Capítulo 42: De Rodin a la Sainte-Chapelle
Aitana fue a dormir tarde; luego de pasar el resto del día junto a Germán —entregarse a su amor, ver una película y cenar juntos— ella se quedó en el comedor del departamento revisando su trabajo y adelantando algunos más de su Maestría. No quería que aquella Luna de miel que vivía entorpeciera en modo alguno el propósito de su viaje: estudiar.
Sin embargo, apenas podía concentrarse en la tarea, recordando los sucesos de aquel día: la propuesta de matrimonio, el encuentro con Henri, los felices que estaban sus padres de saber que había aceptado el compromiso y la alegría de Jimena al conocer que se irían a casar.
¡Echaba de menos a la niña! En ocasiones necesitaba regresar a su rutina de antes, y deseaba realmente casarse con Germán. ¿Por qué entonces no salía de su mente el encuentro con Henri? ¿Por qué se sentía como si debiera hacer algo?
Cuando envió su trabajo tomó su bolso y vio que en su interior estaba la novela de Henri. Debía de ser muy cuidadosa para que Germán no la viese y debió haberla dejado en el departamento de Marie, pero había actuado sin pensar. Cerro su bolso, apagó las luces y se fue a la cama.
Germán ya estaba dormido, aunque al sentirla la abrazó contra él. Ella sintió su respiración pausada y la tibia temperatura de sus manos sobre su espalda. Lo amaba, estaba feliz con él, pero en su mente volvía a reproducirse aquel momento en el que sus ojos se encontraron con los de Henri... Una vez más, la misma escena. Y con ella en su cabeza, se quedó dormida.
Germán la sorprendió con un desayuno en la cama. Las tostadas estaban deliciosas, y disfrutó ser mimada un poco de aquella manera:
—¿A dónde quisieras ir esta mañana? —preguntó Germán con una sonrisa.
Ella se encogió de hombros dubitativa mientras le daba un mordisco a su tostada, llenándose los labios de jalea.
Él se inclinó y le dio otro beso.
—Me encanta en sabor de tu boca... —le susurró contra sus labios.
—¿Lo dices por la fresa? —ella sabía que no, pero quería sacarlo de sus casillas.
Germán rio, pero luego la besó una vez más.
—Ya sé a dónde te llevaré...
Una hora después estaban en las inmediaciones del otrora Hotel Biron, donde radicaba el Museo Rodin.
Caminaron por los jardines, donde estaban las maravillosas colecciones de esculturas. El olor del césped recién cortado, la vivienda al fondo con su belleza clásica, los colores del otoño, crearon una atmósfera muy hermosa.
Fueron descubriendo una a una las esculturas hasta que Germán la llevó precisamente a donde quiso: era la célebre escultura de El beso, aquellas dos figuras abrazadas rendidas al más antiguo de los placeres: besar. No por conocida, dejaba de ser inquietante. Aitana se preguntó cómo algo inanimado como una escultura podía transmitir tanto... Cómo podía percibir pasión en aquel acto si no se trataban de verdaderas personas.
—Casi tan hermoso como el beso de hoy con jalea de fresa...
Aitana soltó una carcajada y se colgó a su brazo. Sí que Germán podía ser romántico cuando se lo proponía.
—¿Fue por eso que me trajiste aquí? —preguntó.
Él asintió.
—Me vino a la mente cuando te besé; además, es un lugar al aire libre, y hasta que podamos vencer esta odiosa enfermedad, debemos ser cautelosos, ¿no crees?
—Tienes razón. Busquemos a El Pensador...
Otra conocida escultura les dio la bienvenida, y Aitana no pudo evitar recordar sus pensamientos de la noche anterior: Henri. ¿Por qué lo rememoraba en un momento como aquel?
—Siempre me pregunté qué estaría pensando...
—Creo que nada y todo a la vez, —respondió Germán—. Él representa el pensamiento racional de los seres humanos, el meditar... A veces le damos demasiado poder a nuestros pensamientos y le permitimos la entrada a algunos que ni siquiera merecen la pena...
Germán no se refería a algo en particular pero Aitana se ruborizó pensando en que pudiese referirse a ella y sus pensamientos inadecuados. Sin embargo, él no podía saberlo. Y eso era lo que más le dolía en ocasiones: lo ajeno que estaba German a lo que sucedía en su cabeza.
Aitana no respondió, tan solo colocó su rostro en el pecho de Germán y le pasó el brazo por la espalda. Caminaron por el resto de la exposición y luego se sentaron muy cerca de la rosaleda.
—¿Estás bien? —le preguntó él.
Ella despertó de sus pensamientos y le aseguró que sí.
—No quisiera que esta semana terminara nunca. Te quiero, Germán y te he echado mucho de menos...
Él le beso despacio entre las flores. Estaba feliz de haberla recuperado. No había sido fácil para él aquella separación sobre todo porque sintió que la estaba perdiendo.
Después del Museo Rodin Germán manejó hasta la Sainte Chapelle, una de las más hermosas iglesias góticas de París, situada en la Île de la Cité. Aitana sintió paz desde que entró a ella; nunca antes había estado y no pudo conocer Notre-Dame por dentro a causa del incendio del año anterior.
Las altas vidrieras de cristales eran impresionantes. Era casi mediodía por lo que los rayos del Sol hacían destellar los cristales con sus dibujos y tonalidades.
Se sentaron en una banca, tomados de las manos, y aunque Aitana no era católica practicante pidió porque sus dudas se terminaran de desvanecer y ella pudiera encontrar la felicidad plena en el hombre que tenía a su lado. Ella lo amaba, de eso no tenía dudas pero...
Germán se levantó un instante para ir al altar pero Aitana se quedó sentada mirándolo caminar en dirección al mismo. Tomó el teléfono del bolsillo de su chaqueta. Tenía un mensaje de Marie de unos quince minutos atrás que no había sentido llegar.
"Hola, cariño. Perdón por molestar pero aquí está Henri. Apareció en el departamento y no se quiere marchar hasta que le de tu teléfono. Yo le expliqué que estabas con Germán pero él insiste en que quiere hablar contigo".
Aitana se tensó de inmediato cuando lo leyó. Levantó la mirada pero Germán continuaba lejos de ella.
¿Por qué querría Henri hablarle? ¿Por qué insistía tanto? Al parecer había borrado su teléfono...
"Dile que yo lo llamaré cuando pueda pero por favor no le des mi número. Ya yo le contactaré"
Marie no le respondió, pero las palomitas se tornaron azules indicando que la había leído. Aitana guardó su celular a toda prisa e intentó relajarse un poco.
—¿Nos vamos a comer? —le preguntó Germán cuando regresó a su lado.
Ella asintió, un poco aturdida.
—¿Te sientes bien?
—Sí, estoy bien, no te preocupes. Yo también tengo hambre.
Repitieron el plan del Bistro y regresaron a la casa. Cuando estaban a solas, amándose, ella no tenía cabeza para otra cosa que no fuera Germán. La comida con él fue increíble pero una vez más el resto de la tarde resultó ser maravilloso. Él era un hombre amoroso, y ella le reciprocaba el sentir.
—Trataré de regresar pronto... —le dijo él a su lado en la cama.
Aitana se abrazó a él, desnuda, pero todavía tan agitada que no sentía frío.
—Yo iré en diciembre para la Navidad...
—Aun nos quedan unos días juntos, pero no sé si seré capaz de continuar sin ti luego de tenerte a mi lado de esta forma.
—Casi nunca estamos así... —murmuró ella.
—Tal vez haya sido un error mío llevarte a casa de mis padres. Sé que te has sentido un poco incómoda y lo siento.
Aitana intentó replicar pero él no se lo permitió:
—No lo niegues, porque además no te pido que lo hagas. Te entiendo aunque no lo creas. Sé que ha sido difícil para ti hacer de esposa y de madre tan pronto sin si quiera serlo.
—Amo a Jimena —le aseguró ella—, y como bien me has dicho no necesito de un papel para sentirme tu mujer...
Él le besó en la sien, conmovido con esas palabras.
—Gracias, mi amor, pero sé que yo he impuesto un ritmo que no ha sido el tuyo y quisiera remediarlo. No quiero perderte...
—¡No me vas a perder, te lo prometo! —le dijo ella incorporándose para darle un beso en los labios.
—Cuando regreses tendré un departamento para los dos y no quiero que te mude hasta que nos casemos. Quiero hacer las cosas despacio esta vez, para que sea exactamente como lo soñaste.
—Tenerte aquí es ya un sueño para mí, Germán.
—¿Y a dónde quieres ir de Luna de miel?
Ella rio y se quedó pensativa.
—¿Qué tal Praga, Budapest o Viena? —consideró.
—¡Iremos a las tres! —contestó Germán animado mientras le daba otro beso.
Cuando estaban así, tan cerca el uno del otro, Aitana era la mujer más feliz del mundo. Para ella no existía nada más que no fueran ellos dos... Ni siquiera volvió a revisar su teléfono. Tenía un mensaje de Marie que no leyó hasta el día siguiente:
"Perdón, amiga, pero leí tarde tu mensaje y ya le había dado tu número... Discúlpeme!!! Fue muy insistente, pero le advertí que no te llamara esta semana".
Y una vez más, Henri se acercaba peligrosamente a su vida.
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