Capítulo 4: Confesiones desde Sacre Coeur

A Aitana le gustó mucho Sacre Coeur, pero lo que más le impresionó era la vista que desde allí se observaba. Mientras salía de la Iglesia vio a Henri sentado en los escalones que se hallaban unos diez metros más adelante. Se encontraba sentado, observando la ciudad y aprovechando del fresco que batía. Aitana se acercó y se sentó junto a él. Cuando Henri la miró a su lado, la miró a los ojos, con esa mirada azul que tanto le había encantado. Tenía una cerveza en las manos, que había comprado allí mismo, y le tendió un pomo de agua congelado, que auguraba ser una delicia ante el calor que había aquella tarde.

—No sabía si te gustaba la cerveza, así que preferí comprarte un agua —le dijo sonriendo.

—Muchas gracias —contestó ella abriendo la botella y bebiendo a su vez—, el agua era justo lo que necesitaba.

Permanecieron en silencio, mirando París frente a sus ojos. Aitana quería llevarse cada detalle, sacó su teléfono e hizo una foto. Luego, sin pensarlo dos veces, le tomó una a él. Henri se lo permitió, a pesar de que no era habitual que nadie lo hiciese sin su consentimiento. Era una figura conocida, pública, pero cuidaba mucho de su privacidad.

Desde Montmartre Aitana no podía ver ese paisaje precioso, así como era, sin necesidad de nada más. Miró la hora en su reloj, eran las cuatro de la tarde, el tiempo había pasado muy deprisa a su lado.

—¿Estás apurada? —La observaba con detenimiento.

—Yo no —le contestó—, esta era mi última parada de hoy, pero no sé si tú lo estarás… De ser así, podríamos irnos ya.

—No tengo nada mejor que hacer, Aitana, así que me encuentro muy bien aquí —respondió mientras sorbía su cerveza.

—Te agradezco el tiempo que me has dedicado —le dijo ella—. Nunca esperé que esta mañana cuando desperté y me fui al Museo de Orsay, me encontraría con alguien como tú.

Henri se rio.

—Es una especie de elogio, ¿verdad? ¿Qué significa eso de alguien como yo?

Una vez más Aitana estaba ruborizada, así que tomó agua antes de contestarle.

—Que un escritor de renombre le dedique su tiempo a alguien tan joven e insignificante como yo, me parece casi increíble.

Él se sorprendió al escucharla.

—¿Sabes quién soy? —No se lo esperaba—. Pensé que no tenías ni idea…

—No la tenía —admitió ella— y me avergüenzo de mi poco conocimiento sobre la literatura francesa contemporánea. Lo cierto es que cuando me dijiste tu nombre me pareció conocido, pero no le di importancia. Luego te busqué en Google y me salieron miles de sitios, ahí fue que me di cuenta del ridículo que hice.

Henri se reía a carcajadas, pero Aitana estaba muy seria. 

—¡No has hecho el ridículo! —le dijo al fin para tranquilizarla—. Me halaga que, sin saber quién era, nuestro breve encuentro sirviese para que me buscaras en Internet.

Aitana no se esperaba un comentario de esa clase, seguía muy ruborizada.

—No es eso —le dijo con tacto—, pensé que quizás había sido un poco ruda al negarme a ir a la cafetería y pretendía enmendar mi error.

—No fuiste ruda, para nada. Sin embargo, fuiste a buscarme a la cafetería.

Ella asintió.

—Lo siento, dicho así parece tan… —Ella no encontraba las palabras adecuadas.

Él le tomó la mano un segundo. Aitana contuvo la respiración, pero casi al instante la volvió a soltar.

—Todo está bien —le dijo—, no tienes por qué ponerte nerviosa. En realidad, no soy la persona importante que crees. Tan solo soy un escritor…

—Lamento decir que no he leído ninguno de tus libros, así que puedes sentirte decepcionado de invertir tanto tiempo en alguien que ni siquiera puede tener una opinión sobre tu trabajo.

—No soy pretencioso en lo más mínimo. De hecho, encuentro fascinante que no tengas una opinión sobre mis libros… Estoy tan acostumbrado a las conversaciones frívolas, a las personas queriendo saber sobre mis motivaciones y qué sucederá con mis personajes que lo que en un comienzo puede resultar satisfactorio para el ego de quien escribe, a la larga se torna muy tedioso.

—Prometo que en algún momento me leeré tus libros… Ya tengo mucha curiosidad. Sé que has ganado varios premios y que tienes mucho renombre.

—Sobre el renombre no tengo nada qué decir. Antes de escribir era una persona conocida en ciertos círculos a causa de mi familia. Los primeros libros los hice bajo pseudónimo y fueron bien recibidos por la crítica, luego me aventuré a firmar con mi verdadero apellido. Sobre los premios, es cierto que reconfortan, pero tampoco pienso demasiado en ellos.

—¿Por qué el policiaco?

—Pues porque amo el género y comencé inventándome historias para satisfacer mis deseos de lector. Mi hermano leyó par de ellas y dijo que eran buenas, así que me aventuré a continuar y publicarlas.

—¿Tienes un hermano? —preguntó ella.

El asintió.

—Somos tres, mi hermano mayor Horace, yo y Valerié, la más pequeña. Mis padres viven en Burdeos, pero vienen con frecuencia a París. Yo me he quedado en la ciudad, tengo un pequeño departamento, aunque con frecuencia paso temporadas en la casa de la abuela en Solferino, donde estuviste. La abuela le gusta vivir por su cuenta, pero le agrada mi compañía, dice que como buen escritor soy muy tranquilo y apenas le molesto.

—Debe ser un trabajo muy agradable… Escribes lo que deseas y además no tienes un horario que cumplir.

—No es así todo el tiempo —le contestó mirándola a los ojos—, mis editores suelen ser muy rigurosos y mi obligan a escribir. A veces paso por crisis creativas, hace unos seis meses que no escribo una palabra…

—Lo siento —le dijo ella arrepentida de haberlo inducido a esa confesión—, no quise ser indiscreta.

—No lo has sido —prosiguió dejando la botella de cerveza sobre el escalón donde estaban sentados—, no sé por qué te he dicho eso. Sé que apenas nos conocemos, pero quizás eso sea lo reconfortante.

—Espero que pronto puedas hallar la inspiración y el deseo por escribir nuevamente.

Había muchas personas a su alrededor, pero Henri no le importaba, para él era como si estuviesen a solas. Sintió una gran conexión con Aitana esa tarde y no podía explicarlo. Mujeres no le habían faltado en su vida, bastaba con que levantara el teléfono para encontrar compañía, mas se sentía extrañamente bien con ella. Le deleitaba conocerla de a poco, aún sabiendo de antemano que era una joven buena, sensible…Esa conversación había hecho mucho por él y lo había agradecido.

—Vamos —se levantó—, te pasaré por Moulin Rouge, está cerca de acá. ¿Te gustaría verlo? Podría arreglar ver un espectáculo y…

—Me basta con verlo por fuera, no necesito el espectáculo. Gracias, pero soy una persona sencilla, ¿recuerdas? —Aitana también se levantó—. ¿Qué es eso? —preguntó al ver que Henri tomaba en las manos un paquete bastante grande, recubierto por un papel que tenía a su lado en el peldaño.

—Es un regalo para ti —le dijo—, vi que te había gustado y cuando entraste a la Iglesia fui y lo compré.

Aitana no respondió, desconcertaba como estaba, mientras abría el papel y ponía al descubierto la pintura que le había gustado: Sacre Coeur sobre cielo color ocre, que recordaba un poco a las pinturas de Monet, al estilo de la Impresión del Sol Naciente.

Henri quedó satisfecho al ver la expresión de sorpresa de Aitana, y sonrió al verla con la pintura en las manos. Ella levantó la mirada y sus ojos se encontraron.

—Es… Es muy generoso de tu parte y un gesto muy bonito el que has tenido conmigo, pero no puedo aceptarlo… —Ella estaba muy nerviosa.

—¿Por qué no? —Henri se encogió de hombros—. Te vi mirarlo con detenimiento, sé que te gustó…

—Me encantó, pero no lo compré por
que vale mucho dinero… ¡No puedo aceptar algo tan costoso de alguien a quien apenas conozco!

—Si crees que voy a pedirte algo a cambio de esa pintura, estás muy equivocada… —repuso él con seriedad—. Para mí no fue mucho dinero y me dio gusto tener ese gesto contigo. Estoy seguro de que en la cartera de mi abuela había el doble o el triple del precio que he pagado por ese cuadro, y tuviste la integridad de ir personalmente a devolverla, sin apropiarte de nada. Mi abuela es una persona demasiado educada para ofrecerte efectivo como recompensa, intuyó además que no eres la clase de persona que aceptaría algo así… Fue por eso que prefirió invitarte a una cena. En cuanto a mí, opino que tampoco aceptarías dinero, así que al menos quería darte algo que te gustara.

Aitana quedó en silencio, halagada y a la vez lamentando a ver sido tan áspera en su respuesta.

—Jamás dudé que tus intenciones fuesen honorables —le dijo—, te conocí hoy, pero me he formado una buena opinión de tu persona. Agradezco el tiempo que has pasado conmigo que para mí ha sido lo más importante y lamento si me expresé de manera inadecuada… Lo único que quería decirte es que quedé muy impresionada con tu regalo. No lo esperaba y en cierta medida pienso que no me lo merezco, fue por eso que mi reacción inicial fue rechazarlo.

—No lo rechaces, por favor —Henri seguía serio.

—No lo haré —respondió ella con una sonrisa tímida—. Es el mejor regalo que me han hecho y lo conservaré con mucho cariño: es el recuerdo de una hermosa tarde en París, contigo. Gracias…

Henri y ella comenzaron a andar hacia el carro. Esta vez estaban más callados, quizás cansados también. Como le había prometido, la pasó por Moulin Rouge y le hizo una foto. Luego la llevó hasta su hostal, después de que Aitana rehusara su invitación a cenar. Lo hizo porque le pareció que Henri estaba siendo solo cortés, pero que no lo deseaba en realidad. Tal vez estaba molesto por lo que había sucedido con el cuadro.

El hostal estaba en un distrito apartado del centro, donde las rentas solían ser más baratas. Aitana había alquilado una habitación modesta con su baño, pero para ella estaba bien.

—¿Podrías darme tu teléfono? —le preguntó él, luego de estar casi todo el tiempo en silencio—. Es para que estés atenta a la recogida del chofer mañana para la fiesta, además de que enviaré el vestido al hostal, como prometí.

Aitana le dio su teléfono y él le timbró para que registrara el suyo.

—Gracias por todo… —le dijo ella antes de bajarse.

—Buenas noches, Aitana.

Aitana se quedó de pie, observando como el Mercedes se alejaba con rapidez.

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