista, del puente podía apreciarse tan solo su silueta, hecha con trazos más difuminados y moteados a causa de la poca visión —le comentó Germán.

Ella no hubiese esperado que conociera tanto de pintura, le agradaba a aquel Germán sensible que amaba el arte. Probablemente aquella fuese una de las cosas que más le habían impresionado de Henri...

"Henri —se recriminó— una vez más en mis pensamientos".

—¿Por qué te has quedado tan absorta? —la voz de Germán la sobresaltó.

Ella intentó sonreírle:

—He estado admirando los nenúfares, también frecuentes en la obra de Monet. Me gustan mucho...

Germán frunció el ceño, no sabía por qué, pero no le creía nada.

—¿Todo está bien entre nosotros, Aitana?

Ella asintió, pero desvió la mirada hacia el estanque.

Se quedaron unos minutos en silencio. Germán estaba a su lado, pero se hallaba tan ausente como ella, hasta que se atrevió a preguntarle algo que quizás debió haberse guardado para sí.

—¿Todavía piensas en él?

Aitana no despegó la mirada del agua y aunque se sorprendió, comprendió de inmediato a qué se refería.

—¿Por qué me preguntas eso? ¿Crees acaso que te he traicionado? —en esta ocasión sí lo miró.

—Sé que no, eres demasiado honesta y jamás me harías eso...

Ella suspiró. Le reconfortaba un poco que Germán no tuviera dudas al respecto.

—Te soy fiel no solo por ser honesta o por moral, sino principalmente porque te amo, Germán.

Él dio un paso hacia ella, un poco más relajado, pero no volvió a hablar.

—Y sí —continuó ella—, a veces me han venido a la mente ciertos pensamientos que son inevitables cuando se está de nuevo en París, pero no siento añoranza de él. Lo más importante para mí son los recuerdos que tendré de nosotros una vez que te hayas marchado.

Germán le acarició la mejilla con una mano. Agradecía su sinceridad.

—Tal vez no lo hayas notado, pero pretendí llevarte a otros sitios, hacer una ruta en París que fuera solo nuestra —le confesó él—. Era arriesgado pedirte matrimonio aquí, pero así lo sentía... He querido, si bien no borrar tus recuerdos del pasado, al menos sí darte otros que tal vez sean mejores.

—Y lo son.

Aitana estaba conmovida con sus palabras, así que se abrazó a él, con el puente japonés de fondo, dignos de ser plasmados en un lienzo por el pincel de Monet.

Germán buscó lentamente sus labios y le dio un beso. Confiaba en que su amor superara no sólo la dura prueba de la separación sino también del pasado de Aitana. Sin embargo, él no pretendía que la charla terminara así. Había algo más que se moría por aclarar.

—He visto el libro de ese hombre en tu bolso —murmuró—. Ví la dedicatoria y por ella intuyo que has estado pensando en él.

Aitana se apartó un poco, aquello sí que no se lo esperaba.

—Lo siento —balbució—, lo compré y...

Germán la interrumpió negando con la cabeza.

—Supongo que el personaje femenino está inspirado en ti y que eso sea halagador para cualquier mujer.

Él intentaba sonar comprensivo.

—Apenas he leído unos capítulos. Tuve curiosidad, lo reconozco, pero no he podido continuar leyendo. No quiero que una trama de ficción me manipule.

—¿Y te estaba manipulando? —interrogó él, algo desconcertado y molesto.

—No, pero pudo haberlo hecho y no quiero averiguarlo. El libro es solo una historia, y Henri es mi pasado, Germán. Lamento no haber dejado el libro en casa de Marie, pero lo cierto es que olvidé hacerlo y quisiera que no le dieras demasiada importancia.

—Intentaré no dársela, aunque a veces tengo miedo de que albergues dudas sobre nosotros...

—Te aseguro que no es así —le dijo ella volviendo a sus brazos.

Él la estrechó contra su corazón pero todavía estaba inquieto. Recordó aquella ocasión en su oficina cuando leyó por error el romántico escrito de Henri sobre aquellos días en París... No había podido olvidarlo y temía que Aitana tampoco. ¿Como competir con un escritor famoso con el que vivió tantos momentos memorables? Debía confiar en ella, debía olvidar sus dudas y ver lo más importante: Aitana lo amaba y había aceptado casarse con él.

Germán se apartó de ella al sentir que su teléfono comenzaba a vibrar.

—Lo siento, cariño —se excusó dándole un beso en la cabeza y mirando la pantalla—. Es un cliente importante y debería contestar. En un minuto estaré de vuelta.

Germán se apartó de ella para hablar de aquel asunto y Aitana decidió buscar su teléfono para hacer algunas fotos de recuerdo de aquel emblemático lugar.
Tuvo que encenderlo ya que continuaba apagado, y al hacerlo, varios mensajes le entraron de golpe: llamadas de sus padres que fueron directo al buzón; un mensaje de Marie y otro de Henri...

Su corazón se detuvo cuando vio el nombre de él y más aún cuando lo abrió, sumida en la curiosidad. Pretendía borrarlo a toda prisa, pero su contenido la dejó impactada:

"Hola, Aitana. Siento decir que mi abuela murió en la madrugada de un paro cardiaco mientras dormía. Fue inesperado y pensé que deberías saberlo. Estoy destrozado, pero quisiera verte un instante, ¿es posible?"

Aitana guardó su teléfono de inmediato ante el inminente regreso de Germán. La pregunta de Henri todavía martillaba en su cabeza y ella no sabía aún qué responder.

Hola!!! Espero que les haya gustado!!! Qué pasará después? Los dejo con otra de las pinturas de Monet inspiradas en el puente japonés. Qué lástima que para Germán y Aitana el paseo terminara así. Qué sucederá con Henri? 🤔 Cariños para ustedes!!!

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