Capítulo 32: La fiesta
Aitana llegó a las nueve de la mañana a casa de los Martín. Doña Carmen aguardaba por ella y le dio dos besos llenos de su cariño por ella. Germán estaba dentro de la casa, su madre le había dicho que había contratado a una especialista para la decoración del jardín y que no debía preocuparse, de esta manera garantizaba que Aitana pudiese hacer su parte sin las interferencias o incluso incomprensiones de su hijo.
Doña Carmen le presentó a su chofer, su jardinero, y dos de sus cocineras que la ayudarían en todo. Siendo así, se pusieron manos a la obra. Se sacaron del garaje los utensilios de decoración. Los hombres colocaron en el jardín una mesa grande de doña Carmen debajo de una carpa que instalaron para la ocasión, encima de ella puso el mantel con motivos de Frozen, al fondo, se colocó el arco de globos que ya habían traído el día anterior, así como los muñecos inflables.
Alrededor de la mesa grande, Aitana colocó otras más pequeñas, que serían para los invitados. En total eran unas tres mesas, también decoradas con manteles alegóricos a la celebración, colocó también los platos, cubiertos, servilletas y de centro de mesa había comprado figuritas de cerámica fría con los personajes de Frozen.
Cuando estaba terminando en su labor, llegó el servicio de cáterin, y la propia Aitana los hizo pasar. El pastel era una belleza: tenía tres pisos, era blanco, como la nieve, con varias figuras de la película: en la parte superior se hallaban las hermanas: Elsa y Anna, en los pisos inferiores los demás personajes. En otra bandeja, de varios pisos, estaban el resto de los dulces, espolvoreados de azúcar glasé algunos de ellos, semejando la nieve, como era el caso de las magdalenas. El resto de la comida se llevó a la cocina, hasta que fuera momento de servirla.
Aitana se alejó unos pasos para observar su obra: estaba emocionada. Agradeció al servicio de doña Carmen la ayuda prestada y cuando se volteó se encontró a Germán que la observaba en silencio en el jardín. Se quedó asombrada de encontrárselo así… al punto de no ser capaz de decirle nada.
—¿Qué estás haciendo aquí? —fue su pregunta, aunque en realidad no estaba molesto.
—Tu madre pidió mi ayuda para la fiesta de Jimena —contestó ella.
Germán iba a decir algo cuando apareció doña Carmen en persona.
—¡Dios mío! —exclamó—. ¡Qué belleza! ¿Verdad que ha quedado todo estupendo? Aitana, querida, esto es espléndido…
—Muchas gracias… Es sencillo, pero me alegra que les haya gustado.
—Hijo, ¿no vas a agradecerle a Aitana lo que ha hecho por la fiesta de Jimena? —insinuó doña Carmen.
—Por supuesto —contestó él, aunque con cierta gravedad—, te lo agradezco, Aitana, ha quedado todo muy bonito, solo que no sabía que mi madre te lo había pedido…
—Lo hablamos en una ocasión en la Albufera —le contestó ella, apelando al pasado no tan distante—. Qpuedamos en que yo ayudaría, pero es natural que te hayas olvidado de muchas cosas…
La respuesta de Aitana fue audaz y Germán se quedó en silencio, observando aquellos ojos oscuros que le retaban a no olvidar lo que habían comenzado a vivir juntos.
—Aitana, deberías subir conmigo para darle a Nana su regalo, ¡se alegrará tanto de verte!
Germán no objetó nada a la sugerencia de su madre, por lo que Aitana y doña Carmen entraron a la casa.
—Debes confiar en que pronto se arreglará todo, querida —le dijo la dama.
Aitana simplemente sonrió, no estaba segura.
Jimena no cabía de alegría cuando vio a Aitana, se le abrazó y no la dejaba apenas respirar:
—¡Tata! —exclamó—. ¡Pensé que no vendrías! ¡Te olvidaste de mí!
Aitana sintió mucho escuchar eso.
—Jamás, mi niña, ¡feliz cumpleaños!
Nana sonrió cuando Aitana le dio un paquete.
—¡Oh! ¡Qué linda! ¡Gracias Tata! —Jimena se abrazó a su muñeca—. ¡Es preciosa!
—¿Cómo le vas a llamar? —le preguntó doña Carmen.
—¡Tata! —exclamó la niña—. Como tú… —señaló a Aitana.
—Hay algo más en la bolsa, —le explicó la joven—, es para que lo uses hoy.
Aitana la ayudó a extraer el vestido de Anna, Jimena quedó maravillada.
—¡Es bellísimo! —gritó—. ¡Seré una princesa!
—Ya eres una princesa, mi amor —le recordó.
Jimena levantó la vista y se percató de que Germán había llegado al umbral de la puerta y las observaba en silencio.
—¡Mira papá! ¡Qué vestido más bonito!
—Ya lo veo —Germán dio un paso dentro de la habitación—, te verás preciosa con él.
—Deberías darte prisa, cariño —le recomendó su abuela—, tenemos una sorpresa esperándote abajo en el jardín, así que voy a ayudarte a vestir.
Germán y Aitana salieron de la habitación, y permanecieron juntos en el pasillo.
—Gracias por lo que hiciste por Jimena…
Su voz era profunda y no la miraba a los ojos.
—No tienes que agradecerme, lo hice por ella, no por ti.
Aitana estaba un poco molesta de que Germán se hubiese olvidado de ella y recordaba muy bien aquella escena con la mujer rubia cerca de la Plaza del Ayuntamiento.
—¿En serio? —él sonrió y se giró hacia ella—. Vaya, que mala opinión debes de tener de mí.
Germán se acercó a ella y Aitana dio un paso atrás, chocando con la pared. Suspiró al advertir que él colocaba ambas palmas en la pared, enmarcando su rostro, mientras la miraba de manera directa a su rostro.
Aitana sintió que sus piernas temblaban, mientras se dejaba seducir por aquellos ojos color miel que tenía frente a ella… No esperaba sentirlo tan de cerca, no esperaba que él accediera a dar ese paso, ¿acaso la besaría? Si no se decidía, lo haría ella…
—¿Me tienes en tan mala consideración? —repitió.
—¿No debería? —a ella le costaba hablar—. Tú dudas de mis sentimientos y, según recuerdo, me tienes también en muy mal criterio…
Germán sonrió y miró sus labios. Aitana levantó su rostro para besarlo, pero él se alejó al mismo tiempo.
—Voy a bajar —le dijo de espaldas a ella—, deben estar al llegar las amigas de Jimena y sus padres.
Aitana estaba decepcionada y no le contestó. Volvió a la habitación de Jimena que estaba radiante con su vestido y ayudó a doña Carmen a hacerle las trenzas.
Un rato después, la homenajeada bajó al jardín con su abuela y con Aitana, la niña quedó admirada de lo hermoso que había quedado todo: la carpa, la mesa con la tarta, los dulces, los globos…
—¿Todo esto es por mi cumpleaños? —preguntó.
—Así es, mi amor —le dijo su abuelita—, pero recuerda que no puedes andar corriendo todavía. Dentro de poco deben llegar tus amigas…
—Ya están aquí —anunció la voz de Germán, que salía al exterior acompañado de una hermosa mujer rubia y sus dos niñas, de la edad de Nana.
Las gemelas se acercaron a Jimena y le dieron besos y abrazos, la niña les mostró su muñeca y comenzaron a jugar cerca de allí, bajo la atenta mirada de doña Carmen. Aitana se quedó impávida al constatar que aquella mujer era la misma que estaba acompañando a Germán aquel día.
Germán y su compañera se acercaron a doña Carmen y Aitana, y se saludaron.
—Ella es mi colega, Aitana Villaverde —le presentó—, ella es Lucía, la mamá de las gemelas, y nuestra amiga.
Aitana la saludó, pero no podía negar que estaba celosa. Lucía no reconoció a Aitana, aquel día en el que se vieron estaba de espaldas a ella, así que la saludó con naturalidad.
—Un placer, —le comentó—, ¿también tienes hijos?
—No, no tengo hijos —respondió Aitana—, pero le tengo un gran cariño a Jimena.
—¡Por supuesto! —exclamó la mujer—. ¡Es tan linda esa niña! Debo decir que la decoración del jardín es excelente, ¿a quién contrataron?
—Fue todo idea de Aitana —reconoció doña Carmen—, tiene un excelente gusto.
—¡Qué bien! —repuso la invitada, con una sonrisa un tanto forzada—. Ya veo que además de abogada eres excelente en la decoración. Yo también acostumbro a ocuparme de las fiestas de mis hijas personalmente.
—Qué bueno que pudiste venir y traer a las niñas, —comentó Carmen para aliviar la tensión—, ¡Jimena se lleva también con ellas!
—Yo también me alegro de haber podido traerlas, su padre quería llevárselas a Barcelona con él durante un par de semanas, pero logré disuadirlo. Ya sabe —agregó con una sonrisa—, las parejas separadas a veces tardan en ponerse de acuerdo sobre ciertas cosas.
Aitana quedó más impresionada aún, aquella mujer estaba divorciada, era hermosa, tenía dos hijas de la edad de Nana, seguro que Germán la consideraba un mejor partido que ella…
Poco después llegó otra invitada y su esposo, llevando a su hija, también de la misma edad que las otras niñas, para la fiesta. Las pequeñas jugaban en el jardín, sin excederse demasiado. El señor Gustavo también se unió a la comitiva, y los adultos se ubicaron bajo la carpa, en las distintas mesas que se habían colocado. En una de ellas, Germán y Lucía parecían tener una conversación muy entretenida, puesto que en ningún momento él se le despegó y apenas miraba a nadie más. Aitana se sintió tan disgustada con aquella actitud y a la vez tan triste, que se sentó en una de las mesas más alejadas con doña Carmen y Gustavo.
Llegó a la hora de picar la tarta y se hicieron muchas fotos. Jimena insistió en que Aitana se colocara con su papá y con ella para una de esas fotos, y Aitana no tuvo manera de rehusarse, por más que tenía el corazón adolorido ante la actitud de Germán. Luego se colocaron el resto de los invitados, las niñas, los abuelos…
El servicio de doña Carmen sirvió el buffet que se había encargado y un rato después, todos comían en sus respectivas mesas.
—Apenas has probado nada, ni siquiera la tarta —advirtió doña Carmen.
Aitana no podía… Germán seguía en aquella mesa con Lucía, sus hijas y Jimena sobre sus piernas, mientras le daba la comida. ¡Se sentía tan fuera de lugar! Había sido una estúpida al creer que podría llegar a la fiesta de Jimena y arreglar las cosas con Germán, había sido demasiado ilusa al creer eso.
—Es que no tengo mucha hambre —le confesó.
La dama no agregó nada más, además estaba su esposo presente y no quería hacer evidente la situación. Nana en algún momento se bajó de las piernas de su padre y fue a ver a Aitana y la abrazó.
—Tata —le pidió—, por qué no vienes con nosotros a la otra mesa, las gemelas son tan divertidas…
De alguna forma Jimena se percataba de que Aitana se sentía mal, y de que su padre la había hecho a un lado. Aquella era su manera de hacerle ver que era importante para ella también.
—No te preocupes, cariño —Aitana fingió una sonrisa—, yo debo marcharme ya, me esperan en casa…
—¡Por favor! ¡No te vayas!
Germán miró a Aitana en la distancia, al escuchar las protestas de su hija.
—Me esperan en casa, corazón, pero adoré tu fiesta, prometo venir en otro momento con más tiempo.
Jimena volvió a abrazarla.
—Aitana, por favor —intercedió doña Carmen—, deja que al menos mi chofer te lleve hasta tu casa.
—No es necesario, Carmen, no se preocupe. Es mejor que me vaya…
Le dio dos besos a Jimena, se despidió del señor Martín y de Carmen, y atravesó el jardín hacia la calle, sin mirar a Germán.
Una vez fuera hacía señas para ver si le paraba algún taxi, pero no tenía suerte. Sintió la verja de la casa de los Martín abrirse y cuando miró, era Germán que se encaminaba hacia donde ella estaba.
—¿Te marchas ya? —le preguntó.
Aitana asintió.
—Sí, lo siento, no me despedí porque no deseaba interrumpirte.
Germán sonrió.
—Deja que te lleve, en un segundo vendré con el coche para llevarte hasta tu casa.
La oferta era tentadora, pero Aitana no la iba a aceptar.
—No es preciso, sigue en la fiesta. Es el cumpleaños de tu hija.
—¿Estás molesta por algo, Aitana?
—Germán cerró sus brazos sobre su pecho, y sonreía.
—No estoy molesta —contestó, aunque era muy evidente—. De cualquier manera, eso no es asunto tuyo.
En ese instante un taxi aparcó y Aitana se encaminó hacia él. Germán se quedó observando cómo se iba, pero no la detuvo.
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