Capítulo 30: Una aliada

La semana transcurrió de manera tediosa para Aitana, pero por fin era viernes. Germán había vuelto al trabajo, pero en la tarde acostumbraba a regresar a su casa para estar con su hija.

A Aitana la evitaba lo más posible, aunque cuando despachaba con ella cuestiones de trabajo era amable, aunque un poco distante. No habían vuelto a hablar de ellos, de lo que les sucedía, no habían vuelto a besarse, y Aitana se pensaba si de verdad habría muerto por parte de él, el cariño que le tenía.

Aitana le preguntaba por Jimena, Germán solo respondía que estaba bien y le daba las gracias por su preocupación. No había espacio para indagar si la niña la echaba de menos o si podría ir a visitarla, ella no se atrevía a eso, después de que él le advirtiera que tenían que aprender a vivir lejos de ella.

Aitana no podía negar que se sentía mal, apesadumbraba. Extrañaba a Germán y ya no tenía dudas acerca de lo que sentía, pero no podía confesárselo, él no la dejaría continuar o le diría que ella no estaba segura respecto a eso… ¡Tenía tantos deseos de probarle lo contrario!

Ese viernes, después de que Germán se hubiese marchado a casa, llegó doña Carmen a su oficina. Le sonreía con cariño, como era costumbre en ella. A Aitana le extrañó su visita, puesto que Germán no estaba y, además, desde que Jimena había enfermado, doña Carmen había dejado de frecuentar el Bufete para quedarse con ella en casa.

—Hola, Aitana, ¿cómo estás? —le dio par de besos.

—Es un gusto verla, doña Carmen. Por favor pase… Germán se fue hace unos minutos para casa, debe haberse cruzado con él.

—Lo sé, llegó a casa y hablamos, fue así que aproveché su ausencia y el hecho de que se quedara con Nana para venir a hablar contigo.

Aitana le pidió que tomara asiento.

—¿Cómo está Nana?

—Está muy bien, ya falta poco para los quince días de operada, pero lo cierto es que te sigue echando mucho de menos…

Aitana no contestó, ella no tenía autorización de Germán para ir a ver a su hija.

—Creí —prosiguió doña Carmen con una sonrisa—, que después de tu última visita a casa, no dejarías de frecuentar nuestro hogar.

Aitana se sintió un poco incómoda, era de esperar que Gustavo le hubiese narrado a su esposa la escena que había visto.

—¿Qué ha sucedido, Aitana? —le preguntó—. He venido a hablarte con toda la confianza del mundo, puesto que le he preguntado a Germán y no he logrado que él me diga ni una sola palabra.

—Señora... —comenzó Aitana.

—Carmen, por favor —le interrumpió—, llámame Carmen.

—Carmen —prosiguió Aitana—, para mí es difícil hablar de este asunto también.

Digamos que Germán considera que mi cercanía con Nana puede serle perjudicial en algún momento, si ella se encariña demasiado conmigo y Germán y yo no dejamos de ser lo que hasta ahora somos: él mi jefe, yo su colega…

—Muy bien —la dama asintió complacida—, comprendo a mi hijo hasta cierto punto. Él quiere proteger a Jimena, pero en la vida las cosas no pueden preverse tanto… Me parece que está usando a su hija como pretexto y quién se está escondiendo es él, que teme salir lastimado.

Lo dicho por Carmen tenía lógica.

—Yo le hice daño —confesó Aitana—, y no supe darme cuenta antes de lo que él podía significar para mí, así que mi confusión y mi temor a seguir adelante afectaron lo que Germán sentía por mí, hasta hacerme dudar si ya no tengo posibilidad alguna de intentarlo.

La voz de Aitana temblaba, y Carmen le tomó una mano por encima de la mesa.

—¡Eres tan buena! —exclamó—. Es lógico que hayas estado confundida, esas cosas suceden, pero Germán no puede culparte por ello… ¿Sigues confundida?

Aitana negó con la cabeza.

—No, no lo estoy.

—¿Sabes que mi hijo sigue loco por ti? —insistió la dama.

La pregunta hizo que Aitana sonriera, a pesar de su tristeza.

—Lo disimula muy bien… —comentó.

Doña Carmen se echó a reír. Luego, cuando las risas pasaron, le dijo con seriedad:

—Tienes que decirle lo que sientes por él…

—No, no puedo —Aitana tenía miedo—. Va a rechazarme, va a decirme que sigo confundida… Créame, he intentado hacerlo, pero no puedo.

Doña Carmen suspiró.

—Necesitan los dos algo de tiempo entonces. De cualquier manera, he venido a tratar contigo otro asunto.

—Dígame.

—El fin de semana próximo es el cumpleaños de Nana, Germán me ha pedido que yo me ocupe y me ha dado algunas ideas… Sé que esas ideas vienen de ti, ya que él mismo me lo confesó.

—Sí, es verdad —recordó Aitana—, quedamos en que yo le ayudaría a preparar la fiesta, pero como puede darse cuenta, la situación ha cambiado.

—No quiero que cambie, querida. Es por eso que he venido a pedirte que te encargues tú de la fiesta de Jimena. Podré venir a verte par de veces para hablar de ello, pero deseo que seas tú quién se encargue de prepararlo todo… Será una celebración sencilla, puesto que Nana todavía debe guardar cierto reposo hasta el mes de la operación, pero hemos hablado con su doctor y nos ha dicho que no hay inconveniente en hacer una celebración de cumpleaños, siempre y cuando sea pequeña y cuidemos a la niña.

—Comprendo, además, sé que la idea original de Germán era hacerla con pocas personas.

—Así es, seremos nosotros, y pocos niños de la guardería de Nana. Unas gemelas, que son sus amiguitas, y otra niña. Por supuesto, también quiero que estés con nosotros ese día…

—No sé cómo lo tomaría Germán...

—Si lo quieres, querida, debes hacer el esfuerzo por decírselo y porque él no tenga dudas al respecto. También quieres mucho a Jimena y ya está triste porque no has ido a verla como prometiste…

—Lo siento tanto… Ya sabe por qué no he ido.

—Lo sé, pero es tiempo de que esta situación termine ya.

Carmen se levantó y le dio un abrazo a Aitana, que la acompañó hasta la salida.
Sentía ilusión de ocuparse del cumpleaños de Jimena, ¿qué pensaría Germán cuándo viera que ella había escogido todo para la fiesta? Se sentía esperanzada de que quizás, en una semana, el constatara que Aitana no era una mujer para un día, sino para toda la vida.

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