Capítulo 35: Al fin juntos

Germán besó a Aitana con una avidez que evidenciaba ese amor tan grande que recién le había confesado. Aitana no le había rechazado, se afanaba en demostrarle también con sus besos cuánto le necesitaba a su lado, cuán satisfecha se sentía de que por fin se hubiesen entendido. Todavía estaba un poco confusa ante la situación: Germán la había llevado a Aras para estar con ella y confesarle lo que sentía, ¡era tan romántico! No existía ningún caso, ningún expediente… Tan solo se escapaban del Bufete al comienzo de la semana, como si nada importara salvo el amor de los dos.

Germán se apartó de ella un instante, le tomó el rostro con las manos y le sonrió.

—Te amo —repitió—, a ti, solo a ti.

—Yo también te amo —le contestó Aitana mientras le abrazaba.

Permanecieron abrazados unos minutos, sin decirse nada. Luego Germán la condujo al exterior, donde se encontraba una terraza con vistas a la sierra y una piscina pequeña. Germán la sentó en sus piernas.

—No he tenido absolutamente nada con Lucía —le confesó.

Ella se levantó y se sentó frente a él. Si iban a hablar de aquel asunto, era mejor que estuviesen frente a frente.

—No necesitas decirme nada más.

—Lo sé, pero quiero que lo sepas —continuó—. Aquel día que nos encontraste cerca de la Plaza del Ayuntamiento, fue una casualidad. Conocía a Lucía de la escuela de las niñas y había hablado con ella para invitar a las gemelas. En esa oportunidad coincidí con ella, me invitó a una cerveza para hablar de la fiesta y yo accedí, terminó narrándome sus problemas con su ex marido, pero la conversación no tuvo ninguna significación para mí. Sin embargo, te vi y comprendí que no te había hecho gracia alguna —se sonrió.

—¡Por supuesto que no! —exclamó ella—. ¿Acaso olvidas después la atención que le prestante durante la fiesta de tu hija?

Germán se echó a reír.

—Estaba un poco molesto, lo reconozco. Mi mamá había actuado a mis espaldas encargándote los preparativos de la fiesta sin consultarme. La verdad es que te extrañaba y no podía admitir que me había equivocado y tu comportamiento solo evidenciaba que había sido un completo tonto contigo. Sin embargo, debía estar seguro de tus sentimientos y quise comprobar que te morías de celos si centraba mi atención en otra mujer que no fueras tú.

—Te comportaste como un adolescente —le recriminó, pero sonreía.

—Pude ver que estabas bien molesta y decepcionada, en ese momento comprendí que eras la mujer perfecta para mí.

Aitana se levantó un momento y le dio un breve beso en los labios.

—Después me fui de viaje —prosiguió—, y te eché mucho de menos. Regresé con la intención de arreglar las cosas entre nosotros, pero al llegar Lucía me llamó. Parece que había malinterpretado un poco las cosas entre nosotros, y me preguntó si podíamos vernos al día siguiente. Le dije que no podía, que tenía planes con Jimena y le pregunté si las gemelas podían ir al Oceanografic con nosotros. Lo hice por ser amable y porque Jimena se divierte con ellas, pero no con otra intención… Lucía me respondió que las niñas estaban en Barcelona con su padre, yo lo había olvidado, pero la conversación terminó allí. Jamás pensé que ella al día siguiente me insistiría en el teléfono y aparecería en el Oceanografic.

—Siento haberme molestado tanto —confesó Aitana—, sé que no tenía motivos para comportarme como lo hice.

Germán volvió a sonreír.

—Yo me alegro de eso, porque finalmente me dijiste que me amabas y no sabes lo que eso valió para mí.

—¡Pero no me buscaste! —ella no se lo perdonaba—. Me sentí tan mal el fin de semana… Pensé que no sentías lo mismo y que había echado a perder las cosas. No sabes cómo sufrí con aquel mensaje que me pasaste tan frío y profesional.

—Lo siento, amor —le besó las manos—. Aquel día tus palabras me tomaron desprevenido. No supe cómo actuar, a pesar de que sabía muy bien lo que sentía por ti. Creo que no estaba preparado para escuchar que me amabas por más que yo quisiera escuchártelo decir… La verdad es que sentí miedo de seguir adelante, de ser feliz… Ese miedo es el que me impidió alejarte de mí anteriormente con la excusa de que estabas confundida, pero ahora ya no lo estabas y no tenía excusas y, por otra parte, yo siempre te he querido conmigo. Luego sentí miedo de haberte dañado con mi silencio y pensé en una manera para compensarte, para declararte mi amor de una manera más especial, en un sitio que no fuese la oficina.

Aitana sonrió.

—Me engañaste —le recordó—. Me trajiste aquí por un caso falso.

—Quiero pasarme el día contigo, Aitana —le dijo mirándola con seriedad—.¿Quieres quedarte aquí en Aras a mi lado?

—Quiero quedarme a tu lado para siempre —contestó.

Aitana besó a Germán con gran pasión y él la besaba también, impulsados por el anhelo y por el deseo reprimido de tanto tiempo atrás.

—Voy a cocinar para ti —le dijo él.

—¿Y yo que puedo hacer?

—¿Qué te parece si comemos cerca de la piscina?

Aitana se fijó que al lado de ella había un pequeño pabellón de madera y colocó platos, cubiertos y unas flores en el centro, que tomó del jardín. Poco tiempo después, llegaba Germán con una cacerola humeante, de arroz negro, que se veía delicioso. Una botella de vino, un cuenco de ensalada y unos nachos, completaron aquella exquisita comida.

Estaban solos, con la vista de las montañas y la brisa que les envolvía. Germán estaba feliz y los ojos le brillaban.

—La Muela es una de las montañas más altas de la región, en su cima se encuentra el observatorio astronómico de la Universidad.

—Lo sé —asintió ella—, como también sé que en Aras el turismo astronómico es uno de los aspectos más importante de desarrollo.

—Debido a la poca población y a ausencia de fábricas y pocos coches, Aras está libre de polución. En las noches despejadas es una maravilla observar las estrellas en el cielo, se ven mejor que en cualquier otro sitio.

—Me encantaría verlas contigo esta noche —comentó Aitana mientras se llevaba un nacho a la boca—, sería tan hermoso…

Germán sonrió.

—Era una de las cosas que tenía pensadas para hacer juntos —rio—, no quisiera que te aburrieras de mí.

Aitana se levantó y volvió a sentarse en sus piernas.

—Jamás me aburriría de ti…

Comenzaron a besarse con pasión, y dejaron el plato de comida a la mitad, ninguno de los dos tenía mucha hambre. Sin embargo, Germán no quería apresurarse con Aitana, quería que fuese inolvidable, así que a pesar de que estaban locos el uno por el otro, pasaron el resto de la tarde en el salón, tomando vino y conversando de miles de cosas.

Cuando anocheció, Germán preparó algo ligero para comer: una exquisita tortilla de patatas, algo de queso y unos bocadillos. Comieron en la cocina y luego se trasladaron al exterior, Germán había colocado unos cojines en el jardín, y Aitana se sorprendió cuando vio la escena: varias velas encendidas, los cojines, y el cielo de Aras, cuajado de estrellas. Germán le dio un beso en los labios y la condujo hasta allí.

Estaban solos, la casa se hallaba en una colina, desprovista de vecinos indiscretos, y el techo de los dos era el cielo. ¡Era tan romántico, pero a la vez sencillo! Aitana se abrazó a él mientras le besaba, llevaba un vestido de algodón de color blanco, fresco y muy insinuante, pues a través de él Germán podía advertir su figura.

—Te amo —murmuró Germán para que no lo olvidara. 

—Yo también te amo —contestó ella.

Con delicadeza la hizo tumbarse. Aitana sonrió al ver que tenía las estrellas encima, pero pronto Germán se interpuso en su visión del cielo nocturno, al colocarse a horcadas sobre ella y comenzar a besarla con gran pasión.

Aitana se dejó llevar, también lo abrazaba, pero sus manos ansiosas pronto se decidieron a abrirle la camisa que llevaba. Germán rio por su iniciativa, pero le encantaba. Cuando la camisa estuvo abierta él mismo se la terminó de quitar y la arrojó al césped, lejos de ellos.

Germán besó sus labios, bajó por su cuello y Aitana gemía al sentirlo bajar por su cuerpo. La tela del vestido le impedía hacer lo que deseaba, así que sin mucho aviso le subió la falda hasta la cintura. Ella ahogó una exclamación, pero se incorporó cómo le fue posible sobre los cojines para que Germán le sacara el vestido por la cabeza. Una vez hecho esto, se deslumbró al ver su cuerpo prácticamente desnudo: apenas cubierto por su ropa interior de suave encaje blanco. Un nuevo beso apasionado hizo tumbar a Aitana sobre los cojines, y otra oleada de besos anhelantes descendió por su figura hasta llegar a sus pies.

Germán se puso de pie y se sacó el pantalón, dejando al descubierto aquel magnífico cuerpo de atleta que Aitana había admirado en la playa muchas semanas atrás. No perdió tiempo y volvió a ella, besándole, acariciando su cuerpo febril que le indicaba mejor que ella misma lo excitada que estaba, lo mucho le deseaba y que le necesitaba.

Aitana no se sentía avergonzada, no tenía temor alguno, se sentía tan feliz y compenetrada con Germán, que las caricias y movimientos de él se correspondían por completo con los suyos.

Germán también estaba excitado, y Aitana le pidió que se quedara él también desnudo para ella. Germán la complació en el acto, y con la tenue luz de la noche, ella pudo apreciar mejor al hombre que amaba y que tanto le atraía. Germán se colocó entre sus piernas, la besó despacio, hasta hacerla suya, muy suya.

Aitana se sintió en la gloria, siguió su ritmo, cada vez más rápido, más vigoroso, y cuando ambos llegaron al orgasmo, Aitana sonrió… Germán se hallaba sobre ella sudoroso, ella le abrazaba, y sobre su hombro podía ver las estrellas.

Unos minutos después, Germán se tumbó a su lado, pero no dejaba de mirarla. ¡Estaba tan hermosa luego de haber hecho el amor!

—Te amo —le confesó ella esta vez—, no puedes imaginar cuánto…

Germán le dio otro beso.

—Yo más…

La tomó de la mano y caminaron desnudos hasta la piscina.

—¿Qué tal si nos damos un baño a la luz de la Luna?

Ella se rio.

—¿Eso es lo que se supone que hagamos en una noche de agosto?

—Esta es nuestra noche, debemos disfrutarla…

Aitana y él saltaron a la piscina y se zambulleron completamente, sobre ellos una Luna llena les bendecía. Germán se acercó a Aitana y la subió sobre sus caderas. Ella le rodeó con las piernas y allí, con la cálida agua de la piscina acariciando sus cuerpos, la volvió a hacer suya.

Aras de los Olmos selló para siempre el futuro de Aitana y Germán. La vida les depararía muchos buenos momentos por disfrutar y otros malos por vencer. Hasta entonces, esa noche había triunfado su amor.

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