Capítulo 26: Una decisión

Aitana le pidió a su madre acompañarla al hospital para ver a Germán. Margara no se negó, a pesar de no ser el horario habitual de visitas. De hecho, preparó algo de comer y lo llevó en una bolsa pues de seguro Germán tendría hambre. Aitana se preguntaba por qué su madre era tan amable con él, no era que habitualmente no lo fuera con sus pacientes o conocidos, pero con Germán estaba actuando de manera muy especial, era como si, en el fondo de su corazón, consideraba que él era un buen hombre para su hija.

Su madre condujo hasta el hospital y Aitana iba a su lado, era pura ansiedad y no sabía por qué. Al ir con Margara la dejaron pasar sin inconvenientes y llegaron hasta la puerta de la habitación de la niña, que todavía estaba dormida. Margara entró a la habitación y Aitana la imitó, pues con su madre se sentía con un poco más de valor.

Germán en cuanto las vio se puso de pie, y las saludó. De inmediato sus ojos se posaron en Aitana, que permanecía en silencio.

—¿Cómo pasaron la noche? —preguntó Margara.

—Bien, le agradezco por haber venido. Jimena apenas se quejó y dormí un poco, puesto que estaba bastante cansado.

—Es natural —contestó Margara—. Te hemos traído esto —le dio en la mano la bolsa que había llevado—, es algo de fruta y un bocadillo, imagino debes tener mucha hambre.

—¡No tenía que haberse molestado! —Germán estaba agradecido—. Ha sido mucha su gentileza, Margara.

—No te preocupes, Germán, es lo mínimo que puedo hacer. La comida de un hospital no es la más apetecible. Iré a ver un momento al doctor de este piso para saber cuándo le darán el alta a la niña. Con permiso.

Aitana no sabía cómo actuar una vez que su madre se alejó y se quedó frente a Germán.

—No era necesario que vinieras —le dijo Germán, era obvio que todavía estaba molesto con ella—. Llegarás tarde al Bufete.

Aitana se encogió de hombros.

—Puedes descontarme el día si quieres, pero necesitaba venir y ver cómo estaban. Ya sé que dudas de mí y de mis sentimientos, pero…

—¿De tus sentimientos? —él estaba perplejo y molesto a la vez—. ¿Y cuáles son tus sentimientos, Aitana? La última vez que hablamos de ellos me pareció que no tenías claro cuáles eran. Es por eso que se me hace tan difícil verte aquí, mostrando una preocupación por mí que no se corresponde en lo más mínimo con la relación que, en la práctica, tenemos los dos.

—Estás confundiendo mi amistad, mi apoyo, con otra cosa, Germán —le respondió ella—. No puedo negarte mi amistad en un momento como este, eso es algo que tendrás siempre independientemente de que…

—Yo no quiero tu amistad Aitana y lo sabes. Además, desconfío de ella, ya que no fuiste capaz de hablarme claro. Dejaste que me ilusionara y…

—Tata… —la voz de la niña los interrumpió.

—Hola, cariño —Aitana le dio la espalda a Germán y se acercó a ver a la niña—. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió—. ¿Sabes que me hicieron tres agujeros en la panza? Papá me lo dijo…

—Lo sé, corazón, pero son pequeñitos… Dentro de un tiempo ni se te verán.

—¡Quiero irme a casa, Tata! —lloró.

Germán se acercó a la cama esta vez.

—Pronto cariño, pronto irás a casa —le respondió su padre.

La madre de Aitana retornó a la habitación con buenas noticias.

—Los médicos dicen que, si todo está bien, le darán el alta hoy mismo después del pase de visita —Margara hablaba bajito para que Jimena no la escuchara, puesto que no quería que se entusiasmara si por fin decidían no dársela—. Aun así, deben ser cuidadosos y reposar todo el tiempo. Los puntos se los quitarán en una semana.

—Muchas gracias, Margara.

—Por nada, ahora déjame ir a saludar a esta princesa —se acercó a Jimena—. Hola, pequeña, ¿cómo estás?

Mientras Margara hablaba con la niña. Aitana tomó su bolso y sin mirar a Germán, dijo:

—Debo irme ya —le lanzó un beso a Nana—. Hasta pronto, mi niña. Nos vemos después, mamá.

Germán no la detuvo, ni si quiera la acompañó a la puerta. No sabía qué hacer.

Transcurrieron tres días de aquella visita al hospital. Aitana no había visto más a la niña pues, en efecto, le dejaron ir a la casa ese mismo día. Germán tampoco había vuelto al Bufete, pues no se separaría de su hija al menos hasta que le quitaran los puntos, que era la parte más delicada. Ella no se atrevía a llamarle por cómo habían quedado las cosas la última vez, así que tan solo recibía noticias por su mamá, que llamó en par de ocasiones a Germán, o por Lola que se mantenía al corriente por doña Carmen.

Una tarde, mientras estaba en el Bufete, tocaron a su puerta, se sorprendió mucho al constatar que eran el padre de Germán y doña Carmen.

—Hola, Aitana, ¿qué tal estás? —Gustavo Martín se alegraba de verla.

A sus más de setenta años, el señor Martín lucía muy bien.

—Me alegro mucho saludarle, señor. Hacía tiempo que no le veía, con frecuencia sí saludo a doña Carmen —se acercó a la aludida y le dio dos besos, quien también estaba feliz de verla.

—Mi marido se ha tomado a pie de juntillas eso de la jubilación —respondió doña Carmen—, sale poco de casa.

—¡Ya era hora! —replicó su esposo—. La verdad es que estoy cansado de tantos años de ejercicio y necesitaba tiempo para mis aficiones.

—¿Cómo está Jimena? —preguntó Aitana.

—Está bien —respondió Carmen—, pero venía a hablar de ella contigo, aprovechando que Gustavo debía recogerle unos expedientes a Germán, para que trabaje desde casa.

—A eso iré de inmediato —apoyó su esposo—, me alegra verte Aitana, ya sé que te has desempeñado muy bien en tu puesto.

—Muchas gracias, señor.

El matrimonio se separó y doña Carmen pasó a la oficina de Aitana, sentándose ambas para hablar con más comodidad.

—Como te decía, Jimena está bien, pero un poco aburrida, lo cual es muy natural. No debe levantarse mucho de la cama para evitar esfuerzos innecesarios y cuando se incorpora siente algún dolor en los puntos, pero es de esperar.

—Ya han pasado algunos días, cuando se le retiren los puntos, se sentirá mejor. Por suerte la laparoscopía permite que sean piquetes bastante pequeños.

—Así es, pero ella no está acostumbrada a estar en su habitación todo el día. Yo intento pasar tiempo con ella y Germán apenas se le despega, pero él también debe descansar y, en definitiva, ya Jimena está un poco desesperada con esta situación tan tediosa.

—La comprendo, a esa edad es difícil entender bien la necesidad del reposo.

—Es por ello que he venido a hablar contigo, cariño —prosiguió doña Carmen—, Nana no hace más que hablar de ti y nos ha pedido que, por favor, vayas a verla. Sé que mañana es sábado y que es probable que ya tengas tus planes para ese día, pero me gustaría mucho que pudieras ir y pasar el día en nuestra casa. ¿Tienes algo que hacer mañana?

Aitana se sintió nerviosa ante la pregunta.

—No tengo nada en particular por hacer, doña Carmen, y me gustaría mucho ver a Nana, pero temo que su hijo no lo tome a bien y pueda considerarlo una intromisión por mi parte, —explicó con sinceridad—, y ese es para mí el mayor impedimento.

Doña Carmen suspiró.

—Veo que has sido transparente al respecto y yo pienso serlo también, por lo que te diré que me he percatado de que algo ha sucedido entre Germán y tú, y por supuesto no pienso interferir, ustedes son adultos y deben manejar la situación de la mejor manera posible —comenzó—. Debo añadir que hacía mucho tiempo que no veía a mi hijo tan interesado en alguien, como lo está en ti, pero como dije, ese asunto es de ustedes dos y por más que me encantaría que entrases a la familia, no debo inmiscuirme más de lo que lo he hecho hasta ahora.

Aitana asintió. Era muy difícil decir algo sobre aquel asunto.

—Por otra parte, Nana no puede sufrir por los problemas de los adultos y lo cierto es que ella se ha apegado a ti, está triste en su habitación y desearía verte, y yo pienso que es recomendable que vayas a visitarla, si te es posible.

—Me encantaría —repuso Aitana en voz baja—, ¿pero Germán sabe de esto?

—Lo sabe, yo misma le comuniqué esta mañana que vendría al Bufete para invitarte a la casa y no puso objeción alguna. Como abuela te pido, Aitana —le suplicó—, que no dejes de visitarnos…

—Eso haré —contestó la joven—. No se preocupe, doña Carmen. Mañana iré a verlos…

—Gracias, querida.

Doña Carmen le anotó en un papelito su dirección y se la pasó. Aitana jamás había visitado su casa y se preguntaba cómo sería estar allí, con Germán, después de lo que había sucedido entre ellos.

Al llegar a casa y revisar su teléfono, vio que tenía un cariñoso mensaje de Henri, muy seductor, muy apasionado, que la hizo sentirse mal consigo misma. Meditó muy bien qué sentía al leerlo, y se percató de que sus palabras ya no le producían regocijo, era extraño, pero a veces creía que París había sido un sueño. Luego de darse un baño, se acostó en la cama y le escribió:

"Querido Henri: sé qué quizás te parezca raro y hasta difícil lo que voy a decirte, pero es la verdad y tú te la mereces… Hace algún tiempo que esta distancia entre los dos ha pesado demasiado sobre mis sentimientos por ti -aún en ciernes cuando me marché de tu lado-, al punto de no saber ya cuáles son estos o de creer que ya no seré capaz de volver al mismo punto donde lo dejamos en París. Espero me comprendas y aceptes una amistad por mi parte, no me siento en condiciones de ofrecerte otra cosa, y esta vez lo de la amistad va en serio. Perdóname si estas líneas te causan algún tipo de pesar, pero créeme que no me siento en condiciones de darte ninguna esperanza. Gracias una vez más por ese hermoso texto que me enviaste. Cuando lo leí recordé París y quizás eso me hizo no ser clara desde un comienzo respecto a lo que ya me sucedía. Te guardaré siempre en mi corazón con gran cariño, Aitana”.

Después de comer vio que él había recibido el mensaje, incluso que lo había leído, pero no le respondió. Quizás fuera mejor después de todo, al menos ella se sentía más tranquila con lo que había hecho. Eso no significaba que deseara lanzarse a los brazos de Germán, tan solo ponerle fin a una historia y ver qué podía suceder con su futuro. Tal vez podría entonces decirle a Germán que había tomado una decisión —no respecto a él—, pero sí en relación a aquel hombre que él consideraba su competencia.

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