Capítulo 36: ¿París?
Un año después
Aitana cerró el ordenador con un enorme sobresalto... Sabía que aquello era una posibilidad pero no creyó que sucediese. En la primera persona en la que pensó fue en Germán: ¿cómo lo tomaría?
Llevaban un año de relación y vivían juntos, pues las circunstancias lo habían querido así. La terrible epidemia del Covid 19 —todavía sin resolver del todo—, los había llevado a tomar esa decisión, tal vez de manera un tanto precipitada.
La madre y hermana de Aitana eran médicas, y durante la pandemia estuvieron trabajando de manera incansable. Eran unas verdaderas heroínas... Ambas habían insistido en que tanto Raúl —su padre— como ella, abandonaran la casa por seguridad. Era muy peligroso exponerlos a un posible contagio, sobre todo a Raúl por su edad y factores de riesgo. Ante esa disyuntiva, el siempre dispuesto y amable Germán, había ofrecido la casa de sus padres. Era lo mínimo que podía hacer por su profesor y la mujer que amaba. Fue así que Aitana se vio viviendo con la familia Martín, a la que estimaba. En los primeros tiempos, por respeto, tenía una habitación independiente. Cuando la situación sanitaria mejoró y su padre regresó a casa, ella decidió quedarse con su novio, a comenzar una nueva vida.
—¿Amor? —la voz de Germán la trajo de vuelta a la realidad—. ¿Estas bien? Te preguntaba si deseabas ir este fin de semana a Aras de los Olmos... Tú y yo solos, ¿qué te parece?
El rostro de Aitana era por completo inexpresivo.
—Hay algo que debo decirte —comenzó al fin—. Algo que no creí que sucediera pero que al parecer pasó.
—¿Estas embarazada?
—¡Cielos, no! —exclamó. La idea le parecía absurda—. Se trata de otro asunto...
Germán le sonrió. Él sí deseaba mucho tener un hijo con ella. Sería perfecto para completar la familia que ya conformaban gracias a la pequeña Jimena, que Aitana quería como a una hija.
—Si no me dices qué te aqueja, no voy a poder ayudarte...
Aitana asintió, nerviosa.
—¿Recuerdas cuando papá y yo nos mudamos para acá en los meses más duros de la pandemia?
—Lo recuerdo.
—En ese tiempo un amigo de papá le envió un programa de Maestría que consideró apropiado para mí. Lo cierto es que yo no creí que fueran a concedérmelo, pero recién he leído un mensaje donde me otorgan una plaza.
Germán la escuchaba, sorprendido y con sentimientos encontrados.
—¡Felicidades, amor! —exclamó, si bien no con demasiado entusiasmo—. Solo lamento no me lo hayas dicho cuando aplicaste... ¿Por qué no me lo confiaste?
—Lo siento, solo quise complacer a papá sin imaginarme que podrían darme esta oportunidad.
—¿Por qué no dártela? Eres brillante...
—Gracias —susurró—, pero en realidad no lo esperaba. No pretendía engañarte o no tomarte en cuenta en esa decisión. Vivíamos tiempos difíciles y quise darle la alegría a papá sin meditar las consecuencias de mis actos...
—Está bien, te comprendo —la apoyó Germán—, ¿qué programa de Maestría es?
Se hizo un largo silencio, de unos cuantos minutos que a Aitana le parecieron horas.
—Máster de Derecho Laboral y Recursos Humanos, que se estudia en la Univerité Pantheon-Assas en París —comunicó al fin.
—¿Es en París? —sus ojos querían salir de sus órbitas y se levantó de la silla—. Tienes que estar bromeando... Al menos dime que es una Maestría online.
Ella se sentía cada vez peor, pero debía decirle la verdad.
—Es presencial. Daremos clases en inglés en la Universidad y tendremos prácticas laborales remuneradas en alguna empresa importante.
—¿Por cuánto tiempo sería? —preguntó Germán en voz baja, tratando de no estallar.
—Un año —respondió ella.
—¡Un año! —exclamó mientras caminaba aprisa por la habitación—. Perdona, pero aunque intento comprenderlo, no hallo una explicación adecuada para esto. ¿Cómo pudiste aplicar sin decirme? ¿Cómo no me advertiste que esto podría llegar a suceder?
Aitana se levantó también e intentó calmarlo, pero no encontró manera.
—Lo siento —comenzó mientras le tomaba de los brazos y le miraba a los ojos—. No fue a propósito. No creí que sucediera y no fue mi intención engañarte...
—¿Vas a aceptar la Maestría? —preguntó Germán en voz más baja.
Ella todavía no había tomado una decisión, y aunque le había sorprendido, tampoco se veía a sí misma rechazando una oportunidad como aquella.
—Es una gran propuesta, Germán y...
Él no la dejó continuar. Liberándose de sus manos se hizo a un lado, malhumorado. En pocas ocasiones Aitana lo había visto tan poco dueño de sí mismo.
—¿Sabes qué pienso? —inquirió—. Creo que sabías muy bien lo que estabas solicitando, y que fue por eso que no me lo dijiste, por las intenciones ocultas que perseguían con este dichoso programa.
—¿Y que absurdas intenciones son esas? —interrogó Aitana, esta vez enervada.
—¡No me creas estúpido! Haces todo esto por ese hombre... El francés que conociste el año pasado.
Aitana se quedó paralizada. Lo cierto es que no siquiera había pensado en Henri.
—Él no tiene nada que ver con esto —replicó con voz pausada—, me hiere que hagas una insinuación de esa naturaleza.
—A mí me hiere que no me hayas tenido en cuenta en lo absoluto. Esta es una buena oportunidad para escaparte de las responsabilidades de esposa y de madre que has asumido en los últimos meses... ¡Debí pensar que era demasiado para ti!
—Estás siendo injusto conmigo, Germán. Lo he hecho con gusto y lo mejor que he podido, pero no puedes recriminarme por desear crecer profesionalmente.
Aitana tomó su cartera de encima de la mesa y se encaminó a la puerta.
—¿A dónde vas?
—A casa de mis padres —respondió sin mirar atrás—. No me esperes esta noche...
Una lágrima bajaba por su mejilla, pero Germán no lo advirtió. Lo que debió ser un momento feliz, se frustró ante las inseguridades de Germán y los deseos de ella, que al parecer distaban mucho de los suyos.
Había mencionado a Henri y, aunque él no había incidido en su determinación, se preguntó si lo vería en París... Aquel pensamiento le hizo sonreír en medio de su disgusto, pero lo apartó rápidamente de su cabeza. La pelea con Germán todavía le afectaba mucho, así que sin más se adentró en el metro rumbo a casa.
Aitana llegó a casa de sus padres con el corazón todavía oprimido. Su rostro evidenciaba el dilema que bullía en su cabeza, por lo que su padre, Raúl, no dudó en levantar una ceja cuando la observó entrar al salón. Él, que leía el diario, lo cerró sobre sus piernas y se levantó para darle un par de besos y un abrazo a su hija.
—¿Estás bien? —le preguntó después—. Has llegado con una expresión que me alarma. ¿Las cosas entre Germán y tú van bien?
—No sé, —murmuró Aitana—, hemos tenido un problema, una discordancia de opinión sobre algo importante.
Su padre iba a preguntarle más, cuando su esposa Margara y su otra hija Aitana llegaban con una sonrisa, al escuchar la voz de Aitana.
—¡Qué sorpresa, hija mía! —exclamó—. No te esperábamos pero me encantaría que te quedaras a cenar.
Aitana asintió mientras saludaba con cariño a su madre y hermana.
—Me parece que Aitana tiene algo que decirnos —apuntó su padre—, ¿acerté?
La joven volvió a asentir mientras se acomodaba frente a sus padres. Amaia fue a hacer café, pero la cocina estaba próxima, por lo que podía escuchar muy bien a su hermana.
—Dijiste que habías tenido una discusión con Germán —prosiguió su padre—, ¿qué sucedió? Ustedes siempre se han llevado tan bien...
—Me dieron la beca de París para el Máster en Derecho Laboral. La noticia la recibí hace poco y Germán no lo tomó muy bien...
Raúl hizo caso omiso a esta última parte, y se aproximó a felicitarla.
—¡Estoy tan orgulloso de ti! Eres una gran profesional y esta es una oportunidad excelente.
Margara la abrazó.
—¡Deberías estar feliz y orgullosa de ti, hija! —apoyó—. Nada ni nadie tiene el derecho de privarte del goce que supone este triunfo. Después del año difícil que hemos pasado todos, una oportunidad como esta renueva el ánimo.
Amaia regresó con el café y le tendió una taza.
—Enhorabuena, Aitana, aunque entiendo que a Germán le haya tomado de sorpresa. Siempre te aconsejé decírselo.
—Es verdad, me equivoqué al no hacerlo, pero nunca creí obtener una plaza. Siempre pensé que mi currículum no estaba a la altura. ¡Estoy recién graduada!
—Estás muy bien preparada, —le dijo su padre—, a mí no me sorprende tu logro, aunque no por ello eres menos digna de felicitar. Ha sido difícil, pero siempre creí en tus capacidades.
—Ahora la pregunta es si vas o no a aceptar esta oportunidad —comentó Amaia—, estás ante una disyuntiva y debes tomar una decisión...
—¡Por supuesto que lo va a aceptar! —repuso su padre—. Aprecio mucho a Germán pero no puede coartar tu desarrollo profesional...
Margara vio la indecisión en el rostro de Aitana e intentó ser conciliadora.
—Aitana debe hacer lo que mejor crea para su felicidad —recomendó—. Solo debes tener muy presente que la elección es tuya y que deberás vivir con ella sin arrepentimiento alguno. Si Germán es un hombre inteligente, como creo que es, sabrá apoyarte y esperarte. Y, si decides quedarte, que sea porque tú lo deseas, no porque él te lo exija.
Aitana suspiró.
—Yo amo a Germán y adoro a Nana, pero no me sentiría feliz de renunciar a esta oportunidad.
Su padre asintió, aliviado.
—De cualquier forma, —continuó ella—, no me siento satisfecha al dejarles por tanto tiempo. Mi corazón está dividido...
—Es natural —comentó su madre—, pero recuerda que eres muy joven, que apenas llevan un año juntos y que hay responsabilidades que has asumido, pero que no te corresponden. Con Germán has tenido que madurar aprisa, volverte madre y esposa, algo que has hecho por el hondo cariño que les profesas a ambos, pero a veces pienso que te has precipitado y que no sabes bien lo que deseas.
—Apoyo a mamá —interrumpió Amaia—, sabes cuánto quiero a Germán y a la niña, pero me es difícil advertir a todo lo que has renunciado. Germán insistió en que te quedaras en casa de sus padres y tú accediese pero, ¿era realmente lo que querías? Sus padres son muy amables pero tampoco creo que lo mejor para ustedes sea vivir con ellos, y aún así tú accediste...
—Lo amo, es cierto que he hecho concesiones pero...
—Pero él tiene que hacerlas también por ti... —concluyó Margara.
Aitana no dijo nada más ni tomó una decisión en ese momento. La cena fue agradable pero ella estaba pérdida en sus pensamientos y solo cuando se retiró a su antigua habitación se sintió capaz de sincerarse.
—A mí tendrás que decirme la verdad —le dijo su hermana mientras se sentaba en la cama frente a ella—. Hay algo más que no has dicho...
Aitana se llevó las manos a la cabeza, abrumada al recordar su conversación con Germán.
—¡El cree que hice esto a propósito para poder ver a Henri!
—¡Qué tontería! ¿Cómo puede pensar eso de ti?
—Por eso estoy tan ofendida... Porque no es solo la falta de apoyo en un momento tan importante para mí como este, sino cuestionar las motivaciones de mi viaje a París, sacando a relucir algo que ya no tiene importancia para mí...
—¿Tu historia con Henri no tiene importancia para ti?
Aitana se ruborizó, recordando la primera vez que se entregó a él, en los márgenes del Sena.
—Siempre tendrá importancia para mí —reconoció—, pero Germán no tiene razón alguna para dudar de mí. Hace un año que no tengo noticias de Henri.
—A Germán lo tomaste desprevenido. Dale ocasión para redimirse ante a ti y apoyarte como mereces.
—Eso haré, pero esta noche permaneceré aquí.
Amaia meditó por unos segundos y luego se echó a reír.
—¿Has pensado que si decides ir a París podrás realmente encontrarte con Henri?
Aitana se rio también pero la golpeó con una almohada, haciéndole levantar de la cama.
—¡No deberías decirme estas cosas!
Aitana se quedó sola en la habitación, intentado conciliar el sueño, tuvo que reconocer que echaba de menos su casa, su habitación, sus cosas. Vivir como Germán era una especie de sueño, pero estar en su casa le hacía sentir como antes, como ella misma...
Al comienzo le fue difícil dormirse ante los recuerdos de la pelea y la disyuntiva de tomar una decisión, pero luego se adentró en los recuerdos de París... Se descubrió a sí misma en el sueño mirando a la Torre desde Trocadero o caminando por el Campo de Marte. Cuando miró a su lado, estaba Henri, sonriéndole y tendiéndole una mano.
Sintió una impresión tan fuerte que se despertó de un salto, con el corazón agitado...
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