Capítulo 28: Henri

Era el domingo por la noche cuando Aitana recibió una llamada en su teléfono, quedó asombrada al constatar que se trataba de Henri. Estaba sola en su habitación, así que decidió contestar.

—¿Hola?

—Hola, preciosa —Henri se escuchaba como si no hubiese pasado nada entre ellos—. ¿Adivina dónde estoy?

A Aitana el corazón le dio un vuelco. ¿Sería posible que…?

—¿Dónde estás? —indagó.

—Ahora mismo en un café frente a las Torres de los Serranos…

Aitana sabía dónde era. Las Torres de los Serranos se hallaban muy céntrico y eran preciosas, se construyeron siglos atrás para proteger a la ciudad de los moros.

—¡Dios mío! —exclamó Aitana—. ¿Estás en Valencia?

—Así es —Henri soltó una risita—. Te dije que vendría y yo cumplo mis promesas.

Se hizo un silencio.

—Preciosa, quiero verte…

Aitana sabía que debía complacerlo, además de que necesitaban hablar.

—Está bien, me cambio y te veo allá.

—¡Nada de eso! —exclamó él—. He rentado un coche y conozco la ciudad, he estado otras veces aquí, ¿recuerdas? Pásame tu dirección y en media hora estaré allá para recogerte.

Aitana suspiró.

—Está bien, espérame abajo. Vivo en un edificio, ahora te enviaré la dirección.

En eso quedaron, y Aitana se dispuso a vestirse, no podía negar que estaba nerviosa, después de tanto tiempo sin ver a Henri y mucho más después de lo sucedido con Germán.

Se puso un vestido azul, muy veraniego y bonito y se maquilló de manera discreta. Sus padres le preguntaron que a dónde iba y ella confesó la verdad: era un amigo de París que quería verla. A Margara y a Raúl les había extrañado un poco, pero no dijeron nada, ya que recogerían a su hija, solo Amaia sabía lo que aquello significaba y se acercó a su hermana en la puerta, para que sus padres no la escucharan.

—No puedo creer que esté aquí… —murmuró.

—Yo tampoco —contestó la aludida—, me tomó de sorpresa.

—¿Qué vas a decidir?

—Luego hablamos, Amaia, ahora debo irme, además me siento un poco inquieta.

—Está bien, luego hablamos.

Aitana bajó en el elevador y luego salió a la calle. Había un coche estacionado, y de él se bajó Henri. Estaba muy apuesto con una camisa de mangas largas —a pesar del calor—, su pelo castaño y su sonrisa.

En cuanto la vio se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo… Aitana se sintió feliz de aquel encuentro, pero no sintió esa pasión que había experimentado en París por él.

Henri se alejó un poco para mirarla a los ojos, y luego le dio un beso en la comisura de los labios.

—¡Estás preciosa! —exclamó—. ¡Me alegro tanto de verte!

—Yo también me alegro mucho de verte…

Henri la volvió a abrazar por unos instantes deliciosos en los que la acercó a su cuerpo y la tenía para sí, pero después tuvo que soltarla al ver que le interrumpían el paso a un hombre que deseaba entrar al edificio.

Al separarse, Aitana se quedó lívida al comprobar que esa figura que se les había acercado, era Germán.

—¡Germán! —exclamó ella al verle.

Él demoró en responder, no podía hablar, estaba muy alterado, una vez más se equivocaba con Aitana y lo había descubierto de la peor manera.

—Vine a ver a tu madre… —no era cierto, pero debía dar alguna excusa para no verse como un estúpido.

—¿Nana está bien? —ella se preocupó.

—Muy bien —contestó.

—Hola, soy Henri —él mismo se presentó ya que Aitana no lo hacía.

—Germán —reciprocó estrechándole su mano, no le quedaba más remedio—. Germán Martín, un placer. Voy a subir, buenas noches.

—Buenas noches —repitió Henri—. Vámonos, preciosa.

Aitana no reaccionaba y no podía caminar, volteó para mirar a Germán, pero este ya entraba al edificio. Se sentía tan mal por la escena que se había dado…

No tenía dudas de que Germán se había percatado de quién era su acompañante: había visto una foto suya en el escrito, a Henri se le notaba el acento, y por demás, los había visto abrazados… Era probable que ya Germán no quisiera saber nada más de ella y con razón.

Sentía su corazón oprimido, pero no podía decírselo a Henri, no lo entendería. Aitana subió al coche con Henri y este le preguntó:

—¿Quién es ese hombre que te saludó?

—Es mi jefe…

—¿Tu jefe? Tiene una relación bastante estrecha con tu familia entonces… —Aitana entendió lo que quería decir.

—Mi madre es pediatra y tiene una niña pequeña a la cual atendió hace poco.

—Ah, está bien —Henri giró en una calle.

La explicación que Aitana le había dado bastó para tranquilizarle. Henri pensó que si aquel Germán tenía una hija pequeña también debía tener una esposa… Así que no preguntó nada más.

Henri llevó a Aitana a un sitio de comida italiana, cuyo chef era de Nápoles y muy renombrado. El lugar era pequeño pero muy acogedor, la luz tenue contribuía a crear un ambiente romántico, así que Henri le tomó la mano por encima de la mesa.

—Tenía muchos deseos de verte… —le confesó—. Sé que a veces puedo parecer un ermitaño y aislarme a escribir durante días, pero eso no significa que te haya olvidado o que no te quiera en mi vida, Aitana.

—¿Cómo está tu abuela? —le preguntó ella, para tratar de cambiar la conversación.

—Está muy bien —sonrió—, te manda un saludo y dice que espera verte pronto.

—¿Y tus hermanos?

Henri rio.

—Mi hermano bien, igual que siempre, él es un ejemplo de estabilidad emocional… En cuanto a Valerié, se separó del novio que conociste y ahora está saliendo con otro, esperemos que siente cabeza de una vez…

Aitana sonrió al recordar la fiesta en la que los había conocido y lo mal que se había sentido por el comportamiento de la ex de Henri.

—¿Y Juliette? —se atrevió a preguntar.

Henri se encogió de hombros.

—No ha vuelto a molestarme más… —la miró con cariño—, sabe que eso no tendría ningún sentido.

Un garzón llegó para tomar la orden, pidieron unos raviolis con salsa de queso azul y unos ñoquis. La comida no tardó en llegar y estaba deliciosa.

—Ahora dime cómo va el libro.

—Muy bien, ya casi concluyendo… Te darás cuenta que, para ver vencido mi inercia como escritor y haber escrito tanto, es porque no he parado de trabajar y apenas he tenido tiempo para respirar. Te agradezco que me hayas devuelto las ganas por escribir otra vez…

—Me alegra mucho escuchar eso, —le dijo de corazón—, pero no quisiera que nada de lo que sucediera esta noche cambie tu deseo por escribir y que vuelvas al mismo punto en el cuál te conocí.

—Eso no pasará —él estaba decidido.

—Me sorprendió mucho que vinieras a verme —prosiguió Aitana—, más aún después de mi último mensaje, ese al que ni siquiera has hecho alusión. Fui sincera en cada una de las palabras que te dije, Henri.

Él se quedó muy serio, al escucharla.

—Creí que mi visita te haría cambiar de opinión.

—¿Cuándo regresas a París?

—El martes temprano en la mañana, pero una palabra tuya bastará para que permanezca más tiempo. Sé que actué mal al no venir antes…

—Lo siento —ella continuaba sosteniéndole la mano—. Me he alegrado mucho de verte y te tengo un gran cariño, pero ya no siento lo mismo que en París.

—Aitana, sé que estás molesta conmigo por cómo nos despedimos en aquel momento, y sé que tienes razón, pero te pido que no tomes ninguna decisión precipitada… Vamos a comer, preciosa, se enfría la pasta…

Continuaron comiendo en silencio, la pasta estaba exquisita pero ya Aitana no podía tragar más. Henri había pedido un vino tinto francés, y habían tomado varias copas, por lo que se sentía un tanto embriagada.

—¿Nos vamos? —le preguntó luego de pagar la cuenta.

—Sí, por favor.

Aitana no le advirtió a Henri que le llevara hasta su casa, pero se sobreentendía después de lo que le había dicho. Se adormiló en el asiento y cuando volvió en sí, al detenerse el auto, se dio cuenta de que estaban en el Palacio Vallier, un famoso hotel de la ciudad.

Aitana tuvo que bajarse del auto pues ya se lo llevaba a aparcar uno de los chicos del hotel.

—-Aquí me estoy hospedando —comentó Henri mientras entraban al lobby—, está muy bien este sitio. ¿Te apetece tomar una copa?

Aitana estaba disgustada.

—Ya he bebido de más y quiero irme a mi casa, pensé que me llevarías, pero el vino me venció durante el camino y no me percaté del rumbo que tomábamos.

—Lo siento —se disculpó él—, creí que me habías escuchado en el auto cuando te lo dije, pero ya veo que no fue así. El asunto es que salí tan aprisa para ir a recogerte que dejé olvidado en mi habitación un regalo que traje para ti.

—Muchas gracias, Henri, pero no tenías que molestarte. No necesitas traerme nada, ya fui muy clara contigo respecto a lo que siento y mi decisión es definitiva. Por favor, pídeme un taxi.

Henri asintió, se acercó a la recepción del hotel y luego volvió dónde Aitana se encontraba.

—Dice el hotel que no cuenta con taxis disponibles en este momento, muchas personas han salido, pero han llamado a uno de ellos y demorará un cuarto de hora. Dejé dicho que me avisaran en la habitación, así subimos y te doy mi presente.

—Henri, —Aitana estaba en guardia—, te dije que no. Me quedaré aquí aguardando el taxi.

—Preciosa —continuó él con dulzura—, ya te expliqué que avisaran arriba, si te quedas aquí es posible que no te enteres y el taxi se vaya. Además, son solo quince minutos, y el regalo es de mi abuela para ti: un bonito libro de arte sobre el Museo de Orsay, el lugar donde nos conocimos.

Aitana tenía una lucha interna, pero finamente cedió. Se encaminó con Henri en el ascensor hasta al piso doce, y allí buscaron su suite. Henri abrió la puerta y la hizo pasar.

—Por favor, siéntate. Perdona el desorden, apenas si desempaqué, aunque vine con pocas cosas.

Aitana se sentó en una mesa, mientras Henri entraba al cuarto y regresaba con el libro de pintura.

—¿Ves? Era cierto, no era ningún ardid para traerte hasta aquí.

Aitana se relajó un poco.

—Gracias —comenzó a ojear el libro, dedicado por la Marquesa—. Está muy bonito.

—No tanto como tú… —la voz melosa de Henri la interrumpió y dejó el libro sobre la mesa.

Aitana se levantó de su asiento.

—Henri, voy a bajar. Volveré a perder el taxi yo misma, así que aquí nos despedimos.

—No digas tonterías… —él se acercó a ella y la abrazó—, después de las dos noches que vivimos en París, ¿vas a decirme que me has olvidado? Yo necesito recordar el sabor de tu boca, Aitana…

Sin más preámbulo, la besó en los labios, Aitana en un primer momento lo permitió, pero cuando sintió que las manos de Henri se metían por debajo de su vestido, se resistió.

—Por favor, detente…

Henri no le hizo caso y volvió a apoderarse de sus labios para acallarla, mientras con una de sus manos se deslizaba por debajo del vestido de Aitana.

Con toda la fuerza que pudo, lo separó de su cuerpo… Henri la miraba extrañado y molesto.

—¿Pero qué te sucede?

—Lo siento, no puedo, no quiero… —ella balbuceaba.

—Aitana, cariño —volvía a ser cariñoso con ella—. Te necesito conmigo, he viajado hasta aquí para estar a tu lado, ¿es que no lo ves?

—Yo me despedí de ti, te mandé un mensaje, te dije que no sentía lo mismo… Te he repetido eso varias veces esta noche. Tienes que entenderlo de una vez…

—Aitana, no sabes lo que dices… —Henri se acercó y la volvió a tomar por los brazos.

Aitana intentó zafarse, pero no lo logró y él volvió a besarla, pese a que sabía que ella no lo deseaba.

—¿Vas a forzarme? —le increpó ella.

Henri se quedó mudo y la soltó.

—Lo siento —se disculpó—, jamás te haría daño. Pensé que lo deseabas...

Aitana estaba muy molesta, tomó su cartera sin mirar atrás y se marchó de la habitación lo más rápido que pudo, dejando el libro de arte. Estaba muy disgustada ante la conducta de Henri. Por fortuna, antes de cegarse en su pasión o hacer algo de lo que pudiese arrepentirse, Henri había recordado que era un caballero y la dejó marchar.

Aitana tenía miedo de que Henri la siguiera, pero no lo hizo. Bajó en el ascensor y pidió un taxi, la recepcionista le dijo que afuera aguardaban varios. Quizás Henri le mintió y sí había varios taxis disponibles y solo intentaba meterla en su cama, como cuando París.

Buscó su teléfono y le marcó a Germán, debía hablar con él, necesitaba explicarle y decirle que ya veía las cosas con claridad… Germán no le contestó. Insistió, pero tampoco le respondía y desistió. Llegó a su casa, y se encontró a Amaia esperándola.

—¿Cómo te fue? —le preguntó.

La expresión de Aitana lo decía todo.

—No muy bien —confesó.

—Germán estuvo por aquí, según nos dijo se encontró contigo y con tu amigo abajo. ¡Estaba tan confundido! Sentí pena por él…

Aitana se desplomó en una silla y comenzó a contarle a su hermana lo que había sucedido.

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