Capítulo 27: El hogar de los Martín

Raúl llevó a Aitana en su coche hasta la casa de los Martín. Aitana se despidió de él y entró en la residencia: una casa tres pisos, de ladrillos rojos con un jardín enorme en la parte delantera. Fue doña Carmen quien la recibió, ella misma le abrió la verja y la condujo dentro, eran las diez de la mañana, la hora que habían acordado.

A Aitana le gustó la casa: llena de luz y hermosos muebles, pero no demasiado cargada ni lujosa, predominaba el buen gusto y el uso de los espacios. Una vez dentro, se topó con Germán que estaba en el salón principal, con una laptop sobre las piernas, trabajando. En cuanto entró se levantó y acudió a saludarla. Aitana se sintió cohibida, él vestía con ropa deportiva y se detuvo a observar su cabello revuelto y sus ojos color miel, que tanto le gustaban. Aún recordaba la dureza de sus palabras la última vez que se vieron, y no deseaba que él se sintiera invadido en su propia casa.

—Gracias por venir —comentó con amabilidad—, Nana todavía está dormida pero no tardará en levantarse. Se alegrará de verte.

—Yo también a ella —respondió Aitana.

—Iré a traerte un zumo, cariño —comentó doña Carmen—, yo misma lo preparé. También pasaré por la habitación de Jimena, para comprobar si sigue dormida o si ya despertó.

La dama se alejó y los dejó a solas. Por unos pocos minutos Germán volvió a centrar su atención en su ordenador, mas luego lo dejó a su lado, sobre el sofá. Aitana estaba frente a él, en silencio, sin deseos de discutir.

—Lamento mucho la manera en la que me comporté contigo la última vez que nos vimos, en el hospital —comenzó él—. Sé que mi reacción fue desproporcionada y te pido disculpas.

Aitana se sintió mejor al escucharle decir eso.

—Entiendo que estabas tenso, cansado y que no era la mejor circunstancia para vernos.

Él asintió.

Aitana, en un impulso, cruzó la distancia que les separaba y se sentó a su lado. Germán la miraba: estaba tan hermosa con su cabello negro cayéndole por la espalda...

—Sé que te hice daño —esta vez era ella quien hablaba—, pero no fue mi intención.

—Por favor, no quiero volver a hablar sobre eso.

—Germán —Aitana le tomó una mano y él volvió a mirarla—. Yo no te mentí, quizás oculté parte de mi información creyendo que era pasado, pero era un pasado demasiado reciente, más de lo que yo hubiese creído que era...

—No tienes que darme ningún tipo de explicación —respondió con un suspiro—, he pensado con la cabeza fría, leí todo lo que ese hombre te escribió y reconozco que es una historia muy bonita la que viviste a su lado y, es lógico que aún no haya llegado a su fin y que desees retomarla.

—No fue eso lo que te quise decir —ella todavía sostenía su mano.

—Aitana, tú eres muy joven, tienes una vida por delante y entiendo que sueñes ciertas cosas. Nuestra historia o, al menos lo poco que hemos vivido tú y yo, no se compara a esa historia romántica y casi cinematográfica que protagonizaste con ese hombre... Yo no te ofrecí ni puedo ofrecerte nada como eso y entiendo que, bien mirado, prefieras a un escritor renombrado, rico, guapo, capaz de darte unos días maravillosos como esos y no a un hombre viudo, con una hija y un trabajo que lo absorbe tanto tiempo.

Germán le hablaba con un sosiego y una objetividad que pasmaron a Aitana. Ella le soltó la mano.

—¿No puedes tomar en cuenta lo que siento yo en esta fría apreciación que has hecho desde fuera? —ella estaba decepcionada.

Él negó con la cabeza.

—No puedo, porque quizás te estés engañando a ti misma, quizás te hice sentir demasiado mal y quieras compensar de alguna manera lo sucedido con un cariño hacia mí y hacia mi hija que, aunque sea verdadero, no se equiparan al futuro que tú deseas para ti y que te mereces. Tardé en darme cuenta de esto, pero creo que a la larga estoy siendo objetivo y justo.

Aitana iba a replicar, a decirle que las cosas no eran así, cuando apareció doña Carmen. No le pasó desapercibido que Aitana se hallaba esta vez al lado de su hijo, pero no quiso comentar nada.

—Gracias —dijo Aitana cuando le dio en las manos el vaso de cristal con el zumo.

—Nana ya está despierta, se ha puesto muy contenta cuando le dije que estabas aquí. La dejé tomando su desayuno, así que pronto podrás ir hasta su habitación.

Germán acompañó a Aitana hasta el cuarto de su hija. Él también quería darle los buenos días, y aunque Nana le dio un cariñoso beso como era costumbre, su entusiasmo se debía a la novedad de tener a Aitana en su habitación.

—¡Tata! —exclamó—. ¡Qué bueno que viniste!

Aitana se acercó a ella y le dio un beso en la frente.

—Me alegra mucho verte, Nana, ya estás mucho mejor y pronto terminará este reposo. Hasta entonces tienes que ser buena, juiciosa y quedarte tranquilita en la cama, ¿de acuerdo?

La niña se lo prometió.

—Tata, ¿ves una peli conmigo? ¡Te dejo escoger!

—Perfecto, mi amor. Ya sé cuál quiero...

—¿Cuál?

—La Bella Durmiente, siempre fue mi favorita.

Germán le explicó dónde podía hallar las pelis y le dio el control remoto del televisor.

—Por ahora las dejo, señoritas. Voy a adelantar algo de trabajo mientras Aitana está contigo, pequeña.

—¿No quieres ver la peli con nosotros? —preguntó la niña con cara de súplica—. Aitana quiere que te quedes, ¿verdad Tata?

Aitana se puso roja, pero no contestó.

—Vendré en un rato, cielo —Germán le lanzó un beso y se marchó.

Jimena y Aitana la pasaron muy bien, Germán se asomó a la habitación en par de ocasiones y las observó divertidas mientras veían su película. Luego Aitana comenzó a leerle un cuento a Nana, y ella la escuchaba con atención, hasta que terminó distrayéndose.

—Tata —le dijo la niña—, ¿volverás pronto?

Aitana no había pensado en eso, pero se lo prometió.

—¿Papá y tú están disgustados? —le preguntó.

La joven no se esperaba esa pregunta, tampoco se percató de que Germán se había acercado a la habitación y escuchaba a sus espaldas.

—No, mi amor, ¿por qué dices algo así?

—No lo sé... —comentó ella—, le pedí varias veces que te trajera a la casa, pero me decía que no podías, que tenías mucho trabajo.

—Y es cierto, mi niña, tengo mucho trabajo, pero hoy es sábado y pude venir finalmente.

—Pero no quiso ver la película con nosotros...

—Está ocupado también, preciosa, pero no estamos disgustados ¡qué cosas dices!

—¿Tú serás mi mamá entonces? —esta vez la pregunta venía cargada de esperanza—. Mi mamá está en el cielo... —su carita estaba triste.

—Lo sé, mi niña, pero desde allí te observa y te cuida y está orgullosa de la hija tan linda y buena que eres... Tienes que seguir siendo buena, para que ella se siga sintiendo contenta —Aitana no sabía bien qué decirle, era un tema muy delicado.

—¿Pero serás mi mamá? —repitió la pequeña.

—Te quiero mucho Nana y estaré contigo siempre que pueda, pero...

—¿Pero tú no quieres a papá? —la niña estaba confundida—. Porque yo sé que él te quiere...

Los niños son demasiado intuitivos, pensó Aitana.

—Claro que quiero a tu papá, mi corazón, pero cuando crezcas te darás cuenta que la vida es mucho más complicada de lo que crees ahora.

Germán carraspeó en la puerta y Aitana se interrumpió al ver que estaba allí. Él caminó hacia ellas y le dio un beso a su hija:

—¿Qué tal la han pasado?

—¡Bien! —gritó Nana batiendo palmas—. Aitana volverá pronto.

—Me alegro mucho —él la miró con el rabillo del ojo—. Cielo, ya tu comida está lista...

—¡Papá pero esa comida no me gusta! ¡No sabe a nada!

—Espero que delante de Aitana te comportes y le muestres lo bien que te comes la papa, ¿verdad?

La niña accedió, a regañadientes, si Aitana le daba la comida, como había hecho en aquella ocasión en la pizzería. Germán se quedó con ellas cuando le trajeron el plato de Nana y ayudó a su hija a incorporarse en la cama mientras Aitana le daba con cuidado las cucharadas de puré y pollo molido que, en efecto, no debían saber a nada... Con ella, la niña fue cooperativa y se lo comió todo.

—Ahora vamos a jugar a las muñecas...

—Ahora vas a descansar un rato, señorita, y yo me tengo que marchar.

—¡Tata no! —exclamó la niña, triste.

—Te prometo que vendré pronto, mi corazón y que me quedaré hasta que te duermas.

—Entonces no me dormiré...

Pero sí se quedó rendida, era muy pequeña y tras la comida, necesitaba de su siesta. Germán le pidió a Aitana, entre señas, que saliera para hablar con ella en el pasillo.

—Mis padres insisten en que te quedes a comer con nosotros y a mí también me gustaría.

—Les agradezco —repuso ella—, pero mi padre debe estar esperándome afuera, ya le había mandado un mensaje pidiéndole que me recogiera. Agradéceles a tus padres la gentileza...

Aitana y Germán se hallaban en un corredor de la casa, cercanos a la puerta de salida, estaban a solas... Ella sentía que debía decirle algo más, no podía marcharse sin hacer nada después de lo que él fue capaz de decirle.

—Germán... —ella se volteó hacia él.

Germán se quedó en silencio, mirándola... Aitana lo encontró tan apuesto con su polo y su pantalón corto, tan triste por renunciar a ella y a la vez tan generoso por intentar comprenderla, que sintió en ese momento que lo quería...

Le atraía todo de él: su inteligencia, su buen corazón detrás de aquella apariencia fría o rígida, la pasión que había descubierto en sus labios, y él deseo de demostrarle que la historia de ellos era perfecta tal y como era.

—Germán... —repitió acercándose aún más.

Él continuó mirándola, no sintiéndose capaz de avanzar para luego ser rechazado, pero no hizo falta, Aitana lo sorprendió cuando se abrazó a él y lo besó en los labios, un beso lento y tan romántico que le aflojaron las piernas -a él, que era un hombre hecho y derecho-.

Germán le respondió el beso, con la misma calidez que en ocasiones anteriores, la sujetó contra su cuerpo y la pegó a la pared. Aitana temblaba en sus brazos, estaba excitada pero más que nada emocionada por lo que él le hacía sentir...

Germán bajó por su cuello, llenándole de besos y se detuvo en la apertura de su escote, buscando sus pechos, lo cual la hizo gemir mientras se sujetaba de sus brazos con más fuerza. Él volvió a sus labios, a besarla con una pasión como si estuvieran solos, en la intimidad, pero una inesperada interrupción los hizo separarse, avergonzados.

Era Gustavo Martín, que se quedó tan impresionado al verlos, que no supo qué decir.

—¡Hola, querida! —exclamó al fin—.¡Sabía que estabas en casa, pero no te había visto!

—Buenas tardes, señor —dijo ella, todavía con la respiración entrecortada y le dio la mano—. Dispénsenme, pero mi padre ha venido a recogerme y aguarda por mí afuera.

Miró un instante a Germán y se despidió de él, avergonzada.

—Aitana, espera —Germán intentó detenerla.

—Lo siento, debo irme...

Aitana ya estaba cerca de la puerta y salió al jardín, que era lo suficientemente grande como para poder reponerse hasta llegar al auto de su padre.

—Cariño —le comentó Raúl—. ¿Todo está bien? Llevo rato esperándote...

—Lo siento, papá. Deseaban que me quedara a comer, pero no quise importunar. Gracias por venir a recogerme.

Raúl no dijo nada más, la notó un poco extraña, pero no le dio demasiada importancia. Cuando iba a poner el auto en marcha se detuvo, al advertir que Germán salía a toda prisa al exterior.

—Es Germán —le dijo a su hija—. Seguro quiere saludarme.

Raúl bajó del coche, pero Aitana se quedó en él, mirando a Germán a detrás del cristal. Tenía aún las mejillas encendidas y él, por su parte, quería hablarle, pero no estaban creadas las condiciones para ello.

—Hola, señor —Germán le extendió su mano—, quería venir a saludarle, ¿no desea entrar y comer con nosotros? Le hice la invitación a Aitana, pero no sabía que usted vendría por ella, es bienvenido también en nuestra mesa.

—Te agradezco, muchacho —respondió Raúl—, pero Margara nos espera para comer y no puedo hacerle ese desaire, ya sabes cuánto le gusta cocinar para la familia y hoy ha hecho un plato especial.

—Entiendo, será para una próxima ocasión.

Raúl se despidió y Aitana se atrevió a bajar el cristal.

—Hasta pronto —murmuró mirándole a los ojos.

Germán le tomó brevemente la mano que tenía sobre la ventanilla abierta.

—Iré a verte pronto -le anunció.

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